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jueves, 17 de mayo de 2012

RELATO 4 de Enriqueta Bataller de Juan


                            HORROR EN EL SUPERMERCADO

    - Te lo dije, Pascual -dijo Pastora-. A las cinco de la tarde del viernes ya no queda nada en el supermercado.
    - Aún no hemos entrado -dijo Pascual- Al menos espera a estar dentro para ver lo que hay, no? Siempre dices lo mismo al entrar y salimos con dos carros llenos hasta la bandera.
    - Yo no tengo la culpa de que nuestros cuatro niños y tú querida madre tengan un agujero en el estómago. Ojalá vivieran del aire, yo podría retomar mi trabajo, ir al gimnasio o a exposiciones, en vez de estar todo el día limpiando, ordenando, planchando, cocinando, descongelando..


    Pascual y Pastora eran un matrimonio bien avenido, al menos, eso pensaba la gente. Él trabajaba en la ventanilla de un banco, ella, aunque licenciada en psicología, se dedicaba a las tareas del hogar desde que tuvo el primer hijo. Llevaban más de diez años casados y durante este tiempo habían formado una verdadera familia numerosa compuesta por cuatro hijos: Pablo, Pedro , Pastori y Pascualín , de diez, ocho, seis y cinco años, respectivamente. Con ellos vivía la abuela Dolores, madre de Pascual y la mascota canina, Tuerto.
       - Llevas la lista? -pregunto Pascual a su mujer-. Vamos por orden que sino luego se nos olvida algo.
       - Aquí está -dijo Pastora- sacando del bolso dos folios escritos por ambas caras. Mira, este es el pasillo del desayuno: hace falta cola-cao, magdalenas, galletas...
  Y al tiempo que lo decía iba metiendo lo dicho en el carro, sin orden alguno.
      - Pero cariño, si metemos primero las magdalenas y después las bebidas y los productos de limpieza, las magdalenas quedarán en el fondo del carro y se espachurrarán. ¿Por qué no separamos los productos pesados de los ligeros y a su vez estos de los deformables y de estos últimos, los comestibles de los no comestibles y los vamos metiendo en el carro con cierto orden?
      - Claro! - Contestó Pastora.- O mejor los clasificamos por orden alfabético y empezamos con los productos que empiecen por la “A”, o...¿ por qué no los agrupamos por colores? los de envases blancos primero, luego los amarillos, después los azules ..Ah, y nos ponemos los patines de los chicos y a dar vueltas por el super!
      - Vale, vale, no te pongas así. Seguimos por este pasillo. Leche, zumos...
 

   Al llegar a las conservas, mientras Pastora metía de forma compulsiva latas de atún en el carro, Pascual se encontró con un vecino de la urbanización. 
      - Hombre Carlos, cuanto tiempo sin verte! Qué, haciendo la compra de la semana sin la señora?
      - No, no, -contestó Carlos- De compra de la semana nada, de eso se encarga Manuela, la señora que trabaja en casa. Es que esta noche damos una cena en casa y faltaban unas cosas, así que me han mandado a por ellas urgentemente. Susana quiere que la velada sea perfecta y por no llevarle la contraria aquí estoy, lo deseos de mi mujer ...ya sabes.
   Mientras Carlos hablaba de la velada perfecta, Pascual pensaba cuanto tiempo hacía que no tenía él algo parecido. Se imaginaba la “perfecta velada” que le esperaba en casa esta noche: los niños corriendo por el pasillo de casa hasta que la cena estuviera lista, su madre, como siempre, quejándose de la artrosis mientras veía la “tele” a máximo volumen, Pastora en la cocina, entre una niebla de humo haciendo hamburguesas...
       - Bueno, chico, te veo distraído -dijo Carlos-. En fin, me voy que tengo prisa.
       - Adios Carlos, -se despidió Pascual-. Pasadlo bien está noche.

 
    Y buscó con la vista a Pastora mientras caminaba entre las sopas. Ella estaba en la zona de lácteos y derivados. Si algo le gustaba de hacer la compra era esta parte, ya que sentía devoción por los quesos. Desde que estuvo en Paris, con una media novia francesa, Chantall se llamaba, le encantaban todo tipo de quesos: fuertes, cremosos, picantes, curados...y mientras se acercaba al carro que empujaba Pastora, volvía a la realidad viendo que los quesitos de la “Vaca que rie” habían sido los seleccionados para su carro, de la amplia muestra de quesos.
       - Pero Pastora- dijo con voz penosa- ¿Porqué no cogemos un poco de Rochefort, algo de Parmentier y este trozito de Gorgonzolla y con una botellita de vino nos lo tomamos tú y yo esta noche?
        - Pascual, ¿no sabes que estoy a dieta?
       -Si, es verdad, perdona. -dijo Pascual- mientras pensaba que las dimensiones de su mujer no se arreglarían por mucho que hiciera dieta unas semanas.


    Mientras seguían caminando, Pascual escuchó el sonido de su móvil en el bolsillo del pantalón. Riiiing, riiing. Era la abuela.
           -  Sí, mamá, díme -contestó Pascual-.
           - Hijo, dónde estas? - dijo su madre en un tono de voz tan alto que parecía hablar por la megafonía del local en vez de por el teléfono.
           - Pues estamos en el supermercado del centro comercial. Ya te lo hemos dicho. ¿Que estaís aquí los niños y tú? -exclamó Pascual- Pero, por qué? Bueno, bueno, salgo a la entrada a buscaros.
            - La que faltaba -dijo Pastora-.

   
    Al cabo de diez minutos Pascual, la abuela y los cuatro niños se reencontraban con Pastora en la zona de las bebidas.
            - Mamá, mamá - gritaron los más pequeños- Hemos venido a ayudaros.
            - Ya, claro...- dijo resignada Pastora- Ya solo falta Tuerto.
            - Eso mismo he dicho yo -dijo Pastori- No me han dejado traerlo.
            - A ver que llevas en el carro? -inquirió Dolores-. Uf!, vaya compra. Eso, y eso, y eso -decía mientras separaba con desdén alimentos recién metidos en el carro- eso son tonterías. Así de esmirriados están lo niños. Con lo que comen... Un buen puchero y menos congelados...
            - Calla mamá, dijo con apuro Pascual mirando a Pastora-. Deja que nosotros nos encarguemos de la comida de los niños.
             - Papá, papá, yo quiero Cocacola- interrumpió Pablo.
             - Y yo Fanta de naranja- pidió Pastori.
             - Y yo zumo de tomate - gritó Pedro- cogiendo una botella de cristal que al momento se caía de sus manos, rompiéndose en mil pedazos contra el suelo.
  En un instante todo se volvió rojo: el zumo de tomate por el suelo y por la camiseta de Pedrito, el niño, llorando por el susto, aún más colorado que el zumo y el encargado, con una camiseta roja, gritando:
              - A ver si educamos a los niños, eh?
              - Doña Dolores, y usted que quiere?- dijo Pastora con cara desesperada- Anisete? Pascual , y tú? Cerveza? Y yo creo que voy a por una botella de ron y empiezo a beber ahora mismo!
              - Relajate, mujer, que no es para tanto. -dijo Pascual-. Mientras tú acabas de coger lo que queda en la lista yo me llevo a mi madre y los niños a la zona de muebles de jardín y voy mirando unas sillas para poner en la terraza. Te parece? Anda, tranquilízate.
               - Si, mejor. En un rato os recojo allí - dijo con voz de alivio Pastora-.
 

    Eran cerca de las siete y media. Habían pasado más de dos horas desde que llegaron y por fin estaba sola para poder mirar en el sector de ropa femenina algo que le gustara.” Bueno, no es ropa de boutique, pero alguna cosa me vendrá bien para este verano”, pensaba, mientras paseaba empujando el carro que pesaba como diez toneladas. Mientras miraba los bikinis, recordaba ese verano en que conoció a Pascual, los paseos por la playa, los baños por la noche a la luz de la luna...y tuvo que salir bruscamente de su ensoñación al escuchar su nombre por los altavoces del local.
   - Doña Pastora Márquez, Doña Pastora Márquez, acuda a sector de muebles de jardín, por favor.
  Asustada, condujo el carro con fuerza hasta la zona que le habían indicado por megafonía. Cuando llegó la visión le hizo parar de golpe: Pedro y Pablo saltaban sobre unos sofás de mimbre que estaban en exposición, la abuela dormía en una hamaca que estaba en oferta, Pastori y el más pequeño, Pascualín, estaban haciendo una merienda en un conjunto de mesa y sillas de teka que, según el cartel anunciante, eran de “nueva temporada”. Todos parecían encantados: la abuela roncaba, los pequeños probaban diferentes bolsas de patatas fritas después de haber acabado con las galletas de chocolate y los batidos y los saltimbanquis competían por el salto más alto desde el sofá...
      – Venid ahora mismo todos aquí! -ordenó Pastora-. Abuela -gritó con fuerza- despierte! Se puede saber donde está vuestro padre?
       - Se ha encontrado con una amiga del trabajo y está tomando una cerveza. Por allí, en la cafetería de enfrente, dijo Pedro mientras señalaba con el dedo a su padre, que al escuchar por megafonía el nombre de su esposa, venía con cara de culpabilidad sabiendo lo que le esperaba..
       - Verás, cariño, solo han sido cinco minutos - balbuceó Pascual- no sé cómo los niños han podido...
La abuela se acercaba después de su siesta reparadora.
      - Oye, muy cómoda la hamaca. ¿Porque no la compras, hijo?
     - Qué no sabes cómo han podido? - dijo Pastora- Allí tienes el carro, ve a la caja y paga mientras que yo me llevo a los niños fuera del centro. Por Dios, que vergüenza!! Y usted , abuela, venga conmigo y estírese la falda, que mire como la lleva.
     - Pobre hijo mío, si se hubiera casado con esa chica tan mona de la universidad, en vez de con esta bruja....-mascullaba la abuela mientras se arreglaba el pelo y se estiraba la falda.


   El camino de vuelta fue silencioso. Pascual, Pastora, Doña Dolores y los dos más pequeños iban en el coche sin decir palabra. Pablo y Pedro fueron caminando hacia casa, puesto que estaba a escasos diez minutos del centro comercial y a pesar de ser las nueve de la noche, aún había luz en esa tarde de primavera que se adelantaba al verano.


  Una vez en la cocina de casa, Pastora comenzó a sacar los productos de la compra de las bolsas.
         - Pan integral - dijo Pastora en voz alta- No recuerdo haberlo cogido. Una botella de ¿soja?, ¿cous-cous?, ¿comida para gato y para periquitos?
    Alarmada abrió otra bolsa y continuó  nombrando lo que sacaba:
         - Dos botellas de ginebra, una de mojito, tequila, ron, cerveza alemana -decía en voz alta-.
   Y continuó con otra bolsa:
         - Un tanga de la talla 38? -iba subiendo de tono- una caja de preservativos Durex, de venticuatro unidades? Pascual!!! -gritó con todas sus fuerzas-.

    Luego respiró hondo una vez. Más tarde salió de la cocina, abrió la puerta de casa y se fue sin hacer ruido. “Ya esta bien. Ahí os quedaís” - decía para sí mientras bajaba las escaleras- Y mientras caminaba por la calle , ya  de noche,  una sonrisa de oreja a oreja cruzaba su cara.

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