Relato 7
Tiempos de Crisis
Estaban sentados en el bar de la calle
Flores, justo en la mesa desde donde se divisaban los contenedores de basura de
la comunidad. Pepe dio un trago a su refresco y se recostó sobre la silla, su
amigo con un gesto de cabeza señaló hacia los contenedores verdes.
-¡Quién te lo hubiera dicho, eh!
-exclamó-, creo que todavía no te lo crees, ¿verdad? Pepe.
-Ya tengo hecho el cuerpo, ¡no
te creas!
-Si a mí me llega a pasar,
desaparezco del mapa ¡Seguro que sí! -y comenzó a reírse, con una risa que
terminó por contagiar a Pepe-, aunque me gustaría que me lo contaras con más
detalle.
-Por Dios, si te lo he contado
un millón de veces –se quejó Pepe.
-Si te soy
sincero no me aburro de oírtelo contar. Cuéntamelo, otra vez, venga –le suplicó.
-¿Otra vez? –Pepe lo miró con
asombro.
-Venga, tío. Parece que así, oyéndote,
también me está sucediendo a mí, ¡te lo juro, Pepe!
-¡Qué raro eres!
-Vamos, cuéntalo –insistió su
amigo.
-¿Y por dónde empiezo, por el
principio?
-¿Por dónde si no?, ¡pues
claro!
-Pero que sepas que es la
última vez, te lo juro -Pepe se rascó la cabeza y aclarándose
la garganta con la bebida se dispuso a relatarle el suceso, no sin antes ser
interrumpido por su amigo.
-Justo desde el momento en que
te despidió tu jefe, descríbeme otra vez la cara que se te puso cuando te echó a la calle.
-¡Tío, no seas tan cruel! Me
dijo que ya no necesitaba mis servicios en la gestoría.
- Bueno eso, que ya no
necesitaba tus servicios en la gestoría.
-Bien…fue un mes antes de las
pasadas navidades.
-Eso fue por el cumpleaños de
Pablito.
-Tío, es que eres…otra vez me
vas a hacer repetir…
-Vamos, continua –le apremió el
amigo.
-A finales de noviembre me
llama el estirao de mi ex jefe y me dice “Señor Hidalgo, siento comunicarle que
nos es imposible mantenerle en nómina y…”
-¡Así te lo dijo, será cabrito!
-¿Me vas a escuchar o no? Me
dice: “la gestoría puede hacerle el finiquito con una paga extra, no le
corresponde pero considerando sus circunstancias”.
-¿Y qué le contestaste? -le
preguntó el amigo.
-Nada, lo que te conté. No me
salían las palabras, el continuó hablándome en términos legales, que si no
tenía derecho a más de veinte días de paga. Me dice: “Señor Hidalgo, usted
comprenderá la situación, ¿verdad?, sabe la situación económica en la que estamos inmersos”. Yo sólo le dije: “pero…al menos me tendrán en
nómina hasta enero, ¿no?” y el tío me contestó con una asquerosa sonrisa:
“Señor Hidalgo, ¿usted cree que podríamos mantenerle en nómina dos meses más,
está equivocado, señor Hidalgo, estamos en tiempos de crisis” -y lo que más me fastidió es que miraba en un
papel para leer mi apellido.
-¿Y tú que le contestaste?
-Tampoco le dije nada.
-¡Sangre de horchata! Yo le
hubiera cogido por el pescuezo…
-Claro, claro…la cosa es que
salí de allí cómo zumbao, sin rumbo. Me puse a andar y me perdí, tío, me perdí…
Su amigo soltó una carcajada,
Pepe lo miró y continuó con la historia.
-A mi jefe le dejé con la
palabra en la boca y como te digo, me perdí, ¡tío, me perdí entre la gente! ¡Ja,
quién me lo iba a decir a mí! Y después de aquel palo tan gordo me tiré una
semana sin pisar la calle, ¡con una angustia, tío! Mi mujer nada más decía: “¡Pepe,
no te preocupes que ya te saldrá algo!” Pero yo la miraba así, sin que se diera
cuenta, y a la pobre se le escapaban de vez en cuando unos lagrimones... Fíjate
que dejé de fumar para no gastar porque no teníamos ni para el vicio y fue
cuando… comencé a ayudarla en casa. Un día me dice: “Pepe, cariño, no te
importaría ponerme la lavadora”. Yo le digo: “Claro, mujer” porque además me lo
dijo con ese gesto tan suyo, con los brazos cruzados como esperando algo y
¡claro!
-Eso lo veo más que justo, Pepe
-le interrumpió el amigo-. Ella se va a su trabajo y tú te quedas en casita,
pues no te quedaba otra que arrimar el hombro, ¿no?
-Pues sí, ¡a ver que hubieras
hecho tú, lo mismo! –respondió con un suspiro-. Así que comencé haciéndole la
colada, luego la plancha. Por la tarde le ponía un cafelito cuando llegaba de
la oficina, recogía a los niños del colegio, los llevaba al parque y estaba
allí de cháchara con las madres, le hacía la revisión al coche, llevaba a mi
suegra a sus clases de bolillos y además…-miró entonces a su amigo.
-¿Y además qué? -preguntó su
amigo con una sonrisa risueña.
-Tiraba la basura –dijo bajando
la voz- y… ¡sí, señor!, ¡eso, tirar la basura fue mi bendición! Porque tú ya
sabes, mi mujer es muy despistada ¡uf! Ella jamás se detiene a mirar por donde
va pero yo no, ¡y tú ya me conoces! Yo
me fijo muy bien en todo y menos mal que aquella noche era yo el que le tiraba
la basura. Recuerdo que me dice: “Pepe, hay que tirar las dos bolsas que están
fuera, en el patinillo, ¿bajas tú o voy yo?” “No, mujer, voy yo” –le contesté-
“Tú quédate en casa, que yo bajo en un momento” -Y menos mal que fui yo.
-¡Menos mal, verdad! –murmuró
el amigo mientras le daba el último sorbo
a su refresco.
-Aquella noche,
tío, recuerdo hasta la hora, las once menos diez, me puse como siempre mi
gabardina encima del pijama que es azul marino y no da mucho el cante y me bajé
con mi bolsita de basura. Me encontré a la vecina del segundo, acababa de
entrar con sus dos perritos, me dijo: “Qué, con las tareas domésticas, ¿eh
Pepe?” -por aquel entonces, ella no sabía que yo estaba en el paro, me limité a
asentir con una sonrisa y seguí mi camino hasta los contenedores de ahí. Fue
entonces cuando vi una flamante bolsa de deporte dentro del contenedor, después
de mirar a un lado y a otro de la calle me dio por hurgar dentro. No sé, me dio
por ahí porque parecía bastante nuevecita, pensé que en casa alguien la podría
utilizar y mira cómo fue la cosa que abriendo la cremallera. Allí mismo, casi metidos a presión estaban
los billetes, ¡sí, lo que oyes!, ¡una
tira de billetes en fajos de quinientos, tío! Jamás había visto un billete de
quinientos hasta ese momento.
- Yo tampoco los he visto jamás –meditó su amigo
chupando el cubito de hielo de su refresco.
Si te digo que al principio creí que eran los del
Monopoli, ¡pero no!, ¡eran de verdad! Tiré de la bolsa de deporte y me puse tan
nervioso que me subí la basura de nuevo.
Mi mujer al verme se pensó que me había pillado algún vecino en pijamas
y ya estaba de brazos cruzados y dando golpecitos con el pie como ella se pone,
a punto de echarme la bronca cuando se la tuvo que tragar. ¡Un montón de kilos,
tío! ¡Un montón de kilos! Y te lo digo, que yo sepa, después de esperar callado
cerca de tres meses nadie los reclamó por la tele ni en el periódico y si te
soy sincero tampoco me molesté mucho por preocuparme por eso. Afortunadamente
no había nada para identificar al dueño así que toda la pasta es mía.
-¡Desde luego, tienes una suerte chaval! –respondió su
amigo escupiendo el cubito al suelo.
-Pues tal como te lo cuento así sucedió. La cosa es
que a veces me pongo a darle vueltas a la cabeza y me digo: ¡Anda que si llega
a bajar mi mujer!
-No, Pepe. Creo que sería mejor decir: “Anda que si no
te llegan a despedir” –dijo riendo su amigo.
-Eso, eso. Tú lo has dicho –añadió Pepe mientras los
dos entre risas miraban hacia los contenedores de basura.
Otro chiste.
ResponderEliminar