Camino al templo y
después
Llega el tren a la estación de un
pueblo y un joven con mochila baja al andén junto con una anciana.
Durante el viaje fueron los únicos pasajeros del tren que era solo
un vagón. Él se despide de ella, cruza los torniquetes donde nadie
revisa los billetes y sale a la calle. No hay nadie. La calle que
pasa en frente de la estación está vacía. Bajo la sombra de un
árbol, justo al lado de la puerta de entrada de la estación, está
aparcado un taxi. Dentro de ese taxi que supuestamente está
esperando a algún cliente, ronca el chofer con las ventanas
abiertas. En el otro lado de la calle, hay un pequeño quiosco y una
cabina de teléfono público al lado del quiosco. No hay viento y el
sol calienta mucho.
El joven compra una botella de agua en
el quiosco y pregunta a la señora;
-¿Sabe cómo se puede llegar al
templo budista?
-Hace mucho calor, ¿verdad? -habla la
señora, muy despacio-. Tienes que tomar mucho agua, cuidado con la
deshidratación. Ayer, llevaron al hospital el señor Atsuta, un
viejito que vive por ahí, por la deshidratación. ¿De dónde
vienes?
-Vengo de Tokio.
-¡De tan lejos! -dice la señora sin
contestar a la pregunta-. En está zona no hay muchas cosas, ya
sabes. ¿A qué viniste? ¿Tu novia te dejó y ahora vas a ser bonzo?
-No, no, claro que no es eso. Es que
me gusta viajar, simplemente. Como no conozco esta zona... -dice el
joven.
-Vas al templo, ¿verdad? Muy bonito
el templo. Mira, vas todo recto esta calle, unos 15 minutos, y ahí
preguntas el camino en la tienda -dice la señora.
-Gracias.
-Vas a tener bastante tiempo -detiene
la señora al joven-. El próximo tren llega dentro de tres horas, a
las cinco y veinte. Si lo pierdes, tendrás que esperar hasta las
nueve y media.
-Muchas gracias.
El joven se pone a caminar hacia la
dirección que señaló la señora. El cielo está despejado sin una
nube y no hay sombra en la calle. Apenas pasan coches. Tras caminar
unos cientos metros, parece terminar el pueblo. El joven va caminando
recto en el medio de arrozales. La camiseta blanca que lleva puesta
ya está empapada de sudor. Después de caminar unos veinticinco
minutos, aparecen casas de madera. Hay unas veinte casas en la aldea.
Entra a la tienda de artículos pero no se encuentra nadie en el
mostrador.
-¡Disculpe! -grita el joven hacia la
puerta que conecta directamente la tienda con el espacio residencial.
Mientras espera que alguien le
conteste, acaba el agua que queda en la botella.
-¡Qué calor hace! -sale una señora
que se parece bastante a la señora del quiosco.
-Hola. Me llevo ésta -el joven pone
una botella de agua encima del mostrador y pone unas monedas.
-¿De dónde vienes? -pregunta la
señora- ¿Andas de turista?
-Sí, algo así. Vengo de Tokio
-contesta el joven.
-Mira, ¡eres todo un citadino! -dice
la señora con una sonrisa, sin levantar la voz, sin ningún gesto de
asombro- ¿Suspendiste el examen y ahora quieres ser bonzo?
-Oiga, por supuesto que no -contesta
el joven.
-Lo digo en broma. ¿Vas al templo,
verdad? Es lo único que hay por aquí -ella también habla muy
despacio.
-Sí, ¿cómo puedo llegar? -pregunta
el joven.
-Merece la pena visitar ese templo. A
veces, vienen a visitar los ancianos de la ciudad en grupo, sobre
todo en otoño. Las hojas de árboles se enrojecen muy bonito -dice
la señora.
-Ah, ya me imagino -dice el joven.
-Mira, para llegar al templo, sigues
este camino. En el primer cruce giras a la derecha. Luego, sigues
todo recto y ya llegarás por donde el templo. Ahí, te vas a
refrescar un poquito -mientras lo dice, la señora saca un paipái de
papel y empieza a abanicarse.
-Muchas gracias -dice el joven.
-Toma mucho agua para que no te
deshidrates. Ayer se desmayó un señor del pueblo y lo llevaron al
hospital. Pobre viejito. Estaba labrando en su huerta a pleno sol.
¡Ni se te ocurra! ¡Toma mucho agua! -se despide la señora.
El joven sale de nuevo a la calle. El
sol está justo encima de su cabeza y sigue quemando la calle. No
pasa ningún coche. Gira a la derecha en el primer cruce que le
indicó la señora de la tienda. Dejando el camino de asfalto, ahí
empieza el camino de gravilla, en medio de arrozales. De vez en
cuando se escucha uno que otro canto de rana. A lo lejos, se ven unas
colinas con arboles. Al andar, se levanta polvo por sus propios
pasos. Después el polvo se le va pegando a su piel sudorosa, a los
brazos, al cuello y a la frente. Un señor que está haciendo faena
de campo en una parcela en un tractor, justo al lado del camino
-parece tener más de setenta años- le grita al joven;
-¡Mucho calor hace! ¿Vas al templo?
-!Si¡ -contesta el joven.
-¡Muy bien, mucha agua!
Después de caminar un rato más bajo
el sol, termina los arrozales y el camino que ya parece ser una
senda se topa con la entrada del templo. La puerta está abierta y el
joven entra adentro. Dentro del recinto, en el jardín, casi no da
sol y se ve un poco oscuro. Hay muchos arboles, plantados sin ningún
orden, o no los cortaron cuando lo construyeron. Una brisa refresca
la sudorosa piel del joven. Él inspira el aire fresco por la nariz.
Saca la botella de agua desde su mochila pero ya no queda una gota.
De repente, empieza a cantar una cigarra. Al cesar el canto después
de unos segundos, aparece una señora en kimono, mucho más joven que
las dos anteriores, y le pregunta al joven;
-Hace mucho calor afuera, ¿verdad?
¿Quieres té frío?
-Sí, si se ofrece -contesta el joven.
-¿Estás de vacaciones? -pregunta
ella.
-Sí, vengo de Tokio.
-De Tokio. Ahí hice mi carrera, ya
hace muchos años -dice ella.
-¿En qué universidad? -pregunta el
joven.
-En la Waseda, estudié la filología
japonesa -contesta ella.
-Yo también estudio en Waseda, en la
facultad de derecho -dice el joven sin emocionarse mucho.
-¡Qué casualidad! Bueno, yo, después
de terminar la carrera, me vine para acá, hace casi veinte años.
Ahora trabajo aquí, en esa casita de té -dice la señora mirando
hacia una caseta que está detrás- ofreciendo té para turistas. En
verdad, no llegan muchos, la mayoría son ancianos que vienen en
grupo. Pero, bueno, aquí trabajo -volviendo su mirada hacia el joven
y sigue-. No te preocupes, no te voy a cobrar que eres estudiante.
-Gracias -dice el joven.
La señora de kimono se mete a la
caseta y después de un instante sale con un vaso de té verde frío
en una bandeja redonda de madera. Su kimono es de uso diario, aun
así, se ve que lo tiene bien cuidado y limpio.
-Siéntate ahí -con su mirada señala
una banca que está al lado de un árbol de pino.
Ella pasa el vaso al joven y se sienta
al lado de él.
-Así que vienes desde Tokio. ¿Viajas
solo?
-Sí. Me gusta viajar solo.
-¿Tienes dónde quedarte esta noche?
-No, todavía no sé en dónde.
Buscaré algún sitio para quedarme por la estación o por la
estación siguiente -dice el joven.
-Mira, por la estación solo hay un
albergue. Si piensas quedarte por aquí, ¿por qué no te quedas en
mi casa? Vivo con mis padres pero hay una habitación libre. Un
cuarto aislado justo al lado de la casa -dice la señora, mirando los
ojos del joven.
-Muchas gracias. Pero..., creo que me
voy a buscar algún sitio -dice el joven.
-Bueno, como quieras. Pero si lo dices
porque te da vergüenza, no te dé vergüenza que por mí no hay
ningún problema. Yo cierro aquí a las cinco y después podemos ir
en la moto a mi casa -la señora se ríe levemente y dice-; Pues, no
te espantes, no voy a conducir en kimono. Me cambio, traigo
pantalones.
-Muchas gracias, pero no sé si me
quedo con usted -dice el joven.
-Tendrás tu plan -dice ella.
-No es eso. De hecho, viajo sin ningún
plan. Pero...
-Oye, si te da vergüenza por mis
padres, tampoco te preocupes, eh -dice la señora, sonriendo-. Mi
padre ahora está en un hospital y hoy se queda ahí. Mi madre lo
acompaña. Nada grave -ella no cesa de sonreír- ayer lo llevaron en
una ambulancia, por la deshidratación. Ya regresará mañana.
-Ya.
Al decirlo, el joven termina de golpe
el té que quedaba en el vaso, se levanta y dice;
-Voy a dar una vuelta, a conocer el
templo.
Al terminar la visita en una hora, más
o menos, pasa por la caseta y se detiene en frente. Busca a la
señora que está dentro y le dice;
-Muchas gracias por té.
-Así que te vas. ¿De verdad, no
quieres quedarte en mi casa? -dice la señora.
-Pues, creo que no... Gracias.
-Bueno, entonces, no. Para otro día
será -dice la señora.
El joven se pone a caminar hacia la
puerta. Al cruzar la puerta del templo para salir, ve el sol todavía
muy alto, y siente el cambio de la temperatura y humedad. Empieza a
sudar enseguida. Después de dar unos pasos, se detiene un momento.
Luego, empieza a caminar de nuevo, silbando.
No entiendo qué cuenta este relato. Pero cumple conel narrador externo deficiente.
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