Concha Núñez.
Este restaurante no me gusta
Jaime recoge a Clara
a la salida del colegio. Caminan por la acera de una calle larga llena de comercios.
Clara se para en el escaparate de la tienda de juguetes. Pega la nariz al
cristal, que al momento se empaña con el vaho. Se retira, se desplaza unos
centímetros a la izquierda y vuelve a hacer lo mismo.
-Vamos,
que se hace tarde – dice Jaime a la vez que la coge de la mano.
-
Papá, mira, esa Barbie es la que quiero que me traigan los Reyes Magos. Mira,
esa que tiene un vestido rosa.
-Muy
bien, cariño, ya veremos –contesta Jaime que empieza a andar.
-Ya
veremos, no. Yo quiero esa.
-Bueno,
pues le escribiremos a los Reyes Magos, pero ellos no siempre traen exactamente
lo que los niños les piden.
-Pues
si no me la traen me la compras tú –dice Clara, que se para y se suelta de la
mano de su padre.
-Bueno,
si no te la traen, ya veremos, que todavía falta un mes. Pero ahora anda que se
hace tarde.
Jaime
vuelve a cogerla de la mano y tira de ella andando.
-Estoy
cansada ¿Por qué no coges el coche?
-Ya
te he dicho que está en el taller. Además, estamos muy cerca.
-No,
no estamos cerca, tenemos que andar mucho y yo estoy cansada.
Clara
se para de nuevo a unos metros de una Agencia de Viajes, anda unos pasos hasta
pararse justo en el escaparate donde un cartel con un dibujo del ratón Mickey
anuncia un viaje a Disneyland París. Jaime se para a su lado.
-Dis
ne y land –lee Clara en voz alta- Ahí ha estado Edu. Me lo contó en el recreo.
Dice que vio a Mickey, Minnie, Donald… Yo también quiero ir.
-Algún
día iremos -contesta Jaime mientras saca un pañuelo blanco del bolsillo de su
cazadora de lana, se lo pasa a izquierda y derecha por la nariz y vuelve a
doblarlo. Luego lo devuelve al bolsillo y se sube la cremallera de la cazadora
hasta arriba del todo.
-Es
que yo quiero subirme en un avión, papá. Me ha contado Edu que se ven debajo
las nubes.
-Tú
ya has subido, y más de una vez.
-
Pero no me acuerdo.
-Claro,
es que eras muy pequeña. Pero has subido.
-Pero
yo quiero ir a Disneyland ¿Tú has estado alguna vez en Disneyland?
-No,
pero sí en París.
-Cuéntame
cómo es.
-Pero,
sigue andando, por favor.
>>Pues,
París es preciosa. El símbolo de la
ciudad es la torre Eiffel.
-¿Esa
es la de las fotos que tienes en tu estudio? ¿La que parece un juguete de niño?
-Sí,
esa.
-Pues
a mí no me parece bonita, y no sé por qué tienes tantas fotos iguales de ella.
-No
son tantas, sólo cuatro, y no son iguales. Están tomadas a distinta distancia,
desde distintos ángulos, a una hora distinta del día…
-Pero
ahora no haces fotos ¿no?
-Bueno,
ahora hago menos.
-¿Y
qué más cosas bonitas hay en París?
-Muchísimas:
la catedral de Notre Dame, el Arco del Triunfo, el museo del Louvre, el de los
impresionistas…
-¿Qué
son impresionistas, papá?
-Pues,
son los que utilizaron la técnica del impresionismo para pintar. Veras, si
miras el cuadro de cerca sólo ves manchas de color; pero si te retiras, tu ojo
forma las figuras.
-Bueno,
pero yo lo que quiero ver es Disneyland.
-Por
supuesto que también iremos a Disneyland.
Clara
se para de nuevo en la acera y empieza a lloriquear.
-Es
que me duelen los pies.
-Vamos,
hija, que volvemos la esquina y ya llegamos ¿no tienes hambre?
-Sí,
pero no quiero andar más.
Jaime
vuelve a sacar su pañuelo del bolsillo y le seca las lágrimas sin desdoblarlo.
-No
seas quejica, que ya estamos llegando. No querrás que te coja en brazos como
cuando eras pequeña ¿no?
-No,
papá, pero me aprietan los zapatos.
Clara
vuelve a pararse. Se apoya sobre el pie derecho y encoge el izquierdo como si
quisiera reducirlo dentro del zapato, y luego apoya el izquierdo y encoge el
derecho. Jaime la coge de la mano y continúan andando. Unos operarios están
colocando unas tiras de bombillas con una estrella en el centro de uno a otro
extremo de la calle. Jaime y Clara se apartan de la acera porque está ocupada
con las escaleras que están utilizando. Clara mira hacia arriba, hacia las
luces apagadas.
-¿Y
dónde más has ido en avión papá?
-A
muchos sitios, cariño. Con mamá he viajado por casi toda Europa y también a
Nueva York. A veces de vacaciones y otras por mi trabajo. Cuando nos conocimos
yo ya era fotógrafo y mamá estaba terminando la carrera de Biología. Me
encargaron un reportaje para un congreso de Arquitectura. A mamá le habían
ofrecido trabajar de azafata esos tres días en el congreso y allí la conocí.
Luego, cuando tenía que trabajar fuera varios días, ella me acompañaba casi
siempre, hasta que naciste tú.
-¿Y
por qué no vamos a Disneyland?
-Te
digo que ya iremos, pero ahora no te pares, que cruzamos el semáforo y ya estamos
allí.
En la cocina hay
mucho ajetreo. Dos mujeres cogen filetes de pollo de una fuente y los van
pasando por huevo y pan rallado. Otra los va cogiendo y los va echando a
una freidora de gran tamaño. Al caer llenan
la superficie del aceite de burbujas y se levanta una columna de humo y vapor
que va absorbiendo un tubo extractor que sale del techo, justo encima.
-Cada
día viene más gente ¿crees que habrá suficientes filetes? –Pregunta una de las voluntarias
a la encargada de la cocina.
-Pues
cortadlos lo más finos que podáis que con el empanado no hace falta que sean
gordos –contesta mirando a la freidora mientras la mujer que está delante va
sacando los que ya están fritos y los pone en unas bandejas de acero
inoxidable.
En
el otro extremo de la cocina otras dos mujeres acaban de volcar una cacerola de
salsa de tomate sobre otra bastante mayor de espaguetis hervidos y escurridos, y
los remueven.
-Los
espaguetis ya están listos ¿los vamos sirviendo? –pregunta una de ellas.
-Sí,
pero no llenes mucho los platos no sea que falten –Contesta la encargada.
Entre
dos voluntarias, Ana y Menchu, cogen la cacerola cada una por un asa, la colocan
sobre un carrito metálico con ruedas, y lo empujan hacia la puerta que separa
la cocina del comedor. A través del cristal ojo de buey que tiene cada una de
las dos hojas de la puerta se pueden ver personas de todas las edades sentadas
a las mesas.
-Esto
está a rebosar –dice Ana a Menchu- Y, suerte que estamos en una zona donde los
comercios colaboran bastante y no dejan de darnos ropa, zapatos, comida… Pero
como esto siga así no sé si va a alcanzar. Si vieras cuando yo empecé a
colaborar hace poco más de un año, no teníamos ni la mitad de gente; entonces
hasta sobraba de todo. Yo entré en Ropero, pero cuando empezó a faltar gente en
la cocina me pidieron que me viniera para acá.
-Menchu
no dice nada y empuja el carrito, cruzan la puerta y salen al comedor. Allí
están preparadas tres filas de mesas largas y estrechas a todo lo largo del
salón, rodeadas de sillas plegables. Sobre las mesas, los platos están vacíos,
los cubiertos, delante con una servilleta de papel debajo, y los vasos detrás
de cada plato. En el centro de la mesa hay varias jarras llenas de agua
repartidas a todo lo largo.
Unas
doscientas personas han ido invadiendo el comedor y ocupando los asientos. La
mayoría de ellas no habla; simplemente se sienta y espera la comida. Otros ya
se conocen y entablan conversación.
Menchu
empuja el carrito por el pasillo entre las filas de mesas. El sonido de las
ruedas sobre el suelo de cerámica, seguido del “toc” “toc” de sus tacones
anuncian que ya está la comida. Llega al final del comedor y empieza a servir los
espaguetis en los platos.
-¡Vaya!
cortito sirven hoy –dice un joven a un
hombre que tiene enfrente en la mesa acompañado de una de mujer.
-
Con que estén calientes me conformo, con el frío que hace – contesta el otro.
-¿Yo
me llamo Luis y tú?
-Yo,
Chema y mi mujer Marina.
-¡Hola!
–dice Marina.
-¿Es
la primera vez que venís?
-Pues
no, vengo venimos de vez en cuando.
-Yo
llevo tres meses viniendo, ya me conozco el menú de todos los días. Mañana martes,
ensalada y guiso de patatas ¿Y tú a qué te dedicas?
-Pues
ya ves. Pero soy agente comercial ¿y tú?
-Pues….
He estudiado Relaciones Laborales.
>>
Disculpe –dice a un hombre de mediana edad que tiene a la derecha, a quien le
ha dado con el codo en su intento de liar los espaguetis en el tenedor.
-No
es nada –Contesta el hombre, que a la vez habla con una pareja joven que tiene
enfrente: -Pues hace varios días que no os veía por aquí.
-
Sí, es que hemos ido a ver a los niños que están con mi madre –Contesta el
marido, mientras su mujer no dice nada.
-¿Y
están bien?
-Sí,
muy contentos. La abuela los mima mucho y hemos estado solucionando lo del
colegio para que vayan allí y no pierdan el curso.
-Estupendo.
En
la esquina de la mesa una pareja con dos niños hablan entre ellos en un idioma
extranjero. Y al lado, un joven con mal aspecto ha apoyado los brazos sobre la
mesa y ha metido la cabeza entre ellos
como si quisiera dormir.
Menchu
sigue avanzando por el pasillo y repartiendo espaguetis cuando entran por la
puerta Jaime y Clara. Se sientan en la única mesa donde queda sitio libre,
junto a la puerta de la cocina. Menchu los mira y al poco llega a su mesa.
-Hola.
Venís un poco tarde –dice Menchu.
-Hola,
mamá, contesta Clara.
-Hola,
cariño, dice Jaime.
-¿Qué
tal el colegio?
-Bien,
mamá, hoy me han salido bien las cuentas.
-¡Enhorabuena!
Menchu
llena sus dos platos, rebaña lo que
queda en la cacerola y lo echa en el de Jaime. Luego se vuelve a la cocina.
Minutos después aparece con las bandejas de filetes de pollo y los reparte.
-Papá,
no me gustan esta carne.
-¿Cómo
que no, si son filetes de pollo y están riquísimos?
-No,
no están riquísimos y no me gustan. Yo quiero otra cosa.
-Clara,
sabes que en este restaurante todo el mundo come lo mismo. No podemos pedir
otra cosa.
-Pues
no quiero más.
-Anda,
sólo un trocito que se va a enfadar mamá como vea que no te lo has comido –Dice
Jaime a la vez que pincha un trocito de pollo e intenta metérselo en la boca a
Clara.
-No,
no quiero más –dice la niña, y aprieta la boca para impedir que entre el
tenedor- Además, no me gusta este restaurante ¿Cuándo vamos a comer en casa,
como antes?
-Pero
¿acaso no es divertido comer aquí, que mamá nos sirva la comida tan guapa, con
ese delantal blanco…?
-No,
no me gusta esto ni me gusta ese pollo.
Jaime
desiste y suelta el tenedor. Coge una servilleta de papel, la desdobla, se
limpia la boca. Coge una jarra de agua y llena su vaso y el de Clara. Bebe un
poco, vuelve a limpiarse la boca y sigue comiendo. Clara también coge su vaso.
-Límpiate
la boca antes de beber que la tienes manchada de tomate –Dice Jaime y le da una
servilleta.
Una
mujer bastante mayor, que está sentada enfrente de la niña la mira e intenta
convencerla.
-¿No
te gusta la carne, guapa?
-No,
esta no me gusta.
-Pues
tienes que comer para crecer.
-No,
no quiero más.
Se
mueve la puerta abatible y antes de que aparezca Menchu con el postre Jaime va
a su encuentro.
-¿Tienes
alguna novedad? Pregunta ella.
-Pues
he solicitado un puesto de jardinero en una urbanización de las afuera.
-Pero
¿tú sabes de jardinería?
-No
importa. ¡Ojalá me llamen! Ya me las arreglaré. Es la única oferta que había, Los
que me iban a dar el reportaje de boda se han rajado, y eso que les dí un
precio de risa. Y a ti ¿te ha dicho algo el director del Centro?
-Pues
últimamente las únicas peticiones que llegan son de alguien para limpiar por
horas.
-¡No,
por favor!
-No
habrá más remedio. De todas formas aquí friego platos y encima gratis.
Se
quedan en silencio unos segundos.
-¿Te vienes ahora con nosotros?
-No,
vete tú con Clara que yo voy a esperar a las cuatro que vienen las voluntarias
del ropero y pregunto si ha entrado algún par de zapatos del 27.
-No,
del 28, del 27 son los que tiene.
-Sí,
claro, me había liado.
Jaime
se vuelve a su mesa. Menchu va detrás, repartiendo plátanos. Da uno a Clara que
lo coge y sonríe. Se lo come, se levantan de la mesa y se van.
Vuelven
por la misma calle. Pasan por la agencia de viajes y por la tienda de juguetes,
pero las persianas están echadas y ocultan el escaparate. Los operarios han
terminado de colocar las luces de Navidad. Las aceras están casi solas a esa
hora y sólo circulan algunos coches. Jaime y Clara andan de la mano. Ambos
miran hacia arriba, hacia las luces recién colocadas y aún apagadas, y siguen
caminando despacio, sin prisa.
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