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jueves, 7 de junio de 2012

Ejerccio 7 - Jose Antonio Borrero- Los Amantes

Los amantes

Es lunes. Un sol perezoso comienza a reflejarse en el edificio de oficinas. Por sus ventanas entra una luz tenue que ilumina mesas vacías y pantallas de ordenador. Poco a poco se van completando las plazas de aparcamiento, y los ascensores suben repletos de empleados silenciosos, cada uno en una realidad diferente, como si fuesen extraños después del fin de semana. La cuarta planta está ocupada por una empresa de seguros, de más de cien empleados. Hay una sala de descanso donde una máquina eficiente te sirve café por treinta céntimos de euro y otra un pastel empaquetado por cincuenta y cinco. Casi todas las mesas están ocupadas. Algunos solos, vestidos con chaqueta y corbata leen el periódico, otros hablan entorno a vasos de plástico, esperando a que den las ocho, la hora de comenzar la jornada. En una de las mesas del rincón, junto a una ventana, hay dos mujeres sentadas tomando café, y compartiendo un pastelito. Una es Gertru, la secretaria del gerente. Es la mujer que más años lleva en la empresa. Otra es Belén, del departamento de compras. Aunque en diez años ha tenido varios roces con Gertru, es de las pocas que todavía toma café con ella. Hablan sobre lo que les ha deparado el fin de semana, pero Gertru a veces desvía su mirada por la ventana, hacia la calle. De pronto deja de golpe su vaso sobre la mesa, salpicando unas gotas, se pone de pie, y señala con el dedo a la entrada del edificio.
– ¡Mira! ¡Mira Belén! ¿Los ves?
– ¿A quien Gertru?
– Al nuevo, a Alfredo. Va junto a Eva. Los he visto llegar. Les falta cogerse de la mano.
– No, no los veo.
– Vaya, creo que ya han entrado.
– Lo mismo ha sido una casualidad mujer, no seas mal pensada.
– ¿Casualidad? Chica, parece que no estás en este mundo. ¿Sabes que ya los llaman la parejita?
– ¡Que malos sois! Aunque bueno, quizás se están pasando un poco.
– ¿Un poco nada más? ¡Belén, por favor!
– Bueno, la verdad es que me ha dado coraje que nada más llegar a la empresa Eva nos lo haya robado de los desayunos, y se vayan los dos solos. Con lo que nos reímos con él y con lo bueno que está.
– A mi tampoco me ha hecho gracia. No sé que habrá visto en la niñata esa.
– Bueno Gertru, hay que reconocer que Eva es guapa y tiene un buen tipito. Sé que desde que pasó lo que pasó no os caéis bien, pero las cosas hay que reconocerlas.
– Perdona Belén, di más bien que no le caigo bien yo a ella. Yo no hice nada. Fue el jefe el que la regañó.
– Ya, pero ella te echa la culpa. 
– Tarde o temprano el jefe se habría dado cuenta. No puede uno subir del almuerzo un día si y otro también con esa alegría.
– Pero tampoco era para tanto Gertru. Por lo visto hizo amistad con unas chicas de otras oficinas, se propusieron hacer régimen, y como comían poco…
– ¡Pues vaya régimen! No comían pero se ponían hasta arriba de cervezas.
– Pero creo que debes de olvidarte de aquello. De eso hace ya más de un año, y hay que reconocer que es una chica muy trabajadora. Además, creo que desde que ha llegado Alfredo ya no se va con las amigas. Dicen que algunos días sale a comer con él.
– ¿Algunos días? ¡Que ingenua eres hija! Se van todos… ¿Y quieres que te cuente lo que pasó el viernes?
      
       Pues verás. Bajé a la primera planta, a lo de los abogados, a recoger unos papeles. Y luego al subir, cuando llamé al ascensor, Alfredo y Eva lo habría cogido antes abajo. Claro, como yendo hacia arriba casi nunca se para, les cogió por sorpresa.
       Pero,… ¿iban solos?
       Claro que si hija, y tan solos. Cuando abrió el ascensor los vi separarse de golpe, y me miraron durante un instante. Él se puso a mirar a una esquina y ella sacó el pintalabios del bolso para retocarse.
       ¿Pero los viste hacer algo? Ten cuidado Gertru. Si cuentas cualquier cosa,… ya sabes que los dos están casados.
       No, no los ví. Se separaron muy rápido. Pero fíjate, cuando el ascensor comenzó a moverse, ninguno de los dos hablaba. Parecía que el ascensor no iba a llegar nunca arriba. Entonces Alfredo dijo algo para disimular “¡que calor está empezando ya a hacer! ¿Eh Gertru? Parece que el verano este año se va a adelantar”. Y fue decir eso, y a la niñata le faltó tiempo para contestarle “Es verdad Alfredo. Sobretodo en este ascensor, ¿verdad? ¡Que calor hace aquí!” Y los dos empezaron a reírse como locos, con una risa totalmente cómplice.
       ¿Y tú que hiciste Gertru?
       Pues te puedes imaginar. Estaba muy cortada. No me podía creer aquello.
       ¡Que cara!
       Y todavía hay más Belén.
       ¿Más?
       Si. Al salir del ascensor cada uno se fue a su sitio, pero al rato, como tengo a Eva tan cerca, no pude evitar escucharla reírse como una loca. Parecía que le hacía gracia algo que leía en el móvil. Y de vez en cuando miraba hacia la mesa de Alfredo, aunque como está tan lejos, no creo que él la viera. Luego me levanté y me fui hacia ella a reprenderla. Pero ella antes que yo le dijera nada se adelantó, y me dijo “¡Que gracioso es mi amante Gertru! No hay nada mejor que tener un rollo”. Luego echó su silla de ruedas un poco hacia atrás, y se cruzó las piernas como la de la película esa de Charon Stone…
       ¡”Instinto Básico”!
       Esa, esa, “Instinto Básico”… ¡Que puta!... Y para colmo me dice “¿Tu nunca has tenido un amante Gertru? Creo que te vendría bien”.
       ¿Y que le dijiste tu?
       Nada Belén, nada. Me dejó muy cortada, y me quedé mirando a la foto que tiene encima de la mesa.
       ¿Qué foto? ¿La de sus gemelos?
       Si Belén. Esos dos niños tan iguales, tan guapos, tan rubitos, montados en ese pony, riendo… Sus parejas pueden que lo pasen mal cuando sepan todo esto, pero los niños son los que más lo sufren.
       ¡Pero no me seas exagerada! Hoy día ocurre bastante. El que tengan una aventurilla no quiere decir que dejen sus familias.
       ¿Que no? ¡Ya veremos!
       Seamos sinceras Gertru. No me digas que a ti no te gustaría tener algo así. Y más con un hombre como Alfredo.
– ¡No! Yo estoy muy bien con mi Paco.
– Pues yo voy desde hace cuatro meses al gimnasio. En cuanto pierda unos kilitos y me entren unos vestiditos que tengo…
– ¿Qué me dices Belén?
– Así te lo digo. Estoy harta de que Pepe me diga que me cambiaría por dos jovencitas de veinte, o de que se haya aficionado al boley playa femenino, o al descanso de los partidos de baloncesto.
– Vaya, no sabía que la cosa estuviera así.
– Así está. Y no me extrañaría que tuviese algo por ahí. Pero me da igual, ahora voy a ser yo la que me voy a divertir.
– Debéis hablar, y aguantar un poquito.
– ¿Aguantar? ¿Cuánto tiempo llevas tú con Paco?
– Más de treinta años.
– ¡Treinta años! Perdona la pregunta Gertru, pero, ¿nunca le has sido infiel, ni el nunca lo ha sido?
– Te aseguro que yo no. Y él no puede.
– ¿Qué no puede? ¿Por qué?
– Porque yo administro el dinero y procuro dejarle lo justo para sus gastos diarios, ni un céntimo más. No podría invitar a una amiga ni a una coca cola.
– Bueno, pero podría utilizar una tarjeta.
– No tiene. Todas las tengo yo.

En ese momento entran en la sala Alfredo y Eva. Dan los buenos días y se acercan a la máquina de café. Alfredo introduce unas monedas y toma prestada la mano derecha de Eva, y agarrada por la suya, como en un baile, la dirige hacia el botón blanco de la bebida que ella suele elegir. Al alcanzar el objetivo, se escucha el ruido sordo del caer del vaso, y ambos ríen. Cuando la máquina completa la bebida ella coge el vaso y remueve el contenido con la cucharilla de plástico. Mientras se prepara el café de Alfredo, Eva se gira y ve a Gertru y a Belén en la esquina, junto a la ventana. Las dos mujeres se han percatado de su presencia pero ninguna la mira. Eva trata de captar su atención proclamando: “¡Buenos días! ¡Alegrad esas caras que ya es lunes!”. Ambas miran, pero sólo Belén le devuelve el saludo con un tímido gesto de su mano. Entonces Gertru se vuelve en su silla y se dirige a Alfredo.
– ¡Oye Alfredo! ¿Puedes venir un momento?
Alfredo termina de sacar el café de la máquina, y se acerca a la mesa de las dos mujeres. Eva va a su lado.
Belén apura la bebida y hace un gesto para levantarse y quitarse de en medio, pero Gertru la agarra de su mano y la obliga a volverse a sentar.
– ¡Que casualidad Alfredo! Hace un momento estábamos hablando de lo poco que te vemos ahora. Cuando llegaste desayunábamos juntos, pero últimamente no hay quien te vea.
– No hay problema Gertru. Esta semana quedamos un día para desayunar –mientras lo dice, vuelve su cara hacia Eva, pero ésta a su vez vuelve su cara a la puerta de la sala.
– ¿Cómo ha ido el fin de semana, chico?
– Ha ido muy bien. Han sido dos días estupendos.
– ¿Tú comentaste una vez que tenías hijos, verdad?
– Si, claro.
– Me imagino que los querrás mucho, ¿verdad?
Las miradas de Eva y Belén se clavan en Gertru.
– Claro mujer, creo que soy un buen padre. ¿Por qué lo dices?
– No,… por nada…
Entonces Alfredo comienza a rebuscarse en los bolsillos interiores de su chaqueta. Deja su café sobre la mesa para ayudarse, ante la mirada atenta de las mujeres, y acaba sacando una cartera.
– Mira –dice Alfredo–, para que veas que soy un buen padre. Siempre los llevo conmigo… –Gertru y Belén parecen haber visto al diablo: en una foto aparecen dos niños gemelos, rubitos, que ríen subidos en un pony.
– Ahí tenían sólo tres años. Ahora ya tienen seis. Están un poco cambiados –termina de informar Eva con una sonrisa.

         Pero algo interrumpe la conversación. Se escucha una música como la de aviso  en los aeropuertos, que anuncia que ya son las ocho. Todos hacen un primer gesto de ignorarlo, en un principio, pero los que están sentados comienzan a levantarse, los periódicos se cierran, y en la papelera se forma una cola para tirar los vasos de plásticos. Alguno quizás con restos de café caliente que no se ha podido apurar. Unos se ceden el paso a los otros para salir de la sala de descanso, y luego todos se pierden por los pasillos, los despachos, y por el espacio que queda entre las mesas. La semana comienza de nuevo, en la cuarta planta.
                                                                 

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