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viernes, 18 de mayo de 2012

Relato 4 Mª Angeles Macías Alegre- UNO DOS TRES: EL COMIENZO

UNO DOS Y TRES: EL COMIENZO
-Uno  dos tres, uno  dos tres,  una vez dos veces tres veces.  Voy y vengo de aquí allá, no puedo mirar  detrás para no retroceder, miraré hacia delante al decir .  No diré la palabra aún, Necesito repetírlo una vez más- . Tiene una sonrisa pícara que le delata, un gesto algo despistado y  encantador;  mira su imagen reflejada en el espejo de la gran sala.
El piar de un pajaro, su canto es un marcaje del tiempo, una hora en el gran  reloj, un momento de la noche en apariencia absoluta y sin fin. Un mirlo que canta, oscuro  y brillante, encarna la noche oscura en sus plumas pero su voz  guarda la esperanza del día .Anuncia con su canto el fin de la noche sin fin es  el mensajero del sol y la mañana.
-Oye Pit, ¿dónde están las zapatillas que te presté ayer?- le preguntaba desde la ventana de su cuarto. Su cara despistada indicaba que no se sentía muy segura de haberle dejado a Pit sus zapatillas. Revolvía todos los objetos que estaban en el suelo: zapatos, camisetas, libros, sin encontrarlas.
-Yo no he cogido tus zapatillas, recuerda bien, se las dejaste a Livi ,  ¿por qué tengo que ser yo, siempre yo?, cuando nos las encuentras me preguntas a mí.
- Venga no te enfades Pit- . Ella se sonreía, le provocaban risas los enfados de su amigo.
-Sí, sí, no te enfades Pit- . Él  lo decía con voz de tonto, sacando la lengua y bizqueando los ojos.  Ana  le observaba riéndose desde su ventana.
- Como me vuelvas a sacar la lengua y me pongas esa cara de idiota te doy un revolcón nada más salga a la calle-.  Las muecas sí que le enfadaban.  
Ana era la mejor amiga de Pit, siempre estaban de broma pero se enfadaba frecuentemente cuando no encontraba algo. Enfados como pequeños torbellinos, sin importancia, agitadores de aire de escasa fuerza que levantaban la arenilla emocional.  
-Bueno, tendré que estrenar mis zapatillas nuevas, espera un poco más-.
-¡Date prisa Ana! El mirlo ha vuelto a cantar, han pasado cinco minutos-. El mirlo vivía en el olmo centenario; rodear la circunferencia de su sombra al mediodía  les equivalía a Pit y Ana cincuenta medidas de brazos abiertos. El olmo se hallaba junta a la casa de Pit  y el molino de harina situado a orillas del rio. La casa de Pit solo se distanciaba cien pasos de gigante de la de su amiga, medida muy exacta para ambos.  
-¡No falla, vaya un relojero ese Don Mirlo, ni mi reloj marca la hora tan exacta-. Lo decía alterado, taconeando el suelo mientras esperaba a su amiga que revolvía todo en su dormitorio.
-Canto uno, canto dos,  ¡Ana date prisa!-. El mirlo seguía cantando rítmicamente según unos tiempos muy marcados.
Ana  había salido de la casa un poco despeinada  y agitada.-Aquí estoy ¡ por fin encontré las zapatillas, tenían que estar en la zona más escondida de mi armario y por supuesto encima de la dichosa caja de zapatos había un montón más de cajas de zapatos.  ¡Pit haz el favor de correr o perderemos el tren de las seis!-  . Tendrían que ir a través de caminos casi a oscuras, solo iluminados por la luz de sus bicicletas, una pequeña dificultad para ellos, solo pequeña. Mirar bien el camino, observar sus baches e incluso el paso de algunos animalillos como conejos, hurones, ratones de campo y  zorros que aturdidos por las luces de las bicicletas  les cruzaban  asustados, nada de estas cosas guardaba importancia, eran muy felices viviendo en el campo. El lugar les compensaba todos los inconvenientes,  una zona preciosa, libre de ruidos, de praderas inmensas donde los caballos corrían en libertad,  se sentín muy dichosos.
 Se colocaron bien sus mochilas y se montaron en las bicicletas, roja la de Ana y azul la de Pit.  -Todo está a punto Ana, ¡premio para el primero que llegue a la estación!, tenemos solo cinco minutos, pon velocidad turbo “propulsión cósmica”.  Se colocaron bien sus mochilas a la espalda y en un instante las ruedas comenzaron a girar a tal velocidad que desaparecieron en un instante como una exhalación, una inspiración sin tiempo de expirar,  sin dejar recuerdo ni señal de haber estado. Pedaleaban  enloquecidos hacia la estación de tren.
Cuando llegaron a la estación, las luces doradas de las farolas comenzaban a apagarse pero aún no había claridad suficiente.  Ana llegó la primera a la estación, le miró durante un instante con cara de felicidad y algo de superioridad mientras se subía al vagón de bicicletas,  le estaba diciendo:  “he ganado yo”. Pit se reía . -¡Haz hecho trampas, cruzaste el parque, esa no era nuestra ruta!- Pit  conocía bien esta opción y habría llegado antes que Ana, pedaleaba más de prisa pero le gustaba hacer feliz a su amiga. Subieron al vagón de las bicicletas por los pelos en el momento justo del último¡ Piiiiiii!. Sus rostros enrojecidos reflejaban la aceleración vivida en su viaje “ultrasónico”.
Se acomodaron en el vagón de bicicletas, las ataron con unas cintas y tomaron asiento cerca de ellas. Tenían el desayuno en las mochilas,  siempre lo guardaban por la noche después de cenar. Revisar todos los detalles del día siguiente les otorgaba diez minutos de remoloneo en la cama y eso era imprescindible para comenzar bien la mañana. El canto del mirlo les iba despertando poco a poco y  parecía decirles:  “¡ Levantaos perezosos, cantaré y cantaré y no os dejaré dormir, la mañana se presenta hermosa!.
 -¿Pit qué traes hoy, tienes pastel de chocolate con nueces?, sabes que me encanta y si tiene esa deliciosa crema de frambuesas aún más-.
- Sí aquí lo tienes, mamá sabe hacerlo estupendo ¿verdad que sí?, sabe cuánto te gusta, te quiere mucho como una hija -. Pit no sentía celos al decirlo, se alegraba de veras, la quería de verdad;  su mejor amiga, una hermana para él, sin secretos entrambos y  tan divertida. Cientos de correrías infantiles habían vivido juntos, cómo no iba a quererla. No podía imaginar la vida sin ella.
Ella sonrió satisfecha al ofrecimiento de su amigo, era su tarta preferida. Saboreando la tarta recordaba lo buena y afectuosa que era Marga, un modelo para ella: bondadosa, inteligente, bella y al regañarla sabía hacerlo sin herirla. Se sentía confortada con su amor, siempre presente. Solía pensar: “Cuando me haga mayor una parte de mí será como ella”. Se acordó de aquellos momentos en los que dormida en el jardín de la casa de Pit después de agotadoras aventuras, Marga le acariciaba su pelo y su rostro suavemente, sentía la caricia de pañuelos sedosos de tacto cálido, sus manos suaves. Conseguían relajarla siempre. Marga tenía un jardín maravilloso que cuidaba con dedicación con sus hacendosas manos, suavizadas por el fango, calentadas al sol, hidratadas de la frescura y el aroma de las plantas medicinales, olor de rosas y jazmín. Todas las esencias más fantásticas e inimaginables flotaban en su atmósfera, una palabra, Magia,  Felicidad  su nombre.
Ana no había conocido a su madre, solo tenía dos referencias Marga y mamá María, su abuela paterna que la crió desde pequeñita. Jamás le contaron nada sobre su mamá, ella tampoco tenía interés por saber nada qué más daba saberlo o no, se sentía tan querida por todos. Su abuela la adoraba,  Mamá María, y la había educado en la responsabilidad lo que provocó en Ana un carácter independiente, decidido y bastante maduro para su edad.  Marga representaba la madre que no había llegado conocer o  no recordaba.- “  Mamá María no te preocupes por ir a recoger la compra, estás cansada, la traeré en mi bicicleta”-. –“Abuela yo limpiaré las habitaciones  has trabajado demasiado hoy”-. Así que ella cuidaba muchas veces más a su abuela de lo que su abuela podía cuidarla a ella.  -“Esas cosas hacen las madres, cuidar con amor a sus hijos” – se decía de vez en cuando  Ana.
-¡Ana te duermes, acábate el desayuno nos queda poco para llegar!. Ana despertó de su ensoñación y al mirar hacia su derecha,  vió un individuo un tanto extraño vestido con traje oscuro, parecía tener una apariencia normal pero sus zapatos eran amarillos, extrañamente amarillos y brillantes. Durante un instante él se fijó en ella y le sonrió,  no quería ser indiscreta pero sentía tanta curiosidad que no paraba de mirarlo por el rabillo del ojo.  Al poco llegaron a la estación  Torre de Poniente su destino.
-Pit ¿has visto al hombre de los zapatos amarillos?. Llevaba un traje oscuro y unos zapatos de color amarillo. “ ¡Vaya extraña manera de vestir,   traje de chaqueta  oscuro  y zapatos amarillos!”.
- ¡Cuántas fantasías tienes, un hombre con zapatos amarillos, eres graciosa de veras!, ¡ves cosas  increíbles!- . Se reía a carcajadas por la ocurrencia de su amiga, “un hombre con los zapatos amarillos, quién podría llevar una cosa así, bien pensado cualquiera podría llevarlo pero tendría que ser un tipo excéntrico. -Céntrate coge tu bicicleta  y date prisa tenemos que salir de la estación.
Cuando bajaron del tren comenzaron a escuchar la voz de su amigo. -¡Pasajeros de la estación Torre de Poniente, espabilen dejen de dormir y bajen de sus vagones que el maquinista tiene que seguir la ruta!,  y tú Florián, sí  no te hagas el tonto, deja de pegar chicles en el suelo ó enviaré una multa a tus padres como lo vuelvas hacer-.  El jefe de la estación Torre de Poniente llamado Apolonio, Poli para los amigos, los sorprendía siempre, ellos se reían con sus comentarios que emitía todas las mañanas por un gran megáfono. Utilizaba también otros métodos para despertar a los pasajeros, creatividad no le faltaba:  Música de Polkas, canciones de humor que entonaba personalmente  y otras se paseaba de aquí allá vestido con un traje llamativo de color rojo, verde, azul, de cuadros o de rayas, tocando una gran campana y dando los buenos días a todos los pasajeros .
Los niños saludaron a una cámara de seguridad. –Mis queridos amigos Ana y Pit aligérense ó llegareis tarde a vuestra primera clase-. La luz comenzaba a transformar el oscuro azul en celeste y ya todos los pájaros cantaban y volaban, el reloj avanzaba, los números invisibles de la esfera del tiempo se sucedían, los signos había que observarlos en la Naturaleza :  El ulular de la lechuza, el vuelo nocturno de los chotacabras , el navegar de la luna en las aguas del espacio, el frío de la amanecida, el cantar del mirlo, la visión de la  estrella de la mañana, el resplandor del sol naciente en el horizonte,  el concierto de los pájaros, las flores que se abren  al sol. Signos que son horas, números, sucesión de números que no se pintan en papel, vivimos con los números.
Llegaron al colegio, aparcaron sus bicicletas en los jardines del patio interior y entre el tropel de niños de todas las edades, se destacaba una figura. – ¡Pit es el hombre del que te hablé, el de los zapatos amarillos mira hacia tu izquierda, está allí junto a los jardines de rosas!-.La llamada de atención de Ana le hizo volver el rostro a Pit que no dio crédito cuando le miró los pies, “era cierto Ana no lo había soñado vaya extraña manera de calzarse”. – Bueno Ana eso no nos importa, vayamos a nuestra clase  de danza  contemporánea, tenemos que pasar por el vestuario a cambiarnos.
En el comienzo de la clase les extrañó no ver a Néstor su profesor. Al instante llegó el Director del colegio. –Queridos alumnos de esta honorable escuela, deberéis adaptaros a un pequeño contratiempo, Néstor ha sufrido un accidente sin importancia que le tendrá escayolado durante un tiempo. Intentando dar el salto del cisne con vuelo incluido, en sus ensayos habituales, quedó atrapado en la lámpara del techo, fue difícil rescatarle de una lámpara colgada a cuatro metros de altura pero ahora descansa en nuestro centro de rehabilitación para “Estropeados y Chafados por Accidentes Imprevisibles”, creo que se impulsó demasiado.  Aquí os presento a Pascual Bailón,  vuestro nuevo profesor que tiene el orgullo de llevar en su nombre  su arte-. Ana y Pit se miraron con ojos espantados ¡era el señor de zapatos amarillos!.

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