¡Fidji, Fidji!
Salió de la habitación de la plancha con prisas, justo
al oír el tintineo de las llaves en la cerradura de la puerta, su marido
acababa de llegar. Todavía no había ido al supermercado aquella tarde, ¡ni tan siquiera
había tenido tiempo de arreglarse! Apurada, lo miró de reojo y avanzó entonces
con paso rápido hacia la cocina.
-¿Qué tal te ha ido hoy? -le preguntó con voz cantarina intentando
disimular el nerviosismo. Una vez más volvía a sorprenderse con la pregunta de todos los días colgada en
los labios.
Su marido la miró, y con una mueca de desgana obtuvo
un tan solo: “¿Has comprado el periódico?”
-Lo tienes en el salón.
Inesperadamente y a diferencia de lo que solía hacer, su marido no se encaminó hacia el sofá ni
cerró la puerta tras de sí para sentarse a ver la televisión hasta la hora de
la cena. Esta vez entró con ella en la cocina, se sentó junto a la mesa y sin
decir nada comenzó a pasar las hojas del folleto de una conocida agencia de
viajes.
-Esto, ¿lo has traído tú?
-¿Qué, esa revista?
–contestó ella sin mirarle.
Su marido levantó la vista y sonrió sarcásticamente.
-¿Es que con “tu paguita” piensas irte de vacaciones a
un lugar como éste? -profirió con voz desagradable mientras apostaba su grueso dedo sobre la foto de una
paradisíaca playa al sur del pacífico.
Ella no contestó, se sirvió un poco de café y apoyó la
espalda sobre el canto de la encimera.
-Sabes que mi paguita de cajera, como tú dices, no da
para eso.
Su marido siguió repasando la página.
-¿Y qué harías tú allí? -rió ruidosamente-. Al tercer día estarías echando en falta tu
querido supermercado.
-Quizás tengas razón -contestó ella colocándose bien un rizo que se
le había desprendido del moño-. Creo que me aburriría bastante en una isla como
Fidji.
-¡Fidji, Fidji!,
pero si la señora “sabelotodo” conoce el nombre de este lugar -exclamó
desplegando la revista.
-El otro día vi un reportaje en la tele y salieron
esas islas...salió precisamente esa isla -se excusó ella.
-¡Pues sí que se llama Fidji! -dijo sorprendido
levantando la cabeza hacia la mujer.
-Me la das, por favor, dámela -extendiendo la mano, esperó unos segundos
hasta que su marido, golpeándole la palma con brusquedad le entregó el folleto.
-Pero que boba es esta mujer, ¡Fidji, Fidji, Fidji! -y
con voz aflautada y burlona desapareció por el pasillo encerrándose en el
salón.
Ella volvió
los ojos hacia la revista y sonrió. Una playa de arena blanca, palmeras verde
esmeralda y un mar azul de ensueño asomaban por la foto, cerró los ojos y sintió unas ganas
incontrolables de ir hasta la pequeña bola del mundo que guardaba en la
despensa de su planchero. Y allí hizo girar el bonito globo azul con fuerza,
sonriendo, hasta que al fin dio con su pequeña isla del mar del pacífico. Cerró
con cuidado la puerta y se agachó hasta alcanzar con los dedos la caja de
zapatos estratégicamente colocada debajo del viejo mueble, se sentó en su silla
y la abrió. Ante ella una vez más surgía de las profundidades de su destartalado
armario su más preciado secreto, el sueño de todos sus días con sus noches
incluidas: envuelto bajo un arrugado papel de seda descansaba un billete de
avión con destino a Singapur y con fecha para el día siguiente. Levantó el
ticket y contempló el orondo fajo de euros, de color violeta, verde y amarillo
anaranjado, bien acurrucados en el fondo de la caja. ¿Cuánto tiempo le había
llevado reunir aquel dinero, quizás desde la primera decepción o fue después de
unas cuantas? Eso ya no le importaba, ahora deslizaba lentamente las hojillas
de aquel billete de avión, como disfrutando el momento y embelesada se recreaba
en la fecha de embarque, comprobaba otra vez más que todo estaba a punto.
Habían sido meses de espera, ¡cómo meses!, ¡años! pero al fin había llegado el
día, su gran día. Cerró la caja al tiempo que oía la desagradable voz de su
marido reclamándola para que le pusiera la cena. Se levantó con rapidez y al
pasar frente al pequeño espejo del pasillo se detuvo, y mirándose coqueta
volvió a colocarse otro rizo escapado de su abundante melena recogida.
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