Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

miércoles, 30 de mayo de 2012

-Relato 4 de Higinio Gómez

                                                                                                                                                                 

                                       YA VERÁS, LO HAREMOS


         Debajo de la piel de Juan crecía un impulso agresivo, en su rostro resplandecía su origen animal; ansiaba reproducirse, necesitaba un hijo. Compartía su alojamiento, su deseo  y su escasez de dinero con Marta, una joven como él. Se amaban con un perfecto conocimiento y control de la actividad sexual que cuando ellos quisieran, pensaban, debía conducir a satisfacer su imperiosa necesidad. Ella aguardaba a que llegara un tiempo mejor para tener su hijo. Él estaba convencido de que sabían hacerlo. 
         —Tenemos que abandonar esta maldita pocilga. Aquí no podemos tener un hijo. Mira cómo vivimos, mira qué cocina —dijo ella. 
         —Estoy seguro de que lo conseguiremos. Tendremos la casa y tendremos el hijo. Ya verás, lo haremos —dijo él.

         Aquella tarde tenían una reunión en el barrio de catecúmenos sobre lo que en los medios de la Comunidad Autónoma se denominaba "sexualidad abierta". "Una gilipollez", según ellos. Marta no deseaba asistir, ambos sabían lo bastante sobre el asunto. Pero Juan estaba dispuesto a "darle una lección y romperle la cara si hacía falta" a la psicóloga social que se forraba enseñando cosas que sabía todo el mundo y que estaba convencido de que ella no practicaba y ellos sí.

         —Estamos aquí en esta magnífica aula que hemos construido para vosotros para hablar sin tapujos sobre sexo abierto —dijo el Delegado de la Juventud del Ayuntamiento—. Queremos que estas reuniones sean participativas.
Todos vosotros debéis colaborar, porque no deseamos problemas de sida ni embarazos no deseados en el distrito. La señorita Julia psicóloga sexual, aquí a mi lado, conducirá las reuniones.  ¿Alguien tiene algo que preguntar?
         Juan levantó su brazo peludo desde la última fila y  afirmó:
         —Yo sostengo que las pollas no son todas las iguales.  
         El personal volvió sus cabezas para ver a quien había hablado de ese modo tan rotundo. El Delegado del Ayuntamiento se dirigió de nuevo a todos y dijo:
         —Bien, ya veo que esto empieza como es debido... Yo no pienso intervenir, estaré de oyente porque estas cosas debemos conocerlas todos, no solo la juventud. Os dejo con la señorita Julia.
         El Delegado se arrinconó en la última fila.

         —Acérquese, por favor —le pidió a Juan la experta sexual—. Díganos usted qué observaciones o datos le permiten hacer esa afirmación.
         —No me jodas, llámame de tú. Juancho, si te parece.
         —Bien, Juancho, ¿vienes o no?
 
         Él se acercó al estrado sin prisas, saludó a todos  y dijo:
         —Si todas las pollas fueran iguales no existiría la polla media que es la media de las pollas, sino la polla única, y su tamaño coincidiría con el tamaño de la polla media, o la media de las pollas. ¿Correcto?
         Un murmullo de aprobación y alguna risa  se extendieron  por la sala.
         —He visto algunos monos —continuó— que en ocho o diez segundos despachan la jodienda. Ellas ni se enteran. ¿Vosotras creéis que de ese modo se puede formar una familia? Yo lo tengo claro, el sexo civilizado trae a la familia civilizada; el sexo abierto trae a la familia abierta, o sea,  a la familia partida. Y, ¿qué es una familia civilizada?, ¿la de los monos?
         —¡Buena pregunta! —gritó una joven.
         —¡Que los tíos cacen conejos! ¡Eso es la familia civilizada, que los tíos cacemos conejos! —Risas escandalosas del auditorio— ¿Y qué tienen que hacer las tías mientras los tíos liquidamos a los conejos?                                                                                                 



         —¡Ponerse debajo! —gritó otro.
          —¡No seas cretino! ¡Quedarse en casa para cuidar a los nenes! ¡Eso es lo que las tías civilizadas tienen que hacer ¿Sabéis por qué las tías se van también a cazar conejos?
         —No sé adonde quieres ir a parar —intervino la señorita Julia.
         —¡Joder! ¿A dónde quiero ir a parar? ¡A la familia civilizada, leche! ¡No a la familia abierta! ¡No a la familia en la que las tías también cazan conejos! ¡No a la familia de los cañones, mierda! ¡No a las armas!
         —¡A las armas "citoyen"! —gritó alguien. 
         —¡Cretino! —soltó Juancho— Así no se pronuncia. A ver si aprendes el francés...
         El personal rompió en carcajadas estruendosas.
         —¡No entendéis nada, coño! Si tienes un tío con una metralleta delante, ¿te vas a ir a joder con su chica? Las tías tienen que cuidar a los nenes, tíos; mientras tanto los tíos fabrican los misiles. Y no te vayas con la mía que te meto el plomo entre los ojos. Y a la mía, después, por salvaje, por ignorar su obligación. ¿Lo veis, cretinos? ¡La familia civilizada viene del sexo civilizado! ¡El sexo abierto trae la familia partida y los cañones!
         —¡Se refiere al corazón partío! —gritó alguien.
         —¡Vale!¡Vale! —dijo la señorita psicóloga temiendo que aquello acabara en cachondeo—. Hoy damos esto por terminado y delante de todos felicito a Juancho por sus estupendas intervenciones y las vuestras que todos habéis sabido recibir como es debido, con risas y con aplausos.

Al terminar, el Delegado tomó a Juancho del brazo y le pidió que fuera a verle al día siguiente, tenía que hablar con él.
         Después de que el Delegado se despidiera de Juancho, la señorita Julia le llamó y le invitó a cenar. Estaba interesada por aquel tipo "metrosexual" que podía quitarle el contrato temporal con el Ayuntamiento.

  —Me chifla ese punto de vista que tú tienes para el problema del sexo, tío. Seguro que le ha gustado a ese carroza del Ayuntamiento que se acaba de ir —le dijo mientras cenaban—. Pero hay otra cosa que olvidas.       
 Tu familia civilizada también ha traído la cultura, la agricultura y la sexocultura. ¿Se cultivan las zanahorias o no se cultivan? ¿Se enseña a criar zanahorias o no se enseña? ¿Se aprende o no se aprende a criar zanahorias?
—Se cultivan, se enseña y se aprende —dijo él.
—¿Y por qué coños no vamos a cultivar el sexo, a enseñar la sexocultura? —preguntó la señorita Julia.  
—Hay muchas maneras de cultivar las zanahorias..., y consumirlas... A mí me gusta comerlas, no meterlas en el culo.
         —¡Oye tío!, que allí nadie ha pedido a la gente que se meta las zanahorias en el culo.
         —Enseñáis a la gente a meterse otras cosas, penes de plástico, vibradores, afrodisíacos de esos, porquerías...
         —¡Oye! Pero a ti, ¿qué te pasa, es que no te gusta joder? ¡Ven a mi casa y verás lo que es bueno!  
         —Prefiero a mi mujer, tía, seguro que a ti te huele mal.
         —¿Eres un cabrón, verdad?
         —Justo eso es lo  que no soy. ¿No serás tú una mona fría?

         La señorita Julia se levantó con intención de marcharse, pero Juancho la cogió de un brazo y la retuvo:
         —¡Eh, eh, tía, que esto hay que pagarlo, has sido tú quien me ha traído!
         —La sicóloga social abrió su bolso, se acercó al camarero, pagó y salió de estampida.

         Al día siguiente el Delegado de la Juventud recibió a Juancho.
—Me ha gustado mucho lo que has dicho. Algunos en el Ayuntamiento estamos de acuerdo contigo; el sexo es una cosa seria, respetuosa con la pareja, nada de risas, ni cachondeos, ni aparatos para meter en el culo. Caricias bien hechas como tú has explicado muy bien; ternura y saber donde hay que acariciarse mutuamente, para que los dos disfruten sin violencia, ni falta de respeto, sin sadomasoquismo, sin perfumes, ni cremas, ni mierdas, con tu pareja y sólo con tu pareja, a quien   conoces  y quieres.     Y eso hay que decírselo a los jóvenes como tú lo has hecho. He hablado con algunos concejales del Ayuntamiento y nos gustaría que aceptaras nuestra propuesta de acompañar a la señorita Julia en el programa que ella tiene que desarrollar en nuestra Comunidad Autónoma y que durará casi un año. ¿Puedes hacerlo? ¿Tienes algún trabajo fijo que te lo impida? Hay que ir a muchos pueblos. ¿Te atreves con ello?
         —Depende... Si me pagan igual que a esa tía, sí. 
         —De acuerdo. Hablaré con ella y empezáis mañana mismo. 

         Juancho regresó a su "maldita pocilga" con los brazos abiertos. Contó a Marta lo sucedido y practicaron su "sexo civilizado" rebosantes de gozo y esperanza.

         Marta recibía puntualmente el dinero que Juancho ganaba, pero su prolongada ausencia y el hecho de que tuviera que tener como compañera de trabajo a Julia, "la sicóloga", mantenía su corazón en una inquietud permanente.

         Mientras tanto los progresos de Juancho se convirtieron en una fuente de satisfacción no solo para él, sino para todos sus oyentes, incluso para la señorita Julia. Él recibía los elogios y los aplausos sin presunción, como cualidad natural recibida sin esfuerzo. Utilizando el lenguaje de la calle para exponer sus ideas sobre el "sexo civilizado", Juancho era escuchado por todos con interés creciente y con la sonrisa en la mayoría de sus rostros. Su claridad era sombrosa; las anécdotas que contaba siempre eran apropiadas al asunto de sus charlas, y salían de su boca espontáneamente, como por casualidad. Lo importante para él era el contenido, y los ejemplos que utilizaba eran siempre analogías apropiadas. Jamás utilizaba expresiones vagas, jamás titubeaba. Su fama de comunicador trascendió de la Comunidad Autónoma y personalidades que coincidían con su punto de vista sobre el sexo le invitaron a pronunciar conferencias lejos de su "maldita pocilga", que dejó de serlo cuando Marta dispuso de dinero.

         Ella sentía que el tiempo pasaba y que el hijo que ambos deseaban no



llegaba. No podía llegar... Recibía el dinero de Juancho, pero no tenían en sus manos el disponer de los días durante los cuales ella podía concebir. El calendario de las conferencias era inflexible. Marta se negaba rotundamente a viajar con él; si nunca el viajar había sido para ella una necesidad, ahora que disponía de una casa aceptable lo era mucho menos. El pensar que ella podía encontrarse con la "señorita Julia" al lado de él, enfriaba su sexualidad, y, sin la pasión que ambos asociaban con el "sexo civilizado", ni ella ni él deseaban encontrarse. Todo tenía que desarrollarse con la frecuencia, el amor, y las caricias que ellos pensaban para el hijo que ambos deseaban. 

         Al cabo de algunos meses Marta comenzó a ponerse nerviosa y llegó a pensar que lo del calendario era un ardid de Juancho, que lo  estaba haciendo con Julia. 
          Ella era capaz de percibir en su cuerpo, con la precisión de un sensor electrónico, desde el nacimiento del germen de su hijo, hasta el recorrido por el oviducto y su degeneración necrótica. Notaba los detalles, intuía la respuesta de su fisiología femenina y aguardaba a Juan. Tras de cada fracaso de su cuerpo lloraba y sentía la pérdida de una oportunidad más. Deseaba tenerle encima y recibir lo que necesitaba ansiosa de él esa próxima vez que no llegaba nunca.

         Una tarde de invierno Marta se encontró en unos grandes almacenes a Santiago, un viejo amigo de Juan y de ella a quien no veían desde hacía algún tiempo. Había tenido más suerte y tenía un puesto fijo en esos grandes almacenes. Santiago apareció de repente, como las páginas de un libro que habías leído y no recuerdas. Fue  en el mes de diciembre. Un día espléndido de sol pero muy frío. Santiago trataba de vender un par de jerséis de cuello alto para hacer frente a la estación a una pareja de su misma edad. Hacía más de dos años que Marta y Santiago no se veían. Juancho y Santiago fueron compañeros de clase en un colegio de frailes. Después, sus vidas siguieron derroteros divergentes. Ella iba muy abrigada, y elegante. A Santiago le sorprendió el aspecto de Marta. Él sabía que ella y Juancho habían andado mal de dinero. Se saludaron y se besaron. Santiago notó que la piel de Marta  

tenía una temperatura más alta de lo normal. Santiago creyó que era fiebre, se lo dijo, y preguntó a Marta si se encontraba bien. Ella le respondió que sería por la calefacción. Santiago intentó despedirse, le reclamaban otros clientes. Pero Marta le retuvo.
         —Quiero hablar contigo —le pidió—. ¿Tienes prisa?
         Santiago respondió que en absoluto, sólo trabajaba por la mañana. Por la tarde, a partir de las tres estaba libre. 
         —Te invito a cenar a mi nueva casa —continuó Marta—. Tengo muchas cosas que contarte.

         A Santiago le sobraba el tiempo de su vida y acudió. Quería saber qué cosas eran esas, que serían buenas, puesto que ella vestía como nunca recordaba haberla visto.
También quiso saber algo de Juancho, quien volvió a su cabeza con afecto mientras comprobaba que la temperatura de Marta no era precisamente de fiebre.

         —No te preocupes –le dijo ella al despedirse—. Será mi hijo, no el tuyo.

                                               ESE ES EL FINAL   I                      

                                                    ***

                                                  FINAL II

—No te preocupes –le dijo ella al despedirse—. Será mi hijo, no el tuyo.
—¿Seguro? —preguntó él.
         —Seguro —dijo Marta, y añadió—: Tú eras muy amigo de Juancho, ¿no?
—¡Claro! Era un buen tipo —dijo él
—Y lo es —dijo ella.
—Bueno... Me voy. ¿Se lo dirás a Juancho?
—¡Por supuesto! ¿No te importará, ¿verdad?
—Él es bueno... Un poco loco, pero bueno. En el Colegio éramos como hermanos.  
         —¿Entonces?
—Nada, nada, que me voy.

Y se besaron como la última  vez que ya no recordaban.
—Hablaré con él —dijo Marta.

Como suele ocurrir, las vacaciones de Semana Santa también llegaron aquel año, y Marta fue al aeropuerto un día de sol a recibir a Juancho. Ella le había pedido a Santiago que la acompañara. Y Santiago lo hizo.

—¡Coño! ¡Quién está aquí! ¿Cómo no me lo habías dicho? —dijo Juancho—.  Luego abrazó a Marta y a Santiago. Y añadió—: Estás un poco gordita, ¿no? ¿Y eso?
—¿Tú, qué crees? —dijo ella
—Yo soy el padre —dijo Santiago temblándole la voz.
—¡Vale, tío! ¡Entonces, quien es el tío soy yo! ¡Vaya noticia! Se llamará Santi. Hay que celebrarlo. 
Juancho besó de nuevo a Marta. Ella sintió que se relajaba su plexo solar. Se abrazaron otra vez, ahora también Santiago y Marta. Santiago cogió la maleta del amigo, y mientras Juancho contaba sus experiencias como profesor, se alejaron con la seguridad de un Domingo de Resurrección que estaba a punto de llegar. 
                                                         ***
                                                            FINAL III        
          
—No te preocupes –le dijo ella al despedirse—. Será mi hijo, no el tuyo.
         —Tendremos que hablar con Juancho —dijo Santiago
         —¡Olvídate! —dijo Marta
         —No voy a poder...
—¿Cómo es que no vas a poder? ¿Es que quieres que tengamos un problema gordo los tres? ¿Es que quieres que Juancho te parta la cara o algo peor? ¿Tú te crees que él no lo ha hecho con la psicóloga esa? Además, ¿quién te ha dicho que voy a tenerlo?
—Tú lo has dicho.
—Era una broma. Anda, ¡lárgate!

         Santiago se alejó pensando que había hecho una tontería. No se fiaba de Marta, y no sabía lo que podía ocurrir después.




          






                 
                                                                                                                  



No hay comentarios:

Publicar un comentario