El náufrago se presentó delante
del Dios hombre, el divino Faraón le
concedió audiencia ya que el capitán de una de sus galeras le había hablado del
impresionante hombre. Cuando el náufrago llegó ante el Horus viviente, me quedé
perplejo. Llevaba una rica peluca, adornada por una tiara de plata, y un
galabiyah de una tela tan rica que se podía comparar con la del propio hijo de
Osiris. Era un hombre fuerte y su piel se
había sido tostada por Ra, sus músculos denotaban una vida de trabajo
constante. El náufrago se postró ante el
divino Faraón; bajo mi mirada y la de los demás cortesanos comenzó a hablar con
el Dios viviente.
El náufrago relató cómo el barco
en el que viajaba hacia la zona de las minas del Faraón era una nave
incomparable. Los mejores marinos entre el pueblo egipcio tripulaban su nave,
incluso podían predecir si habría una tormenta con seguridad.
Pero el dios Shet se rió de ellos
y les mandó una tormenta para probarlos. Una ola de más de diez codos derribó
al naufrago y éste, agarrándose a un trozo de madera resto de lo que fuera la nave,
consiguió sobrevivir durante tres días en el mar.
La voz del náufrago era profunda
y sus palabras eran más dulces que la miel, hizo que toda la corte cayese presa
de su narración, viviendo con él la historia al contarla. El mismo Horus
viviente, desde su trono de oro lo escuchaba con atención y sus ojos verdes
penetraban en el náufrago mientras contaba su odisea.
Después de pasar los tres días a
punto de ahogarse en el mar el náufrago llego a una isla, y en esta buscó una cueva
que le sirviese de refugio. La isla era
muy rica en frutos y alimento; y así pudo saciar su hambre y descansar. Cuando las fuerzas volvieron a él, hizo un
holocausto para agradecer a los dioses que le habían permitido sobrevivir a
semejante tormenta.
Pero justamente cuando realizaba
el ritual apareció una enorme serpiente,
que tenía brazos musculosos como un hombre y hablaba. La serpiente le preguntó
cómo había llegado allí, a su isla. Asustado ante el enorme ser, que se
incorporó en su máxima altura para mirarlo amenazadoramente, el náufrago no
pudo pronunciar palabra alguna. Con una de sus manos lo agarró por el cuello y
con apenas esfuerzo de su brazo la enorme serpiente lo levantó por el suelo y
le volvió a preguntar. “¿Cómo has llegado a mi isla? Contéstame o te reduciré a
ceniza. Te haré desaparecer” le dijo la serpiente con voz profunda y
penetrante.
Pude escuchar en la sala como
algunos ahogaron un grito cuando el náufrago
hacia una pausa y mostraba en su
cuello aun las marcas de los dedos inhumanos que lo alzaron del suelo.
El dios Thot iluminó la mente del
náufrago en aquel momento, y comenzó a
narrar como su barco se había hundido y él había llegado a aquel vergel.
Después de escucharlo, la serpiente lo dejó en el suelo y le preguntó si tenía
hijos; el náufrago se postró en el suelo y
asintió diciéndole el nombre de los dos.
La serpiente asintió y le dijo que no
se preocupase, que en su isla no le faltarían alimentos y que en un mes
llegaría un barco del Rey que lo rescataría.
Durante un mes, al naufrago no le faltó de nada y la última noche dio
las gracias a la serpiente. El náufrago le prometió que le contaría al glorioso
faraón su generosidad y éste no dudaría en mandarle regalos de perfumes, incienso
y mirra, suficientes para agasajar a
todos los dioses. La serpiente se rió y
contestó que en todo el país de la tierra negra no había perfumes, mirra e
incienso comparables con los suyos. Él, era el rey del país del Punt y allí
tenía tanta mirra como para cubrir todo Egipto. El náufrago sintió tristeza en
su voz y le pidió que le contase su historia.
La serpiente le dijo que ellos
eran muchos hermanos y que habían tenido a su vez muchos hijos y recordaba
hasta a su cría más pequeña, la última en nacer. Pero una estrella cayó y mató
a todas las serpientes, sólo ella se salvó por qué no está allí cuando cayó la
estrella. El náufrago se arrodilló ante ella en señal de respeto y así concluyó
la última noche.
Al día siguiente llegó el barco
como la serpiente había dicho. Cuando el náufrago fue a informar a la serpiente, ésta ya lo sabía. La
serpiente le deseó que fuese en paz y que volviese a su casa para poder volver
a ver a sus hijos. Le dijo que contase lo que había sucedido y proclamara su
gloria en su ciudad y ante el hijo de Osiris. Como regalo le ofreció
innumerables bienes. Al tenderse sobre su vientre para darle las gracias, la
serpiente desapareció dejando un cargamento de mirra, hejnu, undeneb, jesail,
alcanfor, plantas shaaseju, galena, colas de jirafa y de hipopótamo, grandes
cantidades de incienso, colmillos de marfil, perros de caza, macacos, babuinos
verdes y toda las riquezas valiosas. Lo cargó en el barco y, cuando se agachaba
para dar las gracias al Dios Sol, escuchó la voz de la serpiente diciendo que
llegaría en dos meses, abrazaría a sus hijos y rejuvenecería en su hogar hasta
su enterramiento. Lo último que dijo la voz de la serpiente fue que su isla
desaparecería cuando el barco se alejase, que no sería más que una ola en la
lejanía y que después desaparecería. Entonces el náufrago llamó a la
tripulación y dieron gracias al señor de la isla por sus regalos y sus buenos
presagios para él viaje.
Como la serpiente anunció
llegaron en dos meses y ahora se presentaba ante el Señor del alto y bajo
Egipto.
Al concluir su narración entraron
más porteadores de los que un hombre pudiera ver en toda su vida, trayendo los
regalos de la serpiente. El náufrago ofreció todas las joyas al Horus viviente
y este le miró cómo sólo puede mirar un Dios. El Señor de las dos coronas lo nombró
compañero y le dotó de esclavos. El náufrago, terminó su aventura siendo un
hombre rico y de gran renombre. Lo último que he sabido de él, es que ha
embarcado como segundo en una expedición de comercio junto con uno de los
príncipes.
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