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miércoles, 9 de mayo de 2012

-Relato 3 de Ryotaro Kasai


      Al llegar con ella

      Ya lleva más de dos horas, o quizá tres, pedaleando la bicicleta. Hace mucho rato que ha perdido la cuenta. No trae reloj ni su móvil. Da lo mismo si ella no le quiere contestar a su llamada. La luna tampoco le dice nada, más bien, él no sabe medir la hora por la posición de la luna. Solo sabe que ha salido de su casa después de la media noche y todavía no ha amanecido. Nunca ha recorrido este camino antes en bicicleta, pero sabe que éste lo tiene que llevar a la casa de Érica. La última y única vez que la visitó a su casa, ya hace más de cuatro meses, fue en tren y tardó más de veinte minutos. Para en un semáforo, aunque a esta altura de la noche hay poco tráfico, y aprovecha la pequeña pausa para ojear el mapa que trae en el bolsillo de la camisa. Va bien. La camisa está más que empapado por tanto sudar, pero menos mal que es de noche. Si fuera bajo el sol, no, no, ni quiere pensarlo. Solo piensa en Érica, o también en una melodía, una pieza de orquestación que lleva componiendo durante semanas. Mientras se van componiendo a solas las melodías al son del pedaleo, se va aligerando el amargo sabor que le ha dejado la discusión que tuvo con ella.

      No le preocupa el hecho de haber discutido con ella, incluso piensa que fue justo que ella se enojara ya que la descuidaba durante semanas con el pretexto de tener que terminar la composición. Pero también es cierto que le da punzadas el corazón al recordar su cara coqueta. Después de la discusión, ha llamado por teléfono a su casa, pensando por si contestaba su padre en lugar de ella, pero nadie ha contestado. Tal vez ella no estaba de humor para coger el teléfono. Está bien, hablaré mañana, se ha dicho. Pero después de dos horas, se encontraba buscando el mapa en el coche de su padre, ha cogido la bicicleta, y ahora está subiendo una cuesta que le hace jadear. Al terminar la larga y dura cuesta, topa con una vía de tren, desde donde ya debe faltar poco para llegar a la casa de Érica. Sabe que no lo estará esperando ya que ella, a diferencia de él, tiene un trabajo fijo y tiene que trabajar mañana. Pero les gustan a las chicas los hombres románticos. Se perdonará ser cursi por lo menos una vez al año, ya lleva casi un año saliendo con ella.

      Da la vuelta a la esquina pasando un estacionamiento de la vecindad, donde Érica deja su Nissan el cual él sabe conducir como si fuera suyo, y ahí está la casa de ella. Deja su bicicleta apoyada contra la pared de la casa y pasa al estacionamiento de al lado, desde donde se atisba la habitación de Érica en la segunda planta. La ventana está cerrada con la persiana y se ve que la luz ya está apagada. Ha de estar dormida, o estará sufriendo de insomnio pensando en él. Sin pensar dos veces, él agarra la tubería puesta por fuera de la casa y se pone a subir por la pared hasta el balcón de la habitación. Ahora, sí piensa dos veces pero sin llegar a la tercera, con los nudillos golpea suavemente la persiana exterior de la habitación. No contesta. Golpea un poco más fuerte, pero tampoco contesta nadie. En el silencio de quién sabe qué hora de la medianoche, le empieza a sonar dentro de su cabeza el cuarto movimiento de la pieza musical que no ha terminado de componer todavía. Se sumerge en las melodías durante un instante en el balcón de la casa de su novia, bajo una luna que casi no alumbra las calles de la vecindad. De repente, se rompe bruscamente la música y se encuentra enfrentado a un señor, él en el balcón y el señor semi-desnudo y peludo dentro de la habitación. Debe ser padre de ella. Aunque no lo conoce, tiene que ser su padre ya que su hermano mayor debe de estar trabajando en los Estados Unidos y ella nunca le ha hablado de ningún tío ni primo que vive junto con ella. Sin saber qué hacer como no esperaba encontrar sino a ella, dice;
     -Disculpe la molestia, venía a ver a Érica, digo, a su hija, es que no me cogía el teléfono y, pues, perdone...
     -Érica, ¿conoces a este cabrón? -dice su padre con los ojos soñolientos y un gesto de fastidio más que de espanto.
     -No, amor. Bueno, que sí, que sí lo conozco -contesta ella al salir de la cama con una camiseta blanca y de abajo solamente con una tanga-. Pero no entiendo porqué está aquí ahora. ¿A qué vienes a esta hora, te has vuelto loco o qué?
     -Solamente quería hablar un rato contigo. Nada más. ¿Podemos hablar fuera? Digo, primero bajamos y luego salimos fuera a hablar.
     -Pero, qué pesado eres. Ya te he dicho esta tarde que se acabó. Se acabó todo. ¿Comprendes? Eres un desgraciado. Ya que estás aquí, de una vez te presento a Álex.
     -Pero, ¿quién es Álex? ¿Dónde está tu padre?
     -Déjate de babosadas y vete ya. Ya no quiero verte nunca más. N-U-N-C-A.

      Ahora él va pedaleando de nuevo el mismo camino que venía unas horas antes. Todavía no ha aclarado el cielo, pero no tardará mucho para que los pájaros empiecen a cantar. Quiere pensar en la composición pero no logra concentrarse. Cada vez que intenta pensar en la música, se va descomponiendo la pieza, se desafinan los tonos, y se vuelca todo en su cabeza; la cara de su padre que no fue su padre, el tacto fresco de la tubería, la tanga rosa que llevaba Érica, la luna pálida que no le dice nada, esa tanga rosa que él no había visto nunca, N-U-N-C-A... No llora. Seguro que no está llorando, pero no sabe si quiere llorar o no. En las calles reina un silencio, un silencio profundo justo antes de amanecer. Solo se escucha su respiración jadeante al son del pedaleo. Ya no suena la música. Solo quiere descansar en la cama.

1 comentario:

  1. Este relato es un poco soso, ¿no? Es muy lineal. Va y le sale mal y vuelve.
    No lo entiendo.

    Firmado: Risto Mejide

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