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jueves, 3 de mayo de 2012

- Relato 2 de Julián Rabadán


El náufrago se presentó delante del Dios hombre, el  divino Faraón le concedió audiencia ya que el capitán de una de sus galeras le había hablado del impresionante hombre. Cuando el náufrago llegó ante el Horus viviente, me quedé perplejo. Llevaba una rica peluca, adornada por una tiara de plata, y un galabiyah de una tela tan rica que se podía comparar con la del propio hijo de Osiris. Era un hombre fuerte y su piel se  había sido tostada por Ra, sus músculos denotaban una vida de trabajo constante.  El náufrago se postró ante el divino Faraón; bajo mi mirada y la de los demás cortesanos comenzó a hablar con el Dios viviente.
El náufrago relató cómo el barco en el que viajaba hacia la zona de las minas del Faraón era una nave incomparable. Los mejores marinos entre el pueblo egipcio tripulaban su nave, incluso podían predecir si habría una tormenta con  seguridad.
Pero el dios Shet se rió de ellos y les mandó una tormenta para probarlos. Una ola de más de diez codos derribó al naufrago y éste, agarrándose a un trozo de madera resto de lo que fuera la nave, consiguió sobrevivir durante tres días en el mar.
La voz del náufrago era profunda y sus palabras eran más dulces que la miel, hizo que toda la corte cayese presa de su narración, viviendo con él la historia al contarla. El mismo Horus viviente, desde su trono de oro lo escuchaba con atención y sus ojos verdes penetraban en el náufrago mientras contaba su odisea.
Después de pasar los tres días a punto de ahogarse en el mar el náufrago llego a una isla, y en esta buscó una cueva que le sirviese de refugio.  La isla era muy rica en frutos y alimento; y así pudo saciar su hambre y descansar.  Cuando las fuerzas volvieron a él, hizo un holocausto para agradecer a los dioses que le habían permitido sobrevivir a semejante tormenta.
Pero justamente cuando realizaba el  ritual apareció una enorme serpiente, que tenía brazos musculosos como un hombre y hablaba. La serpiente le preguntó cómo había llegado allí, a su isla. Asustado ante el enorme ser, que se incorporó en su máxima altura para mirarlo amenazadoramente, el náufrago no pudo pronunciar palabra alguna. Con una de sus manos lo agarró por el cuello y con apenas esfuerzo de su brazo la enorme serpiente lo levantó por el suelo y le volvió a preguntar. “¿Cómo has llegado a mi isla? Contéstame o te reduciré a ceniza. Te haré desaparecer” le dijo la serpiente con voz profunda y penetrante.
Pude escuchar en la sala como algunos ahogaron un grito cuando el náufrago  hacia una  pausa y mostraba en su cuello aun las marcas de los dedos inhumanos que lo alzaron del suelo.
El dios Thot iluminó la mente del náufrago en aquel momento, y comenzó  a narrar como su barco se había hundido y él había llegado a aquel vergel. Después de escucharlo, la serpiente lo dejó en el suelo y le preguntó si tenía hijos; el náufrago se postró en el suelo y  asintió diciéndole el nombre de los dos.
La serpiente asintió y le  dijo que no  se preocupase, que en su isla no le faltarían alimentos y que en un mes llegaría un barco del Rey que lo rescataría.  Durante un mes, al naufrago no le faltó de nada y la última noche dio las gracias a la serpiente. El náufrago le prometió que le contaría al glorioso faraón su generosidad y éste no dudaría en mandarle regalos de perfumes, incienso y  mirra, suficientes para agasajar a todos los dioses.  La serpiente se rió y contestó que en todo el país de la tierra negra no había perfumes, mirra e incienso comparables con los suyos. Él, era el rey del país del Punt y allí tenía tanta mirra como para cubrir todo Egipto. El náufrago sintió tristeza en su voz y le pidió que le contase su historia.
La serpiente le dijo que ellos eran muchos hermanos y que habían tenido a su vez muchos hijos y recordaba hasta a su cría más pequeña, la última en nacer. Pero una estrella cayó y mató a todas las serpientes, sólo ella se salvó por qué no está allí cuando cayó la estrella. El náufrago se arrodilló ante ella en señal de respeto y así concluyó la última noche.
Al día siguiente llegó el barco como la serpiente había dicho. Cuando el náufrago fue a informar  a la serpiente, ésta ya lo sabía. La serpiente le deseó que fuese en paz y que volviese a su casa para poder volver a ver a sus hijos. Le dijo que contase lo que había sucedido y proclamara su gloria en su ciudad y ante el hijo de Osiris. Como regalo le ofreció innumerables bienes. Al tenderse sobre su vientre para darle las gracias, la serpiente desapareció dejando un cargamento de mirra, hejnu, undeneb, jesail, alcanfor, plantas shaaseju, galena, colas de jirafa y de hipopótamo, grandes cantidades de incienso, colmillos de marfil, perros de caza, macacos, babuinos verdes y toda las riquezas valiosas. Lo cargó en el barco y, cuando se agachaba para dar las gracias al Dios Sol, escuchó la voz de la serpiente diciendo que llegaría en dos meses, abrazaría a sus hijos y rejuvenecería en su hogar hasta su enterramiento. Lo último que dijo la voz de la serpiente fue que su isla desaparecería cuando el barco se alejase, que no sería más que una ola en la lejanía y que después desaparecería. Entonces el náufrago llamó a la tripulación y dieron gracias al señor de la isla por sus regalos y sus buenos presagios para él viaje.
Como la serpiente anunció llegaron en dos meses y ahora se presentaba ante el Señor del alto y bajo Egipto.
Al concluir su narración entraron más porteadores de los que un hombre pudiera ver en toda su vida, trayendo los regalos de la serpiente. El náufrago ofreció todas las joyas al Horus viviente y este le miró cómo sólo puede mirar un Dios. El Señor de las dos coronas lo nombró compañero y le dotó de esclavos. El náufrago, terminó su aventura siendo un hombre rico y de gran renombre. Lo último que he sabido de él, es que ha embarcado como segundo en una expedición de comercio junto con uno de los príncipes. 

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