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miércoles, 23 de mayo de 2012

-Relato 5 de Ryotaro Kasai


Camino al templo y después


Llega el tren a la estación de un pueblo y un joven con mochila baja al andén junto con una anciana. Durante el viaje fueron los únicos pasajeros del tren que era solo un vagón. Él se despide de ella, cruza los torniquetes donde nadie revisa los billetes y sale a la calle. No hay nadie. La calle que pasa en frente de la estación está vacía. Bajo la sombra de un árbol, justo al lado de la puerta de entrada de la estación, está aparcado un taxi. Dentro de ese taxi que supuestamente está esperando a algún cliente, ronca el chofer con las ventanas abiertas. En el otro lado de la calle, hay un pequeño quiosco y una cabina de teléfono público al lado del quiosco. No hay viento y el sol calienta mucho.
El joven compra una botella de agua en el quiosco y pregunta a la señora;
-¿Sabe cómo se puede llegar al templo budista?
-Hace mucho calor, ¿verdad? -habla la señora, muy despacio-. Tienes que tomar mucho agua, cuidado con la deshidratación. Ayer, llevaron al hospital el señor Atsuta, un viejito que vive por ahí, por la deshidratación. ¿De dónde vienes?
-Vengo de Tokio.
-¡De tan lejos! -dice la señora sin contestar a la pregunta-. En está zona no hay muchas cosas, ya sabes. ¿A qué viniste? ¿Tu novia te dejó y ahora vas a ser bonzo?
-No, no, claro que no es eso. Es que me gusta viajar, simplemente. Como no conozco esta zona... -dice el joven.
-Vas al templo, ¿verdad? Muy bonito el templo. Mira, vas todo recto esta calle, unos 15 minutos, y ahí preguntas el camino en la tienda -dice la señora.
-Gracias.
-Vas a tener bastante tiempo -detiene la señora al joven-. El próximo tren llega dentro de tres horas, a las cinco y veinte. Si lo pierdes, tendrás que esperar hasta las nueve y media.
-Muchas gracias.

El joven se pone a caminar hacia la dirección que señaló la señora. El cielo está despejado sin una nube y no hay sombra en la calle. Apenas pasan coches. Tras caminar unos cientos metros, parece terminar el pueblo. El joven va caminando recto en el medio de arrozales. La camiseta blanca que lleva puesta ya está empapada de sudor. Después de caminar unos veinticinco minutos, aparecen casas de madera. Hay unas veinte casas en la aldea. Entra a la tienda de artículos pero no se encuentra nadie en el mostrador.
-¡Disculpe! -grita el joven hacia la puerta que conecta directamente la tienda con el espacio residencial.
Mientras espera que alguien le conteste, acaba el agua que queda en la botella.
-¡Qué calor hace! -sale una señora que se parece bastante a la señora del quiosco.
-Hola. Me llevo ésta -el joven pone una botella de agua encima del mostrador y pone unas monedas.
-¿De dónde vienes? -pregunta la señora- ¿Andas de turista?
-Sí, algo así. Vengo de Tokio -contesta el joven.
-Mira, ¡eres todo un citadino! -dice la señora con una sonrisa, sin levantar la voz, sin ningún gesto de asombro- ¿Suspendiste el examen y ahora quieres ser bonzo?
-Oiga, por supuesto que no -contesta el joven.
-Lo digo en broma. ¿Vas al templo, verdad? Es lo único que hay por aquí -ella también habla muy despacio.
-Sí, ¿cómo puedo llegar? -pregunta el joven.
-Merece la pena visitar ese templo. A veces, vienen a visitar los ancianos de la ciudad en grupo, sobre todo en otoño. Las hojas de árboles se enrojecen muy bonito -dice la señora.
-Ah, ya me imagino -dice el joven.
-Mira, para llegar al templo, sigues este camino. En el primer cruce giras a la derecha. Luego, sigues todo recto y ya llegarás por donde el templo. Ahí, te vas a refrescar un poquito -mientras lo dice, la señora saca un paipái de papel y empieza a abanicarse.
-Muchas gracias -dice el joven.
-Toma mucho agua para que no te deshidrates. Ayer se desmayó un señor del pueblo y lo llevaron al hospital. Pobre viejito. Estaba labrando en su huerta a pleno sol. ¡Ni se te ocurra! ¡Toma mucho agua! -se despide la señora.
El joven sale de nuevo a la calle. El sol está justo encima de su cabeza y sigue quemando la calle. No pasa ningún coche. Gira a la derecha en el primer cruce que le indicó la señora de la tienda. Dejando el camino de asfalto, ahí empieza el camino de gravilla, en medio de arrozales. De vez en cuando se escucha uno que otro canto de rana. A lo lejos, se ven unas colinas con arboles. Al andar, se levanta polvo por sus propios pasos. Después el polvo se le va pegando a su piel sudorosa, a los brazos, al cuello y a la frente. Un señor que está haciendo faena de campo en una parcela en un tractor, justo al lado del camino -parece tener más de setenta años- le grita al joven;
-¡Mucho calor hace! ¿Vas al templo?
-!Si¡ -contesta el joven.
-¡Muy bien, mucha agua!
Después de caminar un rato más bajo el sol, termina los arrozales y el camino que ya parece ser una senda se topa con la entrada del templo. La puerta está abierta y el joven entra adentro. Dentro del recinto, en el jardín, casi no da sol y se ve un poco oscuro. Hay muchos arboles, plantados sin ningún orden, o no los cortaron cuando lo construyeron. Una brisa refresca la sudorosa piel del joven. Él inspira el aire fresco por la nariz. Saca la botella de agua desde su mochila pero ya no queda una gota. De repente, empieza a cantar una cigarra. Al cesar el canto después de unos segundos, aparece una señora en kimono, mucho más joven que las dos anteriores, y le pregunta al joven;
-Hace mucho calor afuera, ¿verdad? ¿Quieres té frío?
-Sí, si se ofrece -contesta el joven.
-¿Estás de vacaciones? -pregunta ella.
-Sí, vengo de Tokio.
-De Tokio. Ahí hice mi carrera, ya hace muchos años -dice ella.
-¿En qué universidad? -pregunta el joven.
-En la Waseda, estudié la filología japonesa -contesta ella.
-Yo también estudio en Waseda, en la facultad de derecho -dice el joven sin emocionarse mucho.
-¡Qué casualidad! Bueno, yo, después de terminar la carrera, me vine para acá, hace casi veinte años. Ahora trabajo aquí, en esa casita de té -dice la señora mirando hacia una caseta que está detrás- ofreciendo té para turistas. En verdad, no llegan muchos, la mayoría son ancianos que vienen en grupo. Pero, bueno, aquí trabajo -volviendo su mirada hacia el joven y sigue-. No te preocupes, no te voy a cobrar que eres estudiante.
-Gracias -dice el joven.
La señora de kimono se mete a la caseta y después de un instante sale con un vaso de té verde frío en una bandeja redonda de madera. Su kimono es de uso diario, aun así, se ve que lo tiene bien cuidado y limpio.
-Siéntate ahí -con su mirada señala una banca que está al lado de un árbol de pino.
Ella pasa el vaso al joven y se sienta al lado de él.
-Así que vienes desde Tokio. ¿Viajas solo?
-Sí. Me gusta viajar solo.
-¿Tienes dónde quedarte esta noche?
-No, todavía no sé en dónde. Buscaré algún sitio para quedarme por la estación o por la estación siguiente -dice el joven.
-Mira, por la estación solo hay un albergue. Si piensas quedarte por aquí, ¿por qué no te quedas en mi casa? Vivo con mis padres pero hay una habitación libre. Un cuarto aislado justo al lado de la casa -dice la señora, mirando los ojos del joven.
-Muchas gracias. Pero..., creo que me voy a buscar algún sitio -dice el joven.
-Bueno, como quieras. Pero si lo dices porque te da vergüenza, no te dé vergüenza que por mí no hay ningún problema. Yo cierro aquí a las cinco y después podemos ir en la moto a mi casa -la señora se ríe levemente y dice-; Pues, no te espantes, no voy a conducir en kimono. Me cambio, traigo pantalones.
-Muchas gracias, pero no sé si me quedo con usted -dice el joven.
-Tendrás tu plan -dice ella.
-No es eso. De hecho, viajo sin ningún plan. Pero...
-Oye, si te da vergüenza por mis padres, tampoco te preocupes, eh -dice la señora, sonriendo-. Mi padre ahora está en un hospital y hoy se queda ahí. Mi madre lo acompaña. Nada grave -ella no cesa de sonreír- ayer lo llevaron en una ambulancia, por la deshidratación. Ya regresará mañana.
-Ya.
Al decirlo, el joven termina de golpe el té que quedaba en el vaso, se levanta y dice;
-Voy a dar una vuelta, a conocer el templo.

Al terminar la visita en una hora, más o menos, pasa por la caseta y se detiene en frente. Busca a la señora que está dentro y le dice;
-Muchas gracias por té.
-Así que te vas. ¿De verdad, no quieres quedarte en mi casa? -dice la señora.
-Pues, creo que no... Gracias.
-Bueno, entonces, no. Para otro día será -dice la señora.
El joven se pone a caminar hacia la puerta. Al cruzar la puerta del templo para salir, ve el sol todavía muy alto, y siente el cambio de la temperatura y humedad. Empieza a sudar enseguida. Después de dar unos pasos, se detiene un momento. Luego, empieza a caminar de nuevo, silbando.

1 comentario:

  1. No entiendo qué cuenta este relato. Pero cumple conel narrador externo deficiente.

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