Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

jueves, 31 de mayo de 2012

-Relato 6 de Julián Rabadán


El centro comercial era grande y estaba llenos de múltiples cosas. Un joven vestido con traje y corbata espera tras el mostrador, a que algún cliente necesitase su ayuda.
-Disculpe –Dijo una señora gorda con un sombrero rojo ridículo, que no pegaba nada con el vestido amarillo a puntos negros que llevaba–. Mire estoy buscando un eterelio ¿tendría alguno?
– ¿Un qué? –La cara del muchacho mostraba como estaba completamente desconcertado.
– Un eterelio –Repitió la señora gorda con convicción mientras se cambiaba el bolso de un sobaco a otro.
– He…. –La cara del joven mostraba su desconcierto– ¿Está segura que se llama así? –Preguntó arqueando una ceja.
– Si, un eterelio. “E-te-re-li-o”.  –Dijo la señora muy despacio moviendo copiosamente sus abultados labios pintados de un llamativo rojo.
–¿Entérelo?
 –No. Eterelio –Repitió la mujer exasperada–. ¿Es que es la primera vez que lo escucha? –Su cara reflejaba una expresión de superioridad y comenzó a repiquetear con las uñas rojas en el cristal del mostrador.
– Si la verdad no sabía ni que la palabra “eterelio” existía. ¿Es algún tipo de marca? –El joven comenzó a jugar con el nudo de la corbata, haciendo claros esfuerzos por entender a su clienta.
– No, no. Sirve para desgortinar el rejunlino.
La cara de incredulidad del joven era cada vez mayor.
– Vera señora  aquí vendemos electrodomésticos, desde videoconsolas a frigoríficos.
– Me está tomando el pelo –Pregunto la señora indignada elevando el tono de voz.
– No, no. De verdad, lo siento mucho, podría describirme lo que me está pidiendo que ahora mismo no caigo.
– A ver es una cosa con una palanca para que pueda girar la mitad inferior, los botones hacen que el cable se mueva. Mientras que el dial rosa te permite elegir los números.
– ¿Qué? –La cara del vendedor se congestionó al escuchar las palabras de la mujer, quien se mostraba cada vez más impaciente–. A ver, creo que no término de enterarme ¿está buscando algo con cables, que se mueve, tiene un dial rosa, botones y una palanca? ¿Me está hablando de una especie de radio?
–No,  ya le he dicho que sirve para desgortinar el rejulino. –La mujer estada más airada por el desconocimiento absoluto del joven vendedor que seguía jugueteando con el nudo de su corbata.
– ¿”Descortinar el repulido”? –Trataba de repetir el joven como un loro mientras ponía cara de idiota.
– ¿Es que acaso no me ha oído? Le he dicho que sirve para desgortinar el rejulino. –El tono de la señora gorda seguía subiendo y volvía a cambiarse de sobaco el bolso.
En un acto claro de desesperación el joven vendedor comenzó a meter en su ordenador las palabras eterelio, desgortinar y rejulino.
–Lo siento –Empezó a disculparse el joven vendedor–, pero no me aparece nada por ese nombre en el ordenador. Ni por “entérelo”, ni por “descortinar”, ni por “repulido”.
–No le he dicho “entérelo” le he dicho eterelio. ¿Es que no me escucha? –El tono de la señora gorda seguía subiendo, pese al aire acondicionado de la tienda a ambos les caían gotas de sudor.
–Eso he puesto mire. –El joven le dio la vuelta a la pantalla del ordenador para que pudiese verlo.
La mujer gorda lanzó un rápido vistazo a la pantalla sin mirar a ningún lado en particular.
–Eso tiene que estar mal mi amiga Patu vino ayer mismo y se compro uno, le aseguraron que tenían muchos en el almacén. –Dijo la mujer sin cejar en su empeño.
– ¿Está segura que lo compró aquí? ¿No será otra tienda?
– ¿Por quién me toma estoy segura que fue aquí? –El tono de la mujer parecía no tener tope, algunos de los otros vendedores, así como el encargado se volvieron para mirarles.
El joven entornó los ojos. De repente los abrió muchísimo. Se inclinó hacia la señora por encima del mostrador de cristal.
–Se esta refiriendo a un, ya sabe– Hizo un gesto con la cabeza y su voz era un susurro, tanto que la señora se inclino para poder escucharlo– Ya sabe… –Y el joven volvió a repetir el gesto con la cabeza.
Esta vez era la señora gorda la que parecía desconcertada.
–No sé a qué se refiere. –La señora también había bajado el tono de voz.
–Ya sabe un… –La cabeza del joven hacia movimientos tan bruscos que parecía que se descoyuntaría el cuello en cualquier momento, pero la señora seguía con la misma expresión idiota de desconocimiento–. Ya sabe un… –El joven parecía desesperado por no hacerse entender–. Un… un dildo –Dijo casi en un susurro.
–Un ¿qué? –Preguntó la señora con expresión más confusa.
–Ya sabe –El joven ya completamente desesperado –Un consolador.
La expresión de la mujer pasó en escasos segundos de la confusión a la  compresión marcando un claro “¡Ah era eso!”, pero pareció que el conocimiento no le terminó de gustar porque empezó a ponerse roja.
– ¿Qué clase de mujer se cree usted que soy? ¿Una descarriada? –La voz de la mujer así como sus sofocos llegaron a límites que eran dañinos para cualquier espectador–. Es usted un pervertido, yo soy una mujer muy decente ¿Cómo se atreve a preguntarme algo así?
–Lo siento yo solo trataba de…
Ante el escándalo, el encargado un hombre bajo y gris que se ocultaba tras unas enormes gafas de pasta negra, se acercó con paso firme aunque inseguro.
 – ¿Qué está pasando? –Preguntó con voz aguda y un tanto tímida.
Antes de que el pobre joven pudiese explicarse los gruesos labios de la mujer comenzaron a moverse.
–Su dependiente acaba de insultarme. –Dijo entre enormes gritos la mujer.
–No es así. –Trato de defenderse el joven volviendo a aflojarse la corbata y encogiéndose debajo de su chaqueta.
–Quiero ahora mismo la hoja de reclamaciones. –Dijo  la señora de forma absoluta sumamente airada mientras chorros de sudor caían de su frente y se pasaba.
–Señora no hace falta llegar a esos extremos. –Dijo el encargado con la voz aguda y comenzando a sudar como el joven y la señora gorda. – ¿Qué ha pasado? –Preguntó al joven vendedor.
–La señora ha estado pidiéndome algo absurdo un entérelo, enterelio, exterelio o yo que sé –Dijo el joven con desesperación–. Creo que se está burlando de mí.
 – ¿Un eterelio? –Preguntó el encargado de voz aguda mientras él vendedor lo miraba con desesperación–. ¿Era solo eso? –Preguntó a la señora mirándola desde abajo. El vendedor se quedó con la boca abierta al escuchar al encargado.
 – ¿Qué? –Preguntó la señora desconcertada, mientras él joven vendedor parecía confuso. ¿Eh? Sí, venía buscando un eterelio lo compró aquí mi amiga Patu el otro día –Dijo la señora relajándose un poco.
El encargado asintió tranquilizándose, mientras el joven empleado se quedaba mirándole con ojo entornado y con el otro parpadeando. El encargado indicó con un gesto de la mano al vendedor que se alejase un poco.
–A sí, por supuesto –Se giró hacia uno de los empleados–. Por favor ve a traerme un eterelio del almacén Juan. –Uno de los empleados asintió con la cabeza y se metió por una puerta que rezaba “solo empleados”. –Lo siento mucho señora no se preocupe, ahora mismo tendrá su eterelio. Y no se preocupe que le haremos un descuento sustancial para poder compensarlo.
La cara de la mujer empezó a recuperar su compostura y empezó a rebuscar en su bolso. Sacó un pequeño paquete de clínex del que extrajo uno con el que se limpió el sudor de la frente. El pequeño clínex quedó completamente empapado y machado de maquillaje. A su vez la frente de la señora quedó medio limpia y medio manchada. Mientras el joven vendedor seguía con la cara descompuesta. En escasos minutos volvió Juan del almacén con una caja entre los brazos que puso encima del mostrador de cristal.
 –Aquí esta su eterelio. –Dijo el encargado, ante la mirada atónita del joven vendedor–.  ¿Puedo  ayudarla en alguna otra cosa?
 –La verdad es que necesitaría un Xeterdonido. –Dijo la señora gorda mas relajada, mientras el joven vendedor bufaba al escucharla.
 –¡Ah! por supuesto ¿lo quiere libuljido o almasfereto?
La pregunta del encargado hacia que el joven vendedor mirase a ambos con los ojos llenos de desesperación.
–Esto es una broma ¿no? –Preguntó a todos y a nadie en general.
Tanto la señora gorda como el encargado se volvieron a mirarle.
 – ¿Por qué no vas a tomarte un descanso? Pareces cansado –La cordialidad de la frase y la voz aguda del encargado se contradecían con la mirada que le hecho al joven vendedor–. Como iba diciendo ¿Cuál prefiere señora?
–No sé –Dijo la señora dubitativa–. ¿Cual es más enerdiolizante? –La pregunta de la señora tuvo como resultado que el joven se desabrochase el botón de la corbata y pusiese los ojos en blanco.
 –El libuljido la verdad, aunque es un poco más caro.  –Continúo el encargado haciendo caso omiso del joven vendedor.
 –Entonces me llevo ese.
–Como usted prefiera –Contesto el encargado mientras volvía a mandar a Juan al almacén–. ¿Cómo desea pagar metálico, tarjeta, eonars, grainadro o retemandiol?
El joven vendedor bufó. Se pasaron las manos por la cara hasta el pelo y volvió a bufar. 
 –Retemandiol –Dijo la señora después de haberle echando una mirada fulminante al joven vendedor.
–Me voy al médico –Anunció el joven para todo aquel que le quisiera oír. –Creo que me ha dado un derrame cerebral o algo así.
El joven vendedor atravesó las puertas automáticas sin mirar atrás como alma que lleva el diablo.





Sentado en la camilla del hospital con una bata verde que dejaba la espalda al aire. La habitación estaba vacía y el joven miraba a la puerta penetrantemente. La puerta se abrió y un hombre con una bata blanca entro en la habitación mirando unos papeles.
 –Bien, bien, bien. ¿Qué tenemos aquí? –Pregunto el hombre de la bata blanca.
 –Vera doctor, estaba trabajando y comencé a escuchar palabras raras que no entendía. Empezó a explicarse el joven atropelladamente.
 – ¿Cómo? A ver explíquemelo más despacio. –El médico frunció el entrecejo esperando la explicación.
 –Verá, estaba trabajando. Trabajo en unos grandes almacenes, en una tienda de electrodomésticos. –Parecía que los pensamientos se atropellaban en la mente del joven y le costaba hacerse entender–. Entonces llegó una señora gorda y me pidió una palabra rara. Primero pensé que había oído mal, y le hice repetirlo.  –El joven proseguía la narración con continuos movimientos de las manos mientras hablaba.
 El doctor continuaba escuchando la narración sin dejar de fruncir el ceño.
–Entonces le hice repetirlo. Pero había escuchado bien. Lo busqué en el ordenador y no aparecía –La desesperación apareció en la cara del joven constreñido–. Entonces le pregunté si era alguna especie de consolador. La señora se puso histérica y no dejaba de gritar. El encargado llegó, yo pensaba que la señora estaba loca pero cuando habló con él sí parecía que sabía de lo que estaba hablando. Entonces Juan fue al almacén  y trajo la caja y a partir de ahí… –El joven bufó–. A partir de ahí, pareció que ambos hablaban un idioma completamente incomprensible  –El vendedor se puso las manos sobre la cara y se dejó caer sobre la camilla.
 – ¿Qué pasó? –El doctor seguía con su cara impasible ante todo lo que le decía el joven.
–Pensé que me había vuelto loco o me había dado un derrame o algo. Vine lo antes que pude –La voz del joven sonaba un poco extraña desde debajo de sus manos en aquella postura tan curiosa.
–Ya –El médico empezó a hablar con mucha tranquilidad– He visto los resultados del tac y las demás pruebas que he pedido que le hiciéramos y le tengo que decir que usted esta perfectamente.
 – ¿Perfectamente? –Preguntó el joven con incredulidad en la voz y levantando una mano de su cara...
 –Perfectamente. –Corroboró el medico.
 – ¿Entonces que me pasa? –La voz del joven sonaba entrecortada.
 –Supongo que es un poco de estrés nada más. Vaya a casa y trate de relajarse seguro que mañana se encuentra mejor.
El joven vendedor se incorporó de la camilla, examinó la expresión seria del médico y arqueó una ceja.
– ¿Está seguro? –Volvió a preguntar el joven.
– Si tranquilo –Le aseguró el médico con una sonrisa afable–. No se preocupe, hoy día es raro aquel que no ha sufrido una pequeña crisis de ansiedad. Siga mi consejo vaya a casa y descanse.
El joven lo miró aliviado, se levantó de la camilla y le ofreció una mano al doctor.
 –Gracias –Dijo con una expresión sincera en el rostro.
 –No hay porque hombre  –El doctor le volvió a sonreír y estrecho su mano antes de salir por la puerta para dejar al joven vistiéndose.






El joven llego a casa y abrió la puerta con un repiqueteo de las llaves al sacarlas y al girar en la cerradura. Entró en la casa en la que la penumbra impedía ver nada. Un hámster en el microondas. 

-Relato 4 de Eva María Torres de los Santos


Y le llevan niños para que se los coma vivos.
-¡Y le llevan niños para que se los coma vivos!-  grita Marta abriendo mucho los ojos y pegando la cara al rostro descompuesto de Josué, mientras con el brazo señala al fondo de la calle.
Josué se retira unos pasos para poner distancia y  gira la cabeza de un lado a otro.
-¡Mentirosa! ¡Mentirosa!
Raúl los mira divertido. Él no es un crío como su hermana y su amigo, dos mocosos de ocho años que apenas levantan un palmo del suelo. Raúl ya tiene trece años y esas tonterías no le asuntan. Pero decide seguirles el juego, porque él mismo hasta hacía poco se moría de miedo cuando le hablaban de la bruja que vivía en la última casa de la calle.
-No es mentira.  Le gusta comerse a los niños cruditos, cruditos… ñam ñam- Raúl abre la boca exageradamente para que la onomatopeya del mordisco intimide no solo a Josué sino a su propia hermana que lo mira dubitativa.
Raúl se pasó toda la infancia teniendo miedo, a lo que había debajo de su cama, a la oscuridad, a la bruja del final de la calle y sobre todo a un horrible muñeco de payaso que le regalaron una vez. Tenía una risa maléfica y por las noches se le iluminaban los ojos. Dejó de tener miedo cuando le salieron las primeras pelusas en el bigote. Se dio cuenta de que ya era un hombre, hasta su padre se lo dijo y además le encomendó la tarea de cuidar de su hermana siempre, como hermano el hermano mayor que era.
Pero Marta no necesitaba que la cuidaran. No tenía miedo de nada.   Ella jugaba con el muñeco de payaso de Raúl desde los tres años, lo revoleaba por los aires, le pintaba con ceras en la cara, le cortaba mechones del pelo de zanahoria que tenía y hasta en una ocasión se le salió un ojo de un golpe que le dio pero siguió jugando con él como si tal cosa.
A Raúl la temeridad de su hermana le da muchísima envidia. Piensa que a lo mejor así se puede vengar un rato y pone todo su empeño en resultar creíble. – Un día, le trajeron a un niño muy flaco, pero a la bruja no le gustó, los quiere mas gorditos, con más carne que morder. Así que la madre del niño lo volvía a traer todas las semanas, cada vez venía con mejor aspecto, más rechoncho… Se lo enseñaba a la bruja y luego salía con él.  Así todas las semanas hasta que una semana no volvió más. La bruja se lo comió cuando vio que había engordado y tenía unos buenos mofletes.- dice Raúl hinchándose de aire la boca enseñando sus mofletes artificiales a Josué y a Marta.
Marta arquea una ceja y dedica una mirada cómplice a su hermano.
- Sí, se come a los niños cruditos pero a veces también los cocina ¡eh! ¿No ves que siempre viene con bolsas llenas de hierbas? Yo la he expiado por la ventana. Tiene una olla grande y pone a hervir agua con hierbas dentro para cocinar a los niños.  ¡Hace pucheros con los niños! Uh uh uh pucherito de Josué. Rico, rico.
Raúl no sale de su asombro. Marta no solo no se asusta sino que parece seguirle el juego. En el último intento desesperado se vuelve a meter en el papel y continúa:
- Sí, lo que mas le gusta comer son los muslos que son mas sabrosos. ¿A ver, Josué? – le dice pellizcándole la pierna- ¡Qué blandito estás! ¡En cuanto te vea te querrá comer!
A Marta ya se le empieza a escapar la risa y se tapa la boca con una mano mientras aprieta con fuerza los dientes para contenerse. Raúl, la mira y se da por vencido. Echa a correr pero a medio camino se gira y grita:
- Y a ti también te va a comer Marta, ¡culo gordo!
Marta ya no escucha a su hermano, ve desde lejos cómo se abre la puerta de la última casa de la calle. Josué también lo ve y ambos se esconden instintivamente en el zaguán de la casa que les queda más cerca. Asoman la cabeza para ver a dónde se dirige la bruja.
La bruja cada vez se acerca más hacia dónde ellos están. Ya no hay duda, se dirige al bar de Cosme. El zaguán en el que se resguardan queda justo en frente.
Marta se mete un poco más adentro del zaguán para no ser vista y susurra:
- Seguro va a que Cosme le regale comida.
- ¿Cósme?  ¡Pero si Cosme es bien agarrado! Mi madre siempre me dice que a Cosme no le pida ni agua.
- Pues mi madre dice que la bruja lo tiene embrujado y por eso le regala comida. Y que seguro embruja a los hombres para que le hagan cosas.
- ¿Qué cosas?
- No lo sé, mi madre no me lo dice.
Josué espera hasta que ve entrar a la bruja en la taberna.
- Ya me tengo que ir.
- ¿Ya? ¿Por qué? – pregunta Marta con los brazos encogidos y las palmas abiertas a modo de súplica.
- Porque sí.
Josué se marcha sin dar mas explicaciones a Marta. ¿Cómo le va a decir que sabe una cosa que ni su hermano ni ella saben? ¿Cómo les va a contar que su madre va todas las semanas a jugar a las cartas con la bruja y él la acompaña? ¿Cómo les va a explicar que lo de que se come a los niños es verdad? Él mismo sabe que tiene a una niña escondida en casa y que está engordándola para comérsela.


La bruja, María de las Mercedes o Merceditas como le empezaron a decir de niña, cruza el umbral del bar de Cosme. Siente que se le quedan pegados los pies en el suelo. No están los tiempos para andar esquivando cabezas de gamba pero si tiene que caminar entre pedruscos y migajas de pan y alguna que otra corteza de queso.
- Cosme, tienes esto hecho un asco. – Grita a modo de saludo.- Cómo se nota que te hace falta una buena mujer…
- ¿Quién me va a querer a mí? Si me la buscas, te regalo una pata de jamón del bueno.
- Eso es más difícil de encontrar, Cosme.
A Merceditas no le gusta ir a la taberna. Los parroquianos le lanzan miradas inquisidoras nada más verla llegar, pero lo hace por Cosme.
Siempre hablan así, a voces.  Cosme desde el otro lado de la barra y Merceditas sentada en alguna de las mesas que quedan más cerca de la puerta. Se deja caer en la silla como si le pesara el alma, aunque lo que le pesa no es el alma sino las piernas cansadas  y el tránsito pesado de la sangre que circula por las primeras varices que empiezan a asomárseles en las pantorrillas. 
La complicidad que ambos tienen hace que los parroquianos piensen que están flirteando, pero se equivocan. 
Cosme solo quiere devolverle un favor tan caro como es el de su propia vida, aunque solo sea con unas garrafas de vino un par de veces por semana y una bolsa con un trozo de queso, algo de chacina y fruta. Si tuviera más para darle, se lo daría, de eso no hay duda.
Mientras le prepara la bolsa con las viandas suele invitarla a una tapa o una cazuelita con el cocido del día. A veces incluso, se sienta unos minutos a charlar con ella desatendiendo la barra.
Hoy Cosme ha preparado unas lentejas, ¡de las que quitan el sentio, Merceditas, ya verás!
Se dirige a la cocina para sacarle un buen plato a Merceditas y se entretiene rebuscando unos trozos de chorizo al fondo de la olla.
Mientras, Merceditas se acomoda en la silla, dejando caer los brazos sobre su regazo.  Diez pares de ojos no le quitan la vista de encima. Oye cuchicheos.
Merceditas sabe que si estuviera casada con el farmacéutico o el médico del pueblo, dirían de ella  que tiene manos de santa, pero como vivió hace años con Mario en la casa del cementerio, no va a la Iglesia y cura a la gente con hierbas y ungüentos,  para todos los de ese condenado pueblo no es más que una bruja. A ella no le molesta que piensen así, tiene escoba y el pelo desgreñado aunque su nariz es demasiado chata para meterme en el papel de las brujas de los cuentos. Claro que esas no son como las de verdad, siempre andan haciendo maldades o echando a volar. Lo que no soporta es la sarta de estupideces que dicen de ella. Que si era ella y no Mario quien enterraba a los muertos en el cementerio. Que si les quitaba las ropas para luego venderlas y a saber cuantas cosas más.
Las mejores historias las cuentan los niños, con esas hasta se divierte. Dicen que les da brebajes a los muertos para que revivan, y que una vez vieron salir corriendo calle abajo desde el cementerio a una especie de zombi cuando ella vivía allí.
Dicen que se come a los niños. La forma de cocinarlos varía mucho en función de la imaginación de los atemorizados.  Mereceditas ya ha escuchado recetas para todos los gustos; que si los sofrie en una cazuela gigante de barro, que si los asa en una olla o los condimenta en un caldero…

Eso de recordar termina siendo adictivo. Se empieza viajando unos días al pasado y se acaba retrocediendo años, todos los que hagan falta, hasta llegar al principio de todas las desgracias que a uno le suceden.

Merceditas está sentada en la silla esperando, totalmente indiferente al espectáculo que supone su sola presencia. Fija la mirada en los pies para quedarse absorta en sus recuerdos. Los zapatos que llevan son muy viejos, el contrafuerte está cedido y ya casi chanclea con ellos. Pero Merceditas no ve sus propios pies, los recuerdos la llevan al cementerio, a los años en los que ayudaba a Mario.
Antes de la guerra, cuando España era una y no dos, Mario también le tenía miedo.
A veces, Merceditas llegaba a casa y le decía; cariño, prepara un lugar bonito para... Mario nunca le dejaba terminar, salía corriendo decía que no lo quería saber.
A ella eso le dolía profundamente. Merceditas no tiene culpa de lo que le ocurre, le sucede desde niña, cuando una persona tiene los ojos como hundidos en la cara, los parpados negruzcos y las ojeras muy pronunciadas, sabe que se va a morir, porque es algo que solo ella puede ver.
Merceditas siempre pensó que la muerte no debería hacer trabajos en masa. Mira que eso de segar deprisa frente a un muro puede dejarse algún hierbajo detrás al que sea difícil arrancar la vida.
A ella le gustaba mirar a los muertos a los ojos aunque tuviera que buscarlos en un rostro desfigurado y luego gritarles ¡Levántate y camina! Por si acaso…
Un día hubo uno que se levantó y caminó y ¡vaya que si caminó! Luego volvió a caer pero de puro cansancio, porque los muertos cuando caminan se cansan pronto.

En el fondo, todos en el pueblo son muy ingenuos, nadie imagina que les sirve los chatos y las cervezas  el monstruo que Merceditas creó. Que no lleva peluquín para disimular una calvicie incipiente sino para tapar la cicatriz de la bala que le acarició la sien sin atreverse a entrar.
Él juró no recordar nada de su pasado. Era francés eso resultaba innegable pero sabía hablar español sin que casi se le notara el acento. Tampoco es muy difícil de imaginar cómo llegó al pueblo y acabó en la tapia de un cementerio. Merceidtas por supuesto, juró no haberlo visto levantarse de entre los muertos, no haberle curado las heridas y no haberse pasado varios meses poniéndoles compresas de alcohol mientras deliraba por la fiebre.
Cuando él se sintió recuperado, se marchó sin más, eso sí, prometiendo saldar de algún modo la deuda que tenía con Merceditas. Por aquel entonces, ella creyó en sus palabras tanto como en su amnesia.
Pero lo que son las cosas, tres meses después reapareció convertido en Cosme que se ve que es un nombre español de los que no llaman la atención. Quizás tenía contactos cerca. Volvió empeñado en devolverle el favor aunque fuera llenándole el buche cuando casi todo el mundo lo tenía vacío. Se lo llenaba a Merceditas con gusto y por ende a Mario hasta que éste desapareció.
De la desaparición de Mario también la culpan. El mismo cura que un día los casó estuvo hasta varios años después haciéndole visitas eventuales para preguntarle dónde había enterrado a su marido.
Merceditas siempre le repetía lo mismo, que poco importaba si su marido estaba muerto o vivo porque días antes de su desaparición se había vuelto completamente loco de enterrar a tanto muerto y ella misma se hubiera vuelto loca de no haber abandonado la casa del cementerio cuando Mario desapareció.  Desde entonces vive en la casa que fue de sus padres, pero ellos ya habían muerto antes de la guerra. A los ojos de la gente vive sola.

Cosme regresa con un plato bien colmado de lentejas en el que flotan un par de pedazos de chorizo, otro de papa y varios de zanahoria. Es el ruido del plato sobre la mesa el que hace regresar a Merceditas a este mundo y la saca de sus recuerdos.

Mientras Merceditas da buena cuenta del plato de lentejas, Josué está escondido debajo de la mesa camilla de su casa. Es su lugar preferido, su madre aún no se ha dado cuenta de que lo usa como escondite.  En verdad ahora no tiene por qué esconderse ya que solo son las dos de la tarde y a esta hora su madre está trabajando en una fábrica de costura y no llega hasta pasadas las tres pero su escondite es el único lugar dónde se siente seguro.
Josué  aparta el cajón de cisco, se sienta con las piernas cruzadas y se pone a pensar.
La bruja ha secuestrado a una niña y la tiene encerrada. Con lo que le ha contado Raúl no hay duda, la tiene encerrada para engordarla y luego comérsela. Él tiene que salvarla, pero no sabe qué hacer.
Su madre no lo va a creer, le encantaba ir a jugar a las cartas con la bruja pero como la última vez se ve que perdió la partida, ya no quiere ir más. Le pediría ayuda a su padre, pero hace meses que se fue a la montaña a cazar conejos. Josué no sabe por qué su padre se ha ido a cazar conejos a la montaña si cuando van al campo de los abuelos hay conejos y no están en la montaña.
Ni si quiera se despidió de él. Su madre le dijo que tardaría en volver porque quería cazar muchos conejos, luego los vendería todos y le comprarían una bicicleta. Ayer su madre le dijo que  se olvidara de la bicicleta aunque él tampoco comprendió por qué si su padre todavía no había vuelto con los conejos.
No entiende nada, solo sabe que hay una niña a la que se van a comer si él no la ayuda a escapar.
Lo descubrió por casualidad la última vez que fueron a casa de la bruja.
Su madre y la bruja siempre se encierran en una habitación pequeña de la casa. Tiene las paredes pegadas con estampas de santos y en el centro hay una mesa redonda. A Josué no le gusta esa habitación porque las estampas de los santos le dan miedo a la luz de las velas.
Las velas que la bruja tiene en esa habitación son velones blancos enormes con pequeños platitos debajo para que caiga la cera ahí y no en los muebles.
A él le dejaban quedarse con ellas en la habitación siempre que no hiciera ruido. Pero ya no va a ir más. Se lo ha preguntado a su madre y le ha dicho que no, que eso se acabó.
A Josué no se le olvida las dos cartas que sacó la bruja y que hicieron perder a su madre. Una tenía pintada una torre. Esa torre le recordaba a la torre del Castillo de la Mota que aparece dibujado en una página de su libro del colegio,  la Enciclopedia Álvarez. Recuerda perfectamente el nombre de ese castillo porque justa la semana pasada estuvieron dando en clase el tema de la vida en la Edad Media y en esas páginas venía el castillo dibujado. Marta, cuando estaban en clase, le cogió su libro y pintó en lo alto de la torre del castillo a un monigote con una pistola. Josué le dijo que en la Edad Media no se habían inventado las pistolas  Marta le respondió  que cuando uno dibuja puede pintar lo que le da la gana y ante esa afirmación Josué no tuvo mas remedio que callar.
La torre de la carta se diferencia a la torre del Castillo de la Mota en que la torre de la carta tiene la parte de arriba abierta y del interior sale algo que Josué no distingue muy bien, aunque le parece confeti y serpentina. Además en la torre de la carta hay dos hombres cayéndose de cabeza.  Cuando apareció esa cara la bruja no hizo ningún gesto pero luego. la madre de Josué sacó otra carta y ahí si se montó buena.  Era la carta del esqueleto que aparece encorvado cogiendo una hoz.
Antes de ponerla si quiera sobre la mesa la bruja le dijo a Josué que tenía que irse fuera de la habitación porque hay cosas que los niños no tienen que oír. Sabe que con esas cartas su madre perdió la partida porque al salir de la habitación tenía los ojos rojos de haber llorado y ese día se la pasó en la cama acostada. Parecía tan triste que Josué no tuvo el valor de decirle que se había olvidado darle de cenar.
Mientras su madre permaneció encerrada con la bruja durante un rato Josué tuvo tiempo para aburrirse. Corrió por la casa trasteándolo todo. Entro en la habitación dónde dormía la bruja y se tumbó en su cama. Las sábanas olían a flores secas y a Josué le pareció que el colchón era mucho más duro que el suyo. Entonces cuando se disponía a irse vio como del armario salía un brazo menudo de piel blanquísima. Luego apareció una pierna delgada de la que colgaba un huesudo pie descalzo. Finalmente terminó de salir una niña del armario. Era pequeña de poco más de seis años.
Aquel día no pudo hablar con esa niña. Ella, nada más verlo se volvió a meter en el armario y Josué no tuvo valor para entrar a sacarla.
Ahora que lo piensa, a Josué le gustaría ser como Marta, ella seguro hubiera sacado a la niña de allí y se habría enfrentado a la bruja.
Los ladridos de un perro en la calle sacan de sus recuerdos a Josué y con el susto estira el cuello y se da un buen coscorrón contra la mesa.  Entonces se agarra con fuerza la cabeza en la zona del golpe para que se le pase el dolor mientras se fija en sus zapatos, ya le quedan pequeños, le duele mucho los dedos meñiques con ellos pero tampoco le ha dicho a su madre que hace tiempo le crecieron los pies y  necesita zapatos nuevos.
Josué, quizás por el delirio del coscorrón, se envalentona. Va al cuarto de sus padres, busca en el último cajón de la mesita de noche una vieja navaja. Sabe que su padre la escondía ahí. Se la mete en el bolsillo y sale a la calle.
En la puerta de su casa Marta y Raúl están sentados en el umbral comiéndose un bocadillo.
-¿Qué hacéis aquí?- les pregunta Josué
-Mi madre se ha tenido que ir a cuidar a mi abuela porque se ha puesto mala. Nos ha dado estos bocatas y nos ha dicho que nos quedemos toda la tarde en tu casa, si tu madre nos deja. – Explica Marta abriendo una mochila que trae y sacando un bocadillo de ésta. – También nos ha dado un bocadillo para ti. ¡Es de chorizo!
-Ahora no tengo ganas. –le contesta Josué negando con la cabeza.
-Yo solo he venido a traerla. No me voy a quedar toda la tarde aquí con ustedes que ya soy mayorcito, me voy a dar una vuelta. Adios. –dice Raúl pero sin irse.
-Mamá ha dicho que te quedes conmigo también.- le replica Marta
Josué se mete las manos en los bolsillos para que no noten el bulto de la navaja.
-Es que mi madre está cosiendo y tarda una hora en venir. Yo iba a dar una vuelta también…
Marta lo agarra de un brazo.
-¡Voy contigo!
Raúl, los mira, encoje los hombros y echa a correr gritando;
-¡Eso eso, llévate al culo gordo contigo!
-Se lo voy a decir a mamá, qué hoy lo has dicho dos veces.¡Idiota! –grita sin mucha convicción Marta y luego se gira hacia Josué- ¡Vamos!
Josué anda dubitativo unos pasos mientras Marta lo sigue expectante.
-¿A dónde vamos?
Josué no quiere contarle que su madre iba a la casa de la bruja, ni siquiera quiere contarle lo de la niña en el armario. Aunque sabe que le vendría bien el valor de Marta, cree que esto lo tiene que hacer sólo él.  Como no tiene nada ideado para espantar a su amiga, sigue caminando hasta que llega a la puerta de la casa de la bruja.
-Voy a entrar ahí.
-¿Tú Josué? Si eres un miedoso.
-Pues voy a entrar.
-Pero está cerrada la puerta.
-La bruja cuando va al bar de Cosme deja la puerta encajada. ¡Mira! – dice Josué abriendo de un pequeño empujón la puerta.
-¿Y tú cómo sabías eso?
Josué se encoje de hombros.
-Quédate aquí.
-Josué, ¡Cómo te vea te va a comer!
Josué se vuelve a encoger de hombros, entra en la casa y cierra la puerta sigilosamente.
Dentro de la casa el aire está cargado. Huele a hierbas, como siempre pero además a una mezcla de inciensos.
De la habitación de la bruja salen risas cortadas y cuchicheos.
Josué se dirige corriendo, pero no ve a nadie. Se queda quieto unos segundos hasta que finalmente hace acopio del poco valor que tiene para abrir el armario y entrar en él.
Dentro parece un armario normal, hay colgados algunos vestidos y un par de rebecas.
Josué se enfada muchísimo porque la niña no está. Tiene ganas de llorar. Seguro he llegado tarde, piensa. Entonces, de puro enfado, da un golpe a la pared y en vez de dolor en los nudillos ve como esta se cae. Frente a él aparece una pequeña y oscura habitación llena de libros y velones.  Hay una pequeña mesita, un lavabo y un par de palanganas. También hay una cama con las sábanas revueltas. Y justo en la esquina de la habitación un sofá destartalado en el que una niña pequeña y un hombre mayor, de la edad de su padre probablemente, lo miran desconcertados.
Josué salta del armario a la habitación.
-¿Qué haces tú aquí niño? ¿Quién eres? – le dice malhumorado el hombre del sofá.
-Me llamo Josué.
-¿Has venido solo?
-Sí, yo solo.
-Vale, pues entonces ya nunca más vas a salir de aquí.
-¡Pero papá!- grita llorosa la niña.
-Cariño no te asustes, papá no va a hacer nada malo.- susurra en el oído el hombre a su hija.
-Yo, yo, yo solo que-quería salvar a la niña pa-para que no se la coma la bruja- tartamudea Josué.
-¿Qué bruja? ¿Qué dices niño?
-La bruja que vive en esta casa y que os ha encerrado en el armario.
-¡Estos condenados críos! Es culpa de los malditos curas que les meten esas ideas en la cabeza… - replica el hombre hablando para sí mismo y luego para Josué. – Mira niño, las brujas no existen. A nosotros no nos ha encerrado nadie. Y si tu le dices a alguien que estamos aquí dentro voy a hacerle cosas malas a ti, a tu madre, a tu padre y hasta a tus hermanos.
-¡Papá, no! – replica la niña hundiendo la cabeza en su regazo.
-¡Pero yo no tengo hermanos! – dice lagrimeando Josué.
-Pues a tu perro o a tu gato. ¿Tampoco tienes?
-No.
-¿Y amigos? ¿Amigos si que tienes no? Amigos del colegio o de la calle. A esos también les voy a hacer muchas cosas malas si tu cuentas que estamos aquí.
Josué rompe a llorar balbuceando.
-No, yo no voy a decir nada pero no les hagas cosas malas.
-¡Mentira! Seguro me quieres engañar y cuando salgas de aquí irás corriendo a decirlo a todo el mundo.
-Que no...
-¿A quien quieres más en el mundo? ¿A tu madre?
Josué asiente despacio.
-Pues a tu madre va a ser a la primera que le haga cosas malas.
-¡No, a ella no!
En ese preciso instante y sin que Josué sea consciente de lo que está haciendo saca la navaja de su bolsillo y la muestra en una mano sin que si quiera parezca desafiante.
-Hay que joderse con el crío. ¡Este ya no sale de aquí!
Y dicho eso el hombre se zafa de su hija, la deja sentada en el sillón y se dirige hacia donde está Josué.  En apenas unos segundos consigue hacerse con él. Agarrándolo solo por el chaleco con una mano, lo levanta unos palmos del suelo y con la otra le retuerce el brazo hasta quitarle la navaja.
-¡Tu ya no sales de aquí en la vida, crío del demonio! ¡Te voy a dar una…!
-Ni una ni dos le vas a dar, suelta al chiquillo. – grita desde el armario Merceditas.
Ninguno de los tres, ni siquiera la niña la habían sentido llegar.
El hombre suelta a Josué que paralizado por el miedo ni se mueve.
-¿Merceditas, tú sabes qué hace este crío aquí?
-No, no lo sé. Pero yo me encargo de él.
Josué tiene de pronto una certeza; la bruja se lo va a comer.
-Si este crío llega a decir algo… ¡Nos vamos todos al infierno! – grita el hombre abrazándose a su hija que ha empezado a llorar escandalosamente.
-No dirá nada, tranquilo. Pero déjate de hacer tonterías.
Merceditas coge por un brazo a Josué, que pese al terror, se deja guiar sumiso fuera del armario.
Merceditas lo cierra y en la habitación sienta a Josué en la cama.
Josué tiembla y la mira como un cordero al que llevan al matadero.
-Tranquilo Josué, no te voy a hacer daño, ni yo ni el hombre del armario.
-¿Ni a mi madre ni a mis amigos?
-No Josué no os vamos a hacer nada malo.
-¿Ni me vas a comer?
Merceditas se rie.
-¿No eres muy grande ya para creer en esas tonterías?
-Es que Marta y Raúl dicen que..
-Da igual lo que digan Josué. Yo no me como a los niños.
-¿Ni a la niña del armario?
-No, Josué.
Josué agacha la cabeza y se limpia con el puño de su chaleco la nariz.
-¡No seas cochino! Toma. –dice Merceditas sacando un pañuelo de su bolsillo. –Límpiate con esto.
-Entonces, ¿Por qué los tienes encerrado en el armario?
-Yo no los he encerrado Josué, viven ahí.
-¿Por qué?
-Eres muy pequeño para entenderlo.
-Tengo ocho años.
-Eres pequeño Josué. Mira, a veces los adultos tienen que hacer cosas que los niños no entienden. Como ir a cazar conejos a la montaña.
-¡Mi padre se fue a cazar conejos a la montaña!
-¿Y tú lo entiendes Josué?
-No. Yo no quiero que cace conejos para comprarme una bici, preferiría que estuviera en casa.
-Pero la montaña es muy buen sitio para cazar conejos Josué. Tu ahora no lo entiendes, pero hay gente que tiene que cazar conejos en una montaña porque los conejos no conocen bien las montañas y se pierden cuando van allí. Así que todos los que saben cazar conejos tienen que ir a las montañas para esconderse y prepararles trampas a los conejos.
-¿Y todos van porque quieren?
-No, lo hacen porque conocen bien las montañas y no les gustan los conejos.
-Pero a mi padre si le gustan los conejos y le gusta comérselos también. Mi abuelo hace conejo con arroz y a mi padre le encanta.
-Pero son conejos de campo, no de la montaña ¿A que sí?
-Sí.
-¿Lo ves, Josué?
-¿Y vuelven algún día de cazar conejos?
-No Josué,  la mayoría no vuelve.
Josué agacha mas la cabeza mirándose las manos.
-Ya lo sabía.
-Pues igual que algunos adultos se van a cazar conejos otros viven en los armarios.
-¿Y tampoco salen de los armarios nunca?
-No lo sé Josué, no creo.
-Creo que lo entiendo.
-No, no lo entiendes Josué.
-Bueno, vale, no lo entiendo.
-Josué no puedes decirle a nadie que hay gente viviendo en los armarios.
-¿Por qué?
-¿A que tu no le dirías a un conejo que tu padre se ha escondido en la montaña para cazarlo?
-Los conejos no hablan ni entienden a las personas.
-Pero es un ejemplo. Piénsalo.
-Vale, no voy a decir nada.
-Me lo tienes que prometer.
-Te lo prometo.
-Y ahora me lo tienes que jurar.
-Te lo juro.
-Júramelo por tu madre.
-Te lo juro por mi madre. Pero, ¿Le vas  a hacer cosas malas?
-No le haré nunca nada malo. Te lo prometo.
-¿Ni a Marta ni a Raúl?
-Ya te lo dije antes. Te prometo que no les voy a hacer daño.
-Anda ven un momento.
Merceditas va a la cocina. Encima de una mesa hay una bolsa. Saca un trozo de queso, corta un pedazo. y se lo envuelve en una servilleta.
-Toma para que se lo eches en el bocadillo de chorizo que te ha traído Marta.
-¿Cómo sabes que Marta me ha traído un bocadillo de chorizo?
-Yo soy una bruja, lo sé todo.- le dice Merceditas riendo.
-¿Marta está en la puerta?
-No, cuando me vio llegar salió corriendo. Venga, ahora vete, no olvides lo que me has prometido.
-¡No lo haré!
Josué sale de la casa de la bruja con su pedazo de queso como si fuera un trofeo.
Está contento, Marta que es tan valiente sale corriendo cuando ve a la bruja y  él, sin embargo, se  ha colado en su casa y encima la bruja, hasta le ha dado comida.


-Relato 5 (y algo de 6) Jesús Carbajal




Despídalos, ordenó el hombre.
No hay otra opción, ¿cierto?
Cierto, contestó.
¿Quiere que les mande alguna nota?
Sí, ponga: con cariño, o no os olvidaremos, no, no… espere, mejor encargue una esquela en el periódico con todos sus nombres y mándeles la referencia, o mejor…
Esto no es necesario.
Pues si no es necesario no diga más necedades y haga lo convenido, espetó el hombre que con un gesto de la mano indicó al empleado la salida del despacho.
Miró entonces las fotos de su familia sobre la mesa. A la izquierda del marco plateado se habían acumulado virutas de la goma que el otro había usado durante el encuentro. Permanecían amontonadas unas contra otras. Acercó el rostro a ellas, desprendían un aroma a nata, la cara del hombre se relajó en un gesto poco más amable. Tomó aire y con suavidad fue soplando sobre ellas hasta llevarlas al borde de la mesa. Ahora, con la otra mano ahuecada bajo el borde, empujó las virutas hasta hacerlas caer sobre su mano para después soltarlas en la papelera.


Sentada en la puerta de su despacho le aguardaba una mujer de mediana edad. Su secretaria había insistido varias veces en que necesitaba verle. Él había intentado darle largas pero se acababa la jornada y allí seguía. Estiró los brazos mientras bostezaba. Pulsó entonces el intercomunicador. Dígale que pase, dijo.
Buenas tardes.
Adelante, dijo el hombre sin ofrecerle asiento.
Verá, siento molestarle, pero ha ocurrido algo esta mañana.
¿Ajá?
Soy secretaria, en la segunda planta, sección A. El hombre arqueó las cejas y asintió con desgana. Bueno, a decir verdad me contrataron ustedes a tiempo parcial.
No me diga, dijo el hombre.
Así es, fue aprovechando la reforma laboral, no me malentienda, quiero decir aprovechando la facilidad de contratación que se generó, vamos que no quería decir que usted se aprovechase…
Lo he entendido, zanjó el hombre. Miró entonces como el sol surgía tras las nubes iluminando a contraluz la silueta de la mujer. Por favor, el día se acaba.
Disculpe, tiene usted razón, la mujer calló y tomó aire. Esta mañana he recogido los borradores de la mesa de mi jefe, el señor Ba. No sé si usted lo sabe pero los escribe a mano, con lápiz, para poder borrar lo que quiere y dejarme anotaciones que transcribir cuando lo paso al ordenador.
Sí, esta mañana ha estado aquí y ha dejado esto perdido con su goma. La mujer asintió con una sonrisa tímida.
Verá, se supone que no leo lo que transcribo, o sea…, claro que lo leo pero no debo memorizar información. Pero, entiéndame, no somos máquinas. El caso es que transcribía la lista de despidos que ustedes han convenido esta mañana y no puede evitar sobresaltarme cuando vi mi nombre en ella.
Por Dios, interrumpió el hombre. Por Dios, repitió irritado. En cualquier caso, usted no debería haber accedido a esa información.
Lo sé, lo sé. Pero, entiéndame, tengo mucha gente a mi cargo. No quiero parecerle dramática pero es el único sueldo que entra en mi casa, la mujer retorció las manos entrelazadas, la luz había bajado algo y ahora su silueta resplandecía a la altura de su espalda.
Ya, ya. Créame que lo entiendo pero la empresa no puede hacer nada. Además, si ha estado a jornada parcial ha tenido tiempo para buscar algún complemento.
Lo tengo, lo tengo, pero no es suficiente…
Lo ve. Estoy seguro de que otras empresas estarán interesadas en usted. Créame, no hay nada que pueda hacer.



Su padre mira por la ventanilla. Sonríe con el rostro relajado mientras mira los edificios de la avenida. Al llegar al parque sus ojos vagan por el verde sin fijar la mirada.
¿Cómo estás? ¿Cómo te tratan?
Estoy bien. Me encuentro fuerte, contesta apenas medio segundo después. ¿Cómo estas tú? Se te ve cansado.
Estoy bien. Cansado del trabajo. No es una buena época.
Lo sé, lo sé. Todavía soy capaz de entender los telediarios.
Papá no empieces.
De acuerdo. Supongo que andarás decidiendo de quien prescindir.
Eso es.
Acuérdate del consejo que te di cuando dejé la empresa en tus manos.
Nada de relaciones personales con los empleados, responde el hombre con tono monocorde.
Muy bien, creí que lo habrías olvidado. Es duro pero así debe ser.
Ya.
Cuando sientas la presión piensa que esa gente que abandonas asegurará el trabajo de los demás.
Eso me digo, eso mismo me digo.
Bueno.
Cambiemos de tema, anda. Dime ¿te tratan bien?
Lo cierto es que estoy encantado. Hay personal nuevo, ¿sabes? Como cada vez somos más los viejos, han contratado gente, debe ser el único sitio donde lo están haciendo por lo que oigo. Tengo una cuidadora nueva, ¿sabes? Es un encanto. Es difícil encontrar hoy en día gente entregada a su trabajo ¿sabes?
Eso también lo decías antes.
¿Si? Bueno, pues ahora es más difícil. Esta mujer es un sol. No creo que lo entiendas pero uno espera que con la fortuna que pagáis por mí…
Papá por favor. Nadie paga, son tus propios ahorros, de tu pensión. Sabes perfectamente que podrías estar en un sitio mucho mejor si dejaras que lo pagase. ¡Y basta ya del rollo ese de empresario! Yo no me avergüenzo de que hayas sido bedel de la empresa toda tu vida, te lo he dicho mil veces, o sea que para.
El viejo comenzó a reírse con malicia. Después comenzó a darle pescozones al hombre en la coronilla hasta que le arrancó una mueca lejanamente parecida a una sonrisa.
Bueno, es igual. No te enfades. Sabes que estoy orgulloso, sólo quería incordiarte.
Lo consigues, lo consigues. Como sigas así te va a pasear en coche… Y encima ahora te habrá dado por la cuidadora. Te digo una cosa, como vuelvan a quejarse de tu comportamiento con las muchachas…
Quita, quita hombre. Las niñas son un encanto, es la monja, la muy…Bueno, ¿de qué te estaba hablando? A sí, de la cuidadora nueva. Esta no es una muchacha. Ninguna antes se había esforzado tanto, ni había puesto tanta dulzura incluso en los momentos de asearme, en las situaciones más desagradables.
El viejo se volvió hacia el hombre mientras decía esto, justo en el momento en que su hijo se giraba hacia el otro lado, y pudo ver en el espejo retrovisor la cara de asco y dolor que por unos segundos afloró en el rostro de su hijo que rápidamente mudó a neutro. Al levantar la vista se sorprendió y por un momento la sonrisa y la tristeza pugnaron en su cara. Finalmente ganó la primera y con entusiasmo palmoteó el hombro de su hijo.
¡Mírala! Allí está.
¿Dónde?
Es aquella señora, la del babi a cuadros, la que está justo en la puerta del jardín de la residencia.
El hombre siguió el índice de su padre con lentitud hasta encontrarse con la secretaria que había despedido en la mañana.
¿Ella?
Sí, sí, ella.
Joder.
¿Ocurre algo?
Joder, Papá.
¿Pero qué pasa?, preguntó el anciano. ¿Qué pasa?, repitió.
El hombre se mantuvo en silencio durante un minuto largo. El viejo no volvió a preguntarle. Ambos callados siguieron juntos mientras la ciudad pasaba callada a sus lados. Cuando llegaron al viejo barrio el hombre sacó el coche a un lado, deteniéndolo en una parada de autobús vacía. Por fin, aflojó las manos al volante y flexionó los codos. Su padre volvió a mirarlo. Y él le dijo sin mirarle:
Papá, ¿cuánto hace que no conduces?
Años, respondió el anciano. Pero creo que podría volver a hacerlo. ¿Necesitas que te lleve a algún lado?
El hombre sonrió mirando el volante.
Sí.
Pues déjame el sitio.
Cada uno rodeó el coche en un sentido distinto. Pero el hombre cerró la puerta del copiloto y se sentó en el asiento de atrás. El anciano lo miró por el retrovisor y le sonrió afable.
¿Algún sitio en concreto?
¿Crees que podríamos llegar al pinar?
¿El de los domingos? El hombre asintió. Sí, continuó el anciano, pero a la vuelta se hará de noche. Como entonces, y sonrió.
No tengo prisa y tú.
Bueno tengo varias Juntas de Dirección y dos o tres Aupas hostiles.
Paapaa, por Dios.
De acuerdo, ninguna prisa. Vamos.
Atravesaron barrios aún más humildes, huertas abandonadas y talleres desmadejados de la antigua nacional. El hombre fue acurrucándose en el asiento de atrás, miró al principio con interés el campo, después parecía hipnotizado como frente a un caleidoscopio infinito. Su padre trasteó hasta sintonizar los informativos. La tarde fue cayendo, a la vuelta los estorninos abandonaban los árboles a su paso, y por fin, el hombre durmió.

Relato 5 de Enriqueta Bataller de Juan


                EL DESPIDO

   El lunes, a primera hora, estaban todos los miembros del departamento creativo en la sala de reuniones. La empresa de publicidad en la que trabajaban, Cre@flash.S.A, no estaba en su mejor momento, así lo explicó Jorge, el jefe del departamento creativo, cuando convocó el viernes a última hora esa reunión.
La sala de reuniones era un lugar amplio, luminoso e impersonal, y allí estaban todos. Jorge, con rostro serio, presidía la mesa oval que ocupaba el centro de la sala, Carlos y Miguel, sentados en el otro extremo, charlaban, Pilar, con cara de preocupación, bebía a pequeños sorbos un café de maquina humeante y Adela hablaba con Javier, los dos de pie frente a sus sillas.

- Buenos días a todos-dijo Jorge en tono serio-. Por favor, Adela, ¿puedes correr la cortina?, me da el sol en la cara y es muy molesto. Vamos a empezar.

  La empresa ocupaba la novena y décima planta de una de las torres más emblemáticas del Paseo de la Castellana. La sala de reuniones donde se encontraban contaba con grandes ventanales que ofrecían una magnífica vista de la ciudad y que en mañanas soleadas como la de ese lunes, trece de abril, obligaban a cerrar las cortinas.
         - Buenos días Jorge -contestaron Javier y Pilar-.
Mientras Adela cerraba las cortinas de los ventanales, Carlos y Miguel charlaban en voz baja.
  - Creo que todos vosotros conocéis el motivo de esta reunión -continuó Jorge-. La situación económica del país es mala y la crisis también ha llegado a “creaflash”. En el último año hemos perdido un 40% de nuestros clientes, el mercado cada vez es más competitivo y el cierre del año pasado dejó un déficit en la empresa que asciende a los diez millones de euros, motivo por el que nos vemos obligados a hacer reducción en la plantilla en todos los departamentos. Estamos estudiando la situación laboral, profesional y personal de cada uno de vosotros para poder tomar la decisión más adecuada respecto a vuestro futuro.
Hubo un cruce de miradas entre todos y tras un breve silencio empezaron las preguntas.
    -¿Y por qué no recortan en el departamento comercial? -dijo Carlos- mientras pasaba sus dedos por su cabello oscuro y abundante, algo rizado, peinado hacia atrás. Llevo más de diez años en esta empresa y en ese departamento han duplicado el personal en estos últimos años. Si hay menos clientes, sobran comerciales.
Carlos, con una actitud desafiante, mirando a los ojos a Jorge, continuó hablando.
       - Aquí los cinco somos imprescindibles, y tú, Jorge, lo sabes. Miguel y yo tenemos experiencia y    
         sabemos que quiere el cliente, Pilar y Adela ordenan y dan forma a nuestra ideas y Javier es el                experto en las nuevas tecnologías, es la clave en la presentación final y difusión del producto.      
        ¿Quién sobra?
- Quién y cuando? Cuando tenéis pensado echar a la calle al “elegido”? -dijo  Miguel                      con cierta sorna-.
  - Calma compañeros -respondió Jorge-.Todos hacéis un trabajo formidable, estáis muy bien   valorados y os estoy diciendo que vamos a estudiar el caso de cada trabajador de forma individual.
  -  Ahora somos trabajadores y compañeros?? -dijo en un tono elevado Adela-. Cuando en navidades nos pedías hacer horas extras para cubrir los encargos de todos los clientes, entonces éramos una familia, ¿no?, y ahora... ¿somos trabajadores? Jorge, no esperaba esto de ti.
- Bueno -dijo Pilar en tono conciliador-, seguro que Jorge nos lo explica todo. Yo confío en él, él es parte del equipo y es posible que consiga que ninguno tenga que irse del departamento, no es así?, y le miró con ojos interrogantes.
Jorge esquivó su mirada y empezó a jugar con el bolígrafo Mont Blanc sobre un papel, haciéndole girar con su mano derecha. Tragó saliva y con la mirada perdida hacía ningún lugar contestó:
- Esta decisión no ha sido mía. Yo os aprecio a todos y la empresa también. Sabemos la dedicación que habéis tenido durante todos estos años pero los números mandan y de dirección las órdenes han sido tajantes, nos obligan a reducir personal en todos los departamentos. No depende de mí.
       - Y tú estás incluido? -preguntó maliciosamente Carlos-. Puede que el que tenga que marcharse    
       seas tú?. Nosotros nos organizamos bien, podríamos arreglarnos sin tu supervisión y tú ubicarte en 
       otro departamento.
- Mira Carlos, no te pases -dijo Jorge con tono y cara de cabreo-. Vamos a hablar claro. Uno de vosotros va a perder su puesto de trabajo y ni tú por ser el más antiguo y el líder del grupo te vas a librar de ser evaluado. No puedo deciros más por ahora. El viernes, a la misma hora, se comunicará de manera oficial quién dejará de colaborar con nosotros. Hasta entonces a trabajar. La reunión ha terminado.


  Todos, excepto Jorge, se levantaron. Salieron de forma pausada de la sala y caminaron por el pasillo hasta llegar donde estaba Myriam, la becaria pechugona que ocupaba la mesa de información a la entrada de la oficina en el piso noveno. En cuanto salieron al rellano de los ascensores, los cinco comenzaron a hablar de forma alborotada al mismo tiempo.
- Está bien, equipo -dijo Carlos-. A las dos en “ La última gota”, el bar de la calle de atrás, y allí hablamos tranquilamente. Aquí hasta las paredes oyen.
       - O.K., allí nos vemos, contestaron las chicas y Javier.
  Miguel asintió con la cabeza mientras se quedaba en el rellano, sin coger el ascensor que le llevaba a su planta de trabajo. Con él se quedó Pilar. Se acercó hasta él y en un tono muy bajo, tras mirar a ambos lados y asegurarse de que nadie les escuchaba, le preguntó.
       - Y nosotros, ¿Qué vamos a hacer? Mejor dicho, y yo, que coño voy a hacer?
  Mientras hablaba los ojos se le humedecían y Javier mantenía la mirada en sus zapatos, ocultando su cara. Pilar continuó:
- Tú no dejas a tu mujer, a mí se me va a empezar a notar y soy junto con Javier, la que menos antiguedad tengo en la empresa. Vamos, que soy la candidata perfecta para ser despedida y entonces... ¿Qué? Madre soltera en el paro mientras tú te vas de rositas. He sido una imbécil!-exclamó en tono enfadado-.
  Miguel levantó la cabeza, posó su mano sobre el hombro de Pilar y le dijo:
  - Quieres tranquilizarte?, por favor, y baja la voz. Todo se va arreglar. Nadie tiene porque enterarse de lo nuestro. Estoy a punto de irme de casa, pero ya sabes que ahora, con mi suegro en el hospital, no me parece el mejor momento. Y no te obsesiones, no se te nota nada. Del trabajo hablamos luego en el bar, algo se le ocurrirá a Carlos, ya sabes como es.


   A la hora convenida empezaron a llegar “ A la última gota”. El bar estaba muy cerca de la oficina, era largo y estrecho, con poca luz y una barra amplia que ocupaba un lado del local que estaba llena de pinchos. A esa hora, aún no había mucha gente. Los primeros en llegar fueron Carlos y Miguel, se acomodaron en la barra, en la zona esquinada que quedaba al fondo del local. Poco después llegó Javier, entró en el local solo, con la camisa por fuera del pantalón vaquero, algo despeinado y sonriente. Por último llegaron las chicas, Adela por delante , una mujer de treinta y muchos años con un físico lleno de curvas bien proporcionadas y detrás Pilar, delgada, pequeña, callada y muy pálida.
 - Muy bien chicos, ya estamos todos –dijo Carlos- mientras se peinaba con los dedos el pelo rizado hacia atrás- ¿ Cerveza para todos?
Todos asintieron con la cabeza excepto Pilar.
   - Yo tomaré Cocacola, estoy algo mareada - dijo Pilar-
   - Si, tienes mala cara-dijo Javier-.
   - Qué os ha parecido lo de esta mañana? -volvió a hablar Carlos-. Vaya con Jorge, sabía que no  
  nos podíamos fiar de él.
   - Y ahora, ¿Qué vamos a hacer? –preguntó Pilar, mientras miraba uno por uno a todos- Claro, 
  Miguel y tú, -dijo, refiriéndose a Carlos- estáis tranquilos porque sois los más antiguos pero y los  
  demás, ¿qué?
    - Pues al que le toque... a buscar- dijo Javier en tono despreocupado-
    - Como tú no tienes unos hijos que mantener ni una hipoteca que pagar estas tan tranquilo 
      -contestó Adela en tono agresivo-
      - Eso -dijo Pilar- Ni siquiera pagas un alquiler como yo. Desde luego el vivir en casa de tus padre tiene esas ventajas.
      - Eh!, tranquilos, que aunque no tenga alquiler, ni hipoteca ni hijos yo también tengo vida, tengo vicios –dijo Javier con cara de niño travieso- y para eso necesito pasta, así que yo tampoco quiero perder el trabajo.
      - Bueno, todos tenemos motivos importantes por los que no podemos perder el trabajo. Así que algo hay que hacer-dijo Miguel- mientras se disponía a darle un bocado a un pincho de tortilla de patata.
      - Dejadme pensar -dijo Carlos- La empresa está mal, sobra gente, pero ¿Por qué hemos de ser uno de nosotros? Siempre hay algo que se puede hacer. Todo el mundo tiene un punto débil y Jorge seguro que también. Él ya no es del equipo, desde que le nombraron jefe del departamento se ha distanciado de nosotros y solo le interesa ascender en la empresa. Es un trepa, pero quizá podamos descubrir algo turbio que le obligue a dimitir de su cargo y nos deje vía libre a los demás.
      - Yo puedo indagar en las cuentas del departamento-dijo Javier-. Con el programa i informático que tengo en el despacho no sólo hago difusión del producto en las redes sociales, también puedo acceder a contratos de clientes, distribución de trabajos y pagos recibidos por la empresa. Soy un “as” en la informática, no hay información en la red a la que yo no pueda acceder-dijo con voz intrigante y sonrisa burlona-. A lo mejor encuentro algo.
      - Vale -dijo Carlos-, que acababa de terminar un pincho de ensaladilla. Tú investiga por ese  lado. Yo hablaré con Jorge a ver si puedo sacarle algo más. 
     - No irás a ponerte de su lado? O vas a darle coba??- pregunto Adela y continuó hablando- Te conozco, Carlos, y venderías tu alma al diablo por salir triunfante de cualquier situación.
      - Si empezamos a desconfiar unos de otros no hay nada que hacer-contestó Carlos - Es mejor que hable uno sólo con él para que no sospeche de nuestro boicot. Sé de algunos trabajos que hicimos el año pasado y que Jorge consiguió de una manera “poco legal”, me entendéis?. Os acordáis de la publicidad de los centros deportivos de la comunidad de Madrid del año pasado?.. ¿Porqué creéis que nos la dieron a nosotros y no a “plublisport”, la empresa que lo había hecho en años anteriores ...
      -Bueno, Carlos, yo confío en ti -dijo Miguel-. A estas alturas no podemos desconfiar de nosotros mismos, aunque no está demás que todos pongamos al día nuestro currículum, donde figure los trabajos realizados en la empresa en estos últimos años y los premios conseguidos, no? 
      - Ya salió el premio- dijo Adela- mientras se limpiaba los dedos con una servilleta de papel. Ya sabemos que tienes dos premios nacionales de publicidad por tu trabajo con BMW y Mahou, pero querido, de eso hace más de cinco años.
     -  Pero al menos los tiene -dijo Pilar- que no había probado bocado desde que llegaron. Yo tendré que hacer mi ridiculum vitae y seré la primera en salir.
     -  No digas tonterías - dijo Miguel- y come algo, que estas demasiado delgada.
     -  Eso, no digas tonterías-repitió Adela, mientras apuntaba con su dedo índice derecho la cara de Pilar-, porque todos sabemos que tu tío fué socio fundador de la empresa y con tu primo del alma en la junta directiva, tú eres la que menos posibilidades tienes de ir a la calle.
     - Como puedes decirme eso, Adela-dijo Pilar- Creía que eras mi amiga.
     - Y lo soy -contestó Adela en un tono más cálido- Y no cuestiono tu formación en este campo ni  tu valía, pero la realidad es esa. No te ofendas. 
    Y mientras le pasaba el brazo por la espalda en un tono afectivo.
          - Está bien -zanjó la conversación Carlos-. El jueves a esta hora nos vemos aquí y hablamos de nuevo con lo que tengamos. Me tengo que ir que tengo una reunión a las cuatro.



  Carlos, Javier y Adela salieron charlando del bar, mientras Pilar y Miguel estaban acabando el café, sentados en los asientos de la barra. Pilar callada, con su mirada perdida en el café, no se giró para despedirse de los demás. Estuvieron callados más de cinco minutos.
    - Pilar, Cariño, no soporto tus silencios. Tú sabes que te quiero. Entre mi mujer y yo ya no hay nada, hace meses que no hacemos vida juntos, sólo tienes que tener paciencia hasta que llegue el momento adecuado. Te lo he dicho muchas veces.
    - El momento adecuado? –dijo Pilar con cara de enfado. . Eso llevas diciendo hace seis meses, estoy embarazada de cuatro y ya no puedo esperar más. Necesito decirlo, quiero disfrutar el embarazo, contigo o sin ti, comprendes?
    - Cariño, si tu tío o tu primo se enteran que yo soy el padre de tu hijo, me echan a la calle. Ellos conocen a mi mujer desde hace diez años: cenas de navidad, recogidas de premios... ya sabes como son, están chapados a la antigua y no tolerarán un escándalo como este en la empresa, me despedirán, dejaremos de vernos... ¿ eso es lo que quieres?
    - No Miguel, no quiero que te despidan pero tampoco quiero seguir así. O se lo dices a tu mujer esta semana o hago público mi embarazo. No puedo más. Y por favor, no vengas a mi apartamento si no es para decirme que has tomado una decisión, tu mujer o yo.
  Y la mujer apocada y pequeña se levantó, cogió su bolso y se marchó sin despedirse.

  El martes y el miércoles pasaron fugazmente. No hablaron entre ellos, tan solo miradas fugaces entre pasillos cuando se dirigías a sus respectivos despachos. Jorge, el miércoles a media mañana se cruzó con Adela y le dijo, con cierta sorna:
    - Ay que ver, Adela. Si llego a saber que la amenaza de despido te hace trabajar tan calladita, lo hubiera utilizado más a menudo- y siguió caminando.
    - Cabrón-dijo Adela en un tono lo suficientemente alto para que lo oyera-, mientras caminaba en dirección opuesta por el pasillo.

  Y llego el jueves. A las dos de la tarde fueron apareciendo por “ La última gota”. El primero en llegar fue Carlos, entro en el bar, se acercó a la barra y pidió una cerveza mientras se sentaba y pasaba los dedos entre su cabello ondulado peinado hacia atrás. Más tarde llegó Javier, solo, con los walkman puestos tarareando una canción. Por último entraron Adela, Pilar y Miguel, iban en fila india sin dirigir palabra entre ellos.

    - Que tal estos días? -preguntó Carlos- con una medio sonrisa en la boca. ¿Cerveza para todos?
    - Yo agua -dijo Pilar-
   El resto afirmó con la cabeza, respondiendo a Carlos.
    - Yo llevo unos días de perro-contestó Adela- Tengo a un niño malo, mi marido de viaje y con este panorama....
    - Tú si que tienes mala cara - le dijo Javier a Pilar- Estás enferma?
    - No, no -contestó titubeante-. Es que llevo tres días “sin pegar ojo”.
    - Bueno, al grano -dijo Miguel- Alguien ha averiguado algo?
  Todos callaron. Adela jugaba con una servilleta arrugada entre las manos, Pilar, sentada en un taburete, rebuscaba en el bolso, Javier movía la cabeza en señal de negación y Miguel apuraba la cerveza de un trago. Y Carlos tomó la palabra.
    - Siento deciros que esto tiene mala pinta. Me he informado y es verdad que en todos los departamentos van a echar a alguien e incluso van a reducir personal en dirección y en administración. Van a despedir a más de un tercio de la plantilla. Mucho me temo que uno de nosotros tendrá que marcharse.
   Mientras Carlos hablaba, Pilar sacó un abanico del bolso con el que se empezó a darse aire con poca energía, Javier se miraba las Nike desgastadas que asomaban por sus vaqueros y Miguel, cabizbajo, resoplaba con cara de preocupación, con el vaso de cerveza agotado en la mano.
    - Entonces -dijo Adela- ¿ De tu encuentro con Jorge? ¿ Nada?
    - Poca cosa-respondió Carlos - No puede hacer nada. No saben quien va a tener que marcharse, lo están decidiendo.
    - Y de lo que nos contaste el otro día acerca de los contratos del año pasado?-preguntó Miguel- Ya sabes...
    - Nada, nada -contestó Carlos- mientras se peinaba con los dedos su cabello rizado hacia atrás. No hay nada. No hay forma de demostrarlo, no hay ningún documento y él lo niega.
    - Yo no he encontrado nada raro en las cuentas -dijo Javier-.Si hay chanchullos, están muy bien escondidos.
   Adela miró a Carlos con desconfianza. Miguel dio un puñetazo sobre la barra mientras murmuraba tacos en voz baja, Pilar, cada vez más arrugada en su taburete, estaba callada, con la mirada perdida...
    - Entonces no tenemos nada que hacer, no? -preguntó Adela en tono seco- mientras miraba a Carlos.
    - Nada -contestó éste-
    - Muy bien -siguió Adela.- Que haya suerte compañeros. Yo me voy, no pierdo más el tiempo. Nos vemos mañana en la reunión. Por cierto, se debe algo?
    - A esta ronda invito yo-dijo Carlos-
    - Espera -dijo Javier- Me voy contigo.
   Los dos se despidieron y caminaron hacía la puerta. Antes de llegar a la salida, Adela miró a Javier y le dijo:
        - Carlos nos la ha jugado.
   Javier asintió con la cabeza, arqueó las cejas y subió los hombros. Salieron del bar en silencio.


   Carlos se marcho poco después. Argumentó una partida de paddle que le obligaba a salir corriendo y aprovechó para tranquilizar a Miguel y Javier respecto a su situación laboral: 
      - No os preocupéis, amigos -dijo Carlos con prepotencia- Javier es el más joven y lleva muy poco   
     tiempo y Adela trabaja bien, pero Jorge no la traga. Lo siento por uno de ellos, pero mucho me 
     temo   que.... Vosotros estar tranquilos. Mañana nos vemos.
  Y Carlos desapareció .



  Cuando todos se marcharos Miguel rodeó con su brazo a Pilar por la cintura y le preguntó en tono cariñoso:
          - Y tu, mi amor, como estás? mientras acercaba su boca al cuello de Pilar.
          - Muy bien, gracias -contestó Pilar - y separó su cuello bruscamente. Yo también me marcho. He quedado con mi primo.
          - El de dirección? -dijo Miguel- 
          - Si, el de dirección -contestó Pilar-Tengo que hablar con él.
   Bajó del taburete dando un saltito, cogió su bolso y comenzó a andar. Tras dar dos pasos giró la cabeza y dijo:
     - Mañana nos vemos en la reunión. Mucha suerte.



   Miguel se quedó solo en la barra de “ La última gota”. Se sentó en el taburete que vacío que acababa de abandonar Pilar. Sacó el teléfono móvil del bolsillo, marcó el número de Pilar...piiiiiiii....piiiiiiiiiii.....piiiiiiii......No contestó. Colgó. Dejó el móvil sobre la barra y llamó al camarero. Pidió un Güisqui con agua, preguntó cuanto debía y permaneció sentado en la barra en silencio, sin dejar de mirar el hielo que se deshacía en el vaso. Pasó el tiempo. Guardó el móvil. Apuro el Güisqui aguado que quedaba en al vaso y se levantó. Con su mano derecha hizo un gesto de despedida al camarero mientras le dijo:
    - Mañana será otro día...

   El camarero no respondió. Y Miguel salió del local lentamente con la cabeza baja y las manos en los bolsillos.