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lunes, 21 de mayo de 2012

-Relato 4 de Diego A. Mejía A.



—Te has dado cuenta el modo que tiene de caminar... como que ha cambiado ¿no?— Dice Teresa, hace un movimiento con los dedos simulando un caminar contoneante sobre el espaldar del asiento delantero a la par que mueve las caderas hacia José —¿él no te ha contado nada? eres su mejor amigo ¿no?— las luces parpadean lo han venido haciendo ya un buen rato y nadie les presta atención ahora.
—¿Cómo?— el rostro de José se enciende —no éramos amigos, tan sólo empezamos a frecuentarnos porque salimos con ustedes y eran amigas...— ambos parecen tener rostros intermitentes —pero, y qué si lo están haciendo y no nos lo cuentan ¿desde cuando eso te interesa tanto?— a su alrededor el resto de los pasajeros hace lo mismo, parecen tener ataques de epilepsia cromática, salvo Teresa y alguno que parece dormido todos cambian de rostro cada vez que el parpadeo regresa o la velocidad dibuja una curva.

—¿Y si me estuviera empezando a importar?— Es la primera vez que el rostro de Teresa cambia, incluso ella lo reconoce —¿sería un problema?— quizá el cosquilleo leve en la mejilla le indique que es la primera vez que su rostro toma esta configuración muscular que por un momento resulta incómoda, se sonroja y empieza un beso sin intermitencia visual.
—¿Sabes que tenemos un festivo este fin de semana verdad? ¿tienes pensado algo?— torpemente interrumpe José el beso, como nervioso.
—No, sabes que mi familia no celebra fiestas católicas, probablemente me quede en casa... sola...— su rostro repite el cambio anterior ya casi por reflejo, como si conociera desde siempre la sensación del deseo y, con una seguridad irreconocible en ella, busca con la mano bajo el jersey de José, primero fríamente oteando alrededor y ahora con paciencia bajo el pantalón. José echa un salto sobre el asiento hora iluminado, hora a oscuras, si no fuese por la mano de Teresa que lo sujeta ahora firmemente de un sitio que parece dispuesto para ello, él daría un salto mortal o saldría disparado por el techo. La mezcla de sensaciones casi lo descubren frente al resto de pasajeros, se ha quedado sin palabras, sin reflejos.
—¡Respira!— dice finalmente Teresa.
— [...]— José parece un gatito aterrado, aferrado al asiento, recuerda a las imágenes de las iglesias perdido en una mueca indefinible.
—Cálmate...— le dice ahora al oído. —Relájate...— toma la mano de José que parece de escayola y se la lleva bajo su propio jersey y como si le aplicaran un desfibrilador lo único que sus músculos pueden hacer es presionar. —¡Con calma!— casi se le escapa un grito —Con calma— José al fin respira.

José poco a poco vuelve en sí. Acaba en caer en cuenta del juego y de cómo una simple charla sobre lo que posiblemente estén haciendo los amigos, vale más que todas las insinuaciones e indirectas intelectuales que suelta en charlas anodinas, no solo cree que puede jugar tan bien como ella, sino que si ella lo logró él también podría improvisar algo de otra charla cuando surgiera, José no sabe que en eso del amor y del deseo existe una doble moral, que sólo deja lugar a la improvisación si controlas el campo de juego, en esta partida José es un peón que acaba de llegar a su parada y como en el resto de lo que le pasa debe descender y volver a la realidad del alumbrado público y acompañar a Teresa a casa.

—¿Qué me decías del festivo?— Teresa a vuelve a ser la de siempre.
—Nada, bueno sí, algo, los chicos y yo nos vamos a la romería y pensaba que podríamos ir juntos, tú sabes toda la noche fuera...—

Por un momento el rostro de Teresa vuelve a cambiar, pero éste es un rostro que José ya conoce y no es particularmente su favorito, sin embargo (Teresa) logra contenerlo.

—No lo sé, a mi madre no le haría gracia por eso de las vírgenes y eso, tu sabes...— En casa de Teresa sólo se cree en Dios—Cristo y la biblia, allí las vírgenes y los santos no tienen cabida, su imagen mental de Cristo no tiene que ver con figuras de madera y yeso, sino con un lugar que ella no ha encontrado aún dentro de sí, o eso le han llevado a pensar. —Aunque...— sonríe en parte con malicia y complicidad. —lo que tú quieres es otra cosa...—
—¡No!— dice José intentando con todas sus fuerzas no configurar una sonrisa, porque probablemente sea cierto, que eso sea lo que quiera, pasar la noche solos, sin la familia que los controle y además ella había dado el primer paso, pero no podía echarse atrás debía permanecer firme, “que ella lo quiera ” pensaba para sí, ése será el plan.
—Bueno, está bien, tampoco te lo tomes a mal, se lo preguntaré y a ver que dice— con la mirada tierna se acerca y le besa. —¿Entonces por qué quieres ir?¿tus amigos no se pondrán a beber, no? sabes que si es así no podré ir.
—No, para nada— en realidad a José la romería le interesa muy poco, igual que la bebida que circulará en abundancia, José iría de todos modos, más que por la virgen por la bendita inercia, su familia lo había llevado tantas veces que ya sería absurdo dejar de ir tan sólo porque su novia no fuese católica o porque no creyera en su propia fé, después de todo llegados a este punto había que mantener la historia a como diese lugar.
—¿Entonces?—
—No sé... tal vez vaya por fe—
—¿Por fe?— el rostro de Teresa se enciende nuevamente ahora en una mueca que parece familiar pero que José está seguro no haber visto antes, como si un nervio muy relajado fuese atravesado de pronto una vacuna de realidad.
—Sí, bueno después de todo yo era católico ¿no? tengo derecho a creer...—
—Claro que tienes derecho a creer...— dice Teresa exaltada, repasa un instante en su mente  lo que va a decir, intenta calmarse y baja el tono. —Pero... Si de verdad tienes fé... ¿Quién crees que es mejor?¿Jesús o la Virgen?—
—¿Cómo?— José está atónito, sabía que llegado un punto de la relación la religión sería un problema, pero uno lejano como el qué hacer a la hora de bautizar a los hijos o casarse (si era necesario por culpa de los mismos), pero nunca se había llegado a preguntar quién era mejor ¿Jesús o María?, ¿cuál sería más popular? si los encerrara en una iglesia junto con algunos otros santos menores, ¿por quién votaría? y, al final eso no era lo que le desconcertaba, sin importar cuál ganara, ¿él tendría que perder dinero —digamos en diezmos—, porque su favorito ganara? ¿habría un confesionario? ¿tendría que rezar para participar de tal concurso? “esto no tiene sentido” piensa José “sin importar lo que diga perderé”.
—¿Quién?— Teresa está impaciente, tampoco ayudan las luces intermitentes que descubren sus rostros cada vez que un coche recorre la avenida junto a ellos.

José inspira profundo.

—Es que si fuera católico eso no importaría, Jesús es el hijo y María la madre, no importa...—

José es un inocente.

—¡Que no importa! ¿cómo puedes decir que no importa? ¡claro que importa! ¿quién es más importante, Dios que baja del cielo hecho hombre o una simple mortal que lo pare?— Teresa indignada suelta la mano ahora helada de José y se la lleva a cabeza, no puede creer lo que oye, y sobre todo de quién viene, de José, el primero que dejó que la tocara, es más, ¡el primero y acababa de hacerlo!, podían haber decepciones mayores, pero ella no las habría reconocido, su novio descreía que la mano de Dios lo había llevado (con sus sinuosos designios acompañados de destellos intermitentes) a posar su mano (ahora la de José) sobre el pecho que alimentaría a sus hijos. Todo dentro de ella se revuelve en pleno, las luces la aturden, cree que la náusea que ahora le surge en la garganta puede provenir de los besos injuriosos que ha recibido hace apenas minutos, las luces de un coche la encandilan y detiene su camino bajo una farola.

José está perdido, sólo piensa en su mano ahora inerte y en el recuerdo táctil que perderá en breve, en el aroma que no volverá a sentir si no se juega bien la siguiente movida en la disputa, que los ha llevado debajo de una farola incandescente que ha decidido tomar un descanso, dejándolos a oscuras.

—Te diré por qué no importa— empieza José dubitante —porque lo que finalmente Jesús intentó transmitir al mundo no fué por sus palabras sino por sus acciones, además te dije que si fuese católico no importaría, pero como no lo soy importa menos...—
—[...]— El rostro de Teresa interrumpe la disputa por sí mismo, incluso su voz se ha quedado por esta vez al margen, “que no es católico...” piensa, “¿entonces qué es?” en lo que lleva de su joven vida pocas cosas le han golpeado tan fuerte, pero si este fuese el fin, si Dios—Cristo lo hubiese planificado de este modo tendría que aceptarlo cree; pero... “¡y si fuese ateo...! su voz se crece del mismo modo que antes habría crecido el deseo en su interior, en principio parece leve y finalmente explota impetuosamente: —¿Qué?— pregunta.
—¿Qué?— responde José que no sale del trance que supuso juntar las palabras anteriores.
—¿Qué eres entonces? ¿Protestante?— apenas pronunciar protestante, Teresa cae en cuenta del peligro de su pregunta, saberlo no la librará del castigo, si sigue con él a pesar de su respuesta no hay vuelta atrás, repite ahora con miedo en la voz —¿Qué?—.

La luz ha vuelto a la farola encima de sus cabezas, y los hace distintos a hace apenas instantes bullentes de deseo, de ansias de conocimiento; para los jóvenes amantes la farola es el nuevo árbol del conocimiento, del bien y del mal, y es ésta nueva luz que por un instante los encandila la que los recoge en las pupilas diferentes y distantes, acaban de reconocer su desnudez y esta crisis de fe los ha alejado; desterrados a la espera de un nuevo apagón que les reconcilie las vergüenzas en la ironía del alumbrado público, única medida de protección nocturna del hombre contra el hombre; finalmente sólo la falta de su luz les hará posible sentirse desnudos sin vergüenzas, Dios hizo la luz y en el principio los hombres se reprodujeron porque no podían verse, después de un largo silencio tras un centelleo breve la luz se ha ido nuevamente, la farola los descansa de conocerse los rostros y vuelve a ser el árbol de la vida.

José toma aliento.

—Yo no soy...— Intenta decir José.
—¿¡Eres ateo!?— Dice Teresa.
—¡No!, sino que no creo en la iglesia de ese modo...
—¿De qué modo?—
—¿Es que acaso debo elegir, no puedo contentarme con ser?—
—No si quieres seguir con lo nuestro...—

“Seguir con lo nuestro...” es verdad ambos escuchan bien, para José su primer amor se debate en un concurso de popularidad, para Teresa es la prueba final que su Dios le ha impuesto, un hombre bueno para ella debe hacer algo más que simplemente ser...

José cae en cuenta de que una fuerza superior a él lo ha llevado a elegir y dejar de ser lo que ha venido siendo toda su vida: una indefinición, más allá de lo que suceda hoy este será el camino ha seguir; de pronto el plan inicial ha cambiado su fin pero no su definición “que ella lo quiera” ese es el plan, que ella lo quisiese a él.

—Si me obligas a decidir tendría que decir que soy...— José repasa toda la sabiduría que pueden contener sus años en un instante y continúa ya firme. —Sería budista... es decir soy budista...—.

—[...]— Teresa no reconocería su rostro si lo viera en este momento, no por el haz de luz que lo reconfigura a su paso por las sombras que produce, sino por su incapacidad de respuesta, ha pensado todas las posibles combinaciones y permutaciones posibles del catolicismo cristiano, incluso ha contemplado la terrible posibilidad del ateísmo con el agravante de ser comunista, o incluso, la peregrina posibilidad del judaísmo o lo mormonico, pero esto escapa a todo lo que ha venido aprendiendo en la iglesia “cómo se le escapó esto al pastor” se pregunta en calma, mira al suelo y encuentra el sentido, ahora lo tiene todo claro, sabe como proceder, se tranquiliza levanta el rostro y sonríe, “por hoy está bien” se dice a sí misma, caminan de la mano hasta el portal de Teresa, ella le da un beso y se despide hasta el lunes cuando el festivo haya pasado, entonces hablarán, se despiden cariñosos. Camino a casa José no está seguro del todo de lo que ha sucedido, piensa en su estrenada fe, en la mano de Teresa y la suya y los sitios donde se encontraron, los faros de un coche desvelan una sonrisa tonta en su rostro, llamará a los amigos para el fin de semana, irá como de costumbre a la romería y probablemente beba, conocerá a alguien interesante que le hablará del budismo y de cómo lo vivió como voluntario en oriente, hasta la madrugada del domingo será un nuevo hombre feliz. Teresa se centrará en sus estudios y en escuchar a su madre y responder todas las preguntas que le hace acerca del nuevo novio que tiene desde hace algún tiempo, esperará al culto del domingo y abordará luego al pastor de su iglesia para hablarle de una cuestión curiosa que ha oído por ahí y de la que quisiera saber más, escuchará con una atención perpleja las explicaciones del caso y permanecerá distante y sin apetito el resto del día, se irá a dormir pronto y sin cenar, acostada mirando el techo romperá a llorar, en su habitación rodeada aún de juguetes no dejará de ver a José entre penumbras clavando agujas en los ojos de sus muñecas hasta la mañana del lunes, obligandolas a tocar a los muñecos en sitios donde al fabricante se le agotó el plástico...

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