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miércoles, 23 de mayo de 2012

Relato 5 de Lucía Feliú Zamora






Un giro inesperado

    Arrastró el saco unos metros y tras secarse el sudor de la frente volvió la mirada al porche, se le escaparon un par de lágrimas que rápidamente apartó con los dedos. Volvió a sujetar el saco y esta vez, al tirar de él, se le deshilachó el borde, encorvada mientras apretaba los dientes tiró de nuevo con fuerza. El saco tenía su panza verde oscura, algunas hebras de hierba se desprendían de él a cada movimiento. María se pasó la mano por la frente, rebuscó en su delantal y sacó un pañuelo sucio de tierra. Al repasarse el sudor escupió con asco, se limpió de los labios la arena que casi había tragado y volvió a la tarea.
    El timbre de la puerta sonó en ese mismo instante, María miró el saco con aprensión, lo arrastró como pudo hasta detrás del árbol  y se sacudió las manos en el delantal, volvió la cabeza mientras se dirigía a la casa y vio que ahora permanecía semi-oculto detrás del gran abeto del jardín. Antes de entrar al porche aplastó con el pie varios remolinos de hierba que había provocado el traslado.
-¡Hola, querida! -dijo Lola nada más abrir la puerta-.  Veo que todavía estás con el uniforme de faena, ¿es que acaso no recuerdas que tenemos el taller dentro de media hora?
-Sí, claro. He tenido un día un poco complicado y…he decidido que hoy no voy a ir a la clase.
-¿Cómo? -respondió Lola-. ¿Qué te ocurre, te encuentras mal?
-Estoy bien, simplemente que…
Lola no la dejó terminar.
-No tienes buena cara, estas muy pálida, querida  -entonces se detuvo y con expresión de sorpresa anduvo unos pasos hacia la cristalera del porche.
María la siguió con los ojos muy abiertos. Lola se volvió hacia ella de manera tan inesperada que retrocedió con un brinco.
-¿Qué pasa?
-¿Es este el motivo por el que no quieres venir al taller, es eso? – preguntó su amiga afilando la mirada.
-¿A qué te refieres? -a María apenas le salía un hilo de voz.
-¡Qué va a ser, tonta! -señaló al suelo. Sobre él había tierra esparcida y la puerta de cristal del porche permanecía abierta.
-Al fin lo estás limpiando ¿eh? -dijo divertida mientras observaba el jardín a través de la cristalera.
-Pues sí, ese es el motivo  -respondió María colocándose delante de Lola mientras de un golpe seco cerraba la puerta.  La tomó del brazo y se la llevó de nuevo a la cocina-. Verás, al fin me he decidido a poner un poco de orden en el jardín. Llevaba tanto tiempo sin poderlo hacer que esta tarde pensé “Voy a limpiar el jardín” y he empezado recogiendo la hojarasca, sabes, además no soportaba más  que Paco estuviera entrando y saliendo y me llenara toda la casa de suciedad.
María señaló con el mentón la arena del suelo.
-A propósito, ¿dónde está?  -la amiga movió la cabeza a un lado y a otro, como buscando algo.
-¿Dónde está quién?
-Paco, ¿quién si no?
-Estará arriba enredando en la buhardilla  -María esbozó una amplia sonrisa.
-Paco, Paco -gritó Lola acercándose a la escalera que conducía a la segunda planta.
-No grites, mujer -se apresuró a decir-.  Quizás se haya quedado dormido.
-¿Dormido a esta hora?
-Sí, verás.  Esta mañana dio un resbalón ahí,  en el porche y ha estado toda la tarde quejándose.
-¡Madre, mía! Vaya susto, pobre Paco.
-Sí, hija. Un susto horrible, fíjate que perdió hasta el conocimiento y lo peor es que lo del resbalón ha sido por culpa mía.
-¿Cómo que culpa tuya?
-Sí, querida. Acababa de limpiar el porche y como Paco cuando está aburrido no tiene cosa mejor que hacer que seguirme a todos lados, habría algo de jabón y resbaló... ¡Pobre Paco!, a veces me pone tan nerviosa. Creo que no tengo paciencia con él porque si te digo la verdad, un instante antes pensé que cualquiera podría resbalarse con el agua si entraba en el porche…Bueno, la cosa es que  yo estaba ahí -indicó con el dedo hacia el sofá -, estaba colocando la alfombra cuando lo llamé para que no entrara en el jardín y me volviera a ensuciar el porche y de repente oí un  ruido tremendo, me volví y allí estaba, despatarrado en el suelo. Creo que fue al girarse cuando se resbaló, uno de esos giros inesperados que con suelo resbaladizo te hacen perder el equilibrio.
María sin decir nada miró fijamente a Lola.
-¡Vaya con el giro, qué mala suerte!  y… ¿cómo esta ahora?  -Lola volvió la cabeza hacia la escalera-.  ¿Se ha hecho mucho daño?
-No, no.  Aunque pensé en un principio que se había hecho daño después vi que solo fue el golpetazo contra el suelo, ¡con lo gordísimo que está! -María la miró de nuevo,  esta vez le sonrió con dulzura-, tú ya sabes, Paquito últimamente está tremendo  y  con ese peso que ha cogido inmediatamente pensé que se había partido algo. ¡Dio una caída que ni te imaginas!
Lola entonces se le acercó a menos de un palmó y la observó con detenimiento.
-¿Qué ocurre ahora? -le preguntó María tocándose la nariz.
-Tienes la cara llena de arena -le contestó Lola apartándose unos centímetros.
-Ah, será de la tierra que he sacado del arriate  -rio con indiferencia-. He estado limpiando el arriate también.
-Bueno, entonces no tiene nada roto  -prosiguió su amiga mientras repasaba con la mirada el delantal de María.
-No, mujer, no tiene nada roto ¡como va a tener algo roto! Ni hablar, simplemente está algo dolorido y… ¡ya está! Eso es todo, querida  -rio sonoramente mientras la tomaba del brazo,  con pasos sigilosos  la dirigió hasta la entrada-. Así que no le molestes con tus gritos, lo único que necesita es descansar. Y que sepas que hoy tengo muchas cosas que hacer en el jardín y no puedo ir al taller. Díselo a la profe, ¿de acuerdo? y perdona pero tengo que dejarte, cariño. Mañana te llamo y salimos a dar los tres una vuelta. Esta haciendo unas noches magníficas, ¿no es cierto, querida?, mañana nos vemos -María le cerró la puerta en las narices, se asomó a la ventana y viendo que su amiga se volvía con cara seria  le hizo una coqueta señal de despedida dedicándole al mismo tiempo una sonrisa de oreja a oreja. Con prisas entonces se dirigió al porche. Miró la arena del suelo y gruñó farfullando entre dientes. Se volvió sobre sus talones hacia la cocina, tomó la escoba y barrió con precipitación. En ese momento elevó la vista hacia el abeto del jardín. Y fue cuando se desplomó en el sofá y sus ojos se inundaron de lágrimas, estuvo llorando desconsoladamente un par de minutos. Se levantó estirándose el delantal y suspiró profundamente mientras se secaba las lágrimas.
-¡Lupe estará aquí dentro de un par de horas, no tengo tiempo que perder, debo dejarlo todo terminado!  -musitó casi de forma inaudible.
    Cruzó el jardín, se detuvo frente al árbol y observó el saco con atención, después continuó andando hacia la esquina más apartada del jardín. Allí había un agujero grande, de más de un metro de profundidad y una pala en el suelo. Dio un par de cavadas más y volvió sobre sus pasos hasta el abeto, entonces siguió arrastrando el saco.
    Después de un par de horas había conseguido introducir el saco en el hoyo y taparlo, se colocó encima de la arena removida y dio pequeños botes, una y otra vez hasta conseguir alisar la tierra negra, el sudor le resbalaba por el cuello, tenía empapado el pelo de la nuca. Miró a su alrededor y corrió hasta un arriate, de allí sacó un par de palos, los juntó mientras los observaba, entró en casa  y a los pocos minutos salió con los palos atados con hilos en forma de cruz. Fue al grifo y se enjuagó las manos, tomó un poco de agua  y se la llevó a la nuca, miró al cielo, no había ni una sola nube y el sol apretaba, consultó el reloj y corriendo tomó asiento junto a la tierra removida y allí en la humedad clavó disimuladamente la cruz de palo, agachó la cabeza y estuvo en silencio durante más de un minuto. Apoyando sus muslos sobre las pantorrillas se dispuso a juntar las manos mientras cerraba los ojos.
-Mi Paquito, mi querido Paquito lo siento tanto… Ha sido mi culpa, no sabes cuanto lo siento, de verdad…Sé que a veces no me he portado bien contigo y eso ahora me duele y sabes que no me lo voy a perdonar jamás. Que sepas también, mi fiel Paquito, que siempre te he querido mucho, muchísimo. Has sido el mejor compañero que jamás tuve. Te voy a echar de menos, Paquito, todos te van a echar de menos en casa ¡Lupe sobre todo, pobre Lupe! -se tapó la cara y se le oyó gemir. Tras unos minutos volvió a suspirar y a unir de nuevo las manos-. Por eso he decidido no decir nada a nadie, todo el mundo lo sentirá, mi Paquito. Lo sentirán tanto que prefiero decirles que te has ido, sí, que te has ido sin más. Eso es mucho mejor que decirles que te has partido la crisma con ese estúpido resbalón de esta mañana, es mucho menos cruel que contarles la verdad, ¿no lo crees así, Paco?
Miró la tierra y se secó las lágrimas con el pañuelo sucio que una vez más le manchaba las mejillas de arena. Entonces suspiró.
-Creo que aquí estarás mejor que en ningún otro lugar, Paco. Así te tendremos cerca, muy cerca. Estarás siempre bajo la sombra de tu árbol preferido -María elevó la mirada al abeto, en ese momento escuchó a alguien descorrer la puerta del porche vecino. Bajando la voz lanzó un beso precipitado a la cruz de palo-. Descansa en paz, mi querido Paco, y espero de veras que Dios te tenga reservado un estupendo cielo para ti. Sin duda te lo habrá reservado porque tú has sido el mejor de todos los perros que jamás hemos tenido en casa, mi querido Paco. De eso no cabe duda.
Deshaciéndose del delantal se incorporó y pensativa dirigió sus pasos hacia el porche.

2 comentarios:

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    1. Al responder sin darme cuenta he suprimido el comentario que has hecho. Con respecto a si es un chiste, pues probablemente sí. De todas formas no es un tipo de narrador con el que me sienta cómoda.

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