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viernes, 18 de mayo de 2012

Relato 4 de
Concha Núñez


VISITA AL HIPER

–¡Hay que ver la tía esta! ¡Lo que se le ocurre ahora casi a final de curso! –dice Rafa cabreado porque la profesora de Historia les ha pedido un trabajo en grupos de dos, sobre consumo.
–Rafa, métete ya a la derecha que está ahí el desvío ¡Con cuidado, hombre! ¡Pon el intermitente!
–Carlos, cállate ya, que te pareces a mi padre, que no hay quien conduzca a su lado.
–Oye, que todos hemos sido novatos, y si no te aviso te lo saltas y nos metemos en la autopista.
–¡Mira quién habla, el experto!
–Bueno, ya hace un año que tengo carné aunque todos no tenemos tanta suerte –contesta Carlos con envidia porque a él también le prometieron un coche cuando aprobara el carné de conducir. Y no es que no lo hiciera, que lo sacó a la primera, pero suspendió tres asignaturas, no pudo hacer la Selectividad y está repitiendo curso–. Es que tus padres son cojonudos –continúa Carlos–,  porque hay que ver los míos cómo se pusieron. Oye, que no es tan grave, que yo el año pasado lo pasé muy mal con lo de Gloria, irse la tía con el gilipollas ese…
–Tío, reconoce que tampoco te matas estudiando. Además, coges el coche de tu madre cada vez que te da la gana. 
>>Bueno, y ¿has pensado ya cómo vamos a hacer el trabajo?
–No sé. ¿Qué dijo?
–Sólo dijo “sobre consumo” y si hubieras ido a clase te habrías enterado.
–Si es que no aguanto a la gorda esa.
–Carlos, se trata de salir del paso, porque ha dicho que si no lo entregamos no aprobamos. Por eso, ahora apuntamos variedades, precios, marcas… No tengo ni idea, pero ya se nos ocurrirá algo.
–No, si a lo mejor ni los lee, si yo creo que lo ha hecho por joder. Yo ya he convencido a mi hermana para que nos lo pase a ordenador, que la tía esa ya sabes lo maniática que es “Los acentos parece que los habéis regado por el texto donde cayeran ¿no? Pues por cada acento de más o de menos os voy a restar 0,25 puntos; eso por no hablar de los signos de puntuación. Además, os recuerdo que el punto y coma también existe, a ver si le dais una oportunidad de vez en cuando” –Remeda Carlos a Cati, la profesora de Historia, intentando agudizar la voz lo máximo que puede para asemejarse a la de ella–. Es que no la aguanto, y  como mi hermana quiere hacer Filología, le pone mucha atención a esas cosas.
–¿Quién, Inés? – pregunta Rafa, que muestra una inevitable sonrisa.
–Claro, la que tengo ¿qué hermana va a ser? Pero me ha dicho que el trabajo de campo tenemos que hacerlo nosotros, que ella tiene mucho que estudiar (ya sabes lo empollona que es) y patatín patatán, y que bastante favor me hace (bueno, nos hace) con pasarlo a ordenador. ¡Sigue a estos coches!– dice Carlos señalando una fila de vehículos delante de ellos– que por ahí se entra al aparcamiento.
–Tío, es que yo no he venido aquí nunca.
–Yo vine una vez con mi padre a comprar una impresora que anunciaban en el catálogo de ofertas, y los muy sinvergüenzas –Carlos interrumpe su frase–. ¡Baja a la segunda planta que ésta está llena! –dice–. Pues eso, que vemos la impresora en el catálogo a no0venta ya nueve euros y treinta de descuento en caja. Venimos por una, la metemos en el carro, nos vamos a la caja y cuando la pasa por caja marca noventa y nueve euros. Mi padre protesta: "Oiga, nos tiene que descontar treinta euros", dice. Entonces la cajera llama a no sé quién,   comprueba el código y dice que no tiene descuento ninguno, que son noventa y nueve euros. Entonces nos vamos a "Atención al Cliente", se lo contamos, llaman al encargado y aparece un fulanito muy trajeado y nos dice que los treinta euros los devuelven en caja comprando también el ordenador. "Oiga, en el catálogo no dice nada de comprar el ordenador", dice mi padre, y el muy gilipollas del fulanito ese le contesta que en la foto aparece la impresora junto con el ordenador, que se sobreentiende que hay que comprar las dos cosas, que patatín, patatán. Total, que no nos devuelven los treinta euros. Mi padre pide una hoja de reclamación, la rellena, y todavía estamos esperando que nos contesten.
–¿Te acordarás luego dónde hemos dejado el coche? Pregunta Carlos mientras cruzan la puerta que separa el aparcamiento de las escaleras mecánicas.
–Claro, en el sótano 2.
–¿Y en qué número?
–¡Hostia!, yo no me he fijado en el número, pero seguro que si bajo me acuerdo.
–Bueno, pues no te fíes. Primera lección que no dan en la autoescuela: cuando vayas a un centro comercial, fíjate en el número donde aparcas, y en el color si hay más de uno. 
>>Verás, al poco de tener el carnet me dice mi madre que si la acompaño a Ikea a comprar una estantería me deja conducir. Y yo, loco de contento, le digo que sí. Claro, loco de contento por conducir porque luego me tocó cargar con la caja, que tú la ves y dices “pues no es muy grande”,  pero ¡no veas cómo pesa! Y luego la lucha para meterla dentro del coche y descargarla otra vez en mi casa…   Lo que te iba a contar, que llegamos, aparcamos y después de estar tres horas allí, bajamos medio borrachos entre mesas, silla, cajoneras, edredones y no sé qué, porque ¿Tú has estado alguna vez alli?
– No, nunca –contesta Rafa.
–Pues, una vez que entras ya no puedes salir. Tienes que hacer el recorrido de la tienda entera. Pues eso, una vez fuera de la tienda laberinto llegamos al aparcamiento y empezamos a dar vueltas y vueltas y no encontramos el coche. ¡La que liamos! Tuvo que venir uno de seguridad a ayudarnos a encontrarlo.
¿Cogemos un carrito? –pregunta Rafa
–Si, aunque no vamos a comprar. Pero como todo el mundo lleva uno…Yo lo empujo y tú apuntas.
–¿Y qué apunto? Podía haber venido con nosotros Inés, que las mujeres de eso entienden más. 
Al decir “Inés” se le vuelve a iluminar la cara, porque hace tiempo que le gusta la hermana de Carlos.
-Sí, y de camino le enseñas tu coche, verdad. ¡Anda, Rafa, que se te ve el plumero! Ya me ha costado bastante convencerla para que nos pase el trabajo a ordenador. Y además, ya te he dicho mil veces que mi hermana tiene novio.
¿Y qué? Si te refieres al larguirucho ese que estaba el otro día en tu casa… Mírame –dice Rafa y se da una vuelta sobre sí mismo con la parsimonia de un torero que hace el paseíllo  . No me dirás que me va a asustar a mí esa competencia, aunque yo sea algo más recortadito ¿no?
–No, si ahora se te va a subir el gimnasio a la cabeza.  “Toalla de tocador, toalla de lavabo, toalla de ducha y toalla de baño” –Va leyendo Carlos cuando pasa por un mostrador con una oferta de toallas–. Oye ¿cuál es la diferencia entre las toallas de ducha y las de baño?
–No sé, pregúntale a la tía buena esa…la que está colgando las blusas en el perchero –contesta Rafa.
–Perdona ¿qué diferencia hay entre una toalla de ducha y una de baño?  pregunta Carlos a la dependienta; una morena alta y atractiva.
–Pues que las de ducha son más pequeñas que las de baño y por eso son más baratas.
–¡Vale, gracias!
–¡Acabáramos! tío, ¿tú entiendes eso? – pregunta a Rafa -¿Acaso no se moja uno igual cuando se ducha que cuando se baña?
–¡Eso digo yo! Pero tú anota. Y, ya que estamos en la sesión de perfumería vamos a echarle un vistazo –dice Rafa mientras empuja el carrito hacia la zona de productos de aseo. En una estantería cuelga un cartel con la palabra “Aromaterapia” donde hay botes con aceites corporales de ducha de distintos y atractivos colores, que ofrecen cualidades fabulosas para el relax, la estimulación, el estado de ánimo, etc. etc. Las estanterías del resto del pasillo rebosan de botes y cajas de productos mágicos para conseguir un cuerpo y una cara perfectos.
–Yo creo que debíamos de centrar el trabajo sobre el consumo de productos de aseo, porque con todo lo que hay aquí sobra para hacer no sé cuantos trabajos.
–Vale – responde Carlos, que está deseando de terminar cuanto antes. Coge su boli y anota en su bloc una enorme lista de productos para el baño, espumas de afeitar, lociones hidratantes para después del baño, para después del afeitado, champús, cremas para enjuagar el pelo, para dejarlo liso, rizado, con volumen, planchado; cremas depilatorias, cremas que reducen la grasa el 66% o las estrías el 39%. Otras reducen la cintura en 3,4 cm. mientras se duerme. También las hay que eliminan el 40% de la flaccidez o pastas dentífricas que consiguen unos dientes un 35% más blancos.
–Rafa ¿cómo crees que se pueden calcular estos porcentajes?
–Tío, yo qué sé, si además creo que las pruebas en los laboratorio se hacen con ratones… Tú anota y ya está, y a ver si convences a tu hermana para que nos eche una mano que ella entiende más que nosotros de estas cosas y seguro que hasta disfruta.
Carlos sigue y sigue anotando productos que prometen un 30% menos de arrugas en una semana, cremas con resultados sorprendentes similares a la cirugía estética porque están hechas con veneno de serpiente, baba de caracol o extracto de caviar. Y Carlos, sigue y sigue anotando hasta completar una enorme lista.
–Carlos, tengo sed. Antes de irnos vamos a coger una botella de agua.
Se dirigen al pasillo donde pone un cartel “Agua” y se encuentran una estantería de unos dos metros de altura y de todo el largo de la calle llena de distintas marca de agua. Duda entre el agua con gas, sin gas, bicarbonatadas, naturales, de mineralización débil, aguas que aligeran, aguas energizantes, aguas del norte, del sur, del este, y del oeste de nuestra geografía.
–¡Rafa, venga ya! Coge cualquiera y vámonos. –le urge Carlos cuando lo ve coger una botella y soltar otra–. Por fin coge un paquete con dos botellas porque vale casi igual que una sola y se van.
En la caja, la cajera pasa el paquete por el escáner y pregunta si quieren bolsa.
–Sí, claro –contesta Rafa.
– Pues son cinco céntimos.
–¿Cómo? ¿Pero las bolsas no son gratis?
–No, porque contaminan el medio ambiente –contesta la cajera.
–¿Y si las cobran ya no contaminan? Pues no me dé bolsa. No voy a pagar encima de hacerles publicidad.
La cajera lo mira y no dice nada. Le cobra el agua y se van. Se dirigen a la salida del aparcamiento. Se paran un momento, abren una botella e agua y beben los dos a chorro. Al lado, una ONG ha montado un mostrado donde pretenden recaudar dinero de los que pasan por allí. Una chica joven los aborda y les solicita su colaboración. Carlos mete la mano en el bolsillo, echa un euro en la hucha y siguen andando.
–Oye, qué es lo que pedía –pregunta Rafa que iba distraído pensando una excusa para subir a la casa de Carlos en vez de dejarlo en la puerta, y así  poder ver a Inés.
–No lo sé, sólo me he fijado en ella.
Vuelven la cabeza y reparan ahora en el mostrador y en el cartel que cuelga detrás de él, donde aparece la imagen de unos niños bebiendo de una charca inmunda y una mujer a lo lejos portando una especie de vasija en la cabeza. Encima unas letras que dicen “Colabora para construir un pozo de agua potable en esta aldea de Mozambique. Con un solo euro que aportes, cuando 6000 personas hayan hecho lo mismo será posible acercarles el agua potable los 14 kilómetros que los separan de ella”
Miran la botella de agua, el bloc, se miran uno al otro y sigue andando. Al entra en el coche van repitiendo "un trabajo sobre consumo, sobre productos de aseo...

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