Un día espléndido
Tomó el
maletín y se dirigió a la puerta. La casa estaba en penumbra, desde el pasillo
se oyó una voz femenina.
-Cariño, no olvides llamarme cuando llegues.
Cerró tras de sí la puerta y consultó el reloj. Ya en la acera miró con impaciencia a un lado y a otro de la calle hasta descubrir un
coche oscuro con las luces de emergencia encendidas y estacionado a pocos metros de él.
-Osvaldo, tienes que apresurarte o no llegaré a
tiempo -le advirtió al conductor mientras
desdoblaba el periódico que le acababa de entregar.
-Sí, señor. Ahorita estamos en Atocha -el hombre de ojos rasgados que vestía
uniforme le sonrió a través del espejo retrovisor.
Bajaron
por Serrano en dirección a Recoletos. La ciudad se desperezaba con los primeros
rayos de sol, como un gran gigante gris que acabara de despertarse de un profundo
sueño. Mario levantó la vista del periódico y observó aún bajo la luz de las
farolas a un numeroso grupo de peatones dirigiéndose a una boca del metro, se
recostó sobre el asiento y consultó su móvil, una llamada perdida aparecía en
pantalla. Pulsó un botón y se colocó el auricular.
-Buenos días, Esther ¿cómo va la cosa?
-¡Está que arde! –contestó una voz femenina.
-Explícate.
-Las acciones de la JPMorgan han vuelto a bajar y las que UBS sacó
ayer a la venta siguen estables.
-Llegaré a las nueve treinta, mientras tanto no
hables de la operación con nadie, ¿entendido?
-Entendido, jefe.
Mario volvió a echar un vistazo a la calle, el
tráfico era fluido y la gente andaba con prisas por las aceras del gran paseo madrileño.
-Señor, desea tomar un café en el lugar de
siempre.
-¿Crees que me dará tiempo?
-Si no se demora mucho, sí -contestó Osvaldo
mientras se reflejaban sus ojos en el espejo.
El automóvil
se detuvo en doble fila, el chofer se
apresuró a bajarse pero Mario ya había descendido y se dirigía a grandes
zancadas a una cafetería en una esquina de la avenida.
-Un café solo en taza y…una tostada integral, por
favor -Mario rebuscó en su bolsillo y
colocó dos euros en la barra. La chica le puso un vaso de agua como era
costumbre y se volvió a la máquina de café. El móvil emitió un nuevo sonido.
Era el tercer mensaje que recibía de la oficina. Tomó el puntero y escribió
algo en la pantalla, decidió guardarlo
en su chaqueta. Observó a la chica que aún permanecía frente a la máquina y
consultó el reloj.
-Señorita, ¿podría darse algo más de prisa?
La chica, se volvió y con un imparcial gesto
afirmativo continuó sacudiendo el filtro del café para colocarlo a continuación
en la máquina.
Una joven
con aspecto dormido apareció junto a su taburete, Mario la miró de reojo.
-¿No le importa si me llevo su asiento, señor? -le
preguntó de repente-, veo que no está usándolo, ¿verdad?
-Sí, sí. Por supuesto -le respondió Mario
recogiendo del taburete su periódico.
La joven intercambió algunas palabras amables con
la camarera y finalmente le preguntó que cómo estaba Curro, si ya comía o no.
Añadió entonces que aquello de comer solo hierba era típico de los animales
cuando necesitaban purgarse. La camarera asintió diciendo que ya lo había
encontrado mejor tras darle las pastillas que le había recetado. La joven se
deshizo de su bolso y se acomodó en el asiento, tras un breve silencio colocó
la mano en la barbilla y girándose a él le sonrió.
- Hoy va a
hacer un día esplendido -dijo mientras le servían el café. La camarera dirigió
la mirada a uno y a otro y sin decir nada se dio la vuelta.
Mario asintió varias veces mientras daba un trago
a su taza. Elevó la cabeza y acertó a ver través del escaparate del local un
pedazo de cielo azul.
-Un día espléndido -repitió ella para sí mientras
daba un sorbo a su café.
Mario volvió a consultar su reloj, rebuscó en su
bolsillo interior y sacó una pequeña agenda con tapas de piel. Mientras
apuntaba unas palabras en ella la joven le observaba.
-Veo que no es de esos que pasan todo el día dando
puntazos al móvil -comentó divertida.
Mario la miró mostrando extrañeza, sacó el puntero
de su móvil y se lo enseñó. Una inesperada sonrisa asomó a sus labios. Volvió
entonces a guardar el puntero en su chaqueta mientras la chica dejaba escapar
una carcajada.
-Tengo que reconocer que me he equivocado, sí, me
he equivocado. Eres de esos tipos que se pasa todo el día pegado al móvil – rio
ella.
Mario le volvió a sonreír, esta vez destapó una
sonrisa amplia. Tomó la taza, bebió con rapidez y al recoger su periódico se
detuvo unos segundos para volverse sobre sus pasos.
-Que tenga un buen día –dijo a media voz dirigiéndose
a la joven.
-Lo mismo te digo.
La joven se acomodó en su taburete y giró la
cabeza hacia la entrada. El hombre trajeado salía del local con prisas, con su
periódico en la mano y repasándose el flequillo. Frente a la acera un hombre de
uniforme junto a un automóvil oscuro le abría la puerta trasera. Ella con
expresión de asombro volvió la cabeza.
-¿Es guapo el cuarentón, eh? -le susurro la camarera mientras recogía la
taza y el plato.
-Creo que es el traje, todos los hombres maduros parecen
más atractivos con un buen traje –la joven se volvió y le preguntó entonces-. ¿Le
conoces, Marga?
-Ese tipo viene con mucha frecuencia a desayunar,
lleva meses viniendo pero jamás he cruzado una frase con él que no sea más
larga que “¿quiere tostadas hoy, caballero?” -dijo con sorna.
- Parece un hombre de negocios -murmuró mientras se volvía a su vaso.
La
camarera se encogió de hombros y se dispuso a pasar la bayeta por la barra
cuando de repente puso cara de asombro- Lola,
el hombre de negocios como tú dices ha olvidado algo -y levantó la mano mostrando una BlackBerry de
color negro.
-Vaya, creo que va a tener un día complicado -exclamó la joven estirando los labios- ¿sabes
dónde trabaja?
-No, lo único que se es que probablemente ahora se
esté dirigiendo a la estación de Atocha. Un día le oí decir que todos los lunes
debía tomar un tren al aeropuerto y precisamente hoy es lunes, pero…
La chica dejó un par de monedas en el mostrador y arrancándole
el móvil a la camarera abandonó la cafetería con prisas. Se dirigió a una
pequeña moto aparcada junto a un árbol, se colocó un casco desconchado y la
arrancó estrepitosamente, a los pocos minutos desaparecía paseo abajo.
-Osvaldo, ya te avisaré si necesito que esta noche
vengas a recogerme a la estación
-Muy bien, señor –el chofer se apresuró a salir
pero el señor ya había descendido del automóvil y ahora entraba a zancadas en
la estación. Movió la cabeza de un lado a otro mientras observaba a su jefe
cruzar la puerta de entrada.
Mario se detuvo frente a un tablero electrónico gigante
que colgaba de una de las paredes y lo observó con detenimiento.
-Cinco minutos, perfecto -se dijo mientras consultaba el reloj, se
encaminó hacia un quiosco de periódicos y compró una revista de economía. Se
acomodó en un asiento y comenzó a hojearla. Sin dejar de leer metió la mano en
su bolsillo izquierdo y después en el derecho, llevó su otra mano al bolsillo
de su chaqueta y con cara extrañada se enderezó sobre el asiento. Comprobó entonces el interior de su maletín, allí no estaba.
-¡No me lo puedo creer! -dijo entre dientes, se
levantó y volvió a repetir los mismos movimientos, palpándose los bolsillos una
y otra vez-. ¡Me he olvidado el móvil en el bar, joder!
Miró con
enfado hacia la puerta que acababa de cruzar y luego consultó el reloj. Negó
una y otra vez con la cabeza y cruzando los dedos sobre su regazo se sentó. Se
ajustó la corbata, algo que siempre hacía cuando las circunstancias se le torcían,
hasta que finalmente se llevó la mano a los ojos y se los restregó
compulsivamente.
-Hola, creo que te has olvidado esto -Mario abrió
los ojos, una joven apareció frente a él con una amplia sonrisa y una
BlackBerry en la mano.
Mario arrugó los ojos y se levantó entonces de un
brinco.
-Tú eres…estabas en el bar hace un momento,
¿verdad?
-Te has dejado tu móvil allí -la joven seguía
sonriendo. Mario alargó la mano y ella le entregó el móvil.
-Gracias, no te puedes imaginar el favor que me
has hecho… -dijo él con expresión incrédula, la miró mientras apretaba sus
dedos contra el móvil, en ese instante sonó.
-Bueno, te dejo. Yo también tengo que trabajar -dijo
ella sonriendo mientras se despedía con un gesto, Mario con el móvil pegado a
la oreja movió la mano lentamente. Escuchaba en silencio y observaba a la chica
alejarse.
- ¡Espera! -gritó Mario desde el otro lado de la
sala. Algunas miradas se volvieron. Corrió hacia donde se encontraba la chica
que lo recibió con una sonrisa.
- No se cómo agradecértelo…
-Ya me lo has agradecido antes -dijo ella.
- ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Lola…
-Yo me llamo Mario, Mario Laborda.
-Encantada, Mario Laborda.
Mario sacó su billetera y se deshizo de un billete
de cincuenta euros.
-Toma, te ruego que lo aceptes. Cómprate algo, es
un regalo de mi parte, ¿de acuerdo, Lola?
Lola le miró con una sonrisa y automáticamente
metió el billete en un bolsillo de su chaqueta.
-Mario, lo he hecho con mucho gusto, trabajo en un
centro veterinario cerca de aquí. No me ha costado nada acercarme a ver si te
veía en la estación. Te lo aseguro.
-Pero te has tenido que desviar de tu camino…has
perdido el tiempo en venir a traerme el móvil. Quizás yo lo hubiera podido
recoger mañana.
-Sí, es cierto pero no lo he pensado…no sé. Vi que
era una faena eso de olvidarse el móvil, cogí la moto y ya está. Hay cosas que no hay que pensárselas
demasiado, ¿no crees? Sino no haríamos nada en esta vida. Además ha sido divertido perseguir tu
automóvil…
-Ya -respondió Mario pensativo.
- Encantada de conocerte, Mario –repitió Lola
mientras se encajaba el bolso en bandolera y giraba sobre sus talones.
Mario balbuceó un “gracias”, la observó cruzar la puerta de salida, andaba
con pausa, se volvió de nuevo y movió la mano en señal de despedida. La figura
de Lola finalmente desapareció entre el gentío de la calle. A través de los
cristales de la estación Mario contempló durante unos instantes el cielo azul, no
había ni una sola nube en el horizonte de la ciudad. De nuevo sonó su móvil, se
desajustó el nudo de la corbata y sonriendo se giró sin prisas, mientras tanto se
le oía comentar por el móvil que hoy iba a hacer un día espléndido en Madrid, tras una pequeña pausa añadió que llegaría un
poco más tarde a la oficina, desconectó el móvil y continuó lentamente hacia el
andén.
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