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jueves, 10 de mayo de 2012

- Relato 3, de
 Concha Núñez


Atrapado en él.

Ha llovido hasta hace un instante y ahora ha salido el sol. Es un sol tenue, a punto de ocultarse hasta el día siguiente. La luz oblicua confiere a la carretera un charolado  resbaladizo y deslumbrador. Mario va conduciendo feliz. No ve el momento de llegar. Poco después una UVI móvil lo ha recogido inconsciente en la cuneta y lo ha trasladado al hospital.
Ahora son casi las ocho de la mañana, momento en que cambia el turno del personal sanitario. Pedro Gil, el médico que acaba de incorporarse, entra en la sala de cuidados intensivos donde Mario ocupa la cama 07. Margarita, la jefa de enfermería hace rato que se encuentra allí. Es una sala alargada con camas a izquierda y derecha separadas unas de otras por unas cortinas blancas que cuelgan de unas barras en el techo, aunque están todas recogidas, plegadas a la pared. A los pies de las camas queda un ancho pasillo por donde transita el personal sanitario, y al fondo, hay una ventana amplia, que nunca se abre pero que permite la entrada de luz natural. Al otro lado de la ventana están los jardines, que se comunican con un pasadizo que lleva a la puerta de urgencias. Ha vuelto a llover. Se oye la sirena de una ambulancia que acaba de entrar, aunque a través del cristal el sonido penetra como si estuviera lejos, bastante lejos, como una música ambiental,  que no cesa de día ni de noche.
- ¡Vaya, una ficha sin rellenar!
- ¿Ocurre algo? Pregunta Sara, enfermera de UCI a Margarita, que repasa los partes médicos.
- La ficha de los datos personales de la 07 que está en blanco.
- Voy a preguntar en Admisión.
Sara sale de la sala y se va colocando bien el pelo debajo de la cofia. A la izquierda del pasillo está la sala de espera, donde los familiares de los enfermos esperan impacientes la hora de visita; unos escasos minutos en los que pasan a un corredor acristalado anejo a la sala de cuidados intensivos, desde donde pueden ver a sus familiares. Sara entra un momento.
- ¿Hay aquí algún familiar del paciente de la cama 07?, pregunta.
Repite la pregunta, pero nadie responde. Sale y sigue su camino al mostrador de ingresos.
- Buenos días, Leo. Mira por favor, el accidentado que ha ingresado esta noche en la 07 de UCI, que no aparecen sus datos en la ficha.
Leo comprueba el registro de entrada antes de contestar. – Pues, es que no están. El compañero que tomó los datos ha puesto una nota “viene solo y sin documentación”. Lo podéis llamar “el agente 007”.
- ¡Qué gracioso! ¿verdad?
- Hija, que poco sentido del humor tienes. Voy a preguntar a los de UVI móvil a ver qué averiguo.
- Vale, luego te veo.
Sara vuelve a la UCI.
- Pues no he podido solucionar nada ¿Él no puede hablar?
- Aquí dice que está inconsciente. Contesta Margarita, sin levantar la cabeza de los partes médicos. Y por lo que estoy leyendo…
Margarita se acerca a la cama. Lo mira y ve un cuerpo exánime. Le da unos golpecito con los dedos en el hombro -  ¿Puedes oírme?
Repite los golpecitos y la pregunta. Mario no se inmuta. Entre los cables que lo conectan a un monitor aparece su brazo izquierdo, con una vía donde le inyectan gota a gota una bolsa de plasma y otra con el suero y la medicación. Tiene la  cabeza y parte de la cara vendadas, y la parte que queda visible es como una masa informe por la hinchazón y los traumatismos. Una pierna escayolada aparece colgada de un gancho por entre las sábanas, que apenas cubren su cuerpo desnudo. El borde de la escayola se hunde en los inflados dedos del pie,  que parece que van a explotar en cualquier momento.
Pero, al contrario de lo que creen ya no está inconsciente. Hace un rato que ha empezado a despertar, aunque no puede comunicarlo. Su cerebro ha sufrido daños irreparables y no le permite enviar la más mínima orden al resto de su cuerpo. No puede moverse, no puede hablar. Ni siquiera abrir sus muy hinchados párpados. Pero sí puede oír y comprender.
- Nada, este no despierta – Desiste Margarita del intento.
Se acerca Sara. - ¿Con una moto?
- Según parece un coche. Salió despedido. Sería por la lluvia.
Mario no sabe dónde está ni qué ha pasado, pero la palabra coche le hace recordar algo. Empiezan a llegar a su cerebro, como imágenes fotográficas de la carretera, la lluvia cayendo sobre el limpiaparabrisas del coche, él conduciendo, y ahora la oscuridad.  
Sara inyecta la medicación en el suero que tiene colgado y anota los dígitos que marca el monitor. Mario se sigue esforzando en recordar.
- ¿Dónde estoy? ¿Qué es esta oscuridad? Se pregunta.
El sonido de la sirena de una ambulancia a lo lejos lo llevan a concluir que ha tenido un accidente.
- ¡Un accidente! ¡Dios, he tenido un accidente! ¡Estoy en un hospital!
Quiere levantarse, quiere hablar, quiere preguntar, quiere huir de allí. Pero no puede.
- ¿Qué le pasa a mi cuerpo? No lo siento. No puedo moverme. No veo. No puedo preguntar qué ha pasado. No puedo gritar. ¡Dios, Dios! ¿Qué pasa? ¿Qué es esto? ¡Que alguien me ayude!
- Pero sus palabras sordas no las puede oír nadie. En el monitor se observa cómo su ritmo cardiaco se acelera de forma alarmante. Margarita avisa al doctor Gil que acude inmediatamente.
A pocos metros, los camareros no dan abasto. Se mezcla el sonido de la máquina del café, el de los platos y tazas chocando contra la barra y las mesas metálicas, y la algarabía de fondo, ajena a las tragedias que suceden al lado.
-¿Tú qué tomas? Pregunta Toñi, una compañera y amiga de cardiología que ha coincidido con Sara cuando entraban a desayunar.
- Café con leche y tostada con aceite y tomate.
- Pues dos cafés con leche y una tostada con aceite y tomate.
La cajera da el ticket a Sara, que hace el gesto de sacar el monedero del bolsillo de la bata.
- No, hoy pago yo. Se adelanta Toñi.
- Anda, si tú sólo vas a tomar un café.
- No importa. Es que estoy a dieta. Además, la última vez me invitaste tú.
- ¿Y qué dieta te hace falta a ti?
- Hija, que ya mismo está aquí el verano. El otro día fui a comprarme un bikini, cojo uno de mi talla y cuando me lo pruebo resulta que me queda chico
- Oye, que ya nos toca a nosotras, que llevamos un rato aquí. - Protesta Toñi apoyada sobre la barra.
- Ya vuelo, contesta con retintín el camarero, que coge el ticket y poco después vuelve con la tostada y los cafés.
- Vámonos a aquella mesa que está vacía. Señala Sara.
- Espera, voy a coger sacarina que éste me ha puesto azúcar. Pues, como te iba contando, al final me lo compré, es monísimo. Lo he colgado en la puerta del frigorífico con un gancho de estos de ventosa. Bueno, he colgado sólo la braga que es la que me viene más que justita. Vamos, que se me salen los michelines a izquierda y derecha. Así que cada vez que voy a abrir el frigorífico lo veo y me acuerdo de que tengo que perder por lo menos tres kilos si quiero ponérmelo, y eso me contiene.
- Pues ya podías hacerte una foto con él puesto y pegarla con un imán. ¡Mira que colgar una braga en la puerta del frigorífico, aunque sea de un bikini! Bueno, y lo de Alberto ¿cómo va?, que desde que no hablamos…
Toñi no ha dejado de remover la sacarina en el café. Por fin suelta la cucharilla sobre el plato y bebe un  sorbo. – Ah, pues no hubo mutuo acuerdo al final, así que van a juicio. La tía lo quiere todo, encima que no ha trabajado en su vida. En fin, tú sabes que esto de los divorcios amistosos sólo pasa en las películas. Y claro, como está la niña por medio, Alberto lo está pasando fatal. Así que estoy deseando que pase ya todo y podamos empezar a preparar nuestra boda.
Y tú, ¿llegaste a salir con tu anestesista?
- Un par de veces  ¡Vaya, ya me he manchado la bata de tomate!
- Ahora coges otra, que seguro que hay por allí.
- Pues eso, que yo no sé si será que de tanto andar con la anestesia, está un poco… eso, adormilado, porque no he visto un tío más soso ¡Si es que sale del hospital, y sigue hablando del hospital, que es que no sabe hablar de otra cosa! El sigue insistiendo, pero yo le estoy dando pares y nones. Que es que ese tío a mí no me va.
- ¿Y del biólogo?
Pues hace un mes que no sé nada, ni quiero saber. La distancia es muy mala. Al principio conectábamos por Messenger, nos enviábamos mensajes… Pero yo ya llegó un momento en que me di cuenta de que si él me hubiera querido de verdad hubiera renunciado a la beca, porque no hay relación que se mantenga a casi mil kilómetros de distancia. Así que últimamente ni contesto sus mensajes ni hablo con él.
A Sara se le escapa un suspiro.
- Ay, ay, ay… que me parece a mí que no se te ha olvidado.
- La verdad es que me tenía coladísima, pero yo estoy antes que una puta beca ¿o no?
- Pues yo que tu me pensaría lo de Juan Antonio, oye, que aunque el hombre sea así aburridillo, es buena gente y un anestesista es un buen partido. Y además soltero, aunque sea cuarentón, que mira yo como ando.
Sara coge una servilleta de papel y se limpia la boca. – En fin, ya veré. - Le da con ella también a la mancha de tomate, pero lo que consigue es extenderla. -Oye, vámonos, que me estará esperando Margarita para venir a desayunar y antes tengo que pasarme por Admisión.
Leo la ve entrar y mueve la cabeza negativamente – Lo tenemos difícil, porque he hablado con los de UVI móvil y me han contado que el coche estaba calcinado en el fondo de un terraplén cuando llegaron. Suerte que él no llevaba puesto el cinturón y salió despedido antes de que cayera. Pero ni tenía la documentación encima ni del coche se va a poder recuperar nada.
Cuando Sara vuelve a la sala, el enfermo de la 06 acaba de sufrir una parada cardiorrespiratoria. Pedro Gil y un enfermero intentan reanimarlo, pero es inútil. Poco después el celador retira la cama con el cadáver, y al rato vuelven a llevarla vacía. Una auxiliar le coloca sábanas limpias para cuando entre el siguiente paciente.
Mario ha oído el revuelo. Sabe que ha muerto una persona a su lado. Tiene miedo.
-¡Socorrooo!  -Grita para sí
-¡Que alguien me ayudeee! ¡Esto no puede estar pasándome a mí! ¡Que alguien me despierte de esta pesadilla! ¡Qué alguien me diga que esto es una pesadilla! ¡Ya, que alguien me despierte ya, no puedo estar despierto, no puede ser verdad!
El personal sanitario anda de un sitio para otro de la sala. A veces suenan sobre el suelo vinílico las ruedas de una cama por el pasillo central o las del carrito de las enfermeras que hacen las curas. Mario sigue inerte, aparentemente ausente. Oye de nuevo la sirena de una ambulancia. No recuerda cuando lo recogieron a él ni cómo fue el accidente, pero sí que conducía, que llovía. ¿Iba solo? Cree que sí. Quiere saltar, gritar, preguntar, correr fuera de allí. Pero, peor que en la más horrible de las pesadillas, no puede hacer nada. No es más que un trozo de cerebro vivo inevitablemente unido a un cuerpo muerto.
El doctor Gil está de pie delante de su cama. Sara se acerca.
- Sara, le vamos a poner otra bolsa de plasma. Ha perdido mucha sangre.
- Muy bien.
Sara vuelve en unos minutos y cambia la bolsa de sangre vacía por otra llena. - Eh, 007, a ver si te despiertas que no hay manera de saber cómo te llama.
Desde que Mario ha oído el nombre de Sara su cerebro arde por recordar. Le suena ese nombre. Ahora acaba de reconocer su voz.
 -¡ Sara! ¡Es ella! ¡Es Sara! ¡Es su voz! Y yo soy Mario -grita para sí.
-¡Saraaa! ¡Mírame, soy yo, soy Mario!
- Sara ya se ha retirado de su cama y atiende a otros pacientes.
Ahora, los recuerdos de Mario vuelven y se amontonan como en cascada. Él intenta ponerlos en orden
- Sí. Sí. Ahora me acuerdo. Yo trabajaba en un laboratorio con una beca de investigación.  Sara me dio a elegir entre la beca o ella y yo la elegí a ella. Ahora recuerdo. Yo venía conduciendo para reunirme con Sara. ¡Saraaa! ¡Soy yo! Pero ¿cómo me dejas así? Sé que eres tú, Sara, eres tú, es tu voz, estoy en el hospital donde tú trabajas. Alguien me ha traído aquí, he tenido un accidente. ¡Ayúdame!
- Ahora son casi las tres y va a cambiar el turno de personal.
- Margarita, ¡Hasta mañana! - Se despide Sara.
- ¡Sara, no puedes irte, ven aquí! ¡No te vayas, soy yo, soy yo! - Se repite Mario.
- ¿No querías que estuviéramos juntos? Ya estoy aquí para siempre, te he elegido a ti. ¡Sácame de esta cárcel! ¡Que alguien me saque de este cuerpo! ¡Quiero correr detrás de Sara! Ese día dije en el laboratorio que renunciaba a ampliar la beca. Le daré una sorpresa a Sara, cogeré el coche y me iré inmediatamente para allá. Llegaré por la noche. Me iré para su casa, le diré que he conseguido por Internet un trabajo allí dando clases en una academia, a su lado, como ella quería. Pasaré la noche con ella. Le pediré que se case conmigo. ¡Sara, te quiero! ¡Soy yo! ¡No te vayas! ¡Mírame, soy yo, soy Mario! ¿Cómo puedes dejarme aquí? ¿Cómo puedes ignorarme así? ¡Sácame de estas tinieblas! ¿Hasta cuándo voy a soportar este tormento?
Mario continúa y continúa luchando inútilmente por salir de la cárcel de su propio cuerpo. No  puede hacerse a la idea de que eso será ya el resto de su vida. Ningún ser humano podría hacerlo. Su cerebro sigue y sigue dando vueltas sin salida. Ya no sabe si está loco o está cuerdo, si está dormido o está despierto, si está vivo o está muerto.
Su ritmo cardiaco se acelera más y más, las líneas que dibuja la pantalla de su monitor suben y bajan de forma descontrolada, a gran velocidad, a la vez que emiten un “pic, pic” cada vez más fuerte, más estridente. Se acerca inmediatamente el doctor Gil.
Ha pasado la anoche, ahora son las ocho de la mañana y acaban de limpiar la sala de cuidados intensivos. Sara entra para empezar su jornada. A lo lejos se oye la sirena de una ambulancia que entra por la puerta de urgencias. Ha dejado de llover y está saliendo el sol. La luz oblicua confiere al pasillo aún mojado, un charolado  resbaladizo y deslumbrador.  Sara mira a la cama 07. Está vacía, con sábanas limpias.





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