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miércoles, 23 de mayo de 2012

- Relato 5 de María Atanes.


COMPAÑEROS
Nunca iba a desayunar sin sus compañeros, prefería pasar hambre a entrar sola en un bar y para momentos especialmente dramáticos en que el hambre le hacía sonar las tripas, guardaba en el primer cajón de la mesa de su oficina un paquete de nueces. Pero aquella mañana Eva se había sentido asfixiada, le había resultado insufrible el chiste machista que cada día, a manera de saludo, le contaba su compañero de despacho y había estado a punto de echarse a llorar cuando su jefe le comunicó que había recibido la resolución de su último caso y lo había perdido.
-El juez le ha dado la razón a la otra parte. La custodia será para el padre-. Sentenció su jefe
Como si ella tuviera la culpa de que la madre, una directora de una sucursal bancaria, hubiera abandonado a su familia para irse con la limpiadora del banco donde trabajaban. Como si ella tuviera la culpa de que los hijo se hubieran posicionado a favor del padre.
Así que a las once agarro su bolso y sin decir palabra bajo a la cafetería La Reja.
-Hoy la han dejado sola ¿Le pongo lo de siempre?- la interrogó el camarero.
-No, en vez de media con tomate, pon una entera con jamón, y un café con leche en taza grande.
Se sentó en una mesa al sol y empezó a leer un periódico que alguien había abandonado en la barra.
De los periódicos solo le interesaban los horóscopos y los sudokus, pero para entretener su mente de los problemas que la angustiaban se interesó por las necrológicas.
No sabe porque lo hizo, porque a ella le aterraba el echo de poder conocer a alguien que apareciera en esas páginas. De momento todos los nombres eran anónimos y se habían muerto a edades muy avanzadas. Se entretenía en contar el número de hijos que dejaban desolados en este mundo. Hasta que llegó a la penúltima esquela, la leyó dos veces, sacó su agenda y anotó una hora y la dirección de la iglesia.

Les había costado trabajo encontrar un bar abierto porque era lunes y ese día suelen cerrar por descanso. Había comenzado la mañana desayunando sola, y ahora, ¿qué hora sería?, ¿las 11 de la noche?, Eva nunca llevaba reloj, estaba tomando una cerveza con Daniel, bueno una no, porque sino habían perdido la cuenta iban por la quinta. Diego acababa de marcharse.
-Qué pesada es María-. Comento enojado antes de irse y tras recibir la cuarta llamada al móvil de su mujer.
-Tengo que dejaros, sino tu próximo cliente seré yo. Me he alegrado mucho de verte. Y le dio a Eva un beso y un abrazo.- A ti no te digo nada, tienes que venir a casa. María te manda un beso. Se despidió de Daniel. Daniel y Diego eran de Cádiz y habían compartido piso mientras estudiaban Derecho en la Facultad de Sevilla.
-Estas igual- le dijo Daniel al quedarse solos.
-Eso no es verdad, estoy más rubia-. Le contestó ella y se rió, como antes, como hace veinte años cuando su único problema era aprobar las asignaturas.

Eva sintió la llave de la puerta y luego sus pasos. Su marido se acercó por detrás para darle un beso, olía a tabaco. Eva estaba cambiando las cosas de bolso, el que llevaba esa mañana no le hacía juego con los zapatos.
-¿Vas a salir?¿Donde está el niño?.
-En su habitación estudiando.
-¿Estudiando?. Estará con el ordenador en el tuiter.- le respondió su marido malhumorado- Esta mañana me han llamado del instituto. Se ha peleado con un compañero en el recreo. Van a expulsarle.
-Entonces que mas da que estudie.
Él opinaba que ella lo había malcriado y por tanto era la responsable de su fracaso escolar. Eva estaba cansada de escuchar los reproches por la educación de su hijo, las quejas porque apenas entraba trabajo en la empresa de construcción, las excusas cuando le llamaba y tenía el móvil desconectado, pero aun así pensaba que lo seguía queriendo. Solo era una crisis pasajera.
-¿A donde vas?- Volvió a preguntarle.
-A una misa de difuntos.
Eva salió sin devolverle el beso, él no se había fijado que llevaba zapatos nuevos ni que el vestido era uno de los que se había comprado para la recién terminada Feria de Abril. Ahora que lo pensaba, el día que se lo puso no llegaron a verse, ella quedó con unas amigas y él tenía un almuerzo de trabajo que terminó alargándose.

Eva se sentía defraudada, la misa por el antiguo rector de la Universidad de Derecho, había sido aburrida y larga. No encontró ninguna cara conocida, ni sitio para sentarse y después de una hora los zapatos le apretaban y le dolían los pies.

Diego esperaba a Daniel debajo del reloj del Ayuntamiento en la Plaza Nueva, le había alegrado mucho recibir su llamada, creía que seguía en Alburquerque (Nuevo México) pero Daniel le explicó que llevaba un mes en Sevilla y que había retomado su plaza como profesor titular en la Facultad de Derecho.
-¿Por qué no me acompañas esta tarde a la misa del antiguo rector?. Después nos podemos tomar algo-le propuso Daniel y Diego aceptó encantado.
Daniel llegó cuando hacía quince minutos que el reloj del Ayuntamiento había dado las campanadas de las ocho en punto. Se saludaron, se miraron de arriba abajo y aunque afirmaron estar iguales, cada uno pensó del otro que se le iban notando los años.
-¿A que hora es la misa?- preguntó Diego.
-A las ocho.
-Vamos tarde.
-Llegaremos puntuales para ver y ser visto. ¿No pretenderás que después de tres años lo primero que hagamos juntos sea asistir a una misa?
-Tienes razón.
Aun así tuvieron que esperar treinta minutos a que la misa finalizará, a la salida saludaron a algunos conocidos, y cuando ya, desprovistos de todo tipo de compromisos decidían sobre a donde ir, se sobresaltaron ante el ladrido de un perro y el grito de una mujer, se giraron. Diego fue el primero en verla.
-Eva! ¿Qué haces aquí?.
-Ya podían ponerle bozal al perro- y cambiando su expresión de enfado por una sonrisa se acercó a darle un beso. Diego y Eva solían coincidir haciendo pasillos en los juzgados.
-Mira con quién estoy- Daniel no se movía hacía ¿quince años? que no la veía. Ella lo miraba sin reconocerlo.
Aquella mañana cuando Eva leyó la mortuoria, recordó tantos buenos momentos y luego su horóscopo le había pronosticado “Alguien del pasado volverá” y él estaba allí, materializado delante de ella.

El camarero está echando la cancela del bar, Daniel y Eva, parados en la acera, comentan que hacer.
-¿Cogemos un taxi o nos tomamos la última?- le pregunta él.
-¿A ti te espera alguien?.
-Nadie, me quiero comprar un perro pero todavía no he tenido tiempo- bromea Daniel.
-A mi tampoco, mi hijo seguirá enganchado al tuenti y mi marido, quien sabe, lo mismo me lo encuentro en algún bar, últimamente trabaja mucho de noche.
En un mundo donde las directoras de banco se fugan con las limpiadoras, ellos, bien podrían tener su paréntesis.

1 comentario:

  1. La frase: "prefería pasar hambre a..." ya denota a un narrador no deficiente.
    Igual en: "Eva se había sentido asfixiada, le había resultado insufrible..."
    Y así otras veces.

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