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jueves, 31 de mayo de 2012

-Relato 6 de Cristóbal Ruiz Cuadra

RETROSPECTIVA
por C. Ruiz


-¡No es posible que no esté a tiempo!¡He pedido que esté para mañana y debe estar para mañana! -No llegaba a golpear la mesa, pero la mano derecha de Manuel gesticuló enérgicamente, próxima al tablero-. ¡Desde luego, qué cierto es que el mejor trabajo es el que se hace uno mismo!
-No llevas razón, Manuel. Ayer mismo te pedí que nos aclarases si se iba o no a montar la exposición, y no supiste indicarme más que “esperabas órdenes” -dijo Carlos con voz calmada-. Sabes que un montaje de este tipo requiere al menos tres días; son las seis de la tarde de un viernes, la gente ya se ha marchado a casa y no es posible localizarlos.
-¡Me da igual!¡Llámalos, uno por uno!¡Y a quien no venga, dile que se atenga a las consecuencias! -Le volvió a dar una subida del color de la cara.
-Lo intentaré.
-¡No digas “lo intentaré”!¡Hazlo! -Y lo expulsó del despacho con un ademán, como quien espanta una mosca.
Carlos salió del despacho. Después de cerrar la puerta tras de sí, y de guiñarle un ojo a la secretaria que lo miraba espantada, se dirigió a su despacho, en el otro extremo de la oficina. Cerró la puerta detrás de él. El recinto era pequeño, pero la pared frente a la puerta era de cristal, y ampliaba el lugar, haciéndolo luminoso.
Los siguientes minutos fueron tremendamente activos. Con la documentación de la exposición extendida sobre la mesa cogió el teléfono. Una vez que marcó un número, mientras esperaba contestación, hojeó el dossier con los artistas de la muestra. Se detiene en uno, asombrado. En ese momento contestan al otro lado de la línea.
-Perdona que te llame a estas horas, Samuel.-Carlos sujetaba el auricular entre la cara y el hombro derecho, mientras tomaba notas en una libreta-. Ha surgido un problema con esa exposición que estaba en el aire. -Inspira profundamente mientras escucha-. Si, la retrospectiva conjunta aquella que no estaba clara si se iba a montar o no. ¿Recuerdas que trabajamos en los paneles?. -Tomó otro par de apuntes rápidos, y esbozó un croquis de una figura geométrica en un lateral-. Vale, mira en el almacén y me cuentas. Si te aparecen los restos de la del año pasado tenemos un día ganado. -Una pausa-. Perfecto. Confírmamelo luego.
Con gesto más relajado se estiró hacia atrás en su asiento, cruzando los brazos por detrás de la nuca. Volvió al momento a efectuar un par de llamadas. Todos los interlocutores le contestaron, y en apenas quince minutos la hoja que tenía delante se pobló de números y anotaciones.
Una última llamada.
-Alicia, tengo que pedirte un favor enorme. -Las pausas son cortas-. Sí, un nuevo trabajo de última hora, de los imposibles. ¿De verdad que no te importa? -Sólo da tiempo a un “sí” o a un “no”-. Eres un cielo. Te debo una cena -le dijo al auricular-. ¡Un beso!
Después el tiempo fue un continuo ir y venir de la mesa a la estantería lateral. Tomó un catálogo. Marcó una página introduciendo el lápiz dentro. Nuevo viaje por otro libro. Y un tercero. Dos revistas. Anotó algo en su cuaderno. Una consulta a un nuevo catálogo. Un gruñido de satisfacción.
Ya tenía el material. Después tuvo que montar el folleto de la exposición, el tríptico corporativo que correría de mano en mano y sería la seña de identidad de la muestra una vez que ésta hubiera concluido. Eligió cuidadosamente la foto de portada, un amanecer de Fernando Zóbel que iba a ser la estrella de la exhibición. Y después de un rato de reflexión escribió la frase con la que se cerraba el tríptico.
Tras varias horas de trabajo intenso recogió su libreta y los papeles que necesitaba. Ya no había luz fuera. Paso firme hacia un coche, el único del aparcamiento. Abrió el maletero, soltando su carga. Se quitó la chaqueta, doblándola cuidadosamente en el asiento trasero. Se subió sin retraso al asiento del conductor.
El coche deja tras de sí un rastro de oscuridad y silencio. Un perro, a lo lejos, ladra.




Carlos sube a pie los dos tramos de escalera hasta su apartamento, un primero. Despacio. No coge el ascensor. El rellano está aún húmedo; por la hora (no debían haber dado aún las nueve de la mañana) la limpiadora ha trabajado hoy en esa zona. No se oye sonido alguno. Demasiado temprano para que nadie se levante un domingo.
Se detiene delante de una puerta. Toca el bolsillo derecho del pantalón. Nada. Cambia de mano la carpeta del trabajo. Búsqueda en el opuesto. Tampoco. Detiene su búsqueda. Vuelve a cambiar la carpeta. Introduce tras la pausa la mano derecha en el bolsillo derecho de la chaqueta, y la saca sujetando un manojo de llaves aún vivas, recién pescadas.
Abre la puerta silencioso. La cierra sujetando el pestillo con la llave desde dentro, para que no sonara. El clic apenas se oye, pero en el silencio de la mañana suena como un cañonazo.
Avanza por el pasillo despacio, sin hacer ruido.
A la derecha se encuentra el salón. Dormida en el sofá, bellísima, una chica rubia, de cabello corto; desde fuera el sueño parece apacible. Carlos se acerca por detrás, entre la ventana y el brazo del sofá. No se resiste a darle un breve beso en la frente. Ella se revuelve un poco, pero no se despierta.
Carlos continúa avanzando por la pequeña casa. Sale de nuevo al pasillo, corto, en penumbra. A cuatro pasos una pared. Una puerta a derecha y otra a izquierda. Ambas abiertas. Elige la de la derecha.
Entra en un dormitorio de muebles oscuros. Con poco espacio para moverse. En la pared frente a la puerta una ventana con la persiana casi cerrada y una cómoda cubierta de fotos. A su izquierda, contra otra pared, una cama. Allí duerme una anciana, extremadamente delgada. Se le marcan los pómulos bajo los ojos, y tiene el cabello largo y de color blanco. Respira silenciosa, con la boca cerrada.
-No me ha dado ningún trabajo -susurra una voz en el umbral del dormitorio.
-¡Alicia! No te quería haber despertado. Lo siento -Carlos se disculpa volviéndose hacia la puerta.
-No lo has hecho. Tranquilo. Ya era hora de que me levantara. -Se dio la vuelta- Voy a hacer café. ¿Quieres?
-Sí, por favor.
-Venga, pues date una ducha si te apetece y mientras voy preparando el desayuno.
-Pero, ¡vete ya! Llevas treinta y seis horas aquí y estarás reventada.
-Tranquilo, que éstas no te las voy a cobrar -una sonrisa infantil le asoma en la cara-, pero como comprenderás, en cuanto te sientes te vas a quedar dormido, y conociéndote ya puede Amalia llamar a los bomberos que no la vas a escuchar.
-Yo… Bueno, encantado de que te quedes un poco más, pero me ducho, desayunamos y te aseguro que estoy bien. He descabezado unas horas de sueño esta madrugada, mientras terminaban los carpinteros de colocar paneles, y no me siento cansado.
-Mientes muy mal, que lo sepas -Alicia se sigue riendo mientras habla-. Pero bueno, lo discutiremos después.
La ducha es rápida. Carlos escoge ropa cómoda cuando sale húmedo del agua. Apenas se seca. Hace calor. Abre la ventana del pequeño cuarto de baño, lleno de asideros y barras por todos sitios. No se afeita. Cuando llega a la cocina, con aire más despierto, un desayuno completo le espera. Flota en el ambiente aroma a café recién hecho, y a tostadas. Alicia se afana con una de ellas, intentando untar la mantequilla fría sobre el pan.
-¡Vaya, vaya!¡Parece que Milady también tiene hambre! -Carlos se sienta en el taburete libre, toma la jarra de café y se sirve una taza generosa. Un chorrito de leche directamente del tetrabrick y cucharilla. Sin azúcar-. Entonces no ha dado guerra.
-Para nada. Me ha dejado ducharla. No ha querido ver las noticias. Y me ha pedido que le leyera algún libro. Es un cielo.
-¡Ja,ja,ja! -Carlos se ríe con ganas-. Digamos que al final se le ha pegado de su hijo.
-¡Pero qué golfo eres!¡Anda, ve a dormir! Yo recojo un par de cosas y me voy. ¿Mañana trabajas?
-No. Bastantes horas seguidas he echado ya -no puede reprimir un bostezo.
Le da un beso en la frente a Alicia. Con andar sonámbulo se dirige al cuarto de la izquierda, que ya con las cortinas echadas invita al descanso. Se arroja encima de la cama. Cierra los ojos.

Un ruido lo despierta. Es Amalia, que ha entrado en la habitación. Va en camisón, y se apoya en su andador. Avanza dos pasitos y se detiene. Carlos, totalmente despierto ya, se incorpora en la cama y se sienta. No dice nada. Amalia avanza otro paso. Carlos se pone en pie.
-Ven aquí, mamá. ¿Cómo te has levantado? -Suavemente la sujeta por los costados, y le hace sentarse en la cama-. Ahí estás bien.
-Me he dormido, Carlos, y vamos a llegar tarde.
-¿Tarde a dónde, mamá? Es domingo, está todo cerrado. No tenemos que ir a ningún sitio. -Le acaricia el pelo largo-. En un rato llamaremos a Alicia, a ver cómo ha pasado el domingo. Mañana estará por aquí otro rato, para leerte lo que tú quieras.
-¿Me enseñará fotos? Me gusta ver fotos…
-Claro que sí. Te enseñará todas las fotos que tú quieras. Y yo también lo haré. ¿De qué te gusta ver fotos?
-No sé, de cosas.
-Espérame aquí, no te muevas. Voy por una cosa que te quiero enseñar.
Se acerca al salón. Allí, en uno de los sofás, estaba la carpeta con el material de su trabajo. Rápidamente vuelve a su dormitorio. Amalia sigue sentada en la misma posición. No se ha movido nada. Carlos corre las cortinas y levanta un par de palmos la persiana. Se sienta de nuevo a su lado.
- Mira, esta ha sido la última exposición en la que he trabajado. Es por eso por lo que ayer no estuve contigo...
-¿No estuviste? Si me dijo Alicia que habías salido un momento -en la cara de Amalia aparece un gesto de extrañeza- a comprar comida...
-Sí, mamá, tuve que salir un momento a hacer la compra, no me hagas caso. Mira estas fotos.
De todas ellas Carlos selecciona unas cuantas, y se las va pasando a su madre.
-¡Qué bonita ésta, Carlos!¡Qué colores! Yo también sé pintar con estos tonos. Tengo una caja de colores pastel que me regalaron en mi cumpleaños.
-¿Sí? Nunca me la has enseñado.
-¡Claro!¡Para que me la quites como los demás niños!¡Si pintas conmigo te puedo dejar que los uses, pero nada más!
Carlos termina de pasar fotos. Tras ellas, en la carpeta, asoma el tríptico de la exposición que tan cuidadosamente había diseñado. El cuadro de Zóbel lo saluda, una paleta de amarillos y ocres que se adueñan de su vista. Le da la vuelta al folleto. Su frase de cierre estaba ahí: “retrospectivo, va:(Del lat. retrospicĕre, mirar hacia atrás). 1. adj. Que se considera en su desarrollo anterior.”
Cierra el archivador con cuidado.
-Vamos, mamá. Te voy a llevar a tu cama.
Y le da un beso, tierno, a la niña que se sienta a su lado.

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