Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

viernes, 25 de mayo de 2012

Relato 3 de Sebastián Chilla


Una mañana cualquiera
Sebastián Chilla

Alfonso saluda al camarero de la Cafetería San Fernando, donde acudía a desayunar cada mañana de universidad. 
- ¡Lo de siempre! Un cortao y una entera con aceite – busca una mesa libre para sentarse y poner sus apuntes.
El camarero hace un gesto de aprobación y continúa sirviendo a los clientes que esperan en la barra. Alfonso aprovecha para echar un vistazo a sus apuntes.
- ¡Qué desorden! Historia antigua no, historia no debería estar aquí. Lo que importa ahora es antropología, no sé qué hacen mezclados – ríe. – Migué, aligera ese cortao que no me espabilo, ¡estoy dormido aún!
- Ojú, niño, ya voy  – le responde. – Te voy a llevar un cortao que ni pa qué, fuertecito, pa que estudies y te dejes de tonterías.
- Muchas gracias, lo necesito.
Alfonso agudiza su olfato, absorto ante el olor a café recién hecho. Observa cómo caen las últimas gotas en su taza, desprendiendo un sinfín de sensaciones en él. Cierra los ojos y piensa en la cantidad de cafés que había tomado en su vida, la multitud de ocasiones que había sentido algo similar y, como, sin embargo, no dejaba de maravillarle. 
- Quillo, tu cafelito, ¡que te duermes! – ríe Miguel.
- ¡Gracias!  Que me duermo, sí, pocas horas he dormido hoy – Alfonso cuenta las horas con los dedos de las manos. Para él dormir cinco horas era lo normal, aunque no era lo mismo dormir cinco horas descansando cinco horas que dormir cinco horas descansando una y media.
- Por cierto, no te vayas a creer como ayer que todos los días te vamos a dejar fiao el desayuno – ríe a carcajadas Miguel. - ¡Que se me van a echar todos los clientes encima!
- ¡No, Migué! Ya sabes que soy un despistao y que suelo olvidar las cosas – se pone la mano sobre los pantalones y en un arrebato de desesperación se da ininterrumpidos golpes en los bolsillos, y después a la mesa. - ¡Vaya tela! – grita.
Los apuntes salieron volando, la mayoría caen al suelo.
- ¡Niño! ¿Qué haces? Anda, aquí tienes tu tostada. – Pone el plato sobre la mesa. – No veas lo estresao que estás con los exámenes, ¿eh?
- ¡Uf! Sí, Migué, y ahora a ordenar todos los papeles estos – recoge los apuntes del suelo, tocándose de nuevo los bolsillos, en busca de su desaparecida cartera.  – Ahora aún más desordenados, vaya lío, ¡soy un desastre!
Alfonso se sienta de nuevo y simula que estaba centrado en ordenar el pesado montón de apuntes que tenía entre las manos. Otra vez, otra vez más le había ocurrido, se le olvidó la maldita cartera. Piensa en la vergüenza que le daría decirle otra vez al camarero que le invitara, o se lo dejara fiao, más después de habérselo comentado él mismo otra vez. ¡Y dos días seguidos! Alfonso sólo tiene ganas de café y tostadas.
- ¡Qué buena! – pega un bocado a la tostada, crujiente y empapada en aceite de oliva virgen extra, con un poco de azúcar, al gusto. Ligeros tonos de oliva, sabor del campo andaluz, piensa.
Recuerda cuando era pequeño y se ponía hasta arriba de manjares como éste, su madre le preparaba el desayuno, si no era aceite con azúcar, era con sal, deliciosa manera de empezar el día. Vuelve a sus apuntes, sonríe al verlos, podría ordenarlos más tarde, podían esperar. Aquello era indescriptible, entiende que no había mejor remedio que un manjar como ese para calmar todas sus preocupaciones en esos momentos. 
- El café está de puta madre – toma de un trago su taza. Alfonso está en pleno estado de éxtasis, no necesita nada más que eso, lo que venga después será problema luego, no ahora, piensa. Entiende que tampoco supondría un gran problema no volver a pagar otra vez, Miguel era buena persona, no pensaría mal de él, simplemente se reiría, y se cagaría en sus… no, no se sabe, por qué iba a ser así, tampoco era para tanto, o tal vez sí.
Alfonso se pone nervioso y vuelve a coger otro montón de apuntes que llena de aceite con sus dedos. No puede entenderlos, son ilegibles, no los ve; piensa que una densa nube de incertidumbre, angustia y sueño está deambulando por su cansada vista. Si Miguel le soltara un improperio sería horrible, es viernes y hasta la semana que viene no podría volver a la universidad, todo el fin de semana pensando lo irresponsable que es. Hace un tiempo se prometió ser más atento y competente, no causar problemas como siempre hace. Él no cree que suponga un verdadero problema para un hostelero que tiene decenas de clientes cada día, no pagar dos míseros desayunos, pero sí  para su credibilidad, su simpatía y su confianza. No iba a ser lo mismo si otra vez le dice lo de ayer, quedaría como un payaso. Suelta los apuntes y pega otro bocado.
- ¡Qué bien sienta! – saborea la tostada; la miga y la corteza del mollete se fusionan con los tonos de café que le quedan en el paladar, como si se tratara de un concierto. Ahora vienen las tubas, se suceden los trombones, ¡qué fuerza!
Faltan apenas diez minutos para que lleguen las nueve, y el comienzo de las clases para Alfonso. Mira su reloj y como puede reagrupa sus apuntes en una carpeta que rápidamente introduce en su mochila.
- ¡Nueve minutos! – pega un último bocado a la tostada. – Joder, ¡qué rica está! - Ahora vuelven todos sus problemas, y no sabe qué hacer.
Pensó que tiene que asumir con las consecuencias y echarle cara al asunto. No puede ser tan cobarde, no va a pasar nada si se lo explica con una sonrisa y prometiéndole pagar los dos desayunos la próxima vez, confesando lo idiota qué es. No hay otra salida, y eso es lo que hará. Alfonso se levantará de la silla, llevará el plato y el vaso de café a la barra, y hablará con Miguel. En primer lugar, le dirá que le ha pasado más veces, que él es un buen chico y que el próximo lunes le devolverá los dos desayunos. Miguel se reirá, le dirá que es algo normal y él le agradecerá su simpatía, como siempre. Después, Alfonso se despedirá y le deseará un buen fin de semana a Miguel, que le dará las gracias y le deseará un buen día. Alfonso entrará en la universidad, buscará su clase y se sentará.  
- Suerte en el examen, Alfonso – dice el profesor. - Seguro que has estudiado mucho. - Todos están en silencio esperando las preguntas de la prueba. Alfonso se echa las manos a la cabeza y se pregunta por qué es tan desgraciado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario