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jueves, 24 de mayo de 2012

-Relato 5 de Julián Rabadán


En el grupo todos iban vestidos de camuflaje. Se movían como un único cuerpo, prácticamente respiraban a la vez. Pese a la sombra que ofrecían los árboles, el aire era sofocante en esas primeras horas de la mañana. Apenas si soplaba el viento y cuando lo hacía arrastraba tierra que se metía en los ojos.  El que estaba en medio del grupo hizo un gesto con la mano y los seis se pararon a la vez.
-       Pícaro –Dijo el de en medio–. Avanza despacio. A partir de aquí nos moveremos en formación. Alfil y Bestia te cubrirán. Yo iré en medio. Skinner y Venger iréis detrás para cubrir la retaguardia. A partir de este momento únicamente nos comunicaremos por señas.  Recordad estamos en medio de las líneas enemigas. Tened cuidado.
Todos asintieron con un movimiento de la cabeza. Pícaro avanzaba poco a poco, de vez en cuando alzaba la mano y sus compañeros se detenían para que pudiese avanzar solo y asegurar el terreno. Después de un par de horas en las que no había habido novedad el rostro de todos mostraba inquietud.  El calor seguía aumentando y el capitán tamborileaba con las manos en la culata de su arma.
-          Capitán –Dijo Pícaro con voz burlona–. No tenemos señales del enemigo ¿seguro que no nos hemos equivocado de lugar?
-          ¿Quién te ha dado derecho para hablar Pícaro? –El Capitán frunció el ceño–. Es verdad que no tenemos señales del enemigo, pero órdenes son órdenes. Hemos pasado  hace poco un refugio natural. Nosotros volveremos, mientras tú avanzas.  Quiero que tengas cuidado. Mantendremos un canal abierto para que puedas comunicarte con nosotros –El capitán miró con el ceño fruncido a Pícaro y le amenazó con un dedo señalándole a la cara–. No te metas en problemas ni te hagas el héroe ¿me has entendido?
-          Perfectamente señor –Pese a estas palabras Pícaro sonreía y el capitán tenía una mueca de frustración en la cara.
Los cinco estuvieron esperando el regreso de Pícaro pero no dio señales de vida. Ninguno hablaba, el único sonido era el tamborileo de los dedos del Capitán que jugaba con  la culata de su arma. Alfil y Skinner vigilaban la entrada. Bestia limpiaba el sudor que le corría por la frente  y  Venger cerraba los ojos como si durmiese de pie.
-          Capitán –Dijo Venger e hizo un gesto con la cabeza.
-          Sí –Fue la respuesta del Capitán, mientras se incorporaba–. Vamos a ver que le ha pasado a Pícaro, ya debería estar de vuelta. En serio chicos os quiero muy atentos, nos jugamos mucho.
Los cinco volvieron a moverse como una  máquina perfecta, prácticamente respiraban a la vez.  El terreno de montaña era abrupto. Se movían despacio para andar seguros, y no caer en la trampa del enemigo.  Alfil iba en vanguardia,  al dar un paso encontró el cuerpo de Pícaro tendido en el suelo, el tamborileo de los dedos del Capitán en la culata cesó.
-          Capitán –Dijo con voz fría Alfil–. He encontrado a Pícaro. Le han disparado una vez en el pecho y dos en la espalda,  sea quien sea el que ha hecho esto, lo cogió por sorpresa y se ensañó. Creo que es un mensaje.
La cara del Capitán estaba congestionada, aunque una ráfaga de alivio les pasó a todos por los rostros. 
-          Era un buen chico, pero demasiado… –La voz del capitán se cortó–. Sigamos, no podemos dejar  esto así como así.
Continuaron avanzando, mientras Pícaro quedaba allí con una sonrisa en el rostro.

-          Cuerpo a tierra –Gritó Venger
Las balas volaban por encima de sus cabezas. Ninguno de ellos se movía. El sudor caía a la tierra y el polvo se les metía en la boca. Los arbustos les servían de parapeto e impedía a los que les disparaban tener un blanco claro, pero la ropa se les enganchaba y se hacían cortes en manos y caras. El Capitán giró, hizo un gesto con la cabeza y Bestia comenzó a moverse arrastrándose por la tierra, hasta que desapareció por detrás de unos arbustos, pese a su gran tamaño. 
-          Capitán –Gritó Alfil, para hacerse oír por encima del ruido de las balas–. ¿Cree que funcionará? 
-          Confía en Bestia –Le contestó mientras que las balas pasaban junto a su cabeza. De improviso las balas se detuvieron– él sabe lo que hace.
Los cuatro se levantaron. Bestia les hizo un gesto con las manos para que se acercasen a donde estaba.  Bestia estaba en una posición elevada desde donde hacia unos momentos les habían estado atacando. Tenía cara de satisfacción, dos cuerpos yacían a sus pies en charcos granates. Un prisionero estaba de rodillas desarmado. El arma de Bestia le apuntaba a la cabeza, por si se le ocurría hacer algo y el arma del prisionero en la otra mano apuntaba hacia el cielo.
-          Bien hecho Bestia –Dijo el capitán felicitándolo y haciendo caso omiso a los cuerpos–. Nombre y destacamento –Le gritó al prisionero que ni se inmutó–. Nombre y destacamento –le volvió a gritar el Capitán, y pese a una mueca el prisionero siguió sin moverse–. Bestia ponlo contra aquella pared.
Bestia levantó al prisionero con una sola mano y lo puso contra la pared de roca. El sol de medio día estaba ya alto, y el calor de la montaña minaba las fueras físicas de todos.  El prisionero los miraba con miedo en el rostro. Los cinco hombres se pusieron enfrente del prisionero y le miraron con sonrisas en los rostros.
-          A la  orden disparad –Dijo el capitán y el pánico se dibujo en la cara del prisionero–. Si no estás dispuesto a hablar no te necesitamos para nada –La voz del Capitán era fría– Disparad.
La voz y los disparos fueron todo uno. La cara del prisionero pasó del pánico al alivio al darse cuenta de que ninguna de las balas le había dado. Las carcajadas de los cinco fueron salvajes.
-          Y ahora ¿que? ¿Vas a hablar?-Preguntó el Capitán gritando de nuevo y el prisionero asintió.
 Después de sacarle todo lo que pudieron al prisionero,  avanzaron mientras Bestia se ocupaba de terminar con él. Un  solo disparo y  Bestia se reunió con ellos. Los árboles cada vez eran menos y el terreno más abrupto, la falta de sombra les hacia sudar más. El Capitán canturreaba mientras tamborileaba con los dedos en el arma.
-          Capitán ¿qué piensa de la información que nos ha dado? ¿Nos podemos fiar? –Preguntó Bestia al unirse a ellos.
-          Nos da igual la verdad de todas formas tenemos que ir hacia allí, así que no te preocupes.
-          Pero eso es meternos en la boca del lobo –Dijo Alfil.
-          Sí –Asintió el capitán–. No somos parte de los comandos ahoyadores para vivir para siempre ¿no? Ganar o morir, ese es nuestro lema.
-          Comando aulladores. ¡Ganar o morir! –Gritaron todos.

Las balas tardaron poco en silbar por encima de sus cabezas de nuevo. Los impactos resonaban al golpear la madera de los árboles. El sol de la tarde parecía estar también en su contra. Tenían que avanzar y  acabar con el enemigo pero eso significaba que  estarían aun más cerca de las balas. Usaban los árboles y los arbustos como parapetos improvisados. A un gesto del capitán siguieron avanzando arrastrando el cuerpo por la tierra seca.
-          Señor –Gritó Bestia–. No podemos seguir avanzando así. Si seguimos así caeremos todos. Ganaré tiempo.
-          No –Ordenó el Capitán pero ya era tarde, Bestia tenía en su cara expresión decidida–. ¡Corred!
En aquel momento Bestia se levantó y se lanzó contra el lugar del que venían los disparos, mientras los demás se lanzaban hacia el flanco gracias a la distracción que les había proporcionado. El Capitán giró la cabeza para ver como las balas golpeaban a Bestia una tras otra. Avanzaban subiendo la colina buscando una posición ventajosa, las balas los perseguían salvajemente. Cuando llegaron a una posición segura todos trataron de recuperar el aliento. Estaban sin resuello y  el sudor les corría a borbotones por la frente mojando así la tierra seca. Alfil le hizo un gesto a Skinner y ambos asintieron. Los dedos del Capitán se mantenían quietos por una vez.
-          Nos tenemos que quedar aquí –-Dijo Skinner– Tenéis que seguir avanzando o si no, no conseguiremos nada Capitán.
-          No puedo pediros que os quedéis aquí –Dijo el Capitán–. Os ordeno que os mováis.
-          Señor, métase esas órdenes donde le quepan –Le contestó Alfil– Nos han dado ya. Para lo único que servimos es para poder cubrir –Ambos mostraron sus piernas heridas y goteando sangre.
-          Tiene razón y lo sabes. –Le acusó Venger– Tenemos que movernos. No nos queda apenas tiempo, Señor.

El Capitán agachó la cabeza resignado y  ambos siguieron avanzando sin mirar atrás para ver como sus compañeros se quedaban allí, entre los árboles, ganándoles tiempo. 

Por fin dieron con la localización del bunker enemigo, era poco más que una cueva natural entre los árboles, en la que estaban apostados los tiradores. Ellos dos estaban viéndolos desde un terreno elevado, la suciedad y el polvo les hacían de camuflaje natural y tenían suficiente cobertura. Pero ambos seguían sudando y sus rostros mostraban el cansancio del calor y la fatiga del esfuerzo físico. Ambos tenían las ropas empapadas de sudor. El Capitán volvía a juguetear con la culata de su arma mientras miraba a su compañero con los ojos un tanto ausentes.
-          ¿Cómo lo hacemos? –Preguntó Venger.
La pregunta pareció sacar de su ensimismamiento y melancolía al Capitán que tardó unos segundos en contestar.
-          A estas alturas, acepto propuestas. –La cara del Capitán era de puro cansancio y agotamiento, aun así esbozo una sonrisa de ánimo.
-          La verdad es que tengo una idea pero no te va a gustar –Enseñó unas granadas–. Si me acerco lo bastante podría tirar la granada dentro del bunker y hacerles salir. Pero tendrás que estar allí para disparar cuando salgan. Es una idea un poco suicida. Por eso dije que no te gustaría –Esbozó una sonrisa cansada. 
-          No, lo haré yo. He dejado que os sacrifiquéis por mí y eso se acabó –Dicho esto, cogió las granadas y salió corriendo antes de que pudiesen replicar.
El camino era pedregoso y cuesta abajo, sus piernas se movían muy rápido y se dibujó una expresión de miedo en su cara mientras bajaba hacia su destino. En el momento en que cayese al suelo las bombas explotarían y todo estaría perdido. Extrañamente su trote irregular ladera abajo consiguió sus frutos, las balas volaban a su alrededor e incluso alguna lo golpeó pero la inercia hacía que se siguiese moviendo. Al fin llegó a la altura del bunker y con sus últimas fuerzas consiguió lanzar las granadas en donde se escondían los enemigos. Los enemigos comenzaron a salir de su escondite pero Venger dio buena cuenta de ellos. El Capitán cayó de espaldas, cerrando los ojos. Las campanas replicaron.
Todos se reunieron en el barracón, y el árbitro salió para anunciar a los Comandos Aulladores cómo los ganadores del juego y entregarles las gorras de premio. Todos brindaron con las latas de refresco bien merecidas. El capitán, Alfil, Skinner, Bestia, Venger y Pícaro gritaron al unísono.
-          Comando Aulladores. Ganar o morir.

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