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viernes, 25 de mayo de 2012

-Relato 5 Diego A. Mejía A.




K. y L. han invitado a Pedro y Laura Romero a cenar, lo hacen todos los meses impares, el primer viernes, los pares los reciben los Romero en su casa. Después de cenar hablan del trabajo, de la vida y de los demás -siempre en ese orden, aunque nunca hablan de ellos mismos-, siempre se sorprenden de cómo no han cambiado con el paso de los años.

Es un mes par, cenan en casa de K. y L., el mes pasado tuvieron un percance, ahora se ponen al día. No se ven hace casi tres meses. No es viernes, llaman al timbre.

Saludan automáticamente, él -L.-, estira el brazo como acomodando el de Pedro, guardan distancias prudentes y ángulos obtusos o llanos, recibe a Laura con una mueca amable y pasan a la sala, hay un silencio incómodo más largo de lo habitual, ella -K.-, verifica el acomodamiento del brazo de Pedro con la mano y la temperatura de Laura con los pómulos, los invita inmediatamente al comedor, la comida está fría, los invitados se esfuerzan en adoptar ángulos rectos y sentarse a la mesa, K. y L. los invitan a comer con una mueca parecida a una sonrisa. Las parejas se sientan frente a frente. Los Romero intentan comenzar una conversación brevemente, K. y L. responden con la misma mueca. Todos callan. A la mesa a pesar del acomodo elegante y el vino sólo hay cucharas de modelos y colores dispares, viejos y cutres. Intentan comer.

—Antes de eso...— dice K. —¿empezaste a ocultarme cosas?— los Romero se miran de reojo —¿cuándo empezaste a mentirme? fue cuando empezaste a esconder los cuchillos...—. Todos miran a la mesa menos K. —¿o antes? ¿cuando vivías solo? ¿o con alguna de esas?—. Dejan las cucharas sobre la mesa, menos K. que la mantiene en alto como un dedo índice.
—Sabes, la semana pasada vi una vajilla muy bonita en unos almacenes— empieza Laura tocando la mano de K. —tal vez sería un buen regalo de bodas, sabes, para Lucía y Carlos, la prox...—. L. levanta la mano como pidiendo la voz.
—No los escondí...— empieza L. —me deshice de ellos después de la segunda vez...—. Pedro coge su cuchara e intenta probar lo que tiene en el plato, se lleva la cuchara a la boca, hace una mueca de aprobación. Laura le patea las espinillas.
—Estás mintiendo de nuevo, tienes por lo menos uno en la cocina para tus vegetales y eso, aunque nunca lo veo... ¿o por eso compras todo picado y listo para usar? y la navaja que llevas siempre contigo... ¿también te deshiciste de ella? tú que siempre solías decir que era una herramienta... si hasta me regalaste una, al principio— esto último lo dice por lo bajo —y... ¿y esa dónde está...?—. K. mueve la cabeza como buscando por el apartamento. Se hace un silencio.

Laura se disculpa y se levanta al baño, de camino mira la cocina de reojo, hay platos sucios en el fregadero, otros rotos por el suelo -algunos parecen limpios-, inmediatamente hace señas a Pedro. Pedro toma dos cucharadas más, se limpia los labios con una servilleta, hace una mueca al ponerse de pie sin terminar de masticar. Recibe otra de aprobación de K. y L. que no dejan de mirarse. Recorre el pasillo hacia el baño. Dentro, Laura le pide poner el pestillo con un movimiento de manos, antes de girarse Pedro contempla los cosméticos de la repisa de L., mira especialmente una colonia y un aftershave, intenta tomar el pomo de la puerta. Se queda inmóvil un par de segundos, contempla la puerta, asoma la vista entre la hoja y el marco, finalmente mira la puerta por fuera. En el comedor K. y L. han vuelto hablar; no logra escucharlos. Pedro gira en silencio mirando de nuevo la colonia, mira a Laura y las repisas que están al fondo, levanta las manos. Apunta con el pulgar a su espalda sonriendo. Laura toma a Pedro por la cintura y lo aparta con un gesto de molestia, en la puerta no hay pomo, ni pestillo, ni cerradura, una cinta adhesiva cubre el sitio donde debían estar, otra, justo en el centro cubre una mirilla. Cubierta de arañazos la puerta desvencijada sólo tiene un par de tornillos que apenas la sujetan. Laura examina las cintas adhesivas, la mirilla mira para adentro. Pedro deja caer un frasco abruptamente sobre el lavabo.

En el comedor se escuchan susurros en el pasillo, L. se voltea a mirar, K. continúa sin inmutarse:
—Cuando querías ser madre...—.
—Quería ser padre...—. responde L.
—¡No! querías ser madre... querías arrancarme el vientre y tenerlo tú mismo, amamantarlo tú mismo, pero no habrías podido, el orgullo nunca te hubiese dejado arrancarme los pechos, siempre fueron poca cosa para tí, por eso nunca los tocas cuando estamos en la cama, éstos no te sirven porque no alimentarían a un ejército como tú quisieras, pero no te dejé, así que te volviste mi padre y mi madre, y si no te volviste mi hijo fue sólo porque no querías pasar hambre por culpa de mi seno...—.

Los Romero salen juntos del cuarto de baño, la puerta da un ligero golpeteo contra el marco, no deja oír parte de la respuesta de L., los Romero no intentan sentarse. L. para un segundo y gira olisqueando algo en el aire, mira a Pedro, hace un gesto de extrañeza. Continúa dirigiéndose esta vez a todos:
—Queríamos ser padres— dice mirando a los Romero —queríamos que durara para siempre; once meses, como el elefante africano...— ahora mira a K. —tuvimos nombres propios... y futuros, imperfectos e infinitivos, queríamos ser padres... los dos...— K. frunce el ceño. —ambos...—.
—Que durara para siempre...— dice ella, mira alrededor sonriendo —no te bastaba el vientre ¿verdad?— tira el plato de Pedro al suelo con la mano, camina por el pasillo, se escucha un golpe de puerta fuerte seguido de un golpeteo leve.

—L. será mejor que nos vayamos...— empieza Laura titubeando —ustedes tienen cosas que hablar y bueno ya se ha hecho un poco tarde...—. Pedro no deja de mirar la comida regada por el suelo, apoya el mentón sobre el dorso de la mano e inspira profundo, parece relajarle. Laura le da un golpe simulado con el codo.
—Es una pena la comida estaba muy buena— dice Pedro, L. mira a la mesa y luego al suelo, busca algo debajo —pero bueno, en fin, ya hará mejor tiempo en Mayo ¿no crees?— da una palmadita en la espalda a L.  que asiente con un gesto. —Si eso quedamos para la despedida de Carlos ¿no?— Los Romero se dirigen a la puerta, L. termina de recoger las cucharas de la mesa, de camino las cuenta, falta una, antes de abrir la puerta, limpia la de Pedro con una servilleta, y las guarda en los bolsillos del pantalón. Pedro y L. se despiden con las mismas muecas y ángulos con los que se saludaron, Laura besa las yemas de sus dedos índice y medio, figura una sonrisa, un saludo con la mano. Se alejan.


L. vuelve al comedor, mira el desorden y suspira, se dirige a la cocina, se detiene un instante, gira en torno y vuelve a la mesa, busca en sus bolsillos y hace un movimiento de desaprobación con la cabeza, coge algo de un plato con la mano y se lo lleva a la boca, asiente con la cabeza, se chupa los dedos y se limpia la mano con una servilleta, regresa a la cocina. No mira los platos, abre el mueble sobre el fregadero, coge una caja del fondo, saca las cucharas de los bolsillos y las coloca en el lugar de la caja que ahora las empuja hacia el fondo. Abre otra puerta del mismo mueble y toma un vaso de plástico que llena de agua, lo bebe de un sorbo y vuelve a llenarlo, cierra las puertas y se dirige al pasillo. Por el camino encuentra la cuchara que faltaba, la recoge.

L. llega a la puerta del baño, se sienta, pone el vaso en el suelo y apoya la espalda contra la puerta que pone resistencia empujándolo.
—Se han ido— dice L. pega un sorbo de agua.
—Te diste cuenta… ¿cómo se miraban, cómo nos miraron…? lo que murmuraban en el baño…—. Del otro lado de la puerta K. está atrincherada con toallas por el suelo, apoyada a la puerta igual que L.
—¿Lo dices por los cubiertos?— L. disimula una sonrisa mirando la cuchara en la mano —si eso no les importa mujer. Y qué si la vajilla no combina ni es de porcelana, tampoco tienen platería como en tu casa…—. Empieza a golpear la cuchara contra el suelo.
—“Mujer”, como odio cuando me llamas así— ahora irónica —y no es mi casa es la casa de mis padres hombre”, además a quién le importan los putos cubiertos si de todos modos no había nada que cortar… ¡“hombre”!— tiene el rimel corrido en grandes ojeras.
—Otra ve…— L.  se corta, tira la cuchara contra el suelo hacia el comedor y se calma, suspira corto. —Pues no hablarás de la comida, ninguno de ellos tiene gustos exquisitos— se exalta —¡joder! ella ni siquiera sabe cocinar... o no te acuerdas q...—. Del otro lado K. sonríe.
—Sí, ni comer…— Dice K. ahora furiosa sin dejarle terminar la frase —como Yo, ¡ya lo sé…!— baja el tono. —Por la puerta… por la maldita puerta…— hace una pausa, se golpea la cabeza contra la puerta, intenta calmarse, sostener el llanto. —nos miraban por la puerta…— se hace pausa larga, L. no se decide a beber del vaso —no podían esperar a llegar al coche para mirarse…— K. solloza —para criticar…—.
—¡Si son unos estirados!— otra vez simula una sonrisa, sigue en tono de burla —yo no me preocuparía por eso… como mucho quedamos como los pervertidos que ya nos creen…—.
—¿No podríamos poner la otra puerta y ya?—.
—Ésta es la otra puerta, ¿te acuerdas?—.
—¡No!— Gira la cabeza, mirando hacia la puerta. —La de antes, la que nunca cerramos cuando nos mudamos aquí… ¿te acuerdas? ¿Cuando arreglamos el piso…? No teníamos ni un mueble… ¿te acuerdas?— K. está sonriente. —Estabas tan ansioso de mudarte que dormiste unas noches en el suelo, antes de traer los muebles de tu piso de soltero, mientras mi hermana alistaba las maletas y mis cosas… cuando el congreso en las islas ¿te acuerdas...?—.
—Es la misma puerta…—. Dice L. mirando al techo.
—La pintura se desconchaba en los ángulos del techo— K. continúa sin escucharlo —había una fuga de agua en el lavabo, y las sillas se tambaleaban y crujían… y me querías…—. L. termina de beber del vaso.
—Es la misma puerta... la mism...—. K. interrumpe a L. que se lleva las manos a la cabeza.
—No... no es la misma puerta…—.

—Cambiémosla entonces...—.
—¿De verdad? nunca me dijiste eso antes—. Ella se ha puesto de pie, emocionada.
—Sí, de verdad, pero mañana, hoy deberíamos descansar—. L. se levanta aparatosamente. —Voy por un poco de agua y te veo en la cama, dejaremos la puerta para mañana—. Se dirige al fregadero. Ella se pone a levantar las toallas las dobla y pone en su sitio.

K. se mira frente al lavabo y lava su rostro, L. aparta unos platos del fregadero y se moja la nuca, ambos, boca abajo en el espejo de agua que bulle se dicen a sí mismos —Es la misma puerta...— en voz muy baja y dejan el agua correr.

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