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martes, 8 de mayo de 2012

-RELATO 3 DE INMA-


Antonia Manuela es la mayor de las dos hijas que tuvo el dentista del pueblo de Villafranca de los Barros, famoso por sus largas horas pegado a la barra del bar y, según la costumbre de la época, es educada por un hermano de aquél, médico también pero de costumbres más sanas y mayor patrimonio, en una gran casa en la calle a quien dió nombre posteriormente este hombre sin horarios para sus compaisanos: Carrillo Arenas.
Antonia Manuela es una joven con personalidad. Su rostro no es bello, muestra un gran lunar en su mejilla derecha, herencia de su madre Rufina, que tenía otro aún mayor, averrugado, en el mismo sitio; sin embargo, su sonrisa es franca y sus maneras, llenas de cortesía y desenvoltura, cautivan a todos y a todas...
Corren los años de falange española y como todas las de su edad, la joven ingresa en Acción Católica y se convierte en una activista diligente: monta un taller de bordados en el que consigue dar trabajo a un gran número de mujeres del pueblo.
Educada en el espíritu de José Antonio Primo de Rivera, cree en una España fiel a las tradiciones, católica e idealista.
Su sonrisa es ahora abierta y su mirada decidida: a veces, cuando le abruma la responsabilidad de tantas mujeres a su cargo, cierra los ojos y reza. Reza al Corazón de Jesús que está entronizado en el comedor de su casa, lugar de encuentro y tertulia de muchas gentes.
También pertenece a la Agrupación Lírica de Villafranca, y actúa como solista en numerosas zarzuelas y obras musicales estrenadas por ella, viajan por Europa y participan a nivel internacional en muchos encuentros musicales de renombre; en uno de ellos, en Alemania, conoce a Carlos, un pianista del que se enamora locamente y por quien es correspondida...,pero sucede que Carlos está casado y Antonia Manuela, fiel a sus convicciones religiosas, sufre muchas luchas, deja a Carlos en Alemania pero también parte de su corazón...; vuelve Antonia Manuela a Villafranca, y se sucede carta tras carta entre ambos...
El amor que siente hacia él es un quiero y no puedo, a nadie lo cuenta pero su sonrisa es ahora un rictus esforzado y triste...Carlos...
Se sumerge en el día a día de la vida del taller y sus obreras: la llaman “señorita”, la respetan, el devenir de las horas con la música de fondo de la vieja radio de botones grandes y redondos de madera acompañando la laboriosidad de las bordadoras la ayudan a sobrellevar un poco la carga de la existencia.
A veces no hay dinero para pagar a estas mujeres, pues los bordados son caros y las casas de los ricos van a comprar las mantelerías, juegos de sábanas y demás artículos a otras tiendas donde resulta más barato todo este género porque comienza a implantarse la máquina en la elaboración del mismo...; pero Antonia Manuela no deja de atender sus pagos porque se quita el pan de su boca y comienza a dejar fiado en las tiendas: la comida, las telas, los hilos...
Su sonrisa está ahora llena de fuerza y gracia: confía en el futuro y en el presente.
Su casa está situada encima de la de su hermana Victoriana, y asiste al matrimonio de los hijos de ésta: Manuela y Florencio, de los cuales Manuela se quedó a vivir en una casa enfrente de la suya y el segundo marchó a vivir a Badajoz; Antonia Manuela es testigo de los nacimientos de los seis hijos de Manuela y, fiel a su caridad, ayuda económica y espiritualmente en todo a su sobrina que, casada con un agricultor, encuentra dificultades para sacar adelante a tan numerosa prole...
Las tardes en su casa para los sobrinos están llenas de alegría: meriendan chocolate, hacen las tareas del colegio y los Domingos son una fiesta porque vienen los primos de Badajoz y corretean la casa de arriba y la de abajo, con el patio, el limonero y la azucena, la mecedora de la abuela y el pozo con la garduña adentro...
Antonia Manuela sabe que hacen falta las ganas siempre y está convencida de que, a mal tiempo, buena cara; por eso pide lo que necesita al Sagrado Corazón y sigue para adelante...
Las cartas de Carlos desde Alemania se van espaciando y en una ocasión, el cartero le entrega una en la que un familiar de Carlos le cuenta que éste había sido hospitalizado a consecuencia de un infarto y que sólo le quedaban unos días de vida...; que quien suscribía la carta era un hermano de aquél que, buscando entre sus cosas para arreglar los asuntos del hospital, se había encontrado un hatillo con todas las cartas que Antonia Manuela le había dirigido durante años y que, habida cuenta del gran valor que había deducido que esta mujer tenía para su hermano, se había creído con la obligación moral de advertirle de la posibilidad de su muerte...
La sonrisa de Antonia Manuela al leer estas palabras es una mueca crispada de dolor y desesperación: mira al Corazón de Jesús y en un arranque de voluntad y sin pensar coge dos o tres cosas que mete en una maleta pequeña, baja a hablar con su cuñado para pedirle prestado un dinero para un viaje urgente -le dice que es para comprar género a Madrid, lo de Alemania no se lo cuenta-, y al día siguiente se encuentra montada en el autobús con destino a la capital.Una vez en la estación, coge un taxi que la lleva al aeropuerto..., mientras, va ensayando una sonrisa: forzada, de tristeza disfrazada ante el dolor de la despedida...
Vuela a Alemania y después de aterrizar se monta en un taxi al que muestra una dirección que lleva escrita en un pedazo de papel...
Llega a la casa de Carlos y se encuentra un ir y venir de gente a la habitación del enfermo, que a duras penas puede hablar, pero ella se detiene en el salón:allí está la mujer de Carlos y dos de sus hijos. Antonia Manuela no sabe si reír o llorar, ahora está atenazada por la emoción y la esposa de Carlos, española también, le pregunta que quién es; ella le responde que nadie en especial, sólo una amiga de España. Entonces la esposa se presenta con el nombre de Elena y le deja pasar a la habitación.
Antonia Manuela cree desmayar al intentar recordar aquella sonrisa ensayada para conjurar el dolor y atraer la esperanza: Carlos está más en el otro mundo que en éste y puede no reconocerla o, al reconocerla, podría alterarse de tal manera su ritmo cardíaco que podría precipitar un final que todos temen...
Ella se acerca pero el enfermo está en un estado en el que no puede reconocerle...Ella apaga su sonrisa por primera vez en su vida, le besa la mano y sale de la habitación...
Su vuelo para España sale en dos horas y deambula sin consciencia por las calles, es una cosa que no está, que no es...
Una vez que despega en avión, ya llegando a Madrid, Antonia Manuela busca y rebusca en su interior algún motivo para la sonrisa. Y le duele ver el crepúsculo de nuevo como si tal cosa, y la calle, y las gentes de la capital que comen, ríen y beben...
Se dirige en taxi al autobús a Villafranca, allí está todo cuanto tiene y en ella oculta, y seguirá ocultando, tras su enorme sonrisa, el gran secreto de su vida...
Hay una calle: Carrillo Arenas, y un taller de bordados. Y unas mujeres, ya ancianas, que hablan, con gran respeto, de “la señorita”...

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