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viernes, 29 de junio de 2012

Mª Angeles Macías Alegre-9º Relato

EL PASO DE LAS BALLENAS

Mi sueño a los dieciseis años era independizarme pasados dos años. Abandonaría mi hogar y me instalaría a vivir en un barco abandonado de los muchos que había en el puerto de nuestra ciudad.
Nuestro hogar  estaba situado en una elevada colina cercana a la costa. Se divisaba desde allí  el océano, la ciudad y las montañas.  Teníamos una casa grande, un faro junto a la casa, un manantial que nos abastecía de agua,  árboles centenarios y árboles nuevos de  crecimiento  rápido que nos servían para comerciar con la madera.  Ovejas y cabras que pastaban libremente. También teníamos cinco  perros que cuidaban del ganado y de los intrusos y un gran cerco espinoso que protegía toda la colina.  
Vivir en la  ciudad se había vuelto insostenible,  faltaba combustible. No había ruido de motores. No había movimiento. Los barcos estaban abandonados en el puerto.
El faro se encendía cada noche.
-¡Qué solos estamos hijo!.
-No te preocupes papá nos tenemos todos, está mamá, tus hijos Amelia y Juan y yo por supuesto, y los abuelos.
 -¡Gracias hijo por recordármelo-mi padre miraba el mar, volvió su cabeza hacia mí y me echó su brazo derecho sobre mis hombros para luego volver a perder su mirada en las aguas.
-Papá  dentro de algún tiempo me iré de casa-hacía tiempo que pensaba en marcharme. Tenía dieciséis años.
-Hijo aún es muy pronto.  Temo por ti no hay seguridad en la ciudad, alejarte de nosotros es arriesgarte demasiado.
-Aún no papá debo aprender muchas cosas de ti-mi padre era constructor de barcos.
Cada día iba con el al bosque de nuestra colina. Me enseñaba a conocer los diferentes tipos de madera y saber cuáles eran las más apropiadas para la construcción. En los meses que siguieron cortamos algunos árboles que sustituimos por otros ejemplares jóvenes. -Tomás tienes que tratar la madera con cariño, siéntela entre tus dedos, descubre sus partes duras y sus partes blandas. Necesito que conciencies  esto, percibirlo te hará saber cómo has de tratarla en el corte. Deberás aprender a no desperdiciarla en vano, a usarla correctamente con cariño. Mi consejo es que reflexiones  sobre el valor de la vida que él  te ha entregado para que tú realices un sueño.
El faro iluminaba cada noche el mar pero no había barcos que guiar. Una noche como tantas estaba en lo alto del faro, contemplando los haces de luz que se lanzaban en  la oscuridad. Ví  una luz lejana azulada y blanca que parpadeaba. Bajé deprisa las escaleras hasta el salón de la casa situado en la planta baja, donde hacía rato que mi padre descansaba. Habíamos estado revisando la instalación del faro.- “Bajaré a descansar Tomás”. Estaba junto a la chimenea cuyo fuego crispaba por la resina de los troncos, estaba de pié esperándome. -¿Qué ocurre hijo?.
El faro estaba conectado a nuestra casa mediante una puerta de acceso interior, una puerta escondida dentro de un armario de ropa al cual se accedía a través del distribuidor de habitaciones de la primera planta.
 -Tiene que ser algo bastante grave para que bajes de esa forma tan atolondrada.
-He visto una luz en el horizonte padre, una luz azulada y blanca-. Sus ojos durante un segundo le brillaron con la intensidad de la llama. Subió a grandes zancadas los escalones. Observamos varios destellos de luz blanca.-¡Están pidiendo ayuda Tomás hemos de acercarnos a rescatarlo!.
-Padre es arriesgado, el viento sopla demasiado fuerte, el mar está encrespado.
-¡Llama a tu hermano Juan y que se prepare con ropa adecuada, el viento arrecia y el mar ruge que espanta!, ¡y tu ponte la ropa de salvamento!.
-¡Padre!.
-¡No discutas no hay tiempo que perder su salvación depende de nosotros!.
Solo teníamos un barco de madera que estaba fondeado en una pequeña cala que se había formado cerca del istmo que unía nuestra colina con el resto de la bahía. El barco lo habíamos construido con nuestras propias manos. A mis once años un día que estábamos en nuestro  bosque:- ¿Tomás que árbol eliges entre todos?-le señale uno de gran diámetro-has elegido bien, este hermano de corazón de madera es ya viejo. Cuando yo era niño y paseaba por este bosque  el  ya  me hablaba de viejas canciones. Su madera es fuerte. Tiene nombre, ¿lo sabías Tomas?.-No papá.-Se llama Hérculo, en honor al héroe griego que se sometió a doce pruebas, y en recuerdo de las famosas columnas de Hércules situadas en las tierras del sur, el límite del mundo conocido y más allá de ellas la tierra de occidente, el fin de todo. Hérculo es fuerte y tambien se someterá a muchas pruebas, su nombre lo protegerá. -Papá ¿cómo  puede tener nombre un árbol?.– Otorgando un nombre despertamos.  Nombrar es llamar. ¿No me respondes cuando te llamo?.  Nombrar es un acto de creación.
El mar estaba encrespado.-¡Padre deja que yo conduzca el barco, el mar bate fuerte en la proa!.-No hijo es peligroso y ya queda poco para llegar.-Cuando llegamos al barco los tripulantes nos esperaban en una situación desesperada, el barco tenía grietas por donde penetraba el agua estaba casi hundido. La lancha de salvamento por los golpes de las olas se había soltado de sus amarres y flotaba a la deriva, alejándose del barco. Durante unos instantes recé por todos. En el barco había cuatro tripulantes: Un hombre, una mujer y dos niños que gemían y temblaban.-¡Gracias a Dios que habéis venido!-me contestó ella. 
El faro nos guiaba en la oscuridad y en la tormenta. Había islotes de roca desnuda que nos amenazaban y hacían muy peligrosa nuestra navegación. El choque con alguno de ellos supondría la rotura de nuestro barco y llevarnos a todos al fondo.
-¿Estarías dispuesto a dar la vida por alguna causa noble Tomás?-no sabía que responderle-. Este árbol la dará por tí. La vida te exigirá en algún momento generosidad. Es una prueba de madurez.
Seguía rezando y protegía a uno de los niños que se agarraba a mí con fuerza. Temblaba aterido de frío. No había guardacostas a quienes llamar. Estábamos solos y perdidos a merced de las olas. La costa aún no se divisaba.
-Cada ser es un punto de energía vibrante en la inmensidad del Universo-él acariciaba al árbol con la ternura que otorga una gran sensibilidad.-Ha vivido demasiadas estaciones. Cuando su cuerpo caiga comenzará a formar parte de un gran sueño, un barco como ningún otro que hayas visto. Un sacrificio por el sueño y la necesidad de otros. Surcará los mares y volverá a encontrar tierras que se están borrando de nuestra memoria.
En aquellos días de crisis energética la actividad marítima era casi inexistente. Los pescadores habían adaptado sus barcas a la vela y al remo, desechando los motores. No se aventuraban demasiado lejos, no había salvamento.
-Tomás ¿no notas que han aumentado los bancos de peces?, ahora hay mejor pesca que antes. Hace días paseando por el puerto hablé con algunos pescadores que estaban reparando sus redes de pesca, estaban contentos.-¡Sebastián una gran fortuna, meros, peces espada y langostas ¡-. Ni de niños recordaban tanta abundancia.
-Padre el mar es rico y abundante, repleto de vida. El sabe regenerarse.
-Posee un potencial vital inimaginable para un ser humano, ¡hay tantas cosas que no podemos medir ni cuantificar!. Su alma está en todos los seres vivos, ruge dentro de ti, tu sangre es agua de mar salada y roja.
Paseábamos por la playa cuya arena estaba llena de algas y conchas.  De vez en cuando mirábamos a la lejanía del mar  y en una de esas ocasiones vimos unos chorros de agua que  subían a gran altura.
-¡Padre mire allí!-mi padre comenzó a dar saltos de alegría-. ¿qué ocurre por qué salta padre?.
-¡Son ballenas Tomás, ballenas!, hubo un tiempo en el que las ballenas abundaban por estos mares pero dejaron de aparecer, solo recuerdo una que vi siendo muy niño, venía con su ballenato y toda la playa se congregó de gente curiosa para ver sus enormes cuerpos saltar y hundirse de nuevo en el mar.
Nuestra situación era crítica, nuestra nave como un barco de papel estaba fuera de control, dando vueltas, balanceándose y dejándose llevar  por las olas, ni velas ni remos podíamos usar en aquellos momentos. Mi padre solo en el timón iba evitando el choque con los islotes que nos rodeaban. El barco que habíamos construido navegaba con velas y remos, no había combustible, los motores no servían.
Parecía una ola inmensa, oscura, o tal vez un trozo de oscuridad marina que se elevaba y hundía y se dirigía hacia nosotros. -¡Padre mire a estribor! ¿qué es aquello que viene hacía aquí?. Los demás también lo percibieron y miramos todos estupefactos como dos inmensas ballenas orcas se dirigían hacia nosotros.
-¡Voy por el arpón!.
-¡Espérate Tomás!.
Los fabulosos animales viraron y se colocaron a ambos lados del barco.-¡Amarra dos cuerdas a varios enganches del barco y hazle un lazo al final!-me apresuré a obedecer con la  mayor rapidez, me ayudó a realizar la operación uno de los náufragos, el hombre adulto. En un instante la tuvimos preparada y la lanzamos. Ambos animales como si hubieran sabido de  nuestras intenciones se colocaron en la proa a una distancia prudente del barco y engancharon las cuerdas con sus dientes y tiraron del barco, evitando los escollos peligrosos. Nos habían salvado.
Llegamos al lugar donde solíamos tener amarrado nuestro barco. Lo aseguramos bien, tomamos tierra y emprendimos una subida por el camino serpenteante que llevaba a nuestra casa. 
Mi madre nos trajo mantas para todos y ropa seca. Después de cenar sentados alrededor del fuego les contamos mi padre y yo a nuestra familia todos los sucesos.
-¿Sebastián que te hizo no matar a las ballenas?-mi padre calló durante unos instantes, todos respetamos su silencio.
-Carmela, el corazón me detuvo,  un pensamiento rápido llegó a mi mente, “no lo hagas”, “espera”. Momentos antes cuando agarrado al timón intentaba con todas mis fuerzas  que el barco no cabeceará y se hundiera arrastrándonos a todos al fondo, me hallaba sumido en un estado de profunda angustia y pensaba que mi muerte y la de todos estaría cerca. Me abandoné a la idea de la muerte que se acercaba, no le opuse resistencia, el mar se tragó mi angustia. Mi corazón comenzó a inundarse de una serenidad absoluta como jamás la había sentido antes. Era una voz,  un pensamiento o una sensación que mi mente tradujo en palabras internas, me decía  “no temas Sebastián” “estamos contigo aún no abandonarás esta vida” . La serenidad comenzó a crecer como una marea ininterrumpida, sin detenerse, desde mi conciencia más profunda. Empecé a confiar plenamente en las palabras y la sensación se adueñó de mí, me poseyó, ¿quién era yo?¿Sebastián? ¿cuál era mi nombre?. Estaba conectado a algo indefinido, inmenso, poderoso y  ese algo me abrazaba, percibía multitud de presencias y pedí ayuda. “Hermanos del mar, ayudadnos, llevadme si queréis pero salvad a todos los demás. Mi vida por la de ellos”. Creo que todo esto sucedió en segundos pero sinceramente para mí el tiempo no tuvo márgenes, sin segundos, sin minutos, ¿cuánto fue?,  no lo sé. Después vinieron las ballenas.
Cuando mi padre terminó de hablar un silencio casi absoluto se adueñó de todos. El hombre adulto del rescate llamado Manuel se levantó de su asiento y se dirigió hacia mi padre que estaba sentado mirando al fuego, su cara parecía traspuesta. El tomó asiento cerca de mi padre, su voz era grave, serena.  -Sebastián  siempre estaremos endeudados contigo y con tu familia, la vida de mis hijos, de mi mujer, la mía  propia ha estado en tus manos. Nos has enseñado lo que es la entrega generosa, el arriesgar tu vida y la de los tuyos por el bien de unos desconocidos. Hace algunos años tuve un sueño muy extraño. Iba navegando en un barco y se desencadenaba una tormenta,  la luz de una estrella azulada de fulgor brillante nos envolvía y nos conducía hacia una costa desconocida, era una fuerza  irresistible e imposible de vencer, parecida a la sensación que se experimenta cuando enfrentamos dos polos de un imán de signo contrario que se atraen. En la costa que lograba ver con dificultad, había un resplandor parecido, hermano del que nos envolvía, como una luz pulsátil en lo alto de un promontorio. Alrededor del barco comenzaron a congregarse peces de gran tamaño y otras especies difíciles de describir ¿animales, humanos? No sabría definírtelas. Cabalgaban como poseídos por una furia terrible sobre los peces que se hundían en las olas y volvían a elevarse en las crestas espumosas. Había palabras en el aire o quizás eran los gemidos del viento de la tormenta; roncos sonidos de ecos de cuevas marinas unas veces, otras aflautadas voces de una belleza inhumana que cantaban a la esperanza.  La fuerza salvaje y el poder de sus formas espantaba. Todo era muy real.  Cuando desperté le conté a mi mujer el sueño, ella había tenido el mismo sueñó.  No quisimos volver hablar más de aquello.
-¿Qué os hizo llegar a estas costas, hace meses que no aparece ningún barco por el puerto?-mis preguntas se agolpaban en mi boca.
-Hace unas semanas volvimos a tener otro sueño, en esta ocasión fuímos aún más conscientes Elsa y yo. Flotábamos entre las nuebes y veíamos desde la gran altura en la que nos encontrábamos, una extensa tierra virgen y cientos de puntos brillantes en esa tierra virgen, formaban una gran malla  como una red de pescador. Había un punto junto al gran océano que parecía ser el origen de todos los demás.
-¿Y después del sueño?.
-Elsa y yo buscamos en los mapas la costa de nuestra visión. Pensamos que nos indicaban un lugar que teníamos que localizar. Un día después de observar cientos de mapas, nos fuimos a descansar, un tanto desilusionados.  Al día siguiente todos los mapas estaban en el suelo excepto uno. Un texto en el mapa decía: “El Paso de las Ballenas”, apareceía marcada la orientación, noroeste, como si la hubiesen escrito recientemente. Era un mapa antiguo dibujado en tinta roja que había adquirido tintes oxidados.  Tomamos la decisión Elsa y yo de iniciar la búsqueda.  Tardamos una semana en hacer los preparativos y embarcamos con nuestros hijos una mañana muy temprano, el cielo estaba gris y el viento suave, era el equinoccio de otoño. Pusimos rumbo a nuestro barco según las coordenadas del mapa, convencidos que llegaríamos sin mucho esfuerzo.
-Veo unos rostros tensos-mi madre temblaba agarrada a mi padre que tenía el rostro serio.-  Creo que son palabras de esperanza, nuestra costa es la tierra soñada de Manuel y Elsa.  Y después vino nuestro encuentro, ¿es así?.- Los demás callaban, solo preguntaba yo. Estaban sobrecogidos.  El mundo en gran medida se había disuelto, la crisis de los combustibles había acabado con casi todo.
Vinieron mis dieciocho años, Elsa y Manuel se habían instalado a vivir entre nosotros, les ayudamos a construir una pequeña casa de madera junto a la nuestra por entonces mi juventud ya había quedado atrás hacía mucho. .Me había convertido en un hombre. Mi gran responsabilidad fue la de ayudar a crear una ciudad nueva y de ella fueron naciendo otros puntos de luz como en el sueño de Elsa y Manuel. Pero vinieron otros sueños y otras instrucciones. Mi padre seguía necesitándome y yo era su hijo mayor, mi edad por aquel entonces no se correspondía ya con la madurez de mis decisiones.

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