Un giro
inesperado
Arrastró el saco unos metros y tras
secarse el sudor de la frente volvió la mirada al porche, se le escaparon un
par de lágrimas que rápidamente apartó con los dedos. Volvió a sujetar el saco
y esta vez, al tirar de él, se le deshilachó el borde, encorvada mientras
apretaba los dientes tiró de nuevo con fuerza. El saco tenía su panza verde
oscura, algunas hebras de hierba se desprendían de él a cada movimiento. María
se pasó la mano por la frente, rebuscó en su delantal y sacó un pañuelo sucio
de tierra. Al repasarse el sudor escupió con asco, se limpió de los labios la
arena que casi había tragado y volvió a la tarea.
El timbre de la puerta sonó en ese mismo
instante, María miró el saco con aprensión, lo arrastró como pudo hasta detrás
del árbol y se sacudió las manos en el delantal, volvió la cabeza
mientras se dirigía a la casa y vio que ahora permanecía semi-oculto detrás del
gran abeto del jardín. Antes de entrar al porche aplastó con el pie varios
remolinos de hierba que había provocado el traslado.
-¡Hola, querida! -dijo Lola nada más abrir la puerta-. Veo que todavía estás con el uniforme de
faena, ¿es que acaso no recuerdas que tenemos el taller dentro de media hora?
-Sí, claro. He tenido un día un poco complicado y…he
decidido que hoy no voy a ir a la clase.
-¿Cómo? -respondió Lola-. ¿Qué te ocurre, te encuentras
mal?
-Estoy bien, simplemente que…
Lola no la dejó terminar.
-No tienes buena cara, estas muy pálida, querida -entonces
se detuvo y con expresión de sorpresa anduvo unos pasos hacia la cristalera del
porche.
María la siguió con los ojos muy abiertos. Lola se volvió
hacia ella de manera tan inesperada que retrocedió con un brinco.
-¿Qué pasa?
-¿Es este el motivo por el que no quieres venir al taller,
es eso? – preguntó su amiga afilando la mirada.
-¿A qué te refieres? -a María apenas le salía un hilo de
voz.
-¡Qué va a ser, tonta! -señaló al suelo. Sobre él había
tierra esparcida y la puerta de cristal del porche permanecía abierta.
-Al fin lo estás limpiando ¿eh? -dijo divertida mientras
observaba el jardín a través de la cristalera.
-Pues sí, ese es el motivo -respondió María colocándose delante de Lola
mientras de un golpe seco cerraba la puerta. La tomó del brazo y se la llevó de nuevo a la
cocina-. Verás, al fin me he decidido a poner un poco de orden en el jardín.
Llevaba tanto tiempo sin poderlo hacer que esta tarde pensé “Voy a limpiar el
jardín” y he empezado recogiendo la hojarasca, sabes, además no soportaba más
que Paco estuviera entrando y saliendo y me llenara toda la casa de
suciedad.
María señaló con el mentón la arena del suelo.
-A propósito, ¿dónde está? -la amiga movió la cabeza a un
lado y a otro, como buscando algo.
-¿Dónde está quién?
-Paco, ¿quién si no?
-Estará arriba enredando en la buhardilla -María esbozó una amplia sonrisa.
-Paco, Paco -gritó Lola acercándose a la escalera que
conducía a la segunda planta.
-No grites, mujer -se apresuró a decir-. Quizás se
haya quedado dormido.
-¿Dormido a esta hora?
-Sí, verás. Esta mañana dio un resbalón ahí, en
el porche y ha estado toda la tarde quejándose.
-¡Madre, mía! Vaya susto, pobre Paco.
-Sí, hija. Un susto horrible, fíjate que perdió hasta el
conocimiento y lo peor es que lo del resbalón ha sido por culpa mía.
-¿Cómo que culpa tuya?
-Sí, querida. Acababa de limpiar el porche y como Paco
cuando está aburrido no tiene cosa mejor que hacer que seguirme a todos
lados, habría algo de jabón y resbaló... ¡Pobre Paco!, a veces me pone tan
nerviosa. Creo que no tengo paciencia con él porque si te digo la verdad, un
instante antes pensé que cualquiera podría resbalarse con el agua si entraba en
el porche…Bueno, la cosa es que yo estaba ahí -indicó con el dedo hacia
el sofá -, estaba colocando la alfombra cuando lo llamé para que no entrara en
el jardín y me volviera a ensuciar el porche y de repente oí un ruido tremendo, me volví y allí estaba, despatarrado en el suelo. Creo que fue al girarse
cuando se resbaló, uno de esos giros inesperados que con suelo resbaladizo te hacen perder el equilibrio.
María sin decir nada miró fijamente a Lola.
-¡Vaya con el giro, qué mala suerte! y… ¿cómo esta
ahora? -Lola volvió la cabeza hacia la escalera-. ¿Se ha hecho mucho daño?
-No, no. Aunque pensé en un principio que se había
hecho daño después vi que solo fue el golpetazo contra el suelo, ¡con lo
gordísimo que está! -María la miró de nuevo, esta vez le sonrió con
dulzura-, tú ya sabes, Paquito últimamente está tremendo y con ese
peso que ha cogido inmediatamente pensé que se había partido algo. ¡Dio una
caída que ni te imaginas!
Lola entonces se le acercó a menos de un palmó y la observó
con detenimiento.
-¿Qué ocurre ahora? -le preguntó María tocándose la nariz.
-Tienes la cara llena de arena -le contestó Lola
apartándose unos centímetros.
-Ah, será de la tierra que he sacado del arriate -rio con indiferencia-. He estado limpiando
el arriate también.
-Bueno, entonces no tiene nada roto -prosiguió su amiga mientras repasaba con la
mirada el delantal de María.
-No, mujer, no tiene nada roto ¡como va a tener algo roto!
Ni hablar, simplemente está algo dolorido y… ¡ya está! Eso es todo, querida
-rio sonoramente mientras la tomaba del brazo, con pasos
sigilosos la dirigió hasta la entrada-. Así que no le molestes con tus
gritos, lo único que necesita es descansar. Y que sepas que hoy tengo muchas
cosas que hacer en el jardín y no puedo ir al taller. Díselo a la profe, ¿de
acuerdo? y perdona pero tengo que dejarte, cariño. Mañana te llamo y salimos a
dar los tres una vuelta. Esta haciendo unas noches magníficas, ¿no es cierto,
querida?, mañana nos vemos -María le cerró la puerta en las narices, se asomó a
la ventana y viendo que su amiga se volvía con cara seria le hizo una coqueta
señal de despedida dedicándole al mismo tiempo una sonrisa de oreja a oreja.
Con prisas entonces se dirigió al porche. Miró la arena del suelo y gruñó
farfullando entre dientes. Se volvió sobre sus talones hacia la cocina, tomó la
escoba y barrió con precipitación. En ese momento elevó la vista hacia el abeto
del jardín. Y fue cuando se desplomó en el sofá y sus ojos se inundaron de
lágrimas, estuvo llorando desconsoladamente un par de minutos. Se levantó
estirándose el delantal y suspiró profundamente mientras se secaba las
lágrimas.
-¡Lupe estará aquí dentro de un par de horas, no tengo
tiempo que perder, debo dejarlo todo terminado!
-musitó casi de forma inaudible.
Cruzó el jardín, se detuvo frente al
árbol y observó el saco con atención, después continuó andando hacia la esquina
más apartada del jardín. Allí había un agujero grande, de más de un metro de
profundidad y una pala en el suelo. Dio un par de cavadas más y volvió sobre
sus pasos hasta el abeto, entonces siguió arrastrando el saco.
Después de un par de horas había conseguido
introducir el saco en el hoyo y taparlo, se colocó encima de la arena removida y
dio pequeños botes, una y otra vez hasta conseguir alisar la tierra negra, el
sudor le resbalaba por el cuello, tenía empapado el pelo de la nuca. Miró a su
alrededor y corrió hasta un arriate, de allí sacó un par de palos, los juntó
mientras los observaba, entró en casa y a los pocos minutos salió con los
palos atados con hilos en forma de cruz. Fue al grifo y se enjuagó las manos,
tomó un poco de agua y se la llevó a la nuca, miró al cielo, no había ni
una sola nube y el sol apretaba, consultó el reloj y corriendo tomó asiento
junto a la tierra removida y allí en la humedad clavó disimuladamente la cruz
de palo, agachó la cabeza y estuvo en silencio durante más de un minuto.
Apoyando sus muslos sobre las pantorrillas se dispuso a juntar las manos
mientras cerraba los ojos.
-Mi Paquito, mi querido Paquito lo siento tanto… Ha sido mi
culpa, no sabes cuanto lo siento, de verdad…Sé que a veces no me he portado
bien contigo y eso ahora me duele y sabes que no me lo voy a perdonar jamás.
Que sepas también, mi fiel Paquito, que siempre te he querido mucho, muchísimo.
Has sido el mejor compañero que jamás tuve. Te voy a echar de menos, Paquito,
todos te van a echar de menos en casa ¡Lupe sobre todo, pobre Lupe! -se tapó la
cara y se le oyó gemir. Tras unos minutos volvió a suspirar y a unir de nuevo
las manos-. Por eso he decidido no decir nada a nadie, todo el mundo lo
sentirá, mi Paquito. Lo sentirán tanto que prefiero decirles que te has ido,
sí, que te has ido sin más. Eso es mucho mejor que decirles que te has partido
la crisma con ese estúpido resbalón de esta mañana, es mucho menos cruel que
contarles la verdad, ¿no lo crees así, Paco?
Miró la tierra y se secó las lágrimas con el pañuelo sucio que
una vez más le manchaba las mejillas de arena. Entonces suspiró.
-Creo que aquí estarás mejor que en ningún otro lugar,
Paco. Así te tendremos cerca, muy cerca. Estarás siempre bajo la sombra de tu
árbol preferido -María elevó la mirada al abeto, en ese momento escuchó a
alguien descorrer la puerta del porche vecino. Bajando la voz lanzó un beso
precipitado a la cruz de palo-. Descansa en paz, mi querido Paco, y espero de
veras que Dios te tenga reservado un estupendo cielo para ti. Sin duda te lo
habrá reservado porque tú has sido el mejor de todos los perros que jamás hemos
tenido en casa, mi querido Paco. De eso no cabe duda.
Deshaciéndose del delantal se incorporó y pensativa dirigió
sus pasos hacia el porche.
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ResponderEliminarAl responder sin darme cuenta he suprimido el comentario que has hecho. Con respecto a si es un chiste, pues probablemente sí. De todas formas no es un tipo de narrador con el que me sienta cómoda.
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