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martes, 22 de mayo de 2012

- Relato 5 de Eva María Torres de los Santos


LA LÍNEA 134

Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante.
La vida, en realidad, es una calle de sentido único.
Agatha Christie.


Son las ocho y treinta y dos minutos de la mañana del lunes cuatro de junio. En Los Palacios y Villafranca, un pueblo de Sevilla a estas horas el sol ya ha apretado y está empezando a picar. Hace calor, un calor que vaticina un día de bochorno. Bueno no, un calor que vaticina un día de cojones.
La línea 134 de autobuses recorre el trayecto que va del pueblo a Sevilla.
Hay dos paradas en el pueblo. Mientras en la primera parada se empiezan a montar una veintena de pasajeros, en la segunda parada aguardan aproximadamente el doble de usuarios.
Todos los de la segunda parada, si quisieran, podrían observar el termómetro que hay justo al lado. Marca 33º grados y eso que está cobijado por la sombra de un árbol.
Seguramente ninguno de los usuarios que están esperando tiene un especial interés por llegar a Sevilla antes de las nueve y media porque aunque el trayecto se puede hacer perfectamente en unos treinta y cinco o cuarenta minutos, la puntualidad de la línea es muy relativa. La puntualidad de la línea va a depender de factores trascendentales como son; el tamaño de la vejiga del conductor, la pericia que tenga cambiando rollos, así como su buen o mal karma del mismo, y la edad del autobús que le haya tocado, entre otros factores.
El tamaño de la vejiga del conductor , es un dato importantísimo pues los hay que la tienen del tamaño de una nuez (pero no de las de California que son grandes y hermosas, sino de esas nueces que crecen en algunas otras regiones y son diminutas con una cáscara tan gruesa que a penas deja espacio para el fruto) Esos conductores tienen que bajar del autobús entre parada y parada para vaciar la vejiga en el primer bar que les pesca mas a mano y entre que van vienen y se quedan a gusto acumulan unos diez minutos que se van sumando una y otra vez a lo largo del día.
Por lo cual, no sería de extrañar, que a los que tuvieran la suerte de tocarle un conductor de vejiga tipo nuez de las malas que está realizando sus últimos trayectos, el retraso que tenga que soportar sea ya tan grande que se acuerden de toda la familia del conductor y sobre todo de la santa madre que lo parió por no haberlo traído al mundo dotado de mejores esfínteres.
Respecto a la pericia del conductor cambiando rollos, es una cuestión que de seguro deberían barajar los psicólogos como causa principal de las bajas laborales por depresión entre profesionales del sector. Estos rollos de papel con los que se imprime el ticket del autobús están creados para quedarse atascados dentro de la máquina como si no hubiera un mañana. Los conductores cuando pretenden recambiarlo a menudo se ven envueltos en una lucha cuerpo a cuerpo con la puñetera máquina de la que salen mal parados. La mayoría empieza dándole puñetazos a la máquina y terminan soltando un quejido lastimoso suplicando que se abra para poder poner un rollo nuevo.
Es un suceso vergonzoso que le hace perder cinco minutos largos y que un pasajero asiduo a la línea suele tener el placer de disfrutar un promedio de unas tres o cuatro veces al año.
El karma del conductor también condiciona su puntualidad, ya que aquellos que gozan de buen karma atraviesan toda la avenida de la Palmera en Sevilla (paso inevitable porque en ella se sitúan varias paradas tanto para dejar a los pasajeros como para recogerlos en el trayecto de vuelta) sin mayores incidencias, pero los conductores de mal karma tropiezan con una hilera de semáforos rojos y si les toca uno, les tocan todos. Entonces ese trayecto se convierte en un frenético juego de marchas; pisar embrague, poner la primera, soltar embrague, acelerar, pisar embrague, poner la segunda, soltar embrague, acelerar, pisar embrague poner la tercera, acelerar, acelerar un poco más y...¡mierda otro! Frenar, frenar, frenar. Segunda, primera, punto muerto y de diez a quince minutos de retraso.
Y por último la edad del autobús. Concretamente en la línea 134 cuentan con ocho autobuses de los cuales solo cinco reúnen las condiciones mínimas para ser puestos en carretera. De esos cinco, solo a dos les funciona el aire acondicionado. Otro de ellos se para a veces cuando se recalienta el motor.
Todos estos condicionantes se van al carajo cuando el chófer que conduce el autobús es Manolo Jiménez, alias “el gordaco”. Antes,  debía pasárselos por el arco del triunfo ya que siempre era el más puntual.  Nunca le cogían semáforos en rojo. Nunca se le atascaba la máquina de los tickets. Nunca bajaba del autobús, ni para ir al baño ni tan siquiera para fumarse un cigarro. Y por si fuera poco,  tenía una especie de enfermedad extraña en el pie derecho que le impedía dejar de acelerar.  A veces, no dejaba de acelerar ni cambiando de marchas. Tenía, bueno y tiene, los músculos de la pantorrilla derecha tan fuertes de tanto ejercitarlos acelerando, que podía abrir con ellos nueces (esta vez sí, de las de California).  El resto del cuerpo, precisamente fuerte no lo tiene. Digamos que su alias no se lo pusieron en un alarde de originalidad.
En cuanto al autobús que conduce, no tuvo suerte cuando se lo asignaron, pero hay que reconocer que hacía milagros con él.
Claro que todo eso era antes.  Desde hace unos meses todo cambió. Y ahora parece que estuviera sometido a las mismas leyes kármicas que el resto de mortales.

Los que están esperando en la segunda parada forman una falsa cola a la que sucesivamente se van agregando gente que rara vez respetan esa cola.
- ¿Qué pasa Carmen? ¿Ya vamos pa Sevilla no? – dice Concha, una señora de unos cincuenta años con pelo corto, medio rubio y medio canoso a partes iguales mientras atraviesa toda la cola para hablar con la que parece su conocida.
Carmen, su supuesta conocida es algo mayor, está justo al inicio de la cola junto con otras mujeres.
- Como to los días Concha, que le vamos a hacer – dice Carmen.
El resto de la cola está formado por grupos de jóvenes.
Sergio cruza el paso de peatones que hay enfrente de la parada y se incorpora a la cola. Tiene veinte años y está en el primer curso de la Licenciatura de Historia. Permanece en la cola unos minutos mirando de un lado a otro como buscando a alguien. A los pocos segundos una chica alta de pelo moreno y rizado le sonríe. Es Sandra. Sandra tiene un par de años menos pero también va a primero de carrera, es su compañera de clase.
- ¡Sergio! ¡Ven! – dice Sandra agitando la mano.
Sergio se acerca a ella sonriendo.
- Qué empollona… ¿te lo sabes todo?- dice Sergio
- Puf que va.  Solo me he estudiado hasta el tema quince. Los demás ni me los he mirado. Me parece que voy a suspender. – dice Sandra
- Siempre dices lo mismo y luego apruebas.- dice Sergio
- Que no, joder. ¿Y tú qué? –dice Sandra.
- ¿Yo? Como siempre, como el puto culo. Pero me he levantado a las cinco eh, este es el segundo redbull que me tomo hoy. – dice Sergio enseñándole un redbull que saca de su mochila.
-  Tío, que eso es malo. – dice Sandra
- Anda ya. –dice Sergio.
Un poco más adelantados en la cola, se encuentran Julián y Mario charlando. Ambos tienen diecinueve años y están haciendo un módulo de grado medio en Sevilla, Mario hace de carpintería y Julián de electricidad.
- ¿Fuiste el sábado al campo del Juan? – dice Mario
-  Que va tio, no pude. – dice Julián
- Yo tampoco, pero me ha dicho esta gente que se pusieron todos tajaos. Al Isra se lo tuvieron que llevar al ambulatorio y todo pa que le pusieran la inyección esta..
- ¿Qué inyección?
- La que te ponen pa que se te baje el alcohol de la sangre.
- Ah, la de B12.
- Esa.
- ¿Y le pasó algo? – dice Julián mientras se ata los cordones de sus zapatillas.
- No. Vamos, se hartó de vomitar y luego lo llevaron a su casa, ya está.

El autobús de las ocho y media pasa por la segunda parada a las ocho y cuarenta y tres minutos.
La cola se forma ahora en la puerta del autobús. No es una cola en línea, sino que está formada por varios grupos que parecen competir sutilmente por colarse. Así que todos avanzan discretamente aprovechando los huecos que dejan algunos rezagados para llenarlos perfectamente como si estuvieran jugando al Tetris y hubiera un puñado de palitos aprovechándose para hacer pleno.
Los palitos a lo mejor tienen afán de colarse porque la naturaleza humana es competitiva, o porque tienen más prisa que nadie,  o porque no soportan el calor y del motor del autobús está emanando un gas denso y pesado que quema la cara o puede que, simplemente, los palitos quieren colarse porque no son imbéciles. A poco que uno domine las matemáticas más elementales sabe, al primer golpe de vista, que teniendo en cuenta la gente que ya hay montada en el autobús y las que quedan por montar no hay asiento para todos.
Mario se pone de puntillas, parece que intentara mirar por encima de la cola al sitio del chófer.
- Coño, el gordaco. – le dice Mario a Julián
- Qué cabrón eres tío.
- Eh quillo, que yo no me meto con cualquiera pero es que este tío es mas malaje…
- Sí, pero desde que le pasó lo del accidente ya no dice más nada. Está cagao temiendo que lo echen.
- Ya, pero tuvo el accidente porque estaba loco y corría mucho. ¡Menos mal que no le pasó nada a la gente! Pero es que ahora siempre va pisando huevos. Hoy no llego a tiempo, fijo.
- Bueno, te saltas la primera hora, ya ves tú.
La cola sigue avanzando hasta que todos entran en el autobús. Sandra y Sergio consiguen los últimos asientos. Tras de ellos ocho personas se quedan de pie en el pasillo. La puerta del autobús se cierra.

Son las ocho y cincuenta minutos del lunes catorce de junio. El autobús de la línea 134 de Los Palacios está saliendo del pueblo rumbo a Sevilla.
El gordaco, o como lo bautizaron sus padres, Manolo Jiménez, conduce el autobús.  Justo detrás del asiento del conductor hay una fila de asientos puesta de espaldas al conductor. Esos asientos a menudo son ocupados por las marujas de la mañana que aprovechan así para formar sus propios corrillos de  cuatro, dos y dos enfrente.
En el lado del conductor, el corrillo hoy está ocupado por Carmen y Concha y en la fila de enfrente María José,  una mujer de unos cuarenta años que viste como si tuviera veinte menos.
Va arreglada, aunque la ropa no es buena, al menos no de marca. Se la ve maquillada. La base de la cara es de un color discreto, apenas se ha puesto colorete y ni se ha tocado los labios pero en los ojos lleva un par de parches azules delineados con eyerliner.
Lleva consigo una bolsa de papel enorme de color roja y repleta de cosas que pone justo a su lado. En cada curva que toma el autobús agarra la bolsa con fuerza, pues esta empieza a tambalear.
- Carmen, ¿tú conoces a Maria José? Es la hija de Encarnita, la que vive en tu calle.- dice Concha dando unas palmaditas en las piernas de María José.
- Claro, no la voy a conocer. Si se ha criado en mi calle hasta que se casó.- dice Carmen repitiendo el gesto de Concha.
María José se remueve en el asiento y quita ligeramente del alcance de esas dos buenas señoras sus piernas.
- ¿Pero niña, tu no te habías separado? –dice Carmen.
- Sí, hace ocho meses ya.- dice María José
- Escucha Carmen, resulta que desde que separó empezó a trabajar  sirviendo en una casa en Sevilla, pero ahora su señora se ha puesto muy malita. Esa mujer ya no está…¿verdad Maria José? –María José asiente- Y entonces le han dicho los hijos de su señora que la van a internar en un asilo porque no pueden ocuparse de ella. Es que ya no habla apenas, vamos que está fatal. Y cuando la lleven al asilo María José se va a quedar sin casa…¡a ver dónde va a encontrar un trabajo! porque su marido todavía no le pasa la pensión de los dos niños como no se ha celebrado el juicio y eso… Te lo digo, por si sabes tú de alguna casa que necesiten a una mujer pa servir.  Vamos que ella en la casa que está todavía le puede quedar un mes perfectamente entre que sus hijos arreglan las cosas para internarla.
- A ver si me  entero por ahí de un trabajito en alguna casa. Yo te aviso, mujer. Pero vamos, ¿Qué tu marido no te da ni un duro, no? ¡Valiente sin vergüenza!  - dice Carmen
- Mira, yo de ese ya no quiero nada. Yo estoy muy feliz ahora, yo no podía seguir así…  Ahora cuando me apetece salir un ratito salgo y cuando no me apetece pues no salgo. Tengo a mis niños que ya son mayorcitos y no me dan ruido. Se pasan toda la tarde jugando en la calle. Yo llego cansada a mi casa de trabajar sí, pero cuando llego me ducho y me tiro en mi sofá, y veo mi tele, y ceno si quiero y si no quiero no hago de cenar, porque los niños con un bocadillo ya están contentos. Vamos que no me arrepiento de nada. Y yo no le pido nada para mí eh, pero  al menos la manutención de mis hijos. Que unos niños tienen muchos gastos y cuando no quieren cosas para el colegio se les rompen los zapatos o los dientes, y no cuesta nada arreglar una boca… Además el karate, que yo no voy a quitar a mis niños de eso porque es una cosa muy buena y a ellos les gusta mucho y hacen deporte, pero son treinta euros al mes cada uno y de eso el padre ni se entera. Él se sacude las pulgas. – dice María José todo de corrido sin pararse si quiera a respirar.
- Si es que está visto, los hijos son para la madre. La que los pare es una y a la que les duele es a una. – dice Concha rebuscando sutilmente en la bolsa de María José- Y tu ahí, ¿qué llevas?
- ¿Qué cotilla eres no? – dice María José soltando una carcajada descarada – Pues mis cosas para el aseo, una muda de ropa, y  mi pijama. Me dijeron sus hijos que siempre fuera preparada por si un día estando yo allí se ponía mala mi señora que me quedara con ella a pasar la noche. Ellos están trabajando y no se pueden quedar con ella. Vienen el fin de semana a darle una vuelta.
Acabada las presentaciones y la confesión de María José, las tres mujeres se ponen a discutir de muchas cosas, de lo caro que está todo, de lo difícil que es educar a los hijos... Finalmente discuten para ver quien ha tenido el parto más doloroso.
En el primer round cae desclasificada Concha que no puede competir con un parto de nalgas de Carmen y la cesárea de María José.
Justo detrás de estas tres mujeres van sentados Sergio y Sandra. Ambos miran sus apuntes.
Sergio introduce un bolígrafo en las tirantas de la camiseta de Sandra.
- Mírala, el escotazo que se pone hoy… ¿Qué vas a ligarte al profesor para que te apruebe el examen?
- Eres un guarro. Voy así porque me da la gana y porque estamos en junio y hace calor.
- No te enfades, tonta. Venga explícame todo el rollo ese de los viajes menores que como me caiga hoy en el examen, la cago.
- Déjame en paz.
- Uy, qué rápido se enfada la niña. Venga que a mí la Historia de América se me da fatal. Explícamelo anda y así practicas, empollona.
- ¡Qué pesado!
- Está bien. Los viajes menores o también conocidos como viajes andaluces, se iniciaron entre el tercer y cuarto viaje colombino, es decir, de 1499 a 1502. Lo más correcto sería llamarlos viajes de reconocimiento y rescate. Supuso el fin del monopolio que Colón tenía sobre las navegaciones a la India. Y bueno en definitiva, fueron todos unos desastres desde el punto de vista económico, aunque se descubrieron cosillas, poco más.
-  ¿Cosillas? Te estás esmerando muy poco en explicarme.
- Tampoco tienes tiempo ahora de que se te queden muchas cosas en la cabeza.
-  También es verdad. Bueno, anda, explícame ahora la teoría de la pera de Colón.
- ¿Me estás tomando el pelo?
- Que no, en serio, no la entiendo.- dice Sergio en tono de súplica.
- Vale, pero como sea una broma, a mí me olvidas. A ver, en la época de Colón ya se sabía que la Tierra era esférica pero la problemática venía en cuanto a la medida exacta del diámetro de la Tierra.  Lo que ocurre es que Colón tenía una idea muy particular sobre la forma de la Tierra. Mira, habla de ello en su tercer viaje,  lo tengo aquí subrayado.
Sandra busca entre sus apuntes un fragmento de texto subrayado de rosa fluorescente y empieza a leer pausadamente:
Mas ahora he visto tanta deformidad que, puesto a pensar en ello, hallo que el mundo no es redondo en la forma que han descrito, sino que tiene forma de una pera que fuese muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón o punto más alto; o como una pelota redonda que tuviere puesta en ella como una teta de mujer, en cuya parte es más alta la tierra y más próxima al cielo…”
Sergio se empieza a reír.
- ¡Qué te den! – grita Sandra. Guarda sus apuntes y saca del bolso un mp4, se pone los auriculares y ya no dice nada más.
Sergio le quita bruscamente un auricular de la oreja.
- ¿Me vas a ignorar?
Sandra le pega un guantada en el brazo a Sergio. Lo hace casi sin fuerzas, como si no tuviera ganas o si no quisiera n perder el tiempo en agredirle, pero como tiene las uñas tan largas y como le da una guantada con movimiento, de esas que cruzan el brazo de arriba abajo, consigue hacerle varios arañazos.

Mario y Julián hoy ocupan uno de los asientos al fondo del autobús.
- Tío, otra vez no fuiste el sábado al campo del Juan. -dice Mario
- Es que no pude – dice Julián
- No pude, no pude…siempre igual tío. Bueno  y el modulo ese… ¿Está bien? ¿Ya hacéis maquetas y cacharros?
- Cacharros…¿Cómo? Maquetas sí hacemos. Hace un mes envié un proyecto de poleas a un concurso que se hace entre varios institutos de Sevilla y gané. Bueno gané… Tengo que construir la maqueta y llevar al instituto la semana que viene. Un juez del concurso viene, la evalúa y si funciona como indicaba en los planos me dan 500 euros de premio.
-  Ostia, tío. ¡500 euros! Me invitarás a unas cervezas por lo menos ¿no?
Julián hace un gesto con la boca, es un gesto indefinido a medio camino entre la sonrisa forzada y la cara de asco. Luego baja la mirada.

Son las nueve y cinco minutos del lunes dieciocho de junio.  Manolo Jiménez, el gordaco, conduce el autobús de la línea 134. Hace rato el autobús salió de Los Palacios y ahora toma la entrada a la autopista. Se avecinan unos diez, quince minutos de autopista hasta que salga de la misma para entrar por Sevilla por la avenida de la Palmera.
El autobús va casi lleno, solo quedan dos asientos libres al fondo. En la parte delantera, Concha, Carmen y María José vuelven a ir sentadas en su rincón particular de espaldas al conductor.
Dos filas más atrás van sentados Sergio y Sandra. Y justo detrás de ellos Julián y Mario.
Julián va muy rígido. Lleva apoyada sobre la rodilla una enorme maqueta a la que se agarra con fuerza ante el menor giro del conductor.
- Esta no llega viva eh – le dice Mario
- Por la cuenta que me trae va a llegar viva y andando. Tengo que arreglarle un cable que tiene aquí suelto… Sujétamela.- dice Julián entregando la maqueta a su compañero.
Julián empieza a buscar en su mochila algo.
- Pero, cuéntame como funciona. ¿No tiene muchos cables esto para ser una polea?
- No es una polea, son varias poleas. ¿Y tú que te crees que es una polea? Mira, tiene varios módulos. Este primer módulo consta de un motor al que le proporciona energía una pila de 9 voltios, éste provoca el giro de una polea mediante una correa de transmisión y entonces…
- Déjalo, yo no me entero de nada.
- ¡Vaya carpintero estás hecho tú!
- Los carpinteros no necesitamos cables, ni motores ni pilas de nueve voltios.
-  Pero si es una tontería muy fácil. Además yo no soy carpintero y la polea es de madera. Anda que a ti te sacan de lo tuyo y no sirves ni para cambiar una bombilla.  En tu casa las cambiará tu madre ¿no?
- Tio, que paso de tu rollo de poleas. Además, tú ya no quieres saber nada con nadie ¿no? Este sábado tampoco fuiste al campo del Juan. ¿Te pasa algo o qué?
- ¿Qué me tiene que pasar? No tenía ganas y punto. Dame mi maqueta.
- ¿No la ibas a arreglar?
- La arreglaré en el instituto.
- Pero a ti te pasa algo ¿no? Vente este sábado, tío y echas el día. Vamos antes al Mercadona, compramos unas litronas, unas bandejas de filetes, chistorras, patatas… con lo que te gusta a ti ese rollo. La piscina del Juan ya está lista. Luego por la noche vamos a la botellota y …
-  ¿A ti que te pasa? ¿Te has enamorado de mí o qué? Que no voy a ir a ningún lado, déjame ya.
- Quillo tranquilo, Julián.
- Tío, qué mi padre lleva parado tres meses y no le voy a pedir dinero para comprar litronas o pa irme a la botellona.
Hoy es Mario el que agacha la cabeza unos segundos. La vuelve a levantar y mira a la maqueta.
- Bueno, cuando te den el premio ese. Entonces, ya podrás ¿no?
- Sí, si me dan el dinero voy el sábado que viene. ¿Contento?
Mario da una palmada en el hombro de Julián.
- Ves tío, las cosas tienen solución.
Justo delante de Mario y Julián van sentados Sergio y Sandra. No han hablado durante todo el trayecto. Sandra está sentada del lado de la ventana, mirando por ella, con los auriculares del mp4 puestos.
Sergio se los quita.
- Ya, en serio. ¿Sigues enfadada?
- No.
- ¿Y por qué no me hablas?
- Si te hablo, lo estoy haciendo ahora mismo.
- No me dijiste cómo te salió el examen. Te volviste al pueblo antes que yo. Tampoco me contestaste a los mensajes que te mandé.
- No tenía ganas.
- Estás así todavía… ¿Por la tontería de la semana pasada? Si era una broma. Siempre estoy de broma.
- Ese es el problema Sergio, siempre estás de broma.
- No pongas esa cara de desaborida, anda, que te pones muy fea. Hoy terminamos los exámenes, empollona , ¡Estarás contenta! La semana que viene nos vamos a ir tú y yo a celebrarlo, por ahí.
- Hoy hemos quedado con los de clase para tomar algo luego del examen ¿No lo recuerdas?
- Sí, ya, pero digo tú y yo solos. ¿O me tienes miedo, empollona? La semana que viene, te llamo y…
- La semana que viene me voy a Matalascañas, mis padres tienen una casa allí casi a pie de playa.
- Mira tú la niña, qué bien vive. Bueno la siguiente quedamos.
- Que no Sergio. Me voy a quedar en Matalascañas todo julio, o todo el verano. No lo sé.
- ¿Qué vas a hacer tú allí tanto tiempo sola? Te vas a aburrir.
- No, allí conozco a gente. Voy desde niña todos los veranos, como mis padres son profesores en verano no trabajan y ¿Para qué nos vamos a quedar en el pueblo con el calor que hace? Además hay muy buen ambiente de marcha por las noches. Se está bien.

Ya falta poco para salir de la autopista.
Carnen, Concha y María José charlan como lo llevan haciendo todo el trayecto, a voces.
- ¡Qué frío tengo! Me estoy quedando congelada con el aire acondicionado. En los autobuses del pueblo o no ponen el aire al medio día y te asas de calor o te lo ponen por la mañana y te mueres de frío. – dice Carmen mientras se pone una rebeca que traía en el regazo.
- María José, cada día traes la bolsa más llena. Ya no te cabe nada.- le dice Concha.
- Pues siempre llevo lo mismo.
- ¿Y esas babuchas rosas? – dice Carmen sacando una de ellas de la bolsa.
- ¿Qué les pasa a mis babuchas?
- Que están mas viejas… Ya es hora de que las tires.
- ¿Tú tienes mucho dinero para comprarme unas? Métela en la bolsa.
En ese momento va a meterla en la bolsa pero Manolo hace un adelantamiento rápido y da un volantazo brusco cuando se incorpora de nuevo a su carril.
A Carmen se le cae del sobresalto la babucha al suelo.
Se levanta de su asiento para cogerla, tiene que andar un par de pasos por el pasillo para alcanzar la babucha pero Manolo vuelve a hacer un adelantamiento. Esta vez es ella la que tiene que agarrarse a uno de los sillones para no caerse de bruces. Cuando el autobús ya parece más estable se dirige corriendo a sentarse en su asiento. Justo al poner las posaderas sobre el mismo Manolo da otro volantazo para incorporarse otra vez en su carril y por poco pierde el equilibrio.
- Chófer ¡qué me va a matar! – dice Carmen gritándole a Manolo.
Manolo continúa conduciendo sin responder.
A Carmen el subidón de adrenalina ha debido trastornarla porque se pone a reír escandalosamente.
- ¡Vamos, por poco no lo cuento por una babucha! Esto no se lo cree nadie.- suelta entre risa y risa.
Carmen tiene enfrente de ella la bolsa de María José, pero en vez de meter la babucha sin más, intenta encestar en la bolsa lanzando la babucha. La babucha roza el borde de la bolsa y cae de nuevo al suelo.
Una vez en el suelo, con el movimiento del autobús por los volantazos frenéticos que sigue dando Manolo, la babucha se va deslizando hasta acabar  a la altura de siete u ocho filas de asientos mas atrás.  Un chico joven de una de esas filas, coge la babucha y se la lanza a Carmen con tan mala puntería que el lanzamiento se queda a medio camino anclado en la maqueta de Julián.
Julián coge la zapatilla. Le da la maqueta a Mario. Se gira hacia atrás en el autobús y lanza con fuerza la zapatilla hacia el fondo. Al fondo,  una mujer de unos cuarenta años, se ríe, la coge y la lanza de nuevo hacia delante.  Esta vez cae en las rodillas de Sandra. Ella la sujeta casi sin rozarla con las uñas de sus dedo pulgar e índice. Sergio se la arrebata y la tira hacia delante como pretendiendo encestar en la bolsa de María José. Pero ahora Concha pone la mano justo cuando la zapatilla le pasa rozando y le imprime a ésta un nuevo impulso con tan mala fortuna que impacta en la cabeza de Manolo y cae sobre sus piernas.
Manolo coge la babucha con la mano derecha y sin dejar de mirar la carretera la lanza, pero no hacia detrás, sino por la ventana que le queda a su izquierda.
Algunos pasajeros exclaman:
- ¡Ostia!
María José se lleva las manos a la boca y luego grita:
- Te creerás muy graciosa Carmen ¿no? ¡Mira lo que has hecho! – dice María José mientras se levanta y se pone de pie justo al lado de Manolo.
- Chófer ¿Por qué me la has tirado? Ha empezado Carmen eh, no yo. Vamos que yo no tengo nada que ver. La culpa es de ella. Me da igual ya mi babucha, pero que sepas que yo no he montado este jaleo.  Parece una niña chica, una mujer ya tan vieja. Desde luego…
Manolo no mira a Maria José. Manolo no responde a Maria José. Manolo no aparta los ojos de la carretera.  Da un volantazo mucho más brusco que los anteriores. María José cae de culo al suelo.
Desde el fondo se oyen voces:
- ¿Qué está pasando?
Manolo sigue batallando con el autobús. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda…
En uno de los giros hacia la izquierda Sandra se golpea la cabeza contra la ventanilla. No sangra. Tampoco habla. Su cabeza parece de goma y cuelga del cuello hacia delante. Sergio aprieta los pies contra el suelo, la mano derecha contra el asiento que tiene delante y con la izquierda levanta la cabeza de Sandra.
La gente empieza a caerse de sus asientos al pasillo. Y la maqueta de Julián es la primera en caer con ellos, así como la bolsa de María José.  Julián se agarra con las dos manos al asiento que tiene delante. En segundos, los pedazos de su maqueta se pierden entre una maraña de pies, piernas, brazos, mochilas y bolsos.
Cuando el autobús gira por última vez hacia la derecha, sale de la carretera, se come el quitamiedos y continúa en línea recta al menos quinientos metros hasta que de pronto, se para.
El sonido del motor se deja de escuchar.
Los pasajeros empiezan a incorporarse desenredándose entre ellos.
Mario mira a Julián. Julián mira al suelo. Sandra reacciona y con las dos manos se aprieta en la cabeza.  Sergio la abraza fuerte. Sandra corresponde al abrazo y llora. Sergio se separa de ella, la mira y la besa en los labios.
Concha se queja de un dolor en la cadera porque en el trasiego Carmen ha caído sobre ella.
Manolo se levanta. Se gira hacia sus pasajeros. Está rojo, sudando. Respira muy fuerte.
No dice nada.  Gira la cabeza hacia la ventanilla del autobús que queda del lado de la carretera.
Todos los pasajeros se van a ese lado y empiezan a mirar también por las ventanillas. Asomándose unos sobre los otros.
María José pega sus manos sobre el cristal y exclama.
-  Dios mío... ¡Qué va a ser de mis hijos!
Carmen y Concha se santiguan.
Todos se preparan.







1 comentario:

  1. ¡¿Cómo puede decir un narrador externo deficiente: "que vaticina un día de cojones"?

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