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domingo, 17 de junio de 2012

Relato 8 de L. Feliú Zamora



   Maite y sus amores


   Al  tercer toque de bocina los dos niños se despidieron con prisas de sus compañeros de clase y revolotearon hasta encaramarse en el asiento trasero del coche de su madre.
-¡Hola, mis chicos! –Maite les recibió con la mirada puesta en la pantalla del móvil, tras cerciorarse que había cerrado bien la conexión lo guardó en el bolso. “Después las llamaré”.  Se ajustó la camisa de saldo de Hermes y colocándose las gafas de sol,  consultó de nuevo el reloj. Eran las cinco menos cuarto, el tiempo justo para dejarlos en casa y salir pitando para el café en el club-, me imagino que estaréis hambrientos.
A su espalda se oyó una afirmación al unísono y más risas juguetonas.
Su madre los miró por el espejo retrovisor y sonrió satisfecha.
-Estamos en casa en un periquete, Joanna ya os tiene preparada la merienda –el más pequeño no reía, mantenía la cara pegada al cristal con pose meditabunda- ¿y tú, Pablito? ¿Por qué estás tan serio?
-Nada –dijo sin apartar la vista del exterior.
-¿Nada? -le preguntó- ¿estás seguro? Esa cara está demasiado seria hoy.
 
-Don Jesús me ha reñido, se ha enfadado conmigo -Pablito miró a su madre y esbozó una descolorida sonrisa.
-¿Y eso?
-Le lancé una goma a Ramón y…
-Mal hecho, Pablito –se giró hacia el niño aprovechando una parada en un semáforo. “Mal hecho”. Al verle fruncir el ceño alargó la mano para acariciarle la rodilla-,  pero… verás como mañana Don Jesús ya no estará enfadado porque sé que tú te vas a portar mucho mejor que hoy, ¿a qué si, mi amor? –ese “sé” lo había pronunciado con tono insistente, autoritario y ese “¿a qué sí, mi amor?” de forma suave y tierna.  Aquella táctica siempre funcionaba con Pablito.
Su hijo volvió a sonreír.
Maite sabía cómo actuar en estas circunstancias, siempre sabía cómo actuar ante los pequeños problemas cotidianos de sus hijos. Había que ser dura, sí, con una dureza que permitiera un margen para que los niños pudieran recuperarse y sentirse bien. Arreglado el conflicto se giró de nuevo y continuó conduciendo.



-Y no esperes a que yo llegue para prepararles la cena, Joanna -la mujer le escuchaba atentamente mientras se secaba las manos en un trapo de cocina.
-Si, señora.
-Vigila para que se duchen, ¿lo has entendido? A las ocho en punto, Joanna.
-Si, señora.
-Bien…de más sabes ya lo que tienes que hacer, me marcho –resolvió Maite mientras se dirigía a la entrada.
La mujer, alta y de aspecto siempre cansado, le sonrió mientras la acompañaba a la puerta.
 Joanna llevaba con ellos más de un año, ¿quizás un año y medio? Sí, había llegado unas navidades frías, aquel invierno había traído el frío del Este, le decía su marido. Veía que Joanna no entendía nada porque sonreía por todo y aquello le daba cierto aspecto de bobalicona. Al cabo de tres meses Maite pudo descansar, aliviada porque Joanna ya hacía correctamente las tareas del hogar y sobre todo porque había conseguido borrar de su boca aquella perpetua y tonta sonrisa que ahora sólo usaba cuando la ocasión realmente lo requería. “¿Joanna, lo has entendido?”, era lo único que se le ocurría decir a Marta cuando a veces la veía sonreír sin motivo aparente.
Resopló mientras apuntaba con su mando a la puerta del garaje. En ese instante sonó su móvil.
-Maite, cariño ¿Te queda mucho?
-No, estoy saliendo. Mi chica, estaré en el club en un periquete –Aún hacía uso de ese cariñoso apelativo con todo el mundo, era de las pocas cosas  que guardaba del norte. Hacía cuatro años que a su marido le habían dado el traslado a una sucursal importante de una ciudad del sur y si querían seguir disfrutando del nivel de vida que habían mantenido en el norte Fernando debía aceptar la propuesta, así que muy a su pesar hicieron las maletas rumbo al sur. Bilbao quedaba ahora lo bastante lejos como para añorarlo aunque como la vida daba tantas vueltas quién sabe si terminarían ahí para la jubilación de su marido. Se ajustó de nuevo la camisa, se roció ligeramente con dos toques de “Garçon”, la muestra de un perfume caro que le habían regalado y que para estos casos viajaba de polizón en el salpicadero del coche. Después de abrocharse el cinturón del automóvil  retrocedió hasta conseguir sacarlo del jardín, una vez en la calle  y después de saludar a la vecina de la casa de enfrente con un movimiento de mano propio de la realeza se alejó calle abajo.
-Estás esplendida, Maite, ¿cómo lo haces, cariño?
-Mi trabajito me cuesta…y mi dinerito también… -respondió con una sonrisa pícara mientras se deshacía del bolso y tomaba asiento junto a sus amigas del club.
-¡Y más delgada! –subrayó otra mientras la observaba detenidamente.
-Quizás –respondió Maite mientras se ajustaba los vaqueros. No paro en todo el día. Los niños no me dejan un momento de respiro… ¡Qué os voy a contar, que no sepáis ya!
-Ya… -murmuró María, la de aspecto más joven que rondaba los treinta y pocos. María poseía una melena larga que no dejaba de marear de un lado a otro de la cara. Maite la miró durante unos instantes, María había venido a formar parte del grupo hacía relativamente poco, era la madre de un compañero de la clase de Pablito. A raíz de un cumpleaños habían quedado a tomar café y hasta ahora, no le desagradaba pero tampoco era santa de su devoción.
Maite sonrío y levantó las cejas de forma exagerada, repasando detenidamente los rostros de sus cuatro amigas. Y con tono admirativo les comunicó que tenía algo muy importante que contarles. Un par de días antes había estado tentada por llamar a Irene, con la que congeniaba más dentro del grupo. Había pensado en echar un buen rato al teléfono adelantándole la noticia pero no. “No es lo mismo por teléfono”. Así que se contuvo y esperó hasta el jueves, el día del café, para ponerles al día de las últimas noticias.
-¿Sabéis que de vez en cuando chateo con mis amigas de Bilbao?
Las cuatro asintieron intercambiando cortas miradas entre ellas.
-Casi todos los días hablo con ellas  -repitió.
-Lo sabemos –respondió Irene.
-No os lo vais a creer pero... por culpa de ellas me he enamorado –continuó bajando la voz.
-¿Cómo? –exclamó María con un golpe de melena.
Maite asintió, continuó durante unos segundos repitiendo el mismo gesto de cabeza hasta que las amigas le rogaron que se explicara. Se ajustó la camisa y se colocó sobre su asiento.
-Ya conocéis mi afición por las telenovelas ¿verdad? Bueno por las telenovelas buenas. No me trago cualquier cosa.
Las demás asintieron.
-El otro día una de mis amigas de Bilbao me dice que le eche un vistazo a una dirección de internet en la que se puede seguir la novela, se llama “Corazón de cristal”, ¿os suena?
-Me suena –comentó una, las demás contrajeron sus mejillas sin decir nada.
-¿No os suena? Fue una novela que pusieron hace años en la tele ¡Tuvo muchísimo éxito!
-Me parece que me suena –dijo otra.
-Vamos, chicas, os tiene que sonar seguro. Fue un boom en su tiempo -Maite las observó durante unos instantes, las amigas del club tenían poco que ver con las de Bilbao. “Las de Bilbao están más al día en todo”. Volvió a tener la sensación de que en el sur la vida se ralentizaba hasta extremos insospechados, hasta el punto en que incluso parecían no estar muy al tanto de lo que se hacía o de lo que estaba más de moda y esa sensación algo chirriante la tuvo desde el mismo momento en que pisó por primera vez la ciudad. “Sensación chirriante, esa es la expresión más adecuada". No se consideraba mujer de prejuicios, todo lo contrario, bastante liberal pero a veces aquellas sensaciones de estar más adelantada, de vivir en un lugar más atrasado, era algo que no podía evitar pensar. “Chirriante, eso”
-Bueno ¿y que tiene que ver la telenovela que te han recomendado tus amigas de Bilbao con eso de que te has enamorado, nos lo quieres explicar ya? –resolvió Irene que parecía molesta.
-Veréis, me fui a la dirección de internet y vi una parte del capítulo y…
-¿Y qué? –preguntó esta vez María.
-Y me lo tragué todo. ¡Era sensacional, magnífico! –exclamó Maite, mientras abría el sobrecito blanco y con rapidez sembraba de azúcar su café. Maite, a pesar de ser muy de ciencias como ella mismo decía disfrutaba utilizando adjetivos, sinónimos y más adjetivos especialmente cuando estaba contando algo que realmente le interesaba. No se le ocurriría hablarle así a sus hijos, no ni hablar, porque lógicamente no le entenderían ni tan siquiera a Fernando porque tampoco se enteraría y para qué con Joanna. Sólo usaba aquella forma de hablar con sus amigas y cuando se sentía realmente exaltada-.  Tan extraordinario me pareció el capítulo que me vi tres más. La primera noche me acosté a las tres de la mañana y la segunda y la tercera también.
-¿Y te los has visto todos, verdad? –convino Irene con una sonrisa sarcástica.
-Sí, todos –respondió Maite mostrándose completamente feliz mientras las volvía a observar. Tras una leve inclinación de cabeza de una de ellas tradujo que no se había explicado del todo-. Ahora me volveréis a preguntar qué que tiene que ver con lo que os dije al principio, ¿no? Pues es muy fácil, me he enamorado del protagonista, chicas, de Ramón Mendoza del Páramo.
-¿Del protagonista de la novela? –María soltó una carcajada que perforó el oído de Maite y no sólo el oído sino algo más íntimo, su orgullo. En aquel momento pensó que había cometido una equivocación contando todo aquello delante de su rubia amiga. Quizás debía haber sido más cauta y haber llamado a Irene para compartirlo sólo con ella. A Irene podía confiarle cualquier cosa… a los pocos segundos se olvidó de sus dudas y volvió a retomar su historia dejándose llevar por el embelesamiento que le causaba el solo recuerdo del rostro de Ramón Mendoza del Páramo. Les comentó que incluso en el chat sus amigas y ella elegían temas y escenas de la novela para más tarde intercambiar opiniones sobre los magníficos momentos que les ofrecía el protagonista.
-Una vez leí un libro en el que el personaje principal era un hombre ideal, pero ideal de verdad -añadió Irene apoyando el codo en la mesa mientras le daba vueltas a su café-. Me encantó tanto el protagonista que estuve pensando en él una semana completa hasta tal punto que mi marido comenzó a sospechar, ¡mirad qué bobo!
-¿Era por casualidad el protagonista de alguna novela de Danielle Steel? –la interrumpió María.
-No se quién es ese Danielle Steel –respondió secamente Irene.
-No es un hombre, es una mujer, la autora de novelas románticas, ¡no me puedo creer que nunca hayáis leído una novela de Danielle Steel! –exclamó María.
Maite levantó las manos con la intención de atraer de nuevo la atención del grupo, no deseaba que se desviaran del tema. “Corazón de cristal", continuó,  era una historia que se situaba en México a finales del siglo diecinueve. El protagonista era el hijo bastardo de un ricachón con latifundios dedicados al cultivo del tabaco y  se había enamorado perdidamente de la recién llegada al pueblo, que resultó ser la nueva propietaria de una hacienda vecina a la de su padre, el cual en realidad no sabía que tenía un hijo bastardo... Maite miraba  de forma incesante a sus amigas observando que ponían cada vez más atención, sobre todo en el momento en que explicó con detalle las cualidades físicas del protagonista. “Tiene unos impresionantes ojos color esmeralda”. Desenfundó su móvil de un estuche de color rojo metalizado y lo mostró. “Éste es, lo llevo de salva pantalla
-¿Y qué dice tu marido? –Irene le hizo un gesto señalando la foto del joven.
-¿Fernando? Fernando se ríe  –Maite volvió a guardar su móvil-.  Bien…he investigado en internet y he averiguado algo del actor, vive en México y está retirado del cine.
-¿Y sigue tan guapo?
-Ha cambiado –dio un sorbo a su café y dejó la taza sobre el plato- Bien, ¿qué os parece mi amor?
-Original -respondió María con tono neutro.
Maite fingiendo no haberla oído consultó su reloj. “Es la hora de irse, chicas”


-Ya nos contarás cómo te va con “tu amor virtual” –le voceó María mientras desde su coche Maite se despedía del grupo esbozando de nuevo una amplia sonrisa. Las amigas observaron como  cruzaba el puesto del guardia de seguridad del club y se incorporaba a la carretera.
-¿Te parece original? -le comentó Irene a María mientras observaba alejarse en el automóvil-. Creo que te has quedado corta, es una historia descabellada. Muy propia de ella, la verdad, pero qué puedes esperar de Maite y de… sus amores –soltó enfatizando las últimas palabras, no pudiendo evitar reírse ante las repentinas carcajadas de sus amigas.




-¿Han cenado los niños? Espero que también se hayan duchado, es un poco tarde -Maite cerró la puerta y se deshizo del jersey. Joanna asintió sonriendo. Maite se giró hacia ella y sin mirarla se ajustó la camisa.
-¿Lo has entendido, se han duchado, Joanna?
-Sí, señora –responde algo perpleja-. Los tres ya están en sus dormitorios.

Tras despedirse de sus hijos con un cariñoso beso de buenas noches, consultó el reloj. "Fernando no tardará en llegar". Cerró la habitación de Pablito y con sigilo se acomodó frente al ordenador del estudio de su marido mientras se conectaba a internet. 


Relato 8 de Lucía Feliú Zamora 

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