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miércoles, 13 de junio de 2012

RELATO 6 de Enriqueta Bataller de Juan

              
                                        MAGDALENA 

  Magdalena entra en la consulta del Dr. Durango.
          -Buenas tardes Magdalena, pase y siéntese –dice el doctor-.
          -Buenas tardes Dr. Durango –contesta Magdalena-.
  Magdalena se acerca a la mesa del Dr. Durango, separa de la mesa una de las sillas de moderno diseño tapizadas en piel oscura y se sienta frente al doctor de forma brusca, dejándose caer en la silla. Poco después deja su bolso en el asiento de al lado, se quita el abrigo y los guantes y se estira el cuello vuelto del jersey negro de lana gruesa, que parece darle demasiado calor. Mira hacia abajo, observa sus zapatos de corte masculino, algo gastados, y descubre el cordón desatado del zapato izquierdo. Se seca las palmas de las manos en los pantalones de pana negra que lleva puestos y se anuda con fuerza el cordón del zapato izquierdo.
     -Vaya tarde de frío-dice-. Debe hacer cero grados en la calle.
     - Si -asiente el doctor-. Estamos en febrero y el invierno no quiere marcharse aunque aquí con la 
      calefacción se está bien.
    - Si, ya lo creo, yo ahora estoy asfixiada, no sé si será la calefacción o los sofocos que tengo.
  El Dr. Jacinto Durango Sáenz es especialista en nutrición y endocrinología, así lo acredita el título que cuelga tras él, en la pared de la consulta. Aparenta unos sesenta años de edad, con una complexión fuerte y rostro afable, observa a Magdalena callado desde su sillón de piel oscura, a juego de la sillas que están en la consulta, frente a una gran mesa llena de objetos: pisapapeles, una caja llena de bolígrafos, una foto con una mujer y dos niños y carpetas azules amontonadas, que parecen historiales de pacientes.
          -Bueno, vamos a ver...- dice el doctor.
  Busca en el montón de las carpetas azules y toma la que pone en grandes letras mayúsculas de color negro: Magdalena Faisán Pez. La abre y comienza a leer al mismo tiempo que le dice a Magdalena:
       -Magdalena Faisan, tiene cuarenta y cinco años, está casada, no tiene alergias a medicamentos,  
        operada de apéndice, toma ansiolíticos por crisis de ansiedad...
   Y levanta los ojos esperando confirmación por parte de la paciente.
       - Si -dice Magdalena con voz baja sin parar de estirar el cuello vuelto del jersey.
     - La primera vez que vino a la consulta fue en Septiembre del pasado año porque quería perder 
        peso -seguía leyendo en voz alta, dirigiéndose a la paciente-. Por entonces peso: 94 kilos, 
        altura:1,57. Perímetro abdominal: 122 centímetros. Le puse una dieta personalizada y una tabla 
        de  ejercicios, correcto? -pregunta el doctor mirando a Magdalena.
      -Si, correcto- dice Magdalena, mientras se lleva la mano al tobillo derecho, baja el calcetín negro 
         y echada hacia delante, se rasca con desazón a dicho nivel.
       - Esta es tu cuarta visita, verdad? -pregunta el doctor.
       -Sí-contesta ella, mientras deja de rascarse .
       - Y que tal? Cómo se encuentra?
       - Bien, igual, sin cambios.
     - Cree que ha perdido peso o que ha perdido volumen? Nota que la ropa le queda más amplia?
    - No. Creo que estoy igual-dice Magdalena.
- Se pesa habitualmente?
- No.
- Está haciendo la dieta y los ejercicios que le mandé?  
- Si -dice en voz baja-. Bueno, a veces. Algunos días se me olvidan los ejercicios y la dieta 
 procuro seguirla pero hay días que me paso un poco.-
 Ay, Magdalena, Magdalena -dice el doctor mientras mira a Magdalena con cara
  de resignación y le indica con la cabeza que vaya hacia el peso-. Vamos a
             pesarla.¡Luisa- dice en tono alto el doctor, como si llamara a alguien -. ¡Luisaaa, por favor!
           - Sí, doctor -dice una joven vestida con bata blanca que acababa de entrar por una puerta  
             lateral  en la consulta-. ¿Lo de siempre, doctor? ¿Peso, altura y contorno?
           - Si, Luisa , por favor vaya diciéndome.
   Magdalena se descalza, le cuesta deshacer el nudo del zapato izquierdo, que hace unos minutos ha anudado con fuerza, sube al peso y se coloca lo más recta posible, mientras intenta meter barriga aguantando la respiración.
       - Peso: 97 kg. Altura: 1,57cm. Perímetro abdominal: 124 cm.
   Y magdalena suelta el aire que tenía retenido en la boca. Baja del peso, vuelve a ponerse los zapatos y se sienta de nuevo frente al doctor.
    -Vamos a ver-dice el doctor-.Tengo aquí los resultados de los últimos análisis: no  tiene anemia,   
      el estudio de la función tiroidea es normal, glucemia normal, análisis  de orina sin alteraciones...
         -¿Está todo bien?-pregunta Magdalena interesada.
         -Todo, todo no. Los análisis están perfectos pero la exploración física demuestra que no está   
           haciendo la dieta ni el ejercicio. A mí no me puede engañar.
        -Bueno, es que me cuesta mucho. Un día hago dieta pero el siguiente me entra un  hambre tan 
          voraz que me como todo lo que encuentro por casa. El otro día sin ir más lejos: me fui al trabajo  
          andando, me lleve un tartera con acelgas cocidas, merendé un yogur y en casa, cené sopa de 
          verduras y un vaso de leche descremada...
        -Eso está muy bien Magdalena -dice el doctor mientras asiente con la cabeza.
        -Pero me metí en la cama -continua Magdalena-, empecé a soñar que estaba en una pastelería, me 
         desperté, me entraron los nervios, no me podía dormir, me levanté derecha a la cocina y acabé 
         con el bote de mayonesa, la hogaza de pan, las galletas de mantequilla, las torrijas.....
       -Magdalena, tiene que cambiar de actitud. Ha de mentalizarse. Por su salud no puede continuar    
         así. Su marido debería venir con usted a la consulta, él también tendría que ayudarla a comprender
         que debe modificar sus hábitos de vida. Es usted muy joven para abandonarse.
   -Tiene razón, doctor. Pero es que mi marido tiene un horario tan malo en el trabajo...
   -Bueno, pues venga con su madre o algún familiar o amigo que la pueda apoyar. Lo que está claro 
     es que usted ha de comprometerse con el tratamiento, de lo  contrario no tiene sentido que siga  
     viniendo a la consulta -dice el doctor de forma tajante-. Le voy a mandar unas pastillas para la 
     ansiedad más fuertes, un régimen de dos mil kilocalorías, una tabla de ejercicios que podrá hacer 
     en casa y solo le ocuparan treinta minutos diarios y acudirá a terapia de grupo una vez a la 
     semana,con personas que tienen el mismo problema que usted.¿De acuerdo, Magdalena? 
     Recuerde que no debe abusar de las pastillas, debe hacer la dieta y el ejercicio y no saltarse ni  
     una sesión del grupo.
       -De acuerdo. No le defraudaré, se lo prometo.

   El doctor se inclina hacia delante, extiende su brazo y le ofrece la mano derecha a Magdalena, a modo de despedida. Esta se levanta, coge sus prendas de abrigo de la silla de al lado, cruza su mano con él y sale de la consulta con el sobre del tratamiento en la mano.







   Son las ocho de la tarde. En la calle hace frío y llueve. La sala está llena de gente, que ocupa la mayoría de la sillas dispuestas en un gran círculo. Unos charlan animados, otros, en silencio, esperan el inicio de la reunión. Magdalena entra en la sala, se acerca a una de las sillas vacías y toma asiento. Se quita la gabardina y cuelga el paraguas en el respaldo trasero de su silla. Callada, espera a que ocurra algo. Una mujer de mediana edad entra en la sala y ocupa una silla con un micrófono delante.
      -Buenas tardes a todos. Para los que vienen hoy por primera vez soy Marina, la psicóloga de 
       “ Dile adios a los kilos y a los complejos”.
     - Buenas tardes-contestan. 
      -¿Como ha ido la semana?-pregunta en general al público.
  La mayoría del público permanece callado, un chico joven, de unos veinte años, contesta:
     - Bien, he perdido tres kilos. He ido al gimnasio dos veces a la semana, he retomado las clases en el  
       instituto y las cosas en casa van algo mejor, ya no soy el hermano bola de grasa que está todo el  
       día en el sofá.
     - Muy bien, Daniel -dice Marina-. Un cambio de comportamiento ayuda al cuerpo y al espíritu. 
      - Yo he perdido un kilo y medio-dice una señora de mediana edad-. Continuo caminando con mi 
         marido todas las tardes, me encuentro mejor y la relación entre nosotros dos ha mejorado. 
       - Bien Manuela - dice Marina-. Llevas poco tiempo con nosotros pero lo estás haciendo muy bien.  
        Es muy importante hacer partícipe a tu pareja. 
      - Yo no he perdido nada, pero tampoco he ganado- dice una chica joven, sentada junto a  
        Magdalena. Ya hace seis meses que estoy aquí, engordé cuando mi antiguo novio me dejo    
       plantada en el altar. Ahora he aceptado que las cosas no son siempre como queremos y hay que  
       seguir adelante. Me siento mucho mejor, perdí seis kilos durante los primeros 5 meses, y ahora 
       estoy manteniéndome. Ah! y tengo otro novio. 
      - Bueno Alicia, tú ya sabes que una vez se pierde una cantidad moderada de peso lo importante es  
        resistir y continuar con el mismo modo de vida saludable-responde Marina-. Enhorabuena por tu 
       nuevo novio. 
       - Gracias-dice Alicia sonriente. 
       -Hay alguien nuevo con nosotros? Veo alguna cara nueva -dice la psicóloga-. Por favor levantar la 
       mano y presentaos al grupo.
   Dos manos se elevan por encima del circulo formado por los asistentes. La psicóloga mira a las dos personas que han levantado la mano y les anima a hablar .Toma la palabra una mujer rubia, pequeña y muy obesa, que comienza a hablar con soltura:
       -Mi nombre es Águeda. Tengo cincuenta y ocho años, tres hijos y dos nietos. Peso ciento un kilos 
        y empecé a engordar hace dos años, cuando mi hija pequeña se fue de casa. Me quedé sola: mi 
        marido en el trabajo, mi hijas con sus cosas, los nietos en el colegio, yo todo el día sola, la
       comida me calmaba la soledad, descuidé a mi marido y me he alejado de mis hijos. Pero estoy aquí 
       para cambiar, quiero perder peso y quiero volver a estar pendiente de mi familia.
        - Un aplauso y nuestra bienvenida a Águeda -dice Marina.
  Todos los asistente aplauden enérgicamente, mirando a Águeda, con gestos de complicidad. Acaban los aplausos. Magdalena permanece callada. Hay un silencio durante unos segundos hasta que Marina , mirando a Magdalena, dice:
       -Me parece que tú también has levantado la mano. ¿Quieres presentarte?
     - Si, bueno-comienza Magdalena a hablar de forma titubeante-.Yo soy Magdalena, tengo cuarenta 
        y  cinco años, peso noventa y siete kilos y siempre he sido gorda. Llevo casada diez años, no 
        tengo hijos y como mucho porque tengo ansiedad: a veces me levanto por la noche llorando y lo 
        único que me calma es comer, otras veces, cuando voy por la calle y estoy desanimada, entro en 
        una pastelería y no puedo parar de comer pasteles. Ya de pequeña me pasaba algo parecido, 
        cuando mi madre me regañaba me escondía en la despensa y me pasaba la tarde allí, comiendo 
        mientras lloraba... 
       - Un aplauso para Magdalena y ¡ Bienvenida!!
   El público aplaude con entusiasmo. Magdalena baja la cabeza avergonzada, entonces Marina vuelve a preguntar a Magdalena:
        - Y ¿ Por qué quieres cambiar?¿Que esperas de esta terapia?
      - No sé -dice ella-. Mi marido hace años que no me hace caso, apenas hablamos, sé desde hace  
         tiempo que tiene un amante. Mis padres murieron, no tengo hermanos y el trabajo simplemente 
        me distrae. Mi vida en una rutina bastante aburrida.El Dr. Durango dijo que sería bueno para mí 
        venir a terapia y aquí estoy, supongo que me vendrá bien perder peso.
  Un silencio abismal se hace en la sala. Todos miran a Magdalena, nadie dice nada. Magdalena se seca las palmas de las manos en el pantalón y continua hablando.
        -No se preocupen. Llevo años viviendo así, por eso tengo ansiedad y no puedo parar de comer. El 
         Dr. Durango dijo que me ayudaría venir aquí, pero no sé si ustedes podrán hacer algo.
       -Estás en el sitio adecuado, Magdalena-dice Marina-. Aquí vas a encontrar apoyo para volver a
         a vivir. Has de retomar tu vida, cuidarte y ser feliz. Para empezar comienza a tutearnos. Animo,  
         te  vamos a ayudar. 
     Los asistentes rompen el silencio:
          - ¡Claro!, yo estaba igual cuando vine-dice uno de ellos. 
          -Y yo también -dice otro-. Es duro, pero hay que intentarlo. 
          -Si, sí, animo -dice Alicia entusiasmada-. Ya verás, mira yo....
   Magdalena sonríe con tristeza y da las gracias a todos. Todos callan por orden de la psicóloga, que sigue hablando:
         -Ahora respirar profundamente, inspirar, espirar despacio, relajados...
  Mas tarde da las instrucciones pertinentes para la próxima semana y se despide de todos afectuosamente, mientras recuerda pagar la cuota de asistencia en el hall de entrada.


    El público se levanta. Hablan entre ellos mientras salen. Magdalena se levanta, se pone la gabardina y se va sin despedirse de nadie. Llueve y hace viento. Camina por la calle bajo el paraguas. Hay un bar en la cera de enfrente abierto. Entra, se acerca a la barra y pide una cerveza. Abre el bolso y saca un papel y un bolígrafo. Comienza a escribir:
  “ Querido Antonio, ya no aguanto más. Sé de sobra que tienes una amante. Ya no me importa. Mi vida hace tiempo, no tiene sentido. Después de tardes de consulta, terapias y pastillas veo clara la solución. He de alejarme de ti. Quiero empezar de nuevo: otro trabajo, otra ciudad, otra gente. Mañana, después que tú te hayas ido al trabajo, recogeré mis cosas, retiraré todo el dinero de nuestra cuenta bancaria y me iré. Lo siento pero no tengo otra alternativa, no es una cuestión de obesidad,de ansiedad  ni depresión, se trata de disfrutar, quiero vivir. No me busques. Firmado Magdalena”.

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