El centro comercial era grande y estaba
llenos de múltiples cosas. Un joven vestido con traje y corbata espera tras el
mostrador, a que algún cliente necesitase su ayuda.
-Disculpe –Dijo una señora gorda
con un sombrero rojo ridículo, que no pegaba nada con el vestido amarillo a
puntos negros que llevaba–. Mire estoy buscando un eterelio ¿tendría alguno?
– ¿Un qué? –La cara del muchacho
mostraba como estaba completamente desconcertado.
– Un eterelio –Repitió la señora
gorda con convicción mientras se cambiaba el bolso de un sobaco a otro.
– He…. –La cara del joven mostraba
su desconcierto– ¿Está segura que se llama así? –Preguntó arqueando una ceja.
– Si, un eterelio. “E-te-re-li-o”. –Dijo la señora muy despacio moviendo copiosamente
sus abultados labios pintados de un llamativo rojo.
–¿Entérelo?
–No. Eterelio –Repitió la mujer exasperada–. ¿Es
que es la primera vez que lo escucha? –Su cara reflejaba una expresión de
superioridad y comenzó a repiquetear con las uñas rojas en el cristal del
mostrador.
– Si la verdad no sabía ni que la
palabra “eterelio” existía. ¿Es algún tipo de marca? –El joven comenzó a jugar
con el nudo de la corbata, haciendo claros esfuerzos por entender a su clienta.
– No, no. Sirve para desgortinar
el rejunlino.
La cara de incredulidad del joven
era cada vez mayor.
– Vera señora aquí vendemos electrodomésticos, desde
videoconsolas a frigoríficos.
– Me está tomando el pelo
–Pregunto la señora indignada elevando el tono de voz.
– No, no. De verdad, lo siento
mucho, podría describirme lo que me está pidiendo que ahora mismo no caigo.
– A ver es una cosa con una
palanca para que pueda girar la mitad inferior, los botones hacen que el cable
se mueva. Mientras que el dial rosa te permite elegir los números.
– ¿Qué? –La cara del vendedor se
congestionó al escuchar las palabras de la mujer, quien se mostraba cada vez
más impaciente–. A ver, creo que no término de enterarme ¿está buscando algo
con cables, que se mueve, tiene un dial rosa, botones y una palanca? ¿Me está
hablando de una especie de radio?
–No, ya le he dicho que sirve para desgortinar el
rejulino. –La mujer estada más airada por el desconocimiento absoluto del joven
vendedor que seguía jugueteando con el nudo de su corbata.
– ¿”Descortinar el repulido”? –Trataba
de repetir el joven como un loro mientras ponía cara de idiota.
– ¿Es que acaso no me ha oído? Le
he dicho que sirve para desgortinar el rejulino. –El tono de la señora gorda seguía
subiendo y volvía a cambiarse de sobaco el bolso.
En un acto claro de desesperación
el joven vendedor comenzó a meter en su ordenador las palabras eterelio,
desgortinar y rejulino.
–Lo siento –Empezó a disculparse
el joven vendedor–, pero no me aparece nada por ese nombre en el ordenador. Ni
por “entérelo”, ni por “descortinar”, ni por “repulido”.
–No le he dicho “entérelo” le he
dicho eterelio. ¿Es que no me escucha? –El tono de la señora gorda seguía
subiendo, pese al aire acondicionado de la tienda a ambos les caían gotas de
sudor.
–Eso he puesto mire. –El joven le
dio la vuelta a la pantalla del ordenador para que pudiese verlo.
La mujer gorda lanzó un rápido vistazo
a la pantalla sin mirar a ningún lado en particular.
–Eso tiene que estar mal mi amiga
Patu vino ayer mismo y se compro uno, le aseguraron que tenían muchos en el
almacén. –Dijo la mujer sin cejar en su empeño.
– ¿Está segura que lo compró
aquí? ¿No será otra tienda?
– ¿Por quién me toma estoy segura
que fue aquí? –El tono de la mujer parecía no tener tope, algunos de los otros
vendedores, así como el encargado se volvieron para mirarles.
El joven entornó los ojos. De repente
los abrió muchísimo. Se inclinó hacia la señora por encima del mostrador de
cristal.
–Se esta refiriendo a un, ya
sabe– Hizo un gesto con la cabeza y su voz era un susurro, tanto que la señora
se inclino para poder escucharlo– Ya sabe… –Y el joven volvió a repetir el
gesto con la cabeza.
Esta vez era la señora gorda la
que parecía desconcertada.
–No sé a qué se refiere. –La
señora también había bajado el tono de voz.
–Ya sabe un… –La cabeza del joven
hacia movimientos tan bruscos que parecía que se descoyuntaría el cuello en
cualquier momento, pero la señora seguía con la misma expresión idiota de desconocimiento–.
Ya sabe un… –El joven parecía desesperado por no hacerse entender–. Un… un
dildo –Dijo casi en un susurro.
–Un ¿qué? –Preguntó la señora con
expresión más confusa.
–Ya sabe –El joven ya
completamente desesperado –Un consolador.
La expresión de la mujer pasó en
escasos segundos de la confusión a la compresión
marcando un claro “¡Ah era eso!”, pero pareció que el conocimiento no le
terminó de gustar porque empezó a ponerse roja.
– ¿Qué clase de mujer se cree
usted que soy? ¿Una descarriada? –La voz de la mujer así como sus sofocos llegaron
a límites que eran dañinos para cualquier espectador–. Es usted un pervertido,
yo soy una mujer muy decente ¿Cómo se atreve a preguntarme algo así?
–Lo siento yo solo trataba de…
Ante el escándalo, el encargado
un hombre bajo y gris que se ocultaba tras unas enormes gafas de pasta negra,
se acercó con paso firme aunque inseguro.
Antes de que el pobre joven
pudiese explicarse los gruesos labios de la mujer comenzaron a moverse.
–Su dependiente acaba de
insultarme. –Dijo entre enormes gritos la mujer.
–No es así. –Trato de defenderse
el joven volviendo a aflojarse la corbata y encogiéndose debajo de su chaqueta.
–Quiero ahora mismo la hoja de
reclamaciones. –Dijo la señora de forma
absoluta sumamente airada mientras chorros de sudor caían de su frente y se
pasaba.
–Señora no hace falta llegar a
esos extremos. –Dijo el encargado con la voz aguda y comenzando a sudar como el
joven y la señora gorda. – ¿Qué ha pasado? –Preguntó al joven vendedor.
–La señora ha estado pidiéndome
algo absurdo un entérelo, enterelio, exterelio o yo que sé –Dijo el joven con
desesperación–. Creo que se está burlando de mí.
– ¿Un eterelio? –Preguntó el encargado de voz
aguda mientras él vendedor lo miraba con desesperación–. ¿Era solo eso? –Preguntó
a la señora mirándola desde abajo. El vendedor se quedó con la boca abierta al
escuchar al encargado.
El encargado asintió tranquilizándose,
mientras el joven empleado se quedaba mirándole con ojo entornado y con el otro
parpadeando. El encargado indicó con un gesto de la mano al vendedor que se
alejase un poco.
–A sí, por supuesto –Se giró
hacia uno de los empleados–. Por favor ve a traerme un eterelio del almacén Juan.
–Uno de los empleados asintió con la cabeza y se metió por una puerta que
rezaba “solo empleados”. –Lo siento mucho señora no se preocupe, ahora mismo
tendrá su eterelio. Y no se preocupe que le haremos un descuento sustancial
para poder compensarlo.
La cara de la mujer empezó a recuperar
su compostura y empezó a rebuscar en su bolso. Sacó un pequeño paquete de
clínex del que extrajo uno con el que se limpió el sudor de la frente. El
pequeño clínex quedó completamente empapado y machado de maquillaje. A su vez
la frente de la señora quedó medio limpia y medio manchada. Mientras el joven
vendedor seguía con la cara descompuesta. En escasos minutos volvió Juan del
almacén con una caja entre los brazos que puso encima del mostrador de cristal.
–Aquí esta su eterelio. –Dijo el encargado,
ante la mirada atónita del joven vendedor–. ¿Puedo
ayudarla en alguna otra cosa?
–La verdad es que necesitaría un Xeterdonido.
–Dijo la señora gorda mas relajada, mientras el joven vendedor bufaba al
escucharla.
–¡Ah! por supuesto ¿lo quiere libuljido o
almasfereto?
La pregunta del encargado hacia
que el joven vendedor mirase a ambos con los ojos llenos de desesperación.
–Esto es una broma ¿no? –Preguntó
a todos y a nadie en general.
Tanto la señora gorda como el
encargado se volvieron a mirarle.
– ¿Por qué no vas a tomarte un descanso?
Pareces cansado –La cordialidad de la frase y la voz aguda del encargado se
contradecían con la mirada que le hecho al joven vendedor–. Como iba diciendo
¿Cuál prefiere señora?
–No sé –Dijo la señora dubitativa–.
¿Cual es más enerdiolizante? –La pregunta de la señora tuvo como resultado que
el joven se desabrochase el botón de la corbata y pusiese los ojos en blanco.
–El libuljido la verdad, aunque es un poco más
caro. –Continúo el encargado haciendo
caso omiso del joven vendedor.
–Entonces me llevo ese.
–Como usted prefiera –Contesto el
encargado mientras volvía a mandar a Juan al almacén–. ¿Cómo desea pagar
metálico, tarjeta, eonars, grainadro o retemandiol?
El joven vendedor bufó. Se pasaron
las manos por la cara hasta el pelo y volvió a bufar.
–Retemandiol –Dijo la señora después de
haberle echando una mirada fulminante al joven vendedor.
–Me voy al médico –Anunció el
joven para todo aquel que le quisiera oír. –Creo que me ha dado un derrame
cerebral o algo así.
El joven vendedor atravesó las
puertas automáticas sin mirar atrás como alma que lleva el diablo.
Sentado en la camilla del
hospital con una bata verde que dejaba la espalda al aire. La habitación estaba
vacía y el joven miraba a la puerta penetrantemente. La puerta se abrió y un
hombre con una bata blanca entro en la habitación mirando unos papeles.
–Bien, bien, bien. ¿Qué tenemos aquí? –Pregunto
el hombre de la bata blanca.
–Vera doctor, estaba trabajando y comencé a
escuchar palabras raras que no entendía. Empezó a explicarse el joven
atropelladamente.
– ¿Cómo? A ver explíquemelo más despacio. –El
médico frunció el entrecejo esperando la explicación.
El doctor continuaba escuchando la narración
sin dejar de fruncir el ceño.
–Entonces le hice repetirlo. Pero
había escuchado bien. Lo busqué en el ordenador y no aparecía –La desesperación
apareció en la cara del joven constreñido–. Entonces le pregunté si era alguna
especie de consolador. La señora se puso histérica y no dejaba de gritar. El encargado
llegó, yo pensaba que la señora estaba loca pero cuando habló con él sí parecía
que sabía de lo que estaba hablando. Entonces Juan fue al almacén y trajo la caja y a partir de ahí… –El joven
bufó–. A partir de ahí, pareció que ambos hablaban un idioma completamente
incomprensible –El vendedor se puso las
manos sobre la cara y se dejó caer sobre la camilla.
– ¿Qué pasó? –El doctor seguía con su cara
impasible ante todo lo que le decía el joven.
–Pensé que me había vuelto loco o
me había dado un derrame o algo. Vine lo antes que pude –La voz del joven
sonaba un poco extraña desde debajo de sus manos en aquella postura tan
curiosa.
–Ya –El médico empezó a hablar
con mucha tranquilidad– He visto los resultados del tac y las demás pruebas que
he pedido que le hiciéramos y le tengo que decir que usted esta perfectamente.
– ¿Perfectamente? –Preguntó el joven con
incredulidad en la voz y levantando una mano de su cara...
–Perfectamente. –Corroboró el medico.
– ¿Entonces que me pasa? –La voz del joven
sonaba entrecortada.
–Supongo que es un poco de estrés nada más.
Vaya a casa y trate de relajarse seguro que mañana se encuentra mejor.
El joven vendedor se incorporó de
la camilla, examinó la expresión seria del médico y arqueó una ceja.
– ¿Está seguro? –Volvió a
preguntar el joven.
– Si tranquilo –Le aseguró el
médico con una sonrisa afable–. No se preocupe, hoy día es raro aquel que no ha
sufrido una pequeña crisis de ansiedad. Siga mi consejo vaya a casa y descanse.
El joven lo miró aliviado, se
levantó de la camilla y le ofreció una mano al doctor.
–Gracias –Dijo con una expresión sincera en el
rostro.
–No hay porque hombre –El doctor le volvió a sonreír y estrecho su
mano antes de salir por la puerta para dejar al joven vistiéndose.
El joven llego a casa y abrió la
puerta con un repiqueteo de las llaves al sacarlas y al girar en la cerradura.
Entró en la casa en la que la penumbra impedía ver nada. Un hámster en el
microondas.
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