MAGDALENA
Magdalena
entra en la consulta del Dr. Durango.
-Buenas
tardes Magdalena, pase y siéntese –dice el doctor-.
-Buenas
tardes Dr. Durango –contesta Magdalena-.
Magdalena
se acerca a la mesa del Dr. Durango, separa de la mesa una de las
sillas de moderno diseño tapizadas en piel oscura y se sienta frente
al doctor de forma brusca, dejándose caer en la silla. Poco después
deja su bolso en el asiento de al lado, se quita el abrigo y los
guantes y se estira el cuello vuelto del jersey negro de lana gruesa,
que parece darle demasiado calor. Mira hacia abajo, observa sus
zapatos de corte masculino, algo gastados, y descubre el cordón
desatado del zapato izquierdo. Se seca las palmas de las manos en los
pantalones de pana negra que lleva puestos y se anuda con fuerza el
cordón del zapato izquierdo.
-Vaya
tarde de frío-dice-. Debe hacer cero grados en la calle.
-
Si -asiente el doctor-. Estamos en febrero y el invierno no quiere
marcharse aunque aquí con la
calefacción
se está bien.
-
Si, ya lo creo, yo ahora estoy asfixiada, no sé si será la
calefacción o los sofocos que tengo.
El
Dr. Jacinto Durango Sáenz es especialista en nutrición y
endocrinología, así lo acredita el título que cuelga tras él, en
la pared de la consulta. Aparenta unos sesenta años de edad, con una
complexión fuerte y rostro afable, observa a Magdalena callado desde
su sillón de piel oscura, a juego de la sillas que están en la
consulta, frente a una gran mesa llena de objetos: pisapapeles, una
caja llena de bolígrafos, una foto con una mujer y dos niños y
carpetas azules amontonadas, que parecen historiales de pacientes.
-Bueno,
vamos a ver...- dice el doctor.
Busca
en el montón de las carpetas azules y toma la que pone en grandes
letras mayúsculas de color negro: Magdalena Faisán Pez. La abre y
comienza a leer al mismo tiempo que le dice a Magdalena:
-Magdalena Faisan, tiene cuarenta
y cinco años, está casada, no tiene alergias a medicamentos,
operada de
apéndice, toma ansiolíticos por crisis de ansiedad...
Y
levanta los ojos esperando confirmación por parte de la paciente.
-
Si -dice Magdalena con voz baja sin parar de estirar el cuello
vuelto del jersey.
-
La primera vez que vino a la consulta fue en Septiembre del pasado
año porque quería perder
peso -seguía
leyendo en voz alta, dirigiéndose a la paciente-. Por entonces peso: 94 kilos,
altura:1,57. Perímetro abdominal: 122 centímetros. Le puse
una dieta personalizada y una tabla
de ejercicios, correcto?
-pregunta el doctor mirando a Magdalena.
-Si,
correcto- dice Magdalena, mientras se lleva la mano al tobillo
derecho, baja el calcetín negro
y echada hacia
delante, se rasca con desazón a dicho nivel.
-
Esta es tu cuarta visita, verdad? -pregunta el doctor.
-Sí-contesta ella, mientras deja
de rascarse .
-
Y que tal? Cómo se encuentra?
-
Bien, igual, sin cambios.
-
Cree que ha perdido peso o que ha perdido volumen? Nota que la ropa
le queda más
amplia?
-
No. Creo que estoy igual-dice Magdalena.
-
Se pesa habitualmente?
- No.
-
Está haciendo la dieta y los ejercicios que le mandé?
-
Si -dice en voz baja-. Bueno, a veces. Algunos días se me olvidan
los ejercicios y la
dieta
procuro seguirla pero hay días que me paso un poco.-
Ay,
Magdalena, Magdalena -dice el doctor mientras mira a Magdalena con
cara
de
resignación y le indica con la cabeza que vaya hacia el peso-.
Vamos a
pesarla.¡Luisa- dice en tono
alto el doctor, como si llamara a alguien -. ¡Luisaaa, por
favor!
-
Sí, doctor -dice una joven vestida con bata blanca que acababa de
entrar por una
puerta
lateral en la consulta-. ¿Lo de siempre, doctor? ¿Peso,
altura y contorno?
-
Si, Luisa , por favor vaya diciéndome.
Magdalena
se descalza, le cuesta deshacer el nudo del zapato izquierdo, que
hace unos minutos ha anudado con fuerza, sube al peso y se coloca lo
más recta posible, mientras intenta meter barriga aguantando la
respiración.
-
Peso: 97 kg. Altura: 1,57cm. Perímetro abdominal: 124 cm.
Y
magdalena suelta el aire que tenía retenido en la boca. Baja del
peso, vuelve a ponerse los zapatos y se sienta de nuevo frente al
doctor.
-Vamos
a ver-dice el doctor-.Tengo aquí los resultados de los últimos
análisis: no tiene
anemia,
el estudio de la función tiroidea es normal, glucemia
normal, análisis de
orina sin alteraciones...
-¿Está
todo bien?-pregunta Magdalena interesada.
-Todo, todo no. Los análisis están
perfectos pero la exploración física demuestra que no está
haciendo la dieta ni el
ejercicio. A mí no me puede engañar.
-Bueno,
es que me cuesta mucho. Un día hago dieta pero el siguiente me entra
un hambre
tan
voraz que me como todo lo que encuentro por casa. El otro día
sin ir más
lejos: me fui al trabajo
andando, me lleve un tartera con acelgas
cocidas, merendé
un yogur y en casa, cené sopa de
verduras y un vaso de leche descremada...
-Eso
está muy bien Magdalena -dice el doctor mientras asiente con la
cabeza.
-Pero
me metí en la cama -continua Magdalena-, empecé a soñar que estaba
en una pastelería,
me
desperté, me entraron los nervios, no me podía dormir, me
levanté derecha
a la cocina y acabé
con el bote de mayonesa, la hogaza de pan, las galletas
de mantequilla, las torrijas.....
-Magdalena,
tiene que cambiar de actitud. Ha de mentalizarse. Por su salud no puede
continuar
así. Su marido debería venir con usted a la consulta, él
también tendría
que ayudarla a comprender
que debe modificar sus hábitos de vida.
Es usted
muy joven para abandonarse.
-Tiene razón, doctor. Pero es
que mi marido tiene un horario tan malo en el trabajo...
-Bueno, pues venga con su madre o
algún familiar o amigo que la pueda apoyar. Lo
que está claro
es que usted ha de comprometerse con el tratamiento,
de lo
contrario no tiene sentido que
siga
viniendo a la consulta -dice el doctor de forma
tajante-. Le voy a mandar unas
pastillas para la
ansiedad más fuertes, un régimen de
dos mil kilocalorías, una tabla de ejercicios que podrá hacer
en
casa y solo le ocuparan treinta minutos diarios
y acudirá a terapia de grupo una vez a la
semana,con
personas que tienen el mismo problema que usted.¿De acuerdo,
Magdalena?
Recuerde que no debe abusar de
las pastillas, debe hacer la dieta y el ejercicio y no saltarse ni
una sesión del
grupo.
-De
acuerdo. No le defraudaré, se lo prometo.
El
doctor se inclina hacia delante, extiende su brazo y le ofrece la
mano derecha a Magdalena, a modo de despedida. Esta se levanta, coge
sus prendas de abrigo de la silla de al lado, cruza su mano con él
y sale de la consulta con el sobre del tratamiento en la mano.
Son
las ocho de la tarde. En la calle hace frío y llueve. La sala está
llena de gente, que ocupa la mayoría de la sillas dispuestas en un
gran círculo. Unos charlan animados, otros, en silencio, esperan el
inicio de la reunión. Magdalena entra en la sala, se acerca a una de
las sillas vacías y toma asiento. Se quita la gabardina y cuelga el
paraguas en el respaldo trasero de su silla. Callada, espera a que
ocurra algo. Una mujer de mediana edad entra en la sala y ocupa una
silla con un micrófono delante.
-Buenas
tardes a todos. Para los que vienen hoy por primera vez soy Marina,
la psicóloga de
“ Dile adios a los kilos y a los complejos”.
- Buenas
tardes-contestan. -¿Como ha ido la semana?-pregunta en general al público.
La
mayoría del público permanece callado, un chico joven, de unos
veinte años, contesta:
- Bien,
he perdido tres kilos. He ido al gimnasio dos veces a la semana, he
retomado las clases en el
instituto y las cosas en casa van algo
mejor, ya no soy el hermano bola de grasa que está todo el
día en
el sofá.
- Muy
bien, Daniel -dice Marina-. Un cambio de comportamiento ayuda al
cuerpo y al espíritu. - Yo he perdido un kilo y medio-dice una señora de mediana edad-. Continuo caminando con mi
marido todas las tardes, me encuentro mejor y la relación entre nosotros dos ha mejorado.
- Bien Manuela - dice Marina-. Llevas poco tiempo con nosotros pero lo estás haciendo muy bien.
Es muy importante hacer partícipe a tu pareja.
- Yo no he perdido nada, pero tampoco he ganado- dice una chica joven, sentada junto a
Magdalena. Ya hace seis meses que estoy aquí, engordé cuando mi antiguo novio me dejo
plantada en el altar. Ahora he aceptado que las cosas no son siempre como queremos y hay que
seguir adelante. Me siento mucho mejor, perdí seis kilos durante los primeros 5 meses, y ahora
estoy manteniéndome. Ah! y tengo otro novio.
- Bueno Alicia, tú ya sabes que una vez se pierde una cantidad moderada de peso lo importante es
resistir y continuar con el mismo modo de vida saludable-responde Marina-. Enhorabuena por tu
nuevo novio.
- Gracias-dice Alicia sonriente.
-Hay alguien nuevo con nosotros? Veo alguna cara nueva -dice la psicóloga-. Por favor levantar la
mano y presentaos al grupo.
Dos
manos se elevan por encima del circulo formado por los asistentes. La
psicóloga mira a las dos personas que han levantado la mano y les
anima a hablar .Toma
la palabra una mujer rubia, pequeña y muy obesa, que comienza a
hablar con soltura:
-Mi
nombre es Águeda. Tengo cincuenta y ocho años, tres hijos y dos
nietos. Peso
ciento un kilos
y empecé a engordar hace dos años, cuando mi hija
pequeña se fue de casa. Me quedé sola: mi
marido en el trabajo, mi hijas
con sus cosas, los nietos en el colegio, yo todo el día sola, la
comida me calmaba la soledad, descuidé a mi marido y me he alejado
de mis
hijos. Pero estoy aquí
para cambiar, quiero perder peso y quiero
volver a estar
pendiente de mi familia.
- Un
aplauso y nuestra bienvenida a Águeda -dice Marina.
Todos
los asistente aplauden enérgicamente, mirando a Águeda, con gestos
de complicidad. Acaban los aplausos. Magdalena permanece callada. Hay
un silencio durante unos segundos hasta que Marina , mirando a
Magdalena, dice:
-Me
parece que tú también has levantado la mano. ¿Quieres
presentarte?
- Si,
bueno-comienza Magdalena a hablar de forma titubeante-.Yo soy
Magdalena, tengo cuarenta y cinco años, peso noventa y siete kilos y siempre he sido gorda. Llevo casada diez años, no
tengo hijos y como mucho porque tengo ansiedad: a veces me levanto por la noche llorando y lo
único que me calma es comer, otras veces, cuando voy por la calle y estoy desanimada, entro en
una pastelería y no puedo parar de comer pasteles. Ya de pequeña me pasaba algo parecido,
cuando mi madre me regañaba me escondía en la despensa y me pasaba la tarde allí, comiendo
mientras lloraba...
- Un aplauso para Magdalena y ¡ Bienvenida!!
El
público aplaude con entusiasmo. Magdalena baja la cabeza
avergonzada, entonces Marina vuelve a preguntar a Magdalena:
- Y
¿ Por qué quieres cambiar?¿Que esperas de esta terapia?
- No
sé -dice ella-. Mi marido hace años que no me hace caso, apenas
hablamos, sé desde hace tiempo que tiene un amante. Mis padres murieron, no tengo hermanos y el trabajo simplemente
me distrae. Mi vida en una rutina bastante aburrida.El Dr. Durango dijo que sería bueno para mí
venir a terapia y aquí estoy, supongo que me vendrá bien perder peso.
Un
silencio abismal se hace en la sala. Todos miran a Magdalena, nadie
dice nada. Magdalena se seca las palmas de las manos en el pantalón
y continua hablando.
-No
se preocupen. Llevo años viviendo así, por eso tengo ansiedad y no
puedo parar de comer. El
Dr. Durango dijo que me ayudaría venir
aquí, pero no sé si ustedes podrán hacer algo.
-Estás
en el sitio adecuado, Magdalena-dice Marina-. Aquí vas a encontrar
apoyo para volver aa vivir. Has de retomar tu vida, cuidarte y ser feliz. Para empezar comienza a tutearnos. Animo,
te vamos a ayudar.
Los asistentes rompen el silencio:
-Y yo también -dice otro-. Es duro, pero hay que intentarlo.
-Si, sí, animo -dice Alicia entusiasmada-. Ya verás, mira yo....
Magdalena
sonríe con tristeza y da las gracias a todos. Todos callan por orden
de la psicóloga, que sigue hablando:
-Ahora
respirar profundamente, inspirar, espirar despacio, relajados...
Mas
tarde da las instrucciones pertinentes para la próxima semana y se
despide de todos afectuosamente, mientras recuerda pagar la cuota de
asistencia en el hall de entrada.
El
público se levanta. Hablan entre ellos mientras salen. Magdalena se
levanta, se pone la gabardina y se va sin despedirse de nadie. Llueve
y hace viento. Camina por la calle bajo el paraguas. Hay un bar en la
cera de enfrente abierto. Entra, se acerca a la barra y pide una
cerveza. Abre el bolso y saca un papel y un bolígrafo. Comienza a
escribir:
“ Querido
Antonio, ya no aguanto más. Sé de sobra que tienes una amante. Ya
no me importa. Mi vida hace tiempo, no tiene sentido. Después de
tardes de consulta, terapias y pastillas veo clara la solución. He
de alejarme de ti. Quiero empezar de nuevo: otro trabajo, otra
ciudad, otra gente. Mañana, después que tú te hayas ido al
trabajo, recogeré mis cosas, retiraré todo el dinero de nuestra
cuenta bancaria y me iré. Lo siento pero no tengo otra alternativa,
no es una cuestión de obesidad,de ansiedad ni depresión, se trata de disfrutar, quiero vivir. No me busques.
Firmado Magdalena”.
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