COMPAÑEROS
Nunca iba a desayunar sin sus
compañeros, prefería pasar hambre a entrar sola en un bar y para
momentos especialmente dramáticos en que el hambre le hacía sonar
las tripas, guardaba en el primer cajón de la mesa de su oficina un
paquete de nueces. Pero aquella mañana Eva se había sentido
asfixiada, le había resultado insufrible el chiste machista que cada
día, a manera de saludo, le contaba su compañero de despacho y
había estado a punto de echarse a llorar cuando su jefe le comunicó que había recibido la resolución de su último caso y lo había
perdido.
-El juez le ha dado la razón a la otra
parte. La custodia será para el padre-. Sentenció su jefe
Como si ella tuviera la culpa de que la
madre, una directora de una sucursal bancaria, hubiera abandonado a
su familia para irse con la limpiadora del banco donde trabajaban.
Como si ella tuviera la culpa de que los hijo se hubieran posicionado
a favor del padre.
Así que a las once agarro su bolso y
sin decir palabra bajo a la cafetería La Reja.
-Hoy la han dejado sola ¿Le pongo lo
de siempre?- la interrogó el camarero.
-No, en vez de media con tomate, pon
una entera con jamón, y un café con leche en taza grande.
Se sentó en una mesa al sol y empezó
a leer un periódico que alguien había abandonado en la barra.
De los periódicos solo le interesaban
los horóscopos y los sudokus, pero para entretener su mente de los problemas que la angustiaban se interesó por las necrológicas.
No sabe porque lo hizo, porque a ella
le aterraba el echo de poder conocer a alguien que apareciera en esas
páginas. De momento todos los nombres eran anónimos y se habían
muerto a edades muy avanzadas. Se entretenía en contar el número de
hijos que dejaban desolados en este mundo. Hasta que llegó a la
penúltima esquela, la leyó dos veces, sacó su agenda y anotó una
hora y la dirección de la iglesia.
Les había costado trabajo encontrar un
bar abierto porque era lunes y ese día suelen cerrar por descanso.
Había comenzado la mañana desayunando sola, y ahora, ¿qué hora
sería?, ¿las 11 de la noche?, Eva nunca llevaba reloj, estaba
tomando una cerveza con Daniel, bueno una no, porque sino habían
perdido la cuenta iban por la quinta. Diego acababa de marcharse.
-Qué pesada es María-. Comento
enojado antes de irse y tras recibir la cuarta llamada al móvil de
su mujer.
-Tengo que dejaros, sino tu próximo
cliente seré yo. Me he alegrado mucho de verte. Y le dio a Eva un
beso y un abrazo.- A ti no te digo nada, tienes que venir a casa.
María te manda un beso. Se despidió de Daniel. Daniel y Diego eran
de Cádiz y habían compartido piso mientras estudiaban Derecho en la
Facultad de Sevilla.
-Estas igual- le dijo Daniel al
quedarse solos.
-Eso no es verdad, estoy más rubia-.
Le contestó ella y se rió, como antes, como hace veinte años
cuando su único problema era aprobar las asignaturas.
Eva sintió la llave de la puerta y
luego sus pasos. Su marido se acercó por detrás para darle un beso,
olía a tabaco. Eva estaba cambiando las cosas de bolso, el que
llevaba esa mañana no le hacía juego con los zapatos.
-¿Vas a salir?¿Donde está el niño?.
-En su habitación estudiando.
-¿Estudiando?. Estará con el
ordenador en el tuiter.- le respondió su marido malhumorado- Esta
mañana me han llamado del instituto. Se ha peleado con un compañero
en el recreo. Van a expulsarle.
-Entonces que mas da que estudie.
Él opinaba que ella lo había
malcriado y por tanto era la responsable de su fracaso escolar. Eva
estaba cansada de escuchar los reproches por la educación de su
hijo, las quejas porque apenas entraba trabajo en la empresa de
construcción, las excusas cuando le llamaba y tenía el móvil
desconectado, pero aun así pensaba que lo seguía queriendo. Solo
era una crisis pasajera.
-¿A donde vas?- Volvió a preguntarle.
-A una misa de difuntos.
Eva salió sin devolverle el beso, él
no se había fijado que llevaba zapatos nuevos ni que el vestido era
uno de los que se había comprado para la recién terminada Feria de
Abril. Ahora que lo pensaba, el día que se lo puso no llegaron a
verse, ella quedó con unas amigas y él tenía un almuerzo de
trabajo que terminó alargándose.
Eva se sentía defraudada, la misa por
el antiguo rector de la Universidad de Derecho, había sido aburrida
y larga. No encontró ninguna cara conocida, ni sitio para sentarse y
después de una hora los zapatos le apretaban y le dolían los pies.
Diego esperaba a Daniel debajo del
reloj del Ayuntamiento en la Plaza Nueva, le había alegrado mucho
recibir su llamada, creía que seguía en Alburquerque (Nuevo
México) pero Daniel le explicó que llevaba un mes en Sevilla y que
había retomado su plaza como profesor titular en la Facultad de
Derecho.
-¿Por qué no me acompañas esta tarde
a la misa del antiguo rector?. Después nos podemos tomar algo-le
propuso Daniel y Diego aceptó encantado.
Daniel llegó cuando hacía quince
minutos que el reloj del Ayuntamiento había dado las campanadas de
las ocho en punto. Se saludaron, se miraron de arriba abajo y aunque
afirmaron estar iguales, cada uno pensó del otro que se le iban
notando los años.
-¿A que hora es la misa?- preguntó
Diego.
-A las ocho.
-Vamos tarde.
-Llegaremos puntuales para ver y ser
visto. ¿No pretenderás que después de tres años lo primero que
hagamos juntos sea asistir a una misa?
-Tienes razón.
Aun así tuvieron que esperar treinta
minutos a que la misa finalizará, a la salida saludaron a algunos
conocidos, y cuando ya, desprovistos de todo tipo de compromisos
decidían sobre a donde ir, se sobresaltaron ante el ladrido de un
perro y el grito de una mujer, se giraron. Diego fue el primero en
verla.
-Eva! ¿Qué haces aquí?.
-Ya podían ponerle bozal al perro- y
cambiando su expresión de enfado por una sonrisa se acercó a darle
un beso. Diego y Eva solían coincidir haciendo pasillos en los
juzgados.
-Mira con quién estoy- Daniel no se
movía hacía ¿quince años? que no la veía. Ella lo miraba sin
reconocerlo.
Aquella mañana cuando Eva leyó la
mortuoria, recordó tantos buenos momentos y luego su horóscopo le
había pronosticado “Alguien del pasado volverá” y él estaba
allí, materializado delante de ella.
El camarero está echando la cancela
del bar, Daniel y Eva, parados en la acera, comentan que hacer.
-¿Cogemos un taxi o nos tomamos la
última?- le pregunta él.
-¿A ti te espera alguien?.
-Nadie, me quiero comprar un perro pero
todavía no he tenido tiempo- bromea Daniel.
-A mi tampoco, mi hijo seguirá
enganchado al tuenti y mi marido, quien sabe, lo mismo me lo
encuentro en algún bar, últimamente trabaja mucho de noche.
En un mundo donde las directoras de
banco se fugan con las limpiadoras, ellos, bien podrían tener su
paréntesis.
La frase: "prefería pasar hambre a..." ya denota a un narrador no deficiente.
ResponderEliminarIgual en: "Eva se había sentido asfixiada, le había resultado insufrible..."
Y así otras veces.