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jueves, 31 de mayo de 2012

Relato 6 de
Concha Núñez.


Este restaurante no me gusta

Jaime recoge a Clara a la salida del colegio. Caminan por la acera de una calle larga llena de comercios. Clara se para en el escaparate de la tienda de juguetes. Pega la nariz al cristal, que al momento se empaña con el vaho. Se retira, se desplaza unos centímetros a la izquierda y vuelve a hacer lo mismo.
-Vamos, que se hace tarde – dice Jaime a la vez que la coge de la mano.
- Papá, mira, esa Barbie es la que quiero que me traigan los Reyes Magos. Mira, esa que tiene un vestido rosa.
-Muy bien, cariño, ya veremos –contesta Jaime que empieza a andar.
-Ya veremos, no. Yo quiero esa.
-Bueno, pues le escribiremos a los Reyes Magos, pero ellos no siempre traen exactamente lo que los niños les piden.
-Pues si no me la traen me la compras tú –dice Clara, que se para y se suelta de la mano de su padre.
-Bueno, si no te la traen, ya veremos, que todavía falta un mes. Pero ahora anda que se hace tarde.
Jaime vuelve a cogerla de la mano y tira de ella andando.
-Estoy cansada ¿Por qué no coges el coche?
-Ya te he dicho que está en el taller. Además, estamos muy cerca.
-No, no estamos cerca, tenemos que andar mucho y yo estoy cansada.
Clara se para de nuevo a unos metros de una Agencia de Viajes, anda unos pasos hasta pararse justo en el escaparate donde un cartel con un dibujo del ratón Mickey anuncia un viaje a Disneyland París. Jaime se para a su lado.
-Dis ne y land –lee Clara en voz alta- Ahí ha estado Edu. Me lo contó en el recreo. Dice que vio a Mickey, Minnie, Donald… Yo también quiero ir.
-Algún día iremos -contesta Jaime mientras saca un pañuelo blanco del bolsillo de su cazadora de lana, se lo pasa a izquierda y derecha por la nariz y vuelve a doblarlo. Luego lo devuelve al bolsillo y se sube la cremallera de la cazadora hasta arriba del todo.
-Es que yo quiero subirme en un avión, papá. Me ha contado Edu que se ven debajo las nubes.
-Tú ya has subido, y más de una vez.
- Pero no me acuerdo.
-Claro, es que eras muy pequeña. Pero has subido.
-Pero yo quiero ir a Disneyland ¿Tú has estado alguna vez en Disneyland?
-No, pero sí en París.
-Cuéntame cómo es.
-Pero, sigue andando, por favor.
>>Pues, París es preciosa.  El símbolo de la ciudad es la torre Eiffel.
-¿Esa es la de las fotos que tienes en tu estudio? ¿La que parece un juguete de niño?
-Sí, esa.
-Pues a mí no me parece bonita, y no sé por qué tienes tantas fotos iguales de ella.
-No son tantas, sólo cuatro, y no son iguales. Están tomadas a distinta distancia, desde distintos ángulos, a una hora distinta del día…
-Pero ahora no haces fotos ¿no?
-Bueno, ahora hago menos.
-¿Y qué más cosas bonitas hay en París?
-Muchísimas: la catedral de Notre Dame, el Arco del Triunfo, el museo del Louvre, el de los impresionistas…
-¿Qué son impresionistas, papá?
-Pues, son los que utilizaron la técnica del impresionismo para pintar. Veras, si miras el cuadro de cerca sólo ves manchas de color; pero si te retiras, tu ojo forma las figuras.
-Bueno, pero yo lo que quiero ver es Disneyland.
-Por supuesto que también iremos a Disneyland.
Clara se para de nuevo en la acera y empieza a lloriquear.
-Es que me duelen los pies.
-Vamos, hija, que volvemos la esquina y ya llegamos ¿no tienes hambre?
-Sí, pero no quiero andar más.
Jaime vuelve a sacar su pañuelo del bolsillo y le seca las lágrimas sin desdoblarlo.
-No seas quejica, que ya estamos llegando. No querrás que te coja en brazos como cuando eras pequeña ¿no?
-No, papá, pero me aprietan los zapatos.
Clara vuelve a pararse. Se apoya sobre el pie derecho y encoge el izquierdo como si quisiera reducirlo dentro del zapato, y luego apoya el izquierdo y encoge el derecho. Jaime la coge de la mano y continúan andando. Unos operarios están colocando unas tiras de bombillas con una estrella en el centro de uno a otro extremo de la calle. Jaime y Clara se apartan de la acera porque está ocupada con las escaleras que están utilizando. Clara mira hacia arriba, hacia las luces apagadas.
-¿Y dónde más has ido en avión papá?
-A muchos sitios, cariño. Con mamá he viajado por casi toda Europa y también a Nueva York. A veces de vacaciones y otras por mi trabajo. Cuando nos conocimos yo ya era fotógrafo y mamá estaba terminando la carrera de Biología. Me encargaron un reportaje para un congreso de Arquitectura. A mamá le habían ofrecido trabajar de azafata esos tres días en el congreso y allí la conocí. Luego, cuando tenía que trabajar fuera varios días, ella me acompañaba casi siempre, hasta que naciste tú.
-¿Y por qué no vamos a Disneyland?
-Te digo que ya iremos, pero ahora no te pares, que cruzamos el semáforo y ya estamos allí.



En la cocina hay mucho ajetreo. Dos mujeres cogen filetes de pollo de una fuente y los van pasando por huevo y pan rallado. Otra los va cogiendo y los va echando a una  freidora de gran tamaño. Al caer llenan la superficie del aceite de burbujas y se levanta una columna de humo y vapor que va absorbiendo un tubo extractor que sale del techo, justo encima.
-Cada día viene más gente ¿crees que habrá suficientes filetes? –Pregunta una de las voluntarias a la encargada de la cocina.
-Pues cortadlos lo más finos que podáis que con el empanado no hace falta que sean gordos –contesta mirando a la freidora mientras la mujer que está delante va sacando los que ya están fritos y los pone en unas bandejas de acero inoxidable.
En el otro extremo de la cocina otras dos mujeres acaban de volcar una cacerola de salsa de tomate sobre otra bastante mayor de espaguetis hervidos y escurridos, y los remueven.
-Los espaguetis ya están listos ¿los vamos sirviendo? –pregunta una de ellas.
-Sí, pero no llenes mucho los platos no sea que falten –Contesta la encargada.
Entre dos voluntarias, Ana y Menchu, cogen la cacerola cada una por un asa, la colocan sobre un carrito metálico con ruedas, y lo empujan hacia la puerta que separa la cocina del comedor. A través del cristal ojo de buey que tiene cada una de las dos hojas de la puerta se pueden ver personas de todas las edades sentadas a las mesas.
-Esto está a rebosar –dice Ana a Menchu- Y, suerte que estamos en una zona donde los comercios colaboran bastante y no dejan de darnos ropa, zapatos, comida… Pero como esto siga así no sé si va a alcanzar. Si vieras cuando yo empecé a colaborar hace poco más de un año, no teníamos ni la mitad de gente; entonces hasta sobraba de todo. Yo entré en Ropero, pero cuando empezó a faltar gente en la cocina me pidieron que me viniera para acá.
-Menchu no dice nada y empuja el carrito, cruzan la puerta y salen al comedor. Allí están preparadas tres filas de mesas largas y estrechas a todo lo largo del salón, rodeadas de sillas plegables. Sobre las mesas, los platos están vacíos, los cubiertos, delante con una servilleta de papel debajo, y los vasos detrás de cada plato. En el centro de la mesa hay varias jarras llenas de agua repartidas a todo lo largo.
Unas doscientas personas han ido invadiendo el comedor y ocupando los asientos. La mayoría de ellas no habla; simplemente se sienta y espera la comida. Otros ya se conocen y entablan conversación.
Menchu empuja el carrito por el pasillo entre las filas de mesas. El sonido de las ruedas sobre el suelo de cerámica, seguido del “toc” “toc” de sus tacones anuncian que ya está la comida. Llega al final del comedor y empieza a servir los espaguetis en los platos.
-¡Vaya! cortito sirven hoy  –dice un joven a un hombre que tiene enfrente en la mesa acompañado de una de mujer.
- Con que estén calientes me conformo, con el frío que hace – contesta el otro.
-¿Yo me llamo Luis y tú?
-Yo, Chema y mi mujer Marina.
-¡Hola! –dice Marina.
-¿Es la primera vez que venís?
-Pues no, vengo venimos de vez en cuando.
-Yo llevo tres meses viniendo, ya me conozco el menú de todos los días. Mañana martes, ensalada y guiso de patatas ¿Y tú a qué te dedicas?
-Pues ya ves. Pero soy agente comercial ¿y tú?
-Pues…. He estudiado Relaciones Laborales.
>> Disculpe –dice a un hombre de mediana edad que tiene a la derecha, a quien le ha dado con el codo en su intento de liar los espaguetis en el tenedor.
-No es nada –Contesta el hombre, que a la vez habla con una pareja joven que tiene enfrente: -Pues hace varios días que no os veía por aquí.
- Sí, es que hemos ido a ver a los niños que están con mi madre –Contesta el marido, mientras su mujer no dice nada.
-¿Y están bien?
-Sí, muy contentos. La abuela los mima mucho y hemos estado solucionando lo del colegio para que vayan allí y no pierdan el curso.
-Estupendo.
En la esquina de la mesa una pareja con dos niños hablan entre ellos en un idioma extranjero. Y al lado, un joven con mal aspecto ha apoyado los brazos sobre la mesa  y ha metido la cabeza entre ellos como si quisiera dormir.
Menchu sigue avanzando por el pasillo y repartiendo espaguetis cuando entran por la puerta Jaime y Clara. Se sientan en la única mesa donde queda sitio libre, junto a la puerta de la cocina. Menchu los mira y al poco llega a su mesa.
-Hola. Venís un poco tarde –dice Menchu.
-Hola, mamá, contesta Clara.
-Hola, cariño, dice Jaime.
-¿Qué tal el colegio?
-Bien, mamá, hoy me han salido bien las cuentas.
-¡Enhorabuena!
Menchu llena sus dos platos,  rebaña lo que queda en la cacerola y lo echa en el de Jaime. Luego se vuelve a la cocina. Minutos después aparece con las bandejas de filetes de pollo y los reparte.  
-Papá, no me gustan esta carne.
-¿Cómo que no, si son filetes de pollo y están riquísimos?
-No, no están riquísimos y no me gustan. Yo quiero otra cosa.
-Clara, sabes que en este restaurante todo el mundo come lo mismo. No podemos pedir otra cosa.
-Pues no quiero más.
-Anda, sólo un trocito que se va a enfadar mamá como vea que no te lo has comido –Dice Jaime a la vez que pincha un trocito de pollo e intenta metérselo en la boca a Clara.
-No, no quiero más –dice la niña, y aprieta la boca para impedir que entre el tenedor- Además, no me gusta este restaurante ¿Cuándo vamos a comer en casa, como antes?
-Pero ¿acaso no es divertido comer aquí, que mamá nos sirva la comida tan guapa, con ese delantal blanco…?
-No, no me gusta esto ni me gusta ese pollo.
Jaime desiste y suelta el tenedor. Coge una servilleta de papel, la desdobla, se limpia la boca. Coge una jarra de agua y llena su vaso y el de Clara. Bebe un poco, vuelve a limpiarse la boca y sigue comiendo. Clara también coge su vaso.
-Límpiate la boca antes de beber que la tienes manchada de tomate –Dice Jaime y le da una servilleta.
Una mujer bastante mayor, que está sentada enfrente de la niña la mira e intenta convencerla.
-¿No te gusta la carne, guapa?
-No, esta no me gusta.
-Pues tienes que comer para crecer. 
-No, no quiero más.
Se mueve la puerta abatible y antes de que aparezca Menchu con el postre Jaime va a su encuentro.
-¿Tienes alguna novedad? Pregunta ella.
-Pues he solicitado un puesto de jardinero en una urbanización de las afuera.
-Pero ¿tú sabes de jardinería?
-No importa. ¡Ojalá me llamen! Ya me las arreglaré. Es la única oferta que había, Los que me iban a dar el reportaje de boda se han rajado, y eso que les dí un precio de risa. Y a ti ¿te ha dicho algo el director del Centro?
-Pues últimamente las únicas peticiones que llegan son de alguien para limpiar por horas.
-¡No, por favor!
-No habrá más remedio. De todas formas aquí friego platos y encima gratis.
Se quedan en silencio unos segundos.
-¿Te vienes  ahora con nosotros?
-No, vete tú con Clara que yo voy a esperar a las cuatro que vienen las voluntarias del ropero y pregunto si ha entrado algún par de zapatos del 27.
-No, del 28, del 27 son los que tiene.
-Sí, claro, me había liado.
Jaime se vuelve a su mesa. Menchu va detrás, repartiendo plátanos. Da uno a Clara que lo coge y sonríe. Se lo come, se levantan de la mesa y se van.
Vuelven por la misma calle. Pasan por la agencia de viajes y por la tienda de juguetes, pero las persianas están echadas y ocultan el escaparate. Los operarios han terminado de colocar las luces de Navidad. Las aceras están casi solas a esa hora y sólo circulan algunos coches. Jaime y Clara andan de la mano. Ambos miran hacia arriba, hacia las luces recién colocadas y aún apagadas, y siguen caminando despacio, sin prisa.

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