Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

jueves, 31 de mayo de 2012

-Relato 5 (y algo de 6) Jesús Carbajal




Despídalos, ordenó el hombre.
No hay otra opción, ¿cierto?
Cierto, contestó.
¿Quiere que les mande alguna nota?
Sí, ponga: con cariño, o no os olvidaremos, no, no… espere, mejor encargue una esquela en el periódico con todos sus nombres y mándeles la referencia, o mejor…
Esto no es necesario.
Pues si no es necesario no diga más necedades y haga lo convenido, espetó el hombre que con un gesto de la mano indicó al empleado la salida del despacho.
Miró entonces las fotos de su familia sobre la mesa. A la izquierda del marco plateado se habían acumulado virutas de la goma que el otro había usado durante el encuentro. Permanecían amontonadas unas contra otras. Acercó el rostro a ellas, desprendían un aroma a nata, la cara del hombre se relajó en un gesto poco más amable. Tomó aire y con suavidad fue soplando sobre ellas hasta llevarlas al borde de la mesa. Ahora, con la otra mano ahuecada bajo el borde, empujó las virutas hasta hacerlas caer sobre su mano para después soltarlas en la papelera.


Sentada en la puerta de su despacho le aguardaba una mujer de mediana edad. Su secretaria había insistido varias veces en que necesitaba verle. Él había intentado darle largas pero se acababa la jornada y allí seguía. Estiró los brazos mientras bostezaba. Pulsó entonces el intercomunicador. Dígale que pase, dijo.
Buenas tardes.
Adelante, dijo el hombre sin ofrecerle asiento.
Verá, siento molestarle, pero ha ocurrido algo esta mañana.
¿Ajá?
Soy secretaria, en la segunda planta, sección A. El hombre arqueó las cejas y asintió con desgana. Bueno, a decir verdad me contrataron ustedes a tiempo parcial.
No me diga, dijo el hombre.
Así es, fue aprovechando la reforma laboral, no me malentienda, quiero decir aprovechando la facilidad de contratación que se generó, vamos que no quería decir que usted se aprovechase…
Lo he entendido, zanjó el hombre. Miró entonces como el sol surgía tras las nubes iluminando a contraluz la silueta de la mujer. Por favor, el día se acaba.
Disculpe, tiene usted razón, la mujer calló y tomó aire. Esta mañana he recogido los borradores de la mesa de mi jefe, el señor Ba. No sé si usted lo sabe pero los escribe a mano, con lápiz, para poder borrar lo que quiere y dejarme anotaciones que transcribir cuando lo paso al ordenador.
Sí, esta mañana ha estado aquí y ha dejado esto perdido con su goma. La mujer asintió con una sonrisa tímida.
Verá, se supone que no leo lo que transcribo, o sea…, claro que lo leo pero no debo memorizar información. Pero, entiéndame, no somos máquinas. El caso es que transcribía la lista de despidos que ustedes han convenido esta mañana y no puede evitar sobresaltarme cuando vi mi nombre en ella.
Por Dios, interrumpió el hombre. Por Dios, repitió irritado. En cualquier caso, usted no debería haber accedido a esa información.
Lo sé, lo sé. Pero, entiéndame, tengo mucha gente a mi cargo. No quiero parecerle dramática pero es el único sueldo que entra en mi casa, la mujer retorció las manos entrelazadas, la luz había bajado algo y ahora su silueta resplandecía a la altura de su espalda.
Ya, ya. Créame que lo entiendo pero la empresa no puede hacer nada. Además, si ha estado a jornada parcial ha tenido tiempo para buscar algún complemento.
Lo tengo, lo tengo, pero no es suficiente…
Lo ve. Estoy seguro de que otras empresas estarán interesadas en usted. Créame, no hay nada que pueda hacer.



Su padre mira por la ventanilla. Sonríe con el rostro relajado mientras mira los edificios de la avenida. Al llegar al parque sus ojos vagan por el verde sin fijar la mirada.
¿Cómo estás? ¿Cómo te tratan?
Estoy bien. Me encuentro fuerte, contesta apenas medio segundo después. ¿Cómo estas tú? Se te ve cansado.
Estoy bien. Cansado del trabajo. No es una buena época.
Lo sé, lo sé. Todavía soy capaz de entender los telediarios.
Papá no empieces.
De acuerdo. Supongo que andarás decidiendo de quien prescindir.
Eso es.
Acuérdate del consejo que te di cuando dejé la empresa en tus manos.
Nada de relaciones personales con los empleados, responde el hombre con tono monocorde.
Muy bien, creí que lo habrías olvidado. Es duro pero así debe ser.
Ya.
Cuando sientas la presión piensa que esa gente que abandonas asegurará el trabajo de los demás.
Eso me digo, eso mismo me digo.
Bueno.
Cambiemos de tema, anda. Dime ¿te tratan bien?
Lo cierto es que estoy encantado. Hay personal nuevo, ¿sabes? Como cada vez somos más los viejos, han contratado gente, debe ser el único sitio donde lo están haciendo por lo que oigo. Tengo una cuidadora nueva, ¿sabes? Es un encanto. Es difícil encontrar hoy en día gente entregada a su trabajo ¿sabes?
Eso también lo decías antes.
¿Si? Bueno, pues ahora es más difícil. Esta mujer es un sol. No creo que lo entiendas pero uno espera que con la fortuna que pagáis por mí…
Papá por favor. Nadie paga, son tus propios ahorros, de tu pensión. Sabes perfectamente que podrías estar en un sitio mucho mejor si dejaras que lo pagase. ¡Y basta ya del rollo ese de empresario! Yo no me avergüenzo de que hayas sido bedel de la empresa toda tu vida, te lo he dicho mil veces, o sea que para.
El viejo comenzó a reírse con malicia. Después comenzó a darle pescozones al hombre en la coronilla hasta que le arrancó una mueca lejanamente parecida a una sonrisa.
Bueno, es igual. No te enfades. Sabes que estoy orgulloso, sólo quería incordiarte.
Lo consigues, lo consigues. Como sigas así te va a pasear en coche… Y encima ahora te habrá dado por la cuidadora. Te digo una cosa, como vuelvan a quejarse de tu comportamiento con las muchachas…
Quita, quita hombre. Las niñas son un encanto, es la monja, la muy…Bueno, ¿de qué te estaba hablando? A sí, de la cuidadora nueva. Esta no es una muchacha. Ninguna antes se había esforzado tanto, ni había puesto tanta dulzura incluso en los momentos de asearme, en las situaciones más desagradables.
El viejo se volvió hacia el hombre mientras decía esto, justo en el momento en que su hijo se giraba hacia el otro lado, y pudo ver en el espejo retrovisor la cara de asco y dolor que por unos segundos afloró en el rostro de su hijo que rápidamente mudó a neutro. Al levantar la vista se sorprendió y por un momento la sonrisa y la tristeza pugnaron en su cara. Finalmente ganó la primera y con entusiasmo palmoteó el hombro de su hijo.
¡Mírala! Allí está.
¿Dónde?
Es aquella señora, la del babi a cuadros, la que está justo en la puerta del jardín de la residencia.
El hombre siguió el índice de su padre con lentitud hasta encontrarse con la secretaria que había despedido en la mañana.
¿Ella?
Sí, sí, ella.
Joder.
¿Ocurre algo?
Joder, Papá.
¿Pero qué pasa?, preguntó el anciano. ¿Qué pasa?, repitió.
El hombre se mantuvo en silencio durante un minuto largo. El viejo no volvió a preguntarle. Ambos callados siguieron juntos mientras la ciudad pasaba callada a sus lados. Cuando llegaron al viejo barrio el hombre sacó el coche a un lado, deteniéndolo en una parada de autobús vacía. Por fin, aflojó las manos al volante y flexionó los codos. Su padre volvió a mirarlo. Y él le dijo sin mirarle:
Papá, ¿cuánto hace que no conduces?
Años, respondió el anciano. Pero creo que podría volver a hacerlo. ¿Necesitas que te lleve a algún lado?
El hombre sonrió mirando el volante.
Sí.
Pues déjame el sitio.
Cada uno rodeó el coche en un sentido distinto. Pero el hombre cerró la puerta del copiloto y se sentó en el asiento de atrás. El anciano lo miró por el retrovisor y le sonrió afable.
¿Algún sitio en concreto?
¿Crees que podríamos llegar al pinar?
¿El de los domingos? El hombre asintió. Sí, continuó el anciano, pero a la vuelta se hará de noche. Como entonces, y sonrió.
No tengo prisa y tú.
Bueno tengo varias Juntas de Dirección y dos o tres Aupas hostiles.
Paapaa, por Dios.
De acuerdo, ninguna prisa. Vamos.
Atravesaron barrios aún más humildes, huertas abandonadas y talleres desmadejados de la antigua nacional. El hombre fue acurrucándose en el asiento de atrás, miró al principio con interés el campo, después parecía hipnotizado como frente a un caleidoscopio infinito. Su padre trasteó hasta sintonizar los informativos. La tarde fue cayendo, a la vuelta los estorninos abandonaban los árboles a su paso, y por fin, el hombre durmió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario