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jueves, 31 de mayo de 2012

Relato 6 de Lucía Feliú Zamora


Un día espléndido




 Tomó el maletín y se dirigió a la puerta. La casa estaba en penumbra, desde el pasillo se oyó una voz femenina.
-Cariño, no olvides llamarme cuando llegues.
Cerró tras de sí la puerta y consultó el reloj. Ya en la acera miró con impaciencia a un lado y a otro de la calle hasta descubrir un coche oscuro con las luces de emergencia encendidas y estacionado a pocos metros de él.
-Osvaldo, tienes que apresurarte o no llegaré a tiempo  -le advirtió al conductor mientras desdoblaba el periódico que le acababa de entregar.
-Sí, señor. Ahorita estamos en Atocha   -el hombre de ojos rasgados que vestía uniforme le sonrió a través del espejo retrovisor.
   Bajaron por Serrano en dirección a Recoletos. La ciudad se desperezaba con los primeros rayos de sol, como un gran gigante gris que acabara de despertarse de un profundo sueño. Mario levantó la vista del periódico y observó aún bajo la luz de las farolas a un numeroso grupo de peatones dirigiéndose a una boca del metro, se recostó sobre el asiento y consultó su móvil, una llamada perdida aparecía en pantalla. Pulsó un botón y se colocó el auricular.
-Buenos días, Esther  ¿cómo va la cosa?
-¡Está que arde! –contestó una voz femenina.
-Explícate.
-Las acciones de la  JPMorgan han vuelto a bajar y las que UBS sacó ayer a la venta siguen estables.
-Llegaré a las nueve treinta, mientras tanto no hables de la operación con nadie, ¿entendido?
-Entendido, jefe.
Mario volvió a echar un vistazo a la calle, el tráfico era fluido y la gente andaba con prisas por las aceras del gran paseo madrileño.
-Señor, desea tomar un café en el lugar de siempre.
-¿Crees que me dará tiempo?
-Si no se demora mucho, sí -contestó Osvaldo mientras se reflejaban sus ojos en el espejo.
  El automóvil se detuvo en doble fila,  el chofer se apresuró a bajarse pero Mario ya había descendido y se dirigía a grandes zancadas a una cafetería en una esquina de la avenida.
-Un café solo en taza y…una tostada integral, por favor  -Mario rebuscó en su bolsillo y colocó dos euros en la barra. La chica le puso un vaso de agua como era costumbre y se volvió a la máquina de café. El móvil emitió un nuevo sonido. Era el tercer mensaje que recibía de la oficina. Tomó el puntero y escribió algo en la pantalla,  decidió guardarlo en su chaqueta. Observó a la chica que aún permanecía frente a la máquina y consultó el reloj.
-Señorita, ¿podría darse algo más de prisa?
La chica, se volvió y con un imparcial gesto afirmativo continuó sacudiendo el filtro del café para colocarlo a continuación en la máquina.
  Una joven con aspecto dormido apareció junto a su taburete, Mario la miró de reojo.
-¿No le importa si me llevo su asiento, señor? -le preguntó de repente-, veo que no está usándolo, ¿verdad?
-Sí, sí. Por supuesto -le respondió Mario recogiendo del taburete su periódico.
  La joven intercambió algunas palabras amables con la camarera y finalmente le preguntó que cómo estaba Curro, si ya comía o no. Añadió entonces que aquello de comer solo hierba era típico de los animales cuando necesitaban purgarse. La camarera asintió diciendo que ya lo había encontrado mejor tras darle las pastillas que le había recetado. La joven se deshizo de su bolso y se acomodó en el asiento, tras un breve silencio colocó la mano en la barbilla y girándose a él le sonrió.
- Hoy va  a hacer un día esplendido -dijo mientras le servían el café. La camarera dirigió la mirada a uno y a otro y sin decir nada se dio la vuelta.
Mario asintió varias veces mientras daba un trago a su taza. Elevó la cabeza y acertó a ver través del escaparate del local un pedazo de cielo azul.
-Un día espléndido -repitió ella para sí mientras daba un sorbo a su café.
Mario volvió a consultar su reloj, rebuscó en su bolsillo interior y sacó una pequeña agenda con tapas de piel. Mientras apuntaba unas palabras en ella la joven le observaba.
-Veo que no es de esos que pasan todo el día dando puntazos al móvil -comentó divertida.
Mario la miró mostrando extrañeza, sacó el puntero de su móvil y se lo enseñó. Una inesperada sonrisa asomó a sus labios. Volvió entonces a guardar el puntero en su chaqueta mientras la chica dejaba escapar una carcajada.
-Tengo que reconocer que me he equivocado, sí, me he equivocado. Eres de esos tipos que se pasa todo el día pegado al móvil – rio ella.
Mario le volvió a sonreír, esta vez destapó una sonrisa amplia. Tomó la taza, bebió con rapidez y al recoger su periódico se detuvo unos segundos para volverse sobre sus pasos.
-Que tenga un buen día –dijo a media voz dirigiéndose a la joven.
-Lo mismo te digo.

  La joven se acomodó en su taburete y giró la cabeza hacia la entrada. El hombre trajeado salía del local con prisas, con su periódico en la mano y repasándose el flequillo. Frente a la acera un hombre de uniforme junto a un automóvil oscuro le abría la puerta trasera. Ella con expresión de asombro volvió la cabeza.
-¿Es guapo el cuarentón, eh?  -le susurro la camarera mientras recogía la taza y el plato.
-Creo que es el traje, todos los hombres maduros parecen más atractivos con un buen traje –la joven se volvió y le preguntó entonces-. ¿Le conoces, Marga?
-Ese tipo viene con mucha frecuencia a desayunar, lleva meses viniendo pero jamás he cruzado una frase con él que no sea más larga que “¿quiere tostadas hoy, caballero?” -dijo con sorna.
- Parece un hombre de negocios -murmuró mientras se volvía a su vaso.
   La camarera se encogió de hombros y se dispuso a pasar la bayeta por la barra cuando de repente puso cara de asombro-  Lola, el hombre de negocios como tú dices ha olvidado algo  -y levantó la mano mostrando una BlackBerry de color negro.
-Vaya, creo que va a tener un día complicado  -exclamó la joven estirando los labios- ¿sabes dónde trabaja?
-No, lo único que se es que probablemente ahora se esté dirigiendo a la estación de Atocha. Un día le oí decir que todos los lunes debía tomar un tren al aeropuerto y precisamente hoy es lunes, pero…
  La chica dejó un par de monedas en el mostrador y arrancándole el móvil a la camarera abandonó la cafetería con prisas. Se dirigió a una pequeña moto aparcada junto a un árbol, se colocó un casco desconchado y la arrancó estrepitosamente, a los pocos minutos desaparecía paseo abajo.



-Osvaldo, ya te avisaré si necesito que esta noche vengas a recogerme a la estación
-Muy bien, señor –el chofer se apresuró a salir pero el señor ya había descendido del automóvil y ahora entraba a zancadas en la estación. Movió la cabeza de un lado a otro mientras observaba a su jefe cruzar la puerta de entrada.
Mario se detuvo frente a un tablero electrónico gigante que colgaba de una de las paredes y lo observó con detenimiento.
-Cinco minutos, perfecto  -se dijo mientras consultaba el reloj, se encaminó hacia un quiosco de periódicos y compró una revista de economía. Se acomodó en un asiento y comenzó a hojearla. Sin dejar de leer metió la mano en su bolsillo izquierdo y después en el derecho, llevó su otra mano al bolsillo de su chaqueta y con cara extrañada se enderezó sobre el asiento. Comprobó entonces el interior de su maletín, allí no estaba.
-¡No me lo puedo creer! -dijo entre dientes, se levantó y volvió a repetir los mismos movimientos, palpándose los bolsillos una y otra vez-. ¡Me he olvidado el móvil en el bar, joder!
  Miró con enfado hacia la puerta que acababa de cruzar y luego consultó el reloj. Negó una y otra vez con la cabeza y cruzando los dedos sobre su regazo se sentó. Se ajustó la corbata, algo que siempre hacía cuando las circunstancias se le torcían, hasta que finalmente se llevó la mano a los ojos y se los restregó compulsivamente.
-Hola, creo que te has olvidado esto -Mario abrió los ojos, una joven apareció frente a él con una amplia sonrisa y una BlackBerry en la mano.
Mario arrugó los ojos y se levantó entonces de un brinco.
-Tú eres…estabas en el bar hace un momento, ¿verdad?
-Te has dejado tu móvil allí -la joven seguía sonriendo. Mario alargó la mano y ella le entregó el móvil.
-Gracias, no te puedes imaginar el favor que me has hecho… -dijo él con expresión incrédula, la miró mientras apretaba sus dedos contra el móvil, en ese instante sonó.
-Bueno, te dejo. Yo también tengo que trabajar -dijo ella sonriendo mientras se despedía con un gesto, Mario con el móvil pegado a la oreja movió la mano lentamente. Escuchaba en silencio y observaba a la chica alejarse.
- ¡Espera! -gritó Mario desde el otro lado de la sala. Algunas miradas se volvieron. Corrió hacia donde se encontraba la chica que lo recibió con una sonrisa.
- No se cómo agradecértelo…
-Ya me lo has agradecido antes -dijo ella.
- ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Lola…
-Yo me llamo Mario, Mario Laborda.
-Encantada, Mario Laborda.
Mario sacó su billetera y se deshizo de un billete de cincuenta euros.
-Toma, te ruego que lo aceptes. Cómprate algo, es un regalo de mi parte, ¿de acuerdo, Lola?
Lola le miró con una sonrisa y automáticamente metió el billete en un bolsillo de su chaqueta.
-Mario, lo he hecho con mucho gusto, trabajo en un centro veterinario cerca de aquí. No me ha costado nada acercarme a ver si te veía en la estación. Te lo aseguro.
-Pero te has tenido que desviar de tu camino…has perdido el tiempo en venir a traerme el móvil. Quizás yo lo hubiera podido recoger mañana.
-Sí, es cierto pero no lo he pensado…no sé. Vi que era una faena eso de olvidarse el móvil, cogí la moto  y ya está. Hay cosas que no hay que pensárselas demasiado, ¿no crees? Sino no haríamos nada en esta vida.  Además ha sido divertido perseguir tu automóvil…
-Ya -respondió Mario pensativo.
- Encantada de conocerte, Mario –repitió Lola mientras se encajaba el bolso en bandolera y giraba sobre sus talones.
  Mario balbuceó un “gracias”,  la observó cruzar la puerta de salida, andaba con pausa, se volvió de nuevo y movió la mano en señal de despedida. La figura de Lola finalmente desapareció entre el gentío de la calle. A través de los cristales de la estación Mario contempló durante unos instantes el cielo azul, no había ni una sola nube en el horizonte de la ciudad. De nuevo sonó su móvil, se desajustó el nudo de la corbata y sonriendo se giró sin prisas, mientras tanto se le oía comentar por el móvil que hoy iba a hacer un día espléndido en Madrid,  tras una pequeña pausa añadió que llegaría un poco más tarde a la oficina, desconectó el móvil y continuó lentamente hacia el andén.

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