HORROR EN EL SUPERMERCADO
- Te lo dije, Pascual
-dijo Pastora-. A las cinco de la tarde del viernes ya no queda
nada en el supermercado.
- Aún no hemos entrado
-dijo Pascual- Al menos espera a estar dentro para ver lo que hay,
no? Siempre dices lo mismo al entrar y salimos con dos carros llenos
hasta la bandera.
- Yo no tengo la culpa
de que nuestros cuatro niños y tú querida madre tengan un agujero
en el estómago. Ojalá vivieran del aire, yo podría retomar mi
trabajo, ir al gimnasio o a exposiciones, en vez de estar todo el
día limpiando, ordenando, planchando, cocinando, descongelando..
Pascual y Pastora
eran un matrimonio bien avenido, al menos, eso pensaba la gente. Él
trabajaba en la ventanilla de un banco, ella, aunque licenciada en
psicología, se dedicaba a las tareas del hogar desde que tuvo el
primer hijo. Llevaban más de diez años casados y durante este
tiempo habían formado una verdadera familia numerosa compuesta por
cuatro hijos: Pablo, Pedro , Pastori y Pascualín , de diez, ocho,
seis y cinco años, respectivamente. Con ellos vivía la abuela
Dolores, madre de Pascual y la mascota canina, Tuerto.
- Llevas la
lista? -pregunto Pascual a su mujer-. Vamos por orden que sino luego
se nos olvida algo.
- Aquí está -dijo
Pastora- sacando del bolso dos folios escritos por ambas caras.
Mira, este es el pasillo del desayuno: hace falta cola-cao,
magdalenas, galletas...
Y al
tiempo que lo decía iba metiendo lo dicho en el carro, sin orden
alguno.
- Pero cariño, si
metemos primero las magdalenas y después las bebidas y los
productos de limpieza, las magdalenas quedarán en el fondo del
carro y se espachurrarán. ¿Por qué no separamos los productos
pesados de los ligeros y a su vez estos de los deformables y de
estos últimos, los comestibles de los no comestibles y los vamos
metiendo en el carro con cierto orden?
- Claro! - Contestó
Pastora.- O mejor los clasificamos por orden alfabético y
empezamos con los productos que empiecen por la “A”, o...¿ por
qué no los agrupamos por colores? los de envases blancos primero,
luego los amarillos, después los azules ..Ah, y nos ponemos los
patines de los chicos y a dar vueltas por el super!
- Vale, vale, no te
pongas así. Seguimos por este pasillo. Leche, zumos...
Al
llegar a las conservas, mientras Pastora metía de forma compulsiva
latas de atún en el carro, Pascual se encontró con un vecino
de la urbanización.
- Hombre Carlos,
cuanto tiempo sin verte! Qué, haciendo la compra de la semana sin
la señora?
- No, no, -contestó
Carlos- De compra de la semana nada, de eso se encarga Manuela, la
señora que trabaja en casa. Es que esta noche damos una cena en
casa y faltaban unas cosas, así que me han mandado a por ellas
urgentemente. Susana quiere que la velada sea perfecta y por no
llevarle la contraria aquí estoy, lo deseos de mi mujer ...ya
sabes.
Mientras Carlos hablaba
de la velada perfecta, Pascual pensaba cuanto tiempo hacía que no
tenía él algo parecido. Se imaginaba la “perfecta velada”
que le esperaba en casa esta noche: los niños corriendo por el
pasillo de casa hasta que la cena estuviera lista, su madre, como
siempre, quejándose de la artrosis mientras veía la “tele” a
máximo volumen, Pastora en la cocina, entre una niebla de humo
haciendo hamburguesas...
- Bueno, chico, te
veo distraído -dijo Carlos-. En fin, me voy que tengo prisa.
- Adios Carlos, -se
despidió Pascual-. Pasadlo bien está noche.
Y buscó con la
vista a Pastora mientras caminaba entre las sopas. Ella estaba en
la zona de lácteos y derivados. Si algo le gustaba de hacer la
compra era esta parte, ya que sentía devoción por los quesos.
Desde que estuvo en Paris, con una media novia francesa, Chantall
se llamaba, le encantaban todo tipo de quesos: fuertes, cremosos,
picantes, curados...y mientras se acercaba al carro que empujaba
Pastora, volvía a la realidad viendo que los quesitos de la “Vaca
que rie” habían sido los seleccionados para su carro, de la amplia muestra de
quesos.
- Pero Pastora- dijo
con voz penosa- ¿Porqué no cogemos un poco de Rochefort, algo de
Parmentier y este trozito de Gorgonzolla y con una botellita de
vino nos lo tomamos tú y yo esta noche?
- Pascual, ¿no sabes
que estoy a dieta?
-Si, es verdad,
perdona. -dijo Pascual- mientras pensaba que las dimensiones de su
mujer no se arreglarían por mucho que hiciera dieta unas semanas.
Mientras seguían
caminando, Pascual escuchó el sonido de su móvil en el bolsillo
del pantalón. Riiiing, riiing. Era la abuela.
- Sí, mamá, díme
-contestó Pascual-.
- Hijo, dónde estas?
- dijo su madre en un tono de voz tan alto que parecía hablar por
la megafonía del local en vez de por el teléfono.
- Pues estamos en el
supermercado del centro comercial. Ya te lo hemos dicho. ¿Que
estaís aquí los niños y tú? -exclamó Pascual- Pero, por qué?
Bueno, bueno, salgo a la entrada a buscaros.
- La que faltaba
-dijo Pastora-.
Al cabo de diez
minutos Pascual, la abuela y los cuatro niños se reencontraban con
Pastora en la zona de las bebidas.
- Mamá, mamá -
gritaron los más pequeños- Hemos venido a ayudaros.
- Ya, claro...- dijo
resignada Pastora- Ya solo falta Tuerto.
- Eso mismo he dicho
yo -dijo Pastori- No me han dejado traerlo.
- A ver que llevas en
el carro? -inquirió Dolores-. Uf!, vaya compra. Eso, y eso, y eso
-decía mientras separaba con desdén alimentos recién metidos en
el carro- eso son tonterías. Así de esmirriados están lo niños.
Con lo que comen... Un buen puchero y menos congelados...
- Calla mamá, dijo
con apuro Pascual mirando a Pastora-. Deja que nosotros nos
encarguemos de la comida de los niños.
- Papá, papá, yo
quiero Cocacola- interrumpió Pablo.
- Y yo Fanta
de naranja- pidió Pastori.
- Y yo zumo de tomate
- gritó Pedro- cogiendo una botella de cristal que al momento se
caía de sus manos, rompiéndose en mil pedazos contra el suelo.
En un instante todo se
volvió rojo: el zumo de tomate por el suelo y por la camiseta de
Pedrito, el niño, llorando por el susto, aún más colorado que
el zumo y el encargado, con una camiseta roja, gritando:
- A ver si educamos a
los niños, eh?
- Doña Dolores, y
usted que quiere?- dijo Pastora con cara desesperada- Anisete?
Pascual , y tú? Cerveza? Y yo creo que voy a por una botella de
ron y empiezo a beber ahora mismo!
- Relajate, mujer,
que no es para tanto. -dijo Pascual-. Mientras tú acabas de coger
lo que queda en la lista yo me llevo a mi madre y los niños a la
zona de muebles de jardín y voy mirando unas sillas para poner en
la terraza. Te parece? Anda, tranquilízate.
- Si, mejor. En un
rato os recojo allí - dijo con voz de alivio Pastora-.
Eran cerca de las
siete y media. Habían pasado más de dos horas desde que llegaron y
por fin estaba sola para poder mirar en el sector de ropa femenina
algo que le gustara.” Bueno, no es ropa de boutique, pero alguna
cosa me vendrá bien para este verano”, pensaba, mientras paseaba
empujando el carro que pesaba como diez toneladas. Mientras miraba
los bikinis, recordaba ese verano en que conoció a Pascual, los
paseos por la playa, los baños por la noche a la luz de la luna...y
tuvo que salir bruscamente de su ensoñación al escuchar su nombre
por los altavoces del local.
- Doña Pastora
Márquez, Doña Pastora Márquez, acuda a sector de muebles de
jardín, por favor.
Asustada, condujo el
carro con fuerza hasta la zona que le habían indicado por megafonía.
Cuando llegó la visión le hizo parar de golpe: Pedro y Pablo
saltaban sobre unos sofás de mimbre que estaban en exposición, la
abuela dormía en una hamaca que estaba en oferta, Pastori y el más
pequeño, Pascualín, estaban haciendo una merienda en un conjunto
de mesa y sillas de teka que, según el cartel anunciante, eran de
“nueva temporada”. Todos parecían encantados: la abuela
roncaba, los pequeños probaban diferentes bolsas de patatas fritas
después de haber acabado con las galletas de chocolate y los
batidos y los saltimbanquis competían por el salto más alto desde
el sofá...
– Venid ahora
mismo todos aquí! -ordenó Pastora-. Abuela -gritó con fuerza-
despierte! Se puede saber donde está vuestro padre?
- Se ha encontrado
con una amiga del trabajo y está tomando una cerveza. Por allí, en
la cafetería de enfrente, dijo Pedro mientras señalaba con el dedo
a su padre, que al escuchar por megafonía el nombre de su esposa,
venía con cara de culpabilidad sabiendo lo que le esperaba..
- Verás,
cariño, solo han sido cinco minutos - balbuceó Pascual- no sé
cómo los niños han podido...
La abuela se acercaba
después de su siesta reparadora.
- Oye, muy
cómoda la hamaca. ¿Porque no la compras, hijo?
- Qué no sabes
cómo han podido? - dijo Pastora- Allí tienes el carro, ve a la
caja y paga mientras que yo me llevo a los niños fuera del centro.
Por Dios, que vergüenza!! Y usted , abuela, venga conmigo y estírese
la falda, que mire como la lleva.
- Pobre hijo
mío, si se hubiera casado con esa chica tan mona de la universidad,
en vez de con esta bruja....-mascullaba la abuela mientras se
arreglaba el pelo y se estiraba la falda.
El camino de vuelta
fue silencioso. Pascual, Pastora, Doña Dolores y los dos más
pequeños iban en el coche sin decir palabra. Pablo y Pedro fueron
caminando hacia casa, puesto que estaba a escasos diez minutos del
centro comercial y a pesar de ser las nueve de la noche, aún había
luz en esa tarde de primavera que se adelantaba al verano.
Una vez en la cocina
de casa, Pastora comenzó a sacar los productos de la compra de las
bolsas.
- Pan integral - dijo
Pastora en voz alta- No recuerdo haberlo cogido. Una botella de ¿soja?,
¿cous-cous?, ¿comida para gato y para periquitos?
Alarmada abrió otra
bolsa y continuó nombrando lo que sacaba:
- Dos botellas de
ginebra, una de mojito, tequila, ron, cerveza alemana -decía en voz
alta-.
Y continuó con otra bolsa:
- Un tanga de la
talla 38? -iba subiendo de tono- una caja de preservativos Durex, de venticuatro unidades? Pascual!!! -gritó con todas sus fuerzas-.
Luego respiró hondo
una vez. Más tarde salió de la cocina, abrió la puerta de casa
y se fue sin hacer ruido. “Ya esta bien. Ahí os quedaís” -
decía para sí mientras bajaba las escaleras- Y mientras caminaba por la calle , ya de noche,
una sonrisa de oreja a oreja cruzaba su cara.
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