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miércoles, 30 de mayo de 2012

-Relato 3 de Higinio Gómez

                                  EL PROYECTO DOS


Frente a la pantalla de su ordenador, Miguel Marcos de la Espada organiza meticulosamente en el laboratorio donde trabaja como becario de la multinacional, los qué, quiénes, cómo, cuánto, cuándo, dónde, por qué y para qué, concernientes al conjunto de asuntos imprescindibles para conseguir la transmisión de los datos que acaba de recoger con un esfuerzo no desdeñable y con la precisión de la que se siente muy orgulloso en todas las situaciones por numerosas  y sofisticadas que sean.  
Después de numerosas aproximaciones sucesivas, hasta llegar al acuerdo sobre matices que en aquellos momentos él considera triviales, examina con especial atención la representación crítica espontánea que se forma en su mente.
Ella le aguardará en el sitio convenido desde el que habitualmente parte el medio de transporte público en el que se desplazan, y en donde ellos viajarán equipados por dentro y fuera, según sus gustos y circunstancias personales, hasta el destino que ambos desean alcanzar. Sin embargo, considera esa imagen demasiado confusa. Faltan sobre todo los detalles sobre la documentación que cada uno aportará. Piensa que quizás esa percepción tiene su origen en los confines del caótico y confuso mundo de sus sueños que tan familiares y sugerentes le resultan. Poco importa eso, allí está la telemática para resolverlo. Lo convincente es que ella se mantendrá allí y aguardará como él el comienzo de una aventura que habían imaginado tan apasionante como que cruzarían el mundo de lo visible con los mejores instrumentos electrónicos hasta entonces conocidos para sentirse atravesando fronteras más allá de las cuales sus propias vidas eran algo más que los procesos bioquímicos que conocían desde que comenzaron sus trabajos juntos.
Baja del ático y se ajusta la sortija con pequeñas aguamarinas. Ya está satisfactoriamente harto de la política de investigación que se hace en el país. Cada día se siente más incombustible, más pétreo, más indiferente, más frío ante discursos de contenido impreciso propios de las fantasías ideológicas de organizaciones de sustancia política alimentadas con la lluvia de la pasta gansa. No obstante, de ninguna manera se considera belicista. De otros no podía asegurarse lo mismo. Simplemente, el mundo está lleno de mohatreros, Lo primero era restañar las heridas. Él podía soportar los pecados veniales, pero nunca a quienes se niegan a lo redimible. Ahí estaban, instalados en su inmundicia. Lo de él era la puntualidad; mejor, la perfección; mejor, la excelencia. Lo de ellos era una mascarada.
Abre la puerta de la calle. Tiene que dejar pasar a un camión cisterna, y atraviesa tapándose la nariz con el pañuelo una nube de gases fétidos, el producto de la flatulencia que invade la calle por el tubo de escape del viejo cacharro desguazable.
Ella, su copartícipe, es una mujer capaz de persuadir a cualquiera, pero no de pertenecer a nadie. Aceptó entusiasmada el proyecto y prometió no dejarlo hasta que lo tuvieran terminado. Tampoco era ella religiosa, ella prefiere vacilar, revolotear sobre sus propias ideas.
Gente con casco y escaleras apañan la casa de enfrente. Mira a su reloj. Tiene tiempo más que suficiente, y decide quitarle a esa dimensión su peso, moverse sin la impaciencia generadora de graves dolencias que gravita en quienes caminan deprisa a su lado. Por eso acepta sin reparos la idea de que debe reducir la distancia que invariablemente mantiene su cuerpo separado de las superficies acristaladas de los grandes almacenes, y entretenerse en destapar bajo la piel de aquellas formas inanimadas sombras de recuerdos de sucesos espaciotemporales remotos. unos aciagos otros afortunados, que pueden acompañarle a medida que se acerca al lugar en el que ella le aguarda.
Mira tras los cristales. Sí, allí está la mesa tocinera en la que fueron degollados muchos que no tenían conciencia de su existencia para deleite de quienes la tienen, y, por ello, la de estos es un conjunto de fracasos y calamidades de su aparato digestivo. Ahí está la alfombra mullida sobre la que dio los pasos tranquilo y seguro de sí mismo para recibir de manos del tribunal el doctorado en biología molecular con la que instalado en la ingenuidad de un niño pretendía que le iba a servir para saber de dónde coño venía ésa conciencia de ser, lo último sobre el asunto, no la mala conciencia, no el examen de conciencia, sino a la conciencia de existir... Con aquella mujer, no con la que le espera, tuvo que atravesar nadando dos veces el río aquel día de verano porque ambos olvidaron sobre el margen verde al otro lado del agua la mantequilla y el queso análogos a los que reposan indolentes detrás de la oceánica cristalera. Aquella mujer se negó a joder con él en la montaña,  y después le obsequió con una mariposa de verdad que fue capaz de atrapar entonces allí con mucha habilidad. Valía para eso. Él no la ha vuelto a ver, pero sabe por alguien que ella también tuvo la desenvoltura necesaria para conseguir un puesto de chupatintas en el ministerio que concede las becas para investigación gracias a la capacidad que ella tenía para calentar mininas de personajes de la misma fauna.
Él tomaría un baño al llegar, lo primero. Después, dependía de Esperanza, Espe, que le esperaba... ¡Vaya por el Demonio! El molesto ruido de las analogías infantiles de los sonidos de las palabras. Hoy no trasnocharían porque había que madrugar. La reunión era a las nueve. Sabe  que para ir a la cama juntos él tiene que empujar, y Espe ser empujada.
Ahí estaba la flor que transportó inocente en sus manos muy joven y virgen todavía, hasta la primera mujer que atrajo su atención hacia un manojo de tejidos de estructura diversa y femenina tocada por el sexo que se  fue por el camino de la incomprensión recíproca del sentido de la vida y de la muerte de los dos. Qué cosas... 50 euros. Era una de esas prendas absolutamente prescindible que ella utilizaba al salir de la cama con una soltura que le maravillaba, recordó, y que cubría su cuerpo deseado por sus manos desde los hombros hasta sus deliciosas articulaciones óseas de caderas y piernas. Sí, eran capaces de acostarse juntos sin joder, lo eran. Pocas en aquel tiempo tomaban la iniciativa. Pura biología zoológica aún atrapada en múltiples neuronas. Mira ese sofá con tres plazas de legítima piel, solo 1500 euros, le dijo aquella un día de primavera. Era justo su sueldo mensual. ¿Para qué tres plazas? ¿Para qué dos? ¿Para qué una? Mira, el puf azul para mí y el amarillo para ti, o el amarillo para mí y el azul para ti, tú eliges, a 30 euros cada uno, 60 euros. Esa cubertería tiene 113 piezas, mira su precio, 250 cincuenta euros. ¿Para qué tantas piezas? Pongamos dos tenedores, más dos de postre, más dos cuchillos, más dos pequeños de postre, más dos cucharitas de postre, más una cuchara grande para servir, más un cucharón para la sopa, más dos cucharas para la sopa, total, 14 piezas. 250 euros dividido entre 113 piezas, son un poco más de 2 euros la pieza, que por 14 piezas, son 28 euros. ¿Qué te parece? ¡Una tontería! No todas las piezas son iguales, además algún día podemos invitar a alguien. ¿Cuándo? ¿A quién? ¿Por qué? ¿Para qué? Mira su reloj. Todavía tiene tiempo. También hay blusas y pantalones, y chaquetas y faldas, y premamá y pijamas, y sujetadores y bolsos y gafas y gargantillas, y pendientes y joyeros y cinturones, y zapatos y mocasines y colgantes, y perfumes y maquillajes, y trajes y pantalones de sport y vaqueros, y relojes y carteras para documentos, y corbatas y camisas de manga larga y corta, y chaquetas de punto y jerséis de algodón, y calcetines y suéteres y camisetas y deportivas, y polos y sandalias y cazadoras, y cunas y sillas para automóvil, y sillas de paseo, y zapatillas para tenis y chándales, y bicicletas de paseo y estáticas, y tiendas de campaña y sillas plegables, y cámaras digitales y televisores y videocámaras, y teléfonos móviles y radios, y ordenadores portátiles y de mesa, y mantelerías y colchas y juegos de cama y almohadas, y mamparas de baño, y aspiradores y acondicionadores y lavadoras y frigoríficos y hornos, y lámparas y apliques, y cubos de basura, y café soluble natural y pimientos del piquillo, y sobones pasiegos alargados, y aceite de oliva virgen y chocolate con leche, y filetes de anchoa y... Aquello empezaba a tener otro aspecto: jamón ibérico y embutidos y quesos y vinos y... ¡La Música! También está La Música. El suyo llevaba ya cinco años sonando. 3000 euros. Poca cosa... dos veces el sueldo; 10 veces, 300 euros; 20 veces, 150 euros; 30 veces, 100 euros; 50 veces, 60 euros. De modo que si él fuera capaz de ahorrar 60 euros durante cada uno de los futuros 50 hipotéticos meses, un poco más de cuatro años, durante los que supuestamente mantendría esa conciencia de existir en un mundo de precios constantes poco probable, prescindiendo de intereses seguros y depredadores ciertamente probables... ¡Comprad, comprad, malditos!, grita en su corazón. Si todo aquello, y mucho más, dejara de comprarse se pararía la vida del hombre en el planeta. Las fábricas se detendrían; hombres y mujeres deambularían buscando trabajo; el hambre y las enfermedades poblarían de angustia la tierra... ¡Comprad, comprad, malditos! ¡Silencio!, se ordena. Era La Música. Ella lo merecía, por Ella sí merecía la pena comprar e investigar sobre la conciencia de existir... 
Mira de nuevo a su reloj. Comienza a esconderse la luz de la tarde tras los edificios. Piensa que ya no debe perder ni un segundo. Anda muy deprisa. Llega casi corriendo. El andén está vacío.
Lentamente, el magnífico artefacto con cabeza de tiburón se aleja burlándose de él. No tiene piedad. No espera. Él se ha comportado como un idiota. Lo de él, ¿no era la puntualidad; mejor, la perfección; mejor, la excelencia?. No obstante, de nuevo su corazón le dice que en el interior del malvado tren va una Esperanza. Otra hiperconexión de subnormal. ¡Bye-Bye, Espe! Llamará, le explicará y dirá que cogerá el avión de las tres.

Lo de explicar lo hace en el momento más inoportuno, aquella misma noche. Otro error. Espe le responde enseguida. “Pues en esta ocasión te vas a ver negro por haberme dejado colgada con los japoneses. Eso sólo le pasa a los tontos que se entretienen frente a los escaparates recordado a una calienta eso que te tuvo en ayunas algo más de un año porque tu sueldo no llegaba hasta donde ella quería”.

Miguel Marcos de la Espada piensa que ha sido su Proyecto dos.


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