Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

jueves, 17 de mayo de 2012

Relato 4 de Lucía Feliú Zamora



¡Fidji, Fidji!


    Salió de la habitación de la plancha con prisas, justo al oír el tintineo de las llaves en la cerradura de la puerta, su marido acababa de llegar. Todavía no había ido al supermercado aquella tarde, ¡ni tan siquiera había tenido tiempo de arreglarse! Apurada, lo miró de reojo y avanzó entonces con paso rápido hacia la cocina.
-¿Qué tal te ha ido hoy?  -le preguntó con voz cantarina intentando disimular el nerviosismo. Una vez más volvía a sorprenderse  con la pregunta de todos los días colgada en los labios.
Su marido la miró, y con una mueca de desgana obtuvo un tan solo: “¿Has comprado el periódico?”
-Lo tienes en el salón.
  Inesperadamente y a diferencia de lo que solía hacer,  su marido no se encaminó hacia el sofá ni cerró la puerta tras de sí para sentarse a ver la televisión hasta la hora de la cena. Esta vez entró con ella en la cocina, se sentó junto a la mesa y sin decir nada comenzó a pasar las hojas del folleto de una conocida agencia de viajes.
-Esto, ¿lo has traído tú?
-¿Qué, esa revista?  –contestó ella sin mirarle.
Su marido levantó la vista y sonrió sarcásticamente.
-¿Es que con “tu paguita” piensas irte de vacaciones a un lugar como éste? -profirió con voz desagradable mientras apostaba  su grueso dedo sobre la foto de una paradisíaca playa al sur del pacífico.
Ella no contestó, se sirvió un poco de café y apoyó la espalda sobre el canto de la encimera.
-Sabes que mi paguita de cajera, como tú dices, no da para eso.
Su marido siguió repasando la página.
-¿Y qué harías tú allí? -rió ruidosamente-.  Al tercer día estarías echando en falta tu querido supermercado.
-Quizás tengas razón  -contestó ella colocándose bien un rizo que se le había desprendido del moño-. Creo que me aburriría bastante en una isla como Fidji.
-¡Fidji, Fidji!,  pero si la señora “sabelotodo” conoce el nombre de este lugar -exclamó desplegando la revista.
-El otro día vi un reportaje en la tele y salieron esas islas...salió precisamente esa isla -se excusó ella.
-¡Pues sí que se llama Fidji! -dijo sorprendido levantando la cabeza hacia la mujer.
-Me la das, por favor, dámela  -extendiendo la mano, esperó unos segundos hasta que su marido, golpeándole la palma con brusquedad le entregó el folleto.
-Pero que boba es esta mujer, ¡Fidji, Fidji, Fidji! -y con voz aflautada y burlona desapareció por el pasillo encerrándose en el salón.
   Ella volvió los ojos hacia la revista y sonrió. Una playa de arena blanca, palmeras verde esmeralda y un mar azul de ensueño asomaban por la foto,  cerró los ojos y sintió unas ganas incontrolables de ir hasta la pequeña bola del mundo que guardaba en la despensa de su planchero. Y allí hizo girar el bonito globo azul con fuerza, sonriendo, hasta que al fin dio con su pequeña isla del mar del pacífico. Cerró con cuidado la puerta y se agachó hasta alcanzar con los dedos la caja de zapatos estratégicamente colocada debajo del viejo mueble, se sentó en su silla y la abrió. Ante ella una vez más surgía de las profundidades de su destartalado armario su más preciado secreto, el sueño de todos sus días con sus noches incluidas: envuelto bajo un arrugado papel de seda descansaba un billete de avión con destino a Singapur y con fecha para el día siguiente. Levantó el ticket y contempló el orondo fajo de euros, de color violeta, verde y amarillo anaranjado, bien acurrucados en el fondo de la caja. ¿Cuánto tiempo le había llevado reunir aquel dinero, quizás desde la primera decepción o fue después de unas cuantas? Eso ya no le importaba, ahora deslizaba lentamente las hojillas de aquel billete de avión, como disfrutando el momento y embelesada se recreaba en la fecha de embarque, comprobaba otra vez más que todo estaba a punto. Habían sido meses de espera, ¡cómo meses!, ¡años! pero al fin había llegado el día, su gran día. Cerró la caja al tiempo que oía la desagradable voz de su marido reclamándola para que le pusiera la cena. Se levantó con rapidez y al pasar frente al pequeño espejo del pasillo se detuvo, y mirándose coqueta volvió a colocarse otro rizo escapado de su abundante melena recogida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario