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jueves, 31 de mayo de 2012

-Relato 6 de Julián Rabadán


El centro comercial era grande y estaba llenos de múltiples cosas. Un joven vestido con traje y corbata espera tras el mostrador, a que algún cliente necesitase su ayuda.
-Disculpe –Dijo una señora gorda con un sombrero rojo ridículo, que no pegaba nada con el vestido amarillo a puntos negros que llevaba–. Mire estoy buscando un eterelio ¿tendría alguno?
– ¿Un qué? –La cara del muchacho mostraba como estaba completamente desconcertado.
– Un eterelio –Repitió la señora gorda con convicción mientras se cambiaba el bolso de un sobaco a otro.
– He…. –La cara del joven mostraba su desconcierto– ¿Está segura que se llama así? –Preguntó arqueando una ceja.
– Si, un eterelio. “E-te-re-li-o”.  –Dijo la señora muy despacio moviendo copiosamente sus abultados labios pintados de un llamativo rojo.
–¿Entérelo?
 –No. Eterelio –Repitió la mujer exasperada–. ¿Es que es la primera vez que lo escucha? –Su cara reflejaba una expresión de superioridad y comenzó a repiquetear con las uñas rojas en el cristal del mostrador.
– Si la verdad no sabía ni que la palabra “eterelio” existía. ¿Es algún tipo de marca? –El joven comenzó a jugar con el nudo de la corbata, haciendo claros esfuerzos por entender a su clienta.
– No, no. Sirve para desgortinar el rejunlino.
La cara de incredulidad del joven era cada vez mayor.
– Vera señora  aquí vendemos electrodomésticos, desde videoconsolas a frigoríficos.
– Me está tomando el pelo –Pregunto la señora indignada elevando el tono de voz.
– No, no. De verdad, lo siento mucho, podría describirme lo que me está pidiendo que ahora mismo no caigo.
– A ver es una cosa con una palanca para que pueda girar la mitad inferior, los botones hacen que el cable se mueva. Mientras que el dial rosa te permite elegir los números.
– ¿Qué? –La cara del vendedor se congestionó al escuchar las palabras de la mujer, quien se mostraba cada vez más impaciente–. A ver, creo que no término de enterarme ¿está buscando algo con cables, que se mueve, tiene un dial rosa, botones y una palanca? ¿Me está hablando de una especie de radio?
–No,  ya le he dicho que sirve para desgortinar el rejulino. –La mujer estada más airada por el desconocimiento absoluto del joven vendedor que seguía jugueteando con el nudo de su corbata.
– ¿”Descortinar el repulido”? –Trataba de repetir el joven como un loro mientras ponía cara de idiota.
– ¿Es que acaso no me ha oído? Le he dicho que sirve para desgortinar el rejulino. –El tono de la señora gorda seguía subiendo y volvía a cambiarse de sobaco el bolso.
En un acto claro de desesperación el joven vendedor comenzó a meter en su ordenador las palabras eterelio, desgortinar y rejulino.
–Lo siento –Empezó a disculparse el joven vendedor–, pero no me aparece nada por ese nombre en el ordenador. Ni por “entérelo”, ni por “descortinar”, ni por “repulido”.
–No le he dicho “entérelo” le he dicho eterelio. ¿Es que no me escucha? –El tono de la señora gorda seguía subiendo, pese al aire acondicionado de la tienda a ambos les caían gotas de sudor.
–Eso he puesto mire. –El joven le dio la vuelta a la pantalla del ordenador para que pudiese verlo.
La mujer gorda lanzó un rápido vistazo a la pantalla sin mirar a ningún lado en particular.
–Eso tiene que estar mal mi amiga Patu vino ayer mismo y se compro uno, le aseguraron que tenían muchos en el almacén. –Dijo la mujer sin cejar en su empeño.
– ¿Está segura que lo compró aquí? ¿No será otra tienda?
– ¿Por quién me toma estoy segura que fue aquí? –El tono de la mujer parecía no tener tope, algunos de los otros vendedores, así como el encargado se volvieron para mirarles.
El joven entornó los ojos. De repente los abrió muchísimo. Se inclinó hacia la señora por encima del mostrador de cristal.
–Se esta refiriendo a un, ya sabe– Hizo un gesto con la cabeza y su voz era un susurro, tanto que la señora se inclino para poder escucharlo– Ya sabe… –Y el joven volvió a repetir el gesto con la cabeza.
Esta vez era la señora gorda la que parecía desconcertada.
–No sé a qué se refiere. –La señora también había bajado el tono de voz.
–Ya sabe un… –La cabeza del joven hacia movimientos tan bruscos que parecía que se descoyuntaría el cuello en cualquier momento, pero la señora seguía con la misma expresión idiota de desconocimiento–. Ya sabe un… –El joven parecía desesperado por no hacerse entender–. Un… un dildo –Dijo casi en un susurro.
–Un ¿qué? –Preguntó la señora con expresión más confusa.
–Ya sabe –El joven ya completamente desesperado –Un consolador.
La expresión de la mujer pasó en escasos segundos de la confusión a la  compresión marcando un claro “¡Ah era eso!”, pero pareció que el conocimiento no le terminó de gustar porque empezó a ponerse roja.
– ¿Qué clase de mujer se cree usted que soy? ¿Una descarriada? –La voz de la mujer así como sus sofocos llegaron a límites que eran dañinos para cualquier espectador–. Es usted un pervertido, yo soy una mujer muy decente ¿Cómo se atreve a preguntarme algo así?
–Lo siento yo solo trataba de…
Ante el escándalo, el encargado un hombre bajo y gris que se ocultaba tras unas enormes gafas de pasta negra, se acercó con paso firme aunque inseguro.
 – ¿Qué está pasando? –Preguntó con voz aguda y un tanto tímida.
Antes de que el pobre joven pudiese explicarse los gruesos labios de la mujer comenzaron a moverse.
–Su dependiente acaba de insultarme. –Dijo entre enormes gritos la mujer.
–No es así. –Trato de defenderse el joven volviendo a aflojarse la corbata y encogiéndose debajo de su chaqueta.
–Quiero ahora mismo la hoja de reclamaciones. –Dijo  la señora de forma absoluta sumamente airada mientras chorros de sudor caían de su frente y se pasaba.
–Señora no hace falta llegar a esos extremos. –Dijo el encargado con la voz aguda y comenzando a sudar como el joven y la señora gorda. – ¿Qué ha pasado? –Preguntó al joven vendedor.
–La señora ha estado pidiéndome algo absurdo un entérelo, enterelio, exterelio o yo que sé –Dijo el joven con desesperación–. Creo que se está burlando de mí.
 – ¿Un eterelio? –Preguntó el encargado de voz aguda mientras él vendedor lo miraba con desesperación–. ¿Era solo eso? –Preguntó a la señora mirándola desde abajo. El vendedor se quedó con la boca abierta al escuchar al encargado.
 – ¿Qué? –Preguntó la señora desconcertada, mientras él joven vendedor parecía confuso. ¿Eh? Sí, venía buscando un eterelio lo compró aquí mi amiga Patu el otro día –Dijo la señora relajándose un poco.
El encargado asintió tranquilizándose, mientras el joven empleado se quedaba mirándole con ojo entornado y con el otro parpadeando. El encargado indicó con un gesto de la mano al vendedor que se alejase un poco.
–A sí, por supuesto –Se giró hacia uno de los empleados–. Por favor ve a traerme un eterelio del almacén Juan. –Uno de los empleados asintió con la cabeza y se metió por una puerta que rezaba “solo empleados”. –Lo siento mucho señora no se preocupe, ahora mismo tendrá su eterelio. Y no se preocupe que le haremos un descuento sustancial para poder compensarlo.
La cara de la mujer empezó a recuperar su compostura y empezó a rebuscar en su bolso. Sacó un pequeño paquete de clínex del que extrajo uno con el que se limpió el sudor de la frente. El pequeño clínex quedó completamente empapado y machado de maquillaje. A su vez la frente de la señora quedó medio limpia y medio manchada. Mientras el joven vendedor seguía con la cara descompuesta. En escasos minutos volvió Juan del almacén con una caja entre los brazos que puso encima del mostrador de cristal.
 –Aquí esta su eterelio. –Dijo el encargado, ante la mirada atónita del joven vendedor–.  ¿Puedo  ayudarla en alguna otra cosa?
 –La verdad es que necesitaría un Xeterdonido. –Dijo la señora gorda mas relajada, mientras el joven vendedor bufaba al escucharla.
 –¡Ah! por supuesto ¿lo quiere libuljido o almasfereto?
La pregunta del encargado hacia que el joven vendedor mirase a ambos con los ojos llenos de desesperación.
–Esto es una broma ¿no? –Preguntó a todos y a nadie en general.
Tanto la señora gorda como el encargado se volvieron a mirarle.
 – ¿Por qué no vas a tomarte un descanso? Pareces cansado –La cordialidad de la frase y la voz aguda del encargado se contradecían con la mirada que le hecho al joven vendedor–. Como iba diciendo ¿Cuál prefiere señora?
–No sé –Dijo la señora dubitativa–. ¿Cual es más enerdiolizante? –La pregunta de la señora tuvo como resultado que el joven se desabrochase el botón de la corbata y pusiese los ojos en blanco.
 –El libuljido la verdad, aunque es un poco más caro.  –Continúo el encargado haciendo caso omiso del joven vendedor.
 –Entonces me llevo ese.
–Como usted prefiera –Contesto el encargado mientras volvía a mandar a Juan al almacén–. ¿Cómo desea pagar metálico, tarjeta, eonars, grainadro o retemandiol?
El joven vendedor bufó. Se pasaron las manos por la cara hasta el pelo y volvió a bufar. 
 –Retemandiol –Dijo la señora después de haberle echando una mirada fulminante al joven vendedor.
–Me voy al médico –Anunció el joven para todo aquel que le quisiera oír. –Creo que me ha dado un derrame cerebral o algo así.
El joven vendedor atravesó las puertas automáticas sin mirar atrás como alma que lleva el diablo.





Sentado en la camilla del hospital con una bata verde que dejaba la espalda al aire. La habitación estaba vacía y el joven miraba a la puerta penetrantemente. La puerta se abrió y un hombre con una bata blanca entro en la habitación mirando unos papeles.
 –Bien, bien, bien. ¿Qué tenemos aquí? –Pregunto el hombre de la bata blanca.
 –Vera doctor, estaba trabajando y comencé a escuchar palabras raras que no entendía. Empezó a explicarse el joven atropelladamente.
 – ¿Cómo? A ver explíquemelo más despacio. –El médico frunció el entrecejo esperando la explicación.
 –Verá, estaba trabajando. Trabajo en unos grandes almacenes, en una tienda de electrodomésticos. –Parecía que los pensamientos se atropellaban en la mente del joven y le costaba hacerse entender–. Entonces llegó una señora gorda y me pidió una palabra rara. Primero pensé que había oído mal, y le hice repetirlo.  –El joven proseguía la narración con continuos movimientos de las manos mientras hablaba.
 El doctor continuaba escuchando la narración sin dejar de fruncir el ceño.
–Entonces le hice repetirlo. Pero había escuchado bien. Lo busqué en el ordenador y no aparecía –La desesperación apareció en la cara del joven constreñido–. Entonces le pregunté si era alguna especie de consolador. La señora se puso histérica y no dejaba de gritar. El encargado llegó, yo pensaba que la señora estaba loca pero cuando habló con él sí parecía que sabía de lo que estaba hablando. Entonces Juan fue al almacén  y trajo la caja y a partir de ahí… –El joven bufó–. A partir de ahí, pareció que ambos hablaban un idioma completamente incomprensible  –El vendedor se puso las manos sobre la cara y se dejó caer sobre la camilla.
 – ¿Qué pasó? –El doctor seguía con su cara impasible ante todo lo que le decía el joven.
–Pensé que me había vuelto loco o me había dado un derrame o algo. Vine lo antes que pude –La voz del joven sonaba un poco extraña desde debajo de sus manos en aquella postura tan curiosa.
–Ya –El médico empezó a hablar con mucha tranquilidad– He visto los resultados del tac y las demás pruebas que he pedido que le hiciéramos y le tengo que decir que usted esta perfectamente.
 – ¿Perfectamente? –Preguntó el joven con incredulidad en la voz y levantando una mano de su cara...
 –Perfectamente. –Corroboró el medico.
 – ¿Entonces que me pasa? –La voz del joven sonaba entrecortada.
 –Supongo que es un poco de estrés nada más. Vaya a casa y trate de relajarse seguro que mañana se encuentra mejor.
El joven vendedor se incorporó de la camilla, examinó la expresión seria del médico y arqueó una ceja.
– ¿Está seguro? –Volvió a preguntar el joven.
– Si tranquilo –Le aseguró el médico con una sonrisa afable–. No se preocupe, hoy día es raro aquel que no ha sufrido una pequeña crisis de ansiedad. Siga mi consejo vaya a casa y descanse.
El joven lo miró aliviado, se levantó de la camilla y le ofreció una mano al doctor.
 –Gracias –Dijo con una expresión sincera en el rostro.
 –No hay porque hombre  –El doctor le volvió a sonreír y estrecho su mano antes de salir por la puerta para dejar al joven vistiéndose.






El joven llego a casa y abrió la puerta con un repiqueteo de las llaves al sacarlas y al girar en la cerradura. Entró en la casa en la que la penumbra impedía ver nada. Un hámster en el microondas. 

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