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jueves, 31 de mayo de 2012

-Relato 4 de Eva María Torres de los Santos


Y le llevan niños para que se los coma vivos.
-¡Y le llevan niños para que se los coma vivos!-  grita Marta abriendo mucho los ojos y pegando la cara al rostro descompuesto de Josué, mientras con el brazo señala al fondo de la calle.
Josué se retira unos pasos para poner distancia y  gira la cabeza de un lado a otro.
-¡Mentirosa! ¡Mentirosa!
Raúl los mira divertido. Él no es un crío como su hermana y su amigo, dos mocosos de ocho años que apenas levantan un palmo del suelo. Raúl ya tiene trece años y esas tonterías no le asuntan. Pero decide seguirles el juego, porque él mismo hasta hacía poco se moría de miedo cuando le hablaban de la bruja que vivía en la última casa de la calle.
-No es mentira.  Le gusta comerse a los niños cruditos, cruditos… ñam ñam- Raúl abre la boca exageradamente para que la onomatopeya del mordisco intimide no solo a Josué sino a su propia hermana que lo mira dubitativa.
Raúl se pasó toda la infancia teniendo miedo, a lo que había debajo de su cama, a la oscuridad, a la bruja del final de la calle y sobre todo a un horrible muñeco de payaso que le regalaron una vez. Tenía una risa maléfica y por las noches se le iluminaban los ojos. Dejó de tener miedo cuando le salieron las primeras pelusas en el bigote. Se dio cuenta de que ya era un hombre, hasta su padre se lo dijo y además le encomendó la tarea de cuidar de su hermana siempre, como hermano el hermano mayor que era.
Pero Marta no necesitaba que la cuidaran. No tenía miedo de nada.   Ella jugaba con el muñeco de payaso de Raúl desde los tres años, lo revoleaba por los aires, le pintaba con ceras en la cara, le cortaba mechones del pelo de zanahoria que tenía y hasta en una ocasión se le salió un ojo de un golpe que le dio pero siguió jugando con él como si tal cosa.
A Raúl la temeridad de su hermana le da muchísima envidia. Piensa que a lo mejor así se puede vengar un rato y pone todo su empeño en resultar creíble. – Un día, le trajeron a un niño muy flaco, pero a la bruja no le gustó, los quiere mas gorditos, con más carne que morder. Así que la madre del niño lo volvía a traer todas las semanas, cada vez venía con mejor aspecto, más rechoncho… Se lo enseñaba a la bruja y luego salía con él.  Así todas las semanas hasta que una semana no volvió más. La bruja se lo comió cuando vio que había engordado y tenía unos buenos mofletes.- dice Raúl hinchándose de aire la boca enseñando sus mofletes artificiales a Josué y a Marta.
Marta arquea una ceja y dedica una mirada cómplice a su hermano.
- Sí, se come a los niños cruditos pero a veces también los cocina ¡eh! ¿No ves que siempre viene con bolsas llenas de hierbas? Yo la he expiado por la ventana. Tiene una olla grande y pone a hervir agua con hierbas dentro para cocinar a los niños.  ¡Hace pucheros con los niños! Uh uh uh pucherito de Josué. Rico, rico.
Raúl no sale de su asombro. Marta no solo no se asusta sino que parece seguirle el juego. En el último intento desesperado se vuelve a meter en el papel y continúa:
- Sí, lo que mas le gusta comer son los muslos que son mas sabrosos. ¿A ver, Josué? – le dice pellizcándole la pierna- ¡Qué blandito estás! ¡En cuanto te vea te querrá comer!
A Marta ya se le empieza a escapar la risa y se tapa la boca con una mano mientras aprieta con fuerza los dientes para contenerse. Raúl, la mira y se da por vencido. Echa a correr pero a medio camino se gira y grita:
- Y a ti también te va a comer Marta, ¡culo gordo!
Marta ya no escucha a su hermano, ve desde lejos cómo se abre la puerta de la última casa de la calle. Josué también lo ve y ambos se esconden instintivamente en el zaguán de la casa que les queda más cerca. Asoman la cabeza para ver a dónde se dirige la bruja.
La bruja cada vez se acerca más hacia dónde ellos están. Ya no hay duda, se dirige al bar de Cosme. El zaguán en el que se resguardan queda justo en frente.
Marta se mete un poco más adentro del zaguán para no ser vista y susurra:
- Seguro va a que Cosme le regale comida.
- ¿Cósme?  ¡Pero si Cosme es bien agarrado! Mi madre siempre me dice que a Cosme no le pida ni agua.
- Pues mi madre dice que la bruja lo tiene embrujado y por eso le regala comida. Y que seguro embruja a los hombres para que le hagan cosas.
- ¿Qué cosas?
- No lo sé, mi madre no me lo dice.
Josué espera hasta que ve entrar a la bruja en la taberna.
- Ya me tengo que ir.
- ¿Ya? ¿Por qué? – pregunta Marta con los brazos encogidos y las palmas abiertas a modo de súplica.
- Porque sí.
Josué se marcha sin dar mas explicaciones a Marta. ¿Cómo le va a decir que sabe una cosa que ni su hermano ni ella saben? ¿Cómo les va a contar que su madre va todas las semanas a jugar a las cartas con la bruja y él la acompaña? ¿Cómo les va a explicar que lo de que se come a los niños es verdad? Él mismo sabe que tiene a una niña escondida en casa y que está engordándola para comérsela.


La bruja, María de las Mercedes o Merceditas como le empezaron a decir de niña, cruza el umbral del bar de Cosme. Siente que se le quedan pegados los pies en el suelo. No están los tiempos para andar esquivando cabezas de gamba pero si tiene que caminar entre pedruscos y migajas de pan y alguna que otra corteza de queso.
- Cosme, tienes esto hecho un asco. – Grita a modo de saludo.- Cómo se nota que te hace falta una buena mujer…
- ¿Quién me va a querer a mí? Si me la buscas, te regalo una pata de jamón del bueno.
- Eso es más difícil de encontrar, Cosme.
A Merceditas no le gusta ir a la taberna. Los parroquianos le lanzan miradas inquisidoras nada más verla llegar, pero lo hace por Cosme.
Siempre hablan así, a voces.  Cosme desde el otro lado de la barra y Merceditas sentada en alguna de las mesas que quedan más cerca de la puerta. Se deja caer en la silla como si le pesara el alma, aunque lo que le pesa no es el alma sino las piernas cansadas  y el tránsito pesado de la sangre que circula por las primeras varices que empiezan a asomárseles en las pantorrillas. 
La complicidad que ambos tienen hace que los parroquianos piensen que están flirteando, pero se equivocan. 
Cosme solo quiere devolverle un favor tan caro como es el de su propia vida, aunque solo sea con unas garrafas de vino un par de veces por semana y una bolsa con un trozo de queso, algo de chacina y fruta. Si tuviera más para darle, se lo daría, de eso no hay duda.
Mientras le prepara la bolsa con las viandas suele invitarla a una tapa o una cazuelita con el cocido del día. A veces incluso, se sienta unos minutos a charlar con ella desatendiendo la barra.
Hoy Cosme ha preparado unas lentejas, ¡de las que quitan el sentio, Merceditas, ya verás!
Se dirige a la cocina para sacarle un buen plato a Merceditas y se entretiene rebuscando unos trozos de chorizo al fondo de la olla.
Mientras, Merceditas se acomoda en la silla, dejando caer los brazos sobre su regazo.  Diez pares de ojos no le quitan la vista de encima. Oye cuchicheos.
Merceditas sabe que si estuviera casada con el farmacéutico o el médico del pueblo, dirían de ella  que tiene manos de santa, pero como vivió hace años con Mario en la casa del cementerio, no va a la Iglesia y cura a la gente con hierbas y ungüentos,  para todos los de ese condenado pueblo no es más que una bruja. A ella no le molesta que piensen así, tiene escoba y el pelo desgreñado aunque su nariz es demasiado chata para meterme en el papel de las brujas de los cuentos. Claro que esas no son como las de verdad, siempre andan haciendo maldades o echando a volar. Lo que no soporta es la sarta de estupideces que dicen de ella. Que si era ella y no Mario quien enterraba a los muertos en el cementerio. Que si les quitaba las ropas para luego venderlas y a saber cuantas cosas más.
Las mejores historias las cuentan los niños, con esas hasta se divierte. Dicen que les da brebajes a los muertos para que revivan, y que una vez vieron salir corriendo calle abajo desde el cementerio a una especie de zombi cuando ella vivía allí.
Dicen que se come a los niños. La forma de cocinarlos varía mucho en función de la imaginación de los atemorizados.  Mereceditas ya ha escuchado recetas para todos los gustos; que si los sofrie en una cazuela gigante de barro, que si los asa en una olla o los condimenta en un caldero…

Eso de recordar termina siendo adictivo. Se empieza viajando unos días al pasado y se acaba retrocediendo años, todos los que hagan falta, hasta llegar al principio de todas las desgracias que a uno le suceden.

Merceditas está sentada en la silla esperando, totalmente indiferente al espectáculo que supone su sola presencia. Fija la mirada en los pies para quedarse absorta en sus recuerdos. Los zapatos que llevan son muy viejos, el contrafuerte está cedido y ya casi chanclea con ellos. Pero Merceditas no ve sus propios pies, los recuerdos la llevan al cementerio, a los años en los que ayudaba a Mario.
Antes de la guerra, cuando España era una y no dos, Mario también le tenía miedo.
A veces, Merceditas llegaba a casa y le decía; cariño, prepara un lugar bonito para... Mario nunca le dejaba terminar, salía corriendo decía que no lo quería saber.
A ella eso le dolía profundamente. Merceditas no tiene culpa de lo que le ocurre, le sucede desde niña, cuando una persona tiene los ojos como hundidos en la cara, los parpados negruzcos y las ojeras muy pronunciadas, sabe que se va a morir, porque es algo que solo ella puede ver.
Merceditas siempre pensó que la muerte no debería hacer trabajos en masa. Mira que eso de segar deprisa frente a un muro puede dejarse algún hierbajo detrás al que sea difícil arrancar la vida.
A ella le gustaba mirar a los muertos a los ojos aunque tuviera que buscarlos en un rostro desfigurado y luego gritarles ¡Levántate y camina! Por si acaso…
Un día hubo uno que se levantó y caminó y ¡vaya que si caminó! Luego volvió a caer pero de puro cansancio, porque los muertos cuando caminan se cansan pronto.

En el fondo, todos en el pueblo son muy ingenuos, nadie imagina que les sirve los chatos y las cervezas  el monstruo que Merceditas creó. Que no lleva peluquín para disimular una calvicie incipiente sino para tapar la cicatriz de la bala que le acarició la sien sin atreverse a entrar.
Él juró no recordar nada de su pasado. Era francés eso resultaba innegable pero sabía hablar español sin que casi se le notara el acento. Tampoco es muy difícil de imaginar cómo llegó al pueblo y acabó en la tapia de un cementerio. Merceidtas por supuesto, juró no haberlo visto levantarse de entre los muertos, no haberle curado las heridas y no haberse pasado varios meses poniéndoles compresas de alcohol mientras deliraba por la fiebre.
Cuando él se sintió recuperado, se marchó sin más, eso sí, prometiendo saldar de algún modo la deuda que tenía con Merceditas. Por aquel entonces, ella creyó en sus palabras tanto como en su amnesia.
Pero lo que son las cosas, tres meses después reapareció convertido en Cosme que se ve que es un nombre español de los que no llaman la atención. Quizás tenía contactos cerca. Volvió empeñado en devolverle el favor aunque fuera llenándole el buche cuando casi todo el mundo lo tenía vacío. Se lo llenaba a Merceditas con gusto y por ende a Mario hasta que éste desapareció.
De la desaparición de Mario también la culpan. El mismo cura que un día los casó estuvo hasta varios años después haciéndole visitas eventuales para preguntarle dónde había enterrado a su marido.
Merceditas siempre le repetía lo mismo, que poco importaba si su marido estaba muerto o vivo porque días antes de su desaparición se había vuelto completamente loco de enterrar a tanto muerto y ella misma se hubiera vuelto loca de no haber abandonado la casa del cementerio cuando Mario desapareció.  Desde entonces vive en la casa que fue de sus padres, pero ellos ya habían muerto antes de la guerra. A los ojos de la gente vive sola.

Cosme regresa con un plato bien colmado de lentejas en el que flotan un par de pedazos de chorizo, otro de papa y varios de zanahoria. Es el ruido del plato sobre la mesa el que hace regresar a Merceditas a este mundo y la saca de sus recuerdos.

Mientras Merceditas da buena cuenta del plato de lentejas, Josué está escondido debajo de la mesa camilla de su casa. Es su lugar preferido, su madre aún no se ha dado cuenta de que lo usa como escondite.  En verdad ahora no tiene por qué esconderse ya que solo son las dos de la tarde y a esta hora su madre está trabajando en una fábrica de costura y no llega hasta pasadas las tres pero su escondite es el único lugar dónde se siente seguro.
Josué  aparta el cajón de cisco, se sienta con las piernas cruzadas y se pone a pensar.
La bruja ha secuestrado a una niña y la tiene encerrada. Con lo que le ha contado Raúl no hay duda, la tiene encerrada para engordarla y luego comérsela. Él tiene que salvarla, pero no sabe qué hacer.
Su madre no lo va a creer, le encantaba ir a jugar a las cartas con la bruja pero como la última vez se ve que perdió la partida, ya no quiere ir más. Le pediría ayuda a su padre, pero hace meses que se fue a la montaña a cazar conejos. Josué no sabe por qué su padre se ha ido a cazar conejos a la montaña si cuando van al campo de los abuelos hay conejos y no están en la montaña.
Ni si quiera se despidió de él. Su madre le dijo que tardaría en volver porque quería cazar muchos conejos, luego los vendería todos y le comprarían una bicicleta. Ayer su madre le dijo que  se olvidara de la bicicleta aunque él tampoco comprendió por qué si su padre todavía no había vuelto con los conejos.
No entiende nada, solo sabe que hay una niña a la que se van a comer si él no la ayuda a escapar.
Lo descubrió por casualidad la última vez que fueron a casa de la bruja.
Su madre y la bruja siempre se encierran en una habitación pequeña de la casa. Tiene las paredes pegadas con estampas de santos y en el centro hay una mesa redonda. A Josué no le gusta esa habitación porque las estampas de los santos le dan miedo a la luz de las velas.
Las velas que la bruja tiene en esa habitación son velones blancos enormes con pequeños platitos debajo para que caiga la cera ahí y no en los muebles.
A él le dejaban quedarse con ellas en la habitación siempre que no hiciera ruido. Pero ya no va a ir más. Se lo ha preguntado a su madre y le ha dicho que no, que eso se acabó.
A Josué no se le olvida las dos cartas que sacó la bruja y que hicieron perder a su madre. Una tenía pintada una torre. Esa torre le recordaba a la torre del Castillo de la Mota que aparece dibujado en una página de su libro del colegio,  la Enciclopedia Álvarez. Recuerda perfectamente el nombre de ese castillo porque justa la semana pasada estuvieron dando en clase el tema de la vida en la Edad Media y en esas páginas venía el castillo dibujado. Marta, cuando estaban en clase, le cogió su libro y pintó en lo alto de la torre del castillo a un monigote con una pistola. Josué le dijo que en la Edad Media no se habían inventado las pistolas  Marta le respondió  que cuando uno dibuja puede pintar lo que le da la gana y ante esa afirmación Josué no tuvo mas remedio que callar.
La torre de la carta se diferencia a la torre del Castillo de la Mota en que la torre de la carta tiene la parte de arriba abierta y del interior sale algo que Josué no distingue muy bien, aunque le parece confeti y serpentina. Además en la torre de la carta hay dos hombres cayéndose de cabeza.  Cuando apareció esa cara la bruja no hizo ningún gesto pero luego. la madre de Josué sacó otra carta y ahí si se montó buena.  Era la carta del esqueleto que aparece encorvado cogiendo una hoz.
Antes de ponerla si quiera sobre la mesa la bruja le dijo a Josué que tenía que irse fuera de la habitación porque hay cosas que los niños no tienen que oír. Sabe que con esas cartas su madre perdió la partida porque al salir de la habitación tenía los ojos rojos de haber llorado y ese día se la pasó en la cama acostada. Parecía tan triste que Josué no tuvo el valor de decirle que se había olvidado darle de cenar.
Mientras su madre permaneció encerrada con la bruja durante un rato Josué tuvo tiempo para aburrirse. Corrió por la casa trasteándolo todo. Entro en la habitación dónde dormía la bruja y se tumbó en su cama. Las sábanas olían a flores secas y a Josué le pareció que el colchón era mucho más duro que el suyo. Entonces cuando se disponía a irse vio como del armario salía un brazo menudo de piel blanquísima. Luego apareció una pierna delgada de la que colgaba un huesudo pie descalzo. Finalmente terminó de salir una niña del armario. Era pequeña de poco más de seis años.
Aquel día no pudo hablar con esa niña. Ella, nada más verlo se volvió a meter en el armario y Josué no tuvo valor para entrar a sacarla.
Ahora que lo piensa, a Josué le gustaría ser como Marta, ella seguro hubiera sacado a la niña de allí y se habría enfrentado a la bruja.
Los ladridos de un perro en la calle sacan de sus recuerdos a Josué y con el susto estira el cuello y se da un buen coscorrón contra la mesa.  Entonces se agarra con fuerza la cabeza en la zona del golpe para que se le pase el dolor mientras se fija en sus zapatos, ya le quedan pequeños, le duele mucho los dedos meñiques con ellos pero tampoco le ha dicho a su madre que hace tiempo le crecieron los pies y  necesita zapatos nuevos.
Josué, quizás por el delirio del coscorrón, se envalentona. Va al cuarto de sus padres, busca en el último cajón de la mesita de noche una vieja navaja. Sabe que su padre la escondía ahí. Se la mete en el bolsillo y sale a la calle.
En la puerta de su casa Marta y Raúl están sentados en el umbral comiéndose un bocadillo.
-¿Qué hacéis aquí?- les pregunta Josué
-Mi madre se ha tenido que ir a cuidar a mi abuela porque se ha puesto mala. Nos ha dado estos bocatas y nos ha dicho que nos quedemos toda la tarde en tu casa, si tu madre nos deja. – Explica Marta abriendo una mochila que trae y sacando un bocadillo de ésta. – También nos ha dado un bocadillo para ti. ¡Es de chorizo!
-Ahora no tengo ganas. –le contesta Josué negando con la cabeza.
-Yo solo he venido a traerla. No me voy a quedar toda la tarde aquí con ustedes que ya soy mayorcito, me voy a dar una vuelta. Adios. –dice Raúl pero sin irse.
-Mamá ha dicho que te quedes conmigo también.- le replica Marta
Josué se mete las manos en los bolsillos para que no noten el bulto de la navaja.
-Es que mi madre está cosiendo y tarda una hora en venir. Yo iba a dar una vuelta también…
Marta lo agarra de un brazo.
-¡Voy contigo!
Raúl, los mira, encoje los hombros y echa a correr gritando;
-¡Eso eso, llévate al culo gordo contigo!
-Se lo voy a decir a mamá, qué hoy lo has dicho dos veces.¡Idiota! –grita sin mucha convicción Marta y luego se gira hacia Josué- ¡Vamos!
Josué anda dubitativo unos pasos mientras Marta lo sigue expectante.
-¿A dónde vamos?
Josué no quiere contarle que su madre iba a la casa de la bruja, ni siquiera quiere contarle lo de la niña en el armario. Aunque sabe que le vendría bien el valor de Marta, cree que esto lo tiene que hacer sólo él.  Como no tiene nada ideado para espantar a su amiga, sigue caminando hasta que llega a la puerta de la casa de la bruja.
-Voy a entrar ahí.
-¿Tú Josué? Si eres un miedoso.
-Pues voy a entrar.
-Pero está cerrada la puerta.
-La bruja cuando va al bar de Cosme deja la puerta encajada. ¡Mira! – dice Josué abriendo de un pequeño empujón la puerta.
-¿Y tú cómo sabías eso?
Josué se encoje de hombros.
-Quédate aquí.
-Josué, ¡Cómo te vea te va a comer!
Josué se vuelve a encoger de hombros, entra en la casa y cierra la puerta sigilosamente.
Dentro de la casa el aire está cargado. Huele a hierbas, como siempre pero además a una mezcla de inciensos.
De la habitación de la bruja salen risas cortadas y cuchicheos.
Josué se dirige corriendo, pero no ve a nadie. Se queda quieto unos segundos hasta que finalmente hace acopio del poco valor que tiene para abrir el armario y entrar en él.
Dentro parece un armario normal, hay colgados algunos vestidos y un par de rebecas.
Josué se enfada muchísimo porque la niña no está. Tiene ganas de llorar. Seguro he llegado tarde, piensa. Entonces, de puro enfado, da un golpe a la pared y en vez de dolor en los nudillos ve como esta se cae. Frente a él aparece una pequeña y oscura habitación llena de libros y velones.  Hay una pequeña mesita, un lavabo y un par de palanganas. También hay una cama con las sábanas revueltas. Y justo en la esquina de la habitación un sofá destartalado en el que una niña pequeña y un hombre mayor, de la edad de su padre probablemente, lo miran desconcertados.
Josué salta del armario a la habitación.
-¿Qué haces tú aquí niño? ¿Quién eres? – le dice malhumorado el hombre del sofá.
-Me llamo Josué.
-¿Has venido solo?
-Sí, yo solo.
-Vale, pues entonces ya nunca más vas a salir de aquí.
-¡Pero papá!- grita llorosa la niña.
-Cariño no te asustes, papá no va a hacer nada malo.- susurra en el oído el hombre a su hija.
-Yo, yo, yo solo que-quería salvar a la niña pa-para que no se la coma la bruja- tartamudea Josué.
-¿Qué bruja? ¿Qué dices niño?
-La bruja que vive en esta casa y que os ha encerrado en el armario.
-¡Estos condenados críos! Es culpa de los malditos curas que les meten esas ideas en la cabeza… - replica el hombre hablando para sí mismo y luego para Josué. – Mira niño, las brujas no existen. A nosotros no nos ha encerrado nadie. Y si tu le dices a alguien que estamos aquí dentro voy a hacerle cosas malas a ti, a tu madre, a tu padre y hasta a tus hermanos.
-¡Papá, no! – replica la niña hundiendo la cabeza en su regazo.
-¡Pero yo no tengo hermanos! – dice lagrimeando Josué.
-Pues a tu perro o a tu gato. ¿Tampoco tienes?
-No.
-¿Y amigos? ¿Amigos si que tienes no? Amigos del colegio o de la calle. A esos también les voy a hacer muchas cosas malas si tu cuentas que estamos aquí.
Josué rompe a llorar balbuceando.
-No, yo no voy a decir nada pero no les hagas cosas malas.
-¡Mentira! Seguro me quieres engañar y cuando salgas de aquí irás corriendo a decirlo a todo el mundo.
-Que no...
-¿A quien quieres más en el mundo? ¿A tu madre?
Josué asiente despacio.
-Pues a tu madre va a ser a la primera que le haga cosas malas.
-¡No, a ella no!
En ese preciso instante y sin que Josué sea consciente de lo que está haciendo saca la navaja de su bolsillo y la muestra en una mano sin que si quiera parezca desafiante.
-Hay que joderse con el crío. ¡Este ya no sale de aquí!
Y dicho eso el hombre se zafa de su hija, la deja sentada en el sillón y se dirige hacia donde está Josué.  En apenas unos segundos consigue hacerse con él. Agarrándolo solo por el chaleco con una mano, lo levanta unos palmos del suelo y con la otra le retuerce el brazo hasta quitarle la navaja.
-¡Tu ya no sales de aquí en la vida, crío del demonio! ¡Te voy a dar una…!
-Ni una ni dos le vas a dar, suelta al chiquillo. – grita desde el armario Merceditas.
Ninguno de los tres, ni siquiera la niña la habían sentido llegar.
El hombre suelta a Josué que paralizado por el miedo ni se mueve.
-¿Merceditas, tú sabes qué hace este crío aquí?
-No, no lo sé. Pero yo me encargo de él.
Josué tiene de pronto una certeza; la bruja se lo va a comer.
-Si este crío llega a decir algo… ¡Nos vamos todos al infierno! – grita el hombre abrazándose a su hija que ha empezado a llorar escandalosamente.
-No dirá nada, tranquilo. Pero déjate de hacer tonterías.
Merceditas coge por un brazo a Josué, que pese al terror, se deja guiar sumiso fuera del armario.
Merceditas lo cierra y en la habitación sienta a Josué en la cama.
Josué tiembla y la mira como un cordero al que llevan al matadero.
-Tranquilo Josué, no te voy a hacer daño, ni yo ni el hombre del armario.
-¿Ni a mi madre ni a mis amigos?
-No Josué no os vamos a hacer nada malo.
-¿Ni me vas a comer?
Merceditas se rie.
-¿No eres muy grande ya para creer en esas tonterías?
-Es que Marta y Raúl dicen que..
-Da igual lo que digan Josué. Yo no me como a los niños.
-¿Ni a la niña del armario?
-No, Josué.
Josué agacha la cabeza y se limpia con el puño de su chaleco la nariz.
-¡No seas cochino! Toma. –dice Merceditas sacando un pañuelo de su bolsillo. –Límpiate con esto.
-Entonces, ¿Por qué los tienes encerrado en el armario?
-Yo no los he encerrado Josué, viven ahí.
-¿Por qué?
-Eres muy pequeño para entenderlo.
-Tengo ocho años.
-Eres pequeño Josué. Mira, a veces los adultos tienen que hacer cosas que los niños no entienden. Como ir a cazar conejos a la montaña.
-¡Mi padre se fue a cazar conejos a la montaña!
-¿Y tú lo entiendes Josué?
-No. Yo no quiero que cace conejos para comprarme una bici, preferiría que estuviera en casa.
-Pero la montaña es muy buen sitio para cazar conejos Josué. Tu ahora no lo entiendes, pero hay gente que tiene que cazar conejos en una montaña porque los conejos no conocen bien las montañas y se pierden cuando van allí. Así que todos los que saben cazar conejos tienen que ir a las montañas para esconderse y prepararles trampas a los conejos.
-¿Y todos van porque quieren?
-No, lo hacen porque conocen bien las montañas y no les gustan los conejos.
-Pero a mi padre si le gustan los conejos y le gusta comérselos también. Mi abuelo hace conejo con arroz y a mi padre le encanta.
-Pero son conejos de campo, no de la montaña ¿A que sí?
-Sí.
-¿Lo ves, Josué?
-¿Y vuelven algún día de cazar conejos?
-No Josué,  la mayoría no vuelve.
Josué agacha mas la cabeza mirándose las manos.
-Ya lo sabía.
-Pues igual que algunos adultos se van a cazar conejos otros viven en los armarios.
-¿Y tampoco salen de los armarios nunca?
-No lo sé Josué, no creo.
-Creo que lo entiendo.
-No, no lo entiendes Josué.
-Bueno, vale, no lo entiendo.
-Josué no puedes decirle a nadie que hay gente viviendo en los armarios.
-¿Por qué?
-¿A que tu no le dirías a un conejo que tu padre se ha escondido en la montaña para cazarlo?
-Los conejos no hablan ni entienden a las personas.
-Pero es un ejemplo. Piénsalo.
-Vale, no voy a decir nada.
-Me lo tienes que prometer.
-Te lo prometo.
-Y ahora me lo tienes que jurar.
-Te lo juro.
-Júramelo por tu madre.
-Te lo juro por mi madre. Pero, ¿Le vas  a hacer cosas malas?
-No le haré nunca nada malo. Te lo prometo.
-¿Ni a Marta ni a Raúl?
-Ya te lo dije antes. Te prometo que no les voy a hacer daño.
-Anda ven un momento.
Merceditas va a la cocina. Encima de una mesa hay una bolsa. Saca un trozo de queso, corta un pedazo. y se lo envuelve en una servilleta.
-Toma para que se lo eches en el bocadillo de chorizo que te ha traído Marta.
-¿Cómo sabes que Marta me ha traído un bocadillo de chorizo?
-Yo soy una bruja, lo sé todo.- le dice Merceditas riendo.
-¿Marta está en la puerta?
-No, cuando me vio llegar salió corriendo. Venga, ahora vete, no olvides lo que me has prometido.
-¡No lo haré!
Josué sale de la casa de la bruja con su pedazo de queso como si fuera un trofeo.
Está contento, Marta que es tan valiente sale corriendo cuando ve a la bruja y  él, sin embargo, se  ha colado en su casa y encima la bruja, hasta le ha dado comida.


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