Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

viernes, 22 de junio de 2012

-Relato 9 de Cristóbal Ruiz Cuadra

LAS DOS CARAS
Por C. Ruiz


¿Alguna vez has soñado con alguien que conoces, pero con el que no te une demasiada relación, un sueño de proximidad agradable, cálida? Luego a la mañana siguiente despiertas, y si coincides con esa persona te causa especial desasosiego ver que la cercanía conseguida durante la noche no ha sido más que ficción. Pero no lo olvidas totalmente, y sin poder evitarlo te sientes más próximo al otro, e incluso te asalta la sospecha de que por alguna inexplicable carambola onírica a lo mejor él o ella también han soñado contigo, en una complicidad nocturna ajena a las aristas de la luz del día.

Algo parecido me ocurrió la semana pasada. Con una persona del trabajo a la que no logro identificar, porque en esos terrenos se nos permite tratar con seres que son apenas sensaciones y formas. Fue un sueño tierno, sincero, dentro de una noche sosegada y sin sobresaltos. Al despertarme, con el sonido desagradable de la alarma del reloj sacándome de mi descanso, cosa que no suele ocurrirme a menudo, anduve unos minutos desorientado, intentando conectar lo real con lo vivido en el sueño.

Cuando eso pasa te levantas como un autómata. Te duchas y afeitas. Te pones el traje y la corbata diarios. Un café rápido y subido al coche, una auténtica cápsula de aislamiento, con las noticias a bajo volumen en la radio pero sin hacerles caso, como si hablaran en otro idioma.

-Mira, Miguel, no es nada personal contra ti. En la empresa están muy contentos con tu trabajo.
-¿Muy contentos? ¡Vete a la mierda! -su enfado crecía por momentos mientras me escupía sus palabras a la cara- ¿Tú sabes lo que he dado yo por esta puta empresa durante quince años? Me he perdido ver crecer a mi hijo, he tirado por la borda el estar tiempo junto a mi mujer, siempre a disposición de donde me quisieseis mandar, sin rechistar jamás, ¡y éste es el pago!
-Miguel, entiendo que estés enfadado, pero la situación, la crisis -no acertaba a dar con las palabras mágicas que lo calmasen, antes bien, cada vez que decía algo parecía enfurecerse más-, no dejan lugar a otra alternativa.
-¡Felipe, no quiero escuchar nada más! Mañana vendré por mis cosas y mi liquidación, ¡y te advierto que vendré con los números hechos del sindicato, y no firmaré un céntimo menos de lo que me corresponde! -la furia incontrolada había dejado paso a un sordo malestar, calculado y analítico.
-Precisamente de eso te quería hablar. No hay dinero ahora para pagarte la liquidación -mientras le decía esto me daba cuenta que le iba a proponer era absurdo, algo que nadie en su sano juicio aceptaría, pero me habían ordenado transmitirlo. Era su cabeza o la mía- y necesitamos que firmes una conformidad, como si hubieses recibido el dinero. La empresa se compromete a arreglarte los papeles del paro y, en cuanto las cosas mejoren un poco, recontratarte en las mismas condiciones que...
-¡Qué decepción, Felipe! Pensaba que no eras como los otros; incluso llegué a pensar que eras mi amigo. ¡Qué tonto he sido! -parecía ahora apenado- Bueno, entonces creo que me ahorraré venir mañana. Voy directamente a un abogado. Hasta nunca, te deseo lo mejor en tu vida de esbirro.
Y se fue. No recuerdo si dio o no un portazo, porque la violencia del momento me había saturado los sentidos.

Pasados unos minutos me levanté de mi mesa, salí del despacho y fui al del director de Recursos. Llamé al entrar, como solía; no recibí respuesta, y cautelosamente abrí la puerta. Sentado a su mesa, hablando por teléfono, estaba Ernesto, el responsable del departamento. Levantó la vista de la mesa y me hizo señas para que entrara. Se estaba despidiendo cuando me senté.
-¿Qué tal, Felipe?
-Nada, todo marchando. Acabo de hablar con Miguel y le he dicho lo de su despido. No lo ha aceptado, como era lógico, y creo que nos traerá problemas.
-Pues nada, él verá. Desde luego ya sabes que es política de la casa no pagar liquidaciones, y menos en los tiempos que corren. ¿Tú has sido firme en nuestra postura, no? -la mirada amigable inicial se tornó en inquisitiva.
-Como una roca. De cualquier manera andaba pensando que a lo mejor, si negociamos con maña las condiciones, nos evitaremos una demanda y..
-¿Qué me estás diciendo? ¿Y que el resto de gente que hemos de despedir vean que no somos inflexibles y nos echamos atrás a las primeras de cambio? -ahora ya no era inquisitivo, sino acusador. Me senté muy erguido en la silla, despegando la espalda del respaldo- Me da la impresión que no eres consciente de las obligaciones que suponen tu puesto, Felipe...
-No digas tonterías, que sabes que las conozco perfectamente. Bueno, sólo era para transmitirte que ya está comunicado el asunto -le dije mientras me levantaba de la silla.
Sin mucho más que añadir, me despedí con un escueto gesto con la mano, y retorné a la seguridad de mi despacho.

Espero que llegue la hora de salir jugando al solitario en el ordenador. Sólo así consigo aguantar las horas en mi despacho. Entretengo los papeles para que me duren, haciendo como que los analizo, y de vez en cuando retrocedo alguno. Tengo fama de inflexible en los procedimientos:
-Esta solicitud no se ha hecho en el formato adecuado, Luis.
-Ya lo sé, pero urgía su trámite y en el momento de redactarla no tenía el modelo nuevo a mano; si se da cuenta es prácticamente igual, nadie va a notar que no es el último.
-Yo si lo he notado; rehazlo y me la vuelves a pasar a firma.
-Pero, don Felipe, ¡no va a estar resuelto el trámite para esta tarde, como se necesitaba! -el administrativo  se restregaba las manos, nervioso- ¡Y no hay más plazo de entrega!
-Pues haberlo pensado antes. Y si me disculpas, tengo que mirar unos memorandos y no tengo tiempo de atenderte.

Me marcho exactamente un cuarto de hora después de que se vaya mi jefe, igual que intento llegar al menos cinco minutos antes que él. Y por supuesto, siempre que me llama estoy muy ocupado, saturado de trabajo.

Al salir del trabajo no voy a casa. No tengo (o mejor, no tenemos) hijos. Lo de casarme fue un error: una niña mona, hija de uno de los notarios de la ciudad, acostumbrada a que desde pequeña le dieran todo resuelto. Una buena chica, que, para desgracia suya, se había enamorado de mí. Ya no me interesaba demasiado, y posiblemente nos divorciaremos en breve. Había obtenido de ella lo que quería, un prestigio social, una posición. Ya los amigos de los dos eran más mis amigos.

-Ponme un gin-tonic. Hoy quiero un Citadelle.
-¿Qué tónica desea, señor?
-Me da igual. Pero cárgalo bien, que para eso lo pago.
Y así paso el resto de las tardes, hasta que casi anochece. En el mismo sitio. El chico, aleccionado, se limita a reponerme el vaso cuando lo ve vacío. Sabe que al acabar le pasaré la tarjeta de crédito, sin preguntar cuanto ha sido. Cobrará, y me iré, hasta el día siguiente.

Ya ha terminado el día. Uno más. Y estoy en la cama, buscando el sueño. Sin darme cuenta me quedo dormido, y se repite una escena familiar. Alguien llama a mi despacho. Le indico que pase. Se sienta nervioso en la silla que hay delante de mi mesa y le doy la noticia de su despido. Se echa a llorar, y me cuenta que su mujer está embarazada de nuevo. Me levanto a consolarlo. Me abraza. Yo también le abrazo. Sigue llorando mansamente en mi hombro. Le acaricio el pelo. Vuelve la cara y me besa en la boca. Yo también le beso. Es Miguel.

Suena el despertador sacándome del sueño. Lo apago. Ante mi la nívea extensión del techo. A mi lado siento la respiración de mi mujer, aún dormida. No hay más ruidos en la habitación. Pesado, lento, me levanto y voy hacia la ducha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario