El hijo del dios nació en la aldea
Justo en la
mitad de la ladera de la montaña está el templo sintoísta de la aldea, el cual
es dedicado al dios de la sagrada montaña.
-Sacerdote,
siento que ya falta poco –le dice una joven muchacha al sacerdote.
-¿Cómo te
sientes, hija? –le contesta a la joven el no tan viejo pero tampoco muy joven
sacerdote sin mirarla. Sigue limpiando el altar con un plumero de papel.
-Bien, muy bien.
Creo que todo va a salir bien. Pero, –a su cara de la muchacha se le nota una
vaga ansiedad y algo más- solo me preocupa lo que dirán sobre mi hijo en el
pueblo. Rumorean que va a nacer un monstruo, sabe usted.
-Tranquila,
hija. Te basta con saber que no es verdad –el sacerdote voltea hacia ella y
mira fijamente a sus ojos-. No puede nacer un monstruo desde el vientre de una
doncella como tú.
-Ya, pero
si usted dice que no es su hijo, ¿quién va a ser el padre de mi hijo?
-Bueno, aun
así, -el sacerdote se pone a limpiar el altar de nuevo como si sacudiera la
mirada de la muchacha- el bebé no puede ser un monstruo.
-Ya lo sé, sacerdote.
Pero la gente del pueblo dicen que sí. Dicen que soy una doncella. Dicen que en
esta montaña no vive nadie más que usted y yo. Y si usted es un santo, como dicen
la gente del pueblo, ¿quién va a ser el padre de mi hijo? –las mejillas de la
muchacha se encienden de enardecimiento-. El otro día que bajé a la aldea, me
preguntaron y no supe qué decir. Luego, mi tía me dijo que en el pueblo se rumoreaba
que me embaracé de un ogro.
-Hija, tú
sabes que no existen ogros en esta sagrada montaña –el sacerdote lleva a la
muchacha al corredor exterior del templo, la sienta ahí y él también se sienta
al lado de ella.
-Lo sé,
sacerdote. Pero, ¿por qué cree usted que no es su hijo?
-Mira,
hija, yo me he dedicado toda mi vida a venerar esta sagrada montaña. Me he dedicado
a cuidar este templo que también es muy sagrado. Lo es para la gente del pueblo,
también. Lo saben toda la aldea y la gente me respeta por lo mismo –al decirlo,
el sacerdote expira profundo para calmarse a sí mismo, y sigue en un tono más
suave que antes- Después de tantos años de devoción, no puede ser que tenga un
hijo. No puede ser.
-Sacerdote,
-dice la muchacha, sin mirar su cara. Está mirando, sin mirar, las casas de la
aldea que se ven al pie de la montaña- no le pido que usted sea el padre de mi
hijo. Solo me preocupa el futuro del niño, si lo ven como un monstruo al
pobrecito, y ni siquiera ha nacido aún. Solo me preocupa su futuro, solo eso.
-Entiendo –contesta
el sacerdote.
Al oscurecerse, se refresca el aire en la montaña. Los dos, el sacerdote y la
muchacha, se acuestan en el suelo, en un cuarto del templo. El sacerdote dice;
-Escucha,
hija, te quiero decir algo.
-Dígame,
sacerdote.
-Estaba
pensando toda la tarde sobre lo que hablamos, sobre el origen de la nueva vida –el
sacerdote pone su mano suavemente encima del vientre de la muchacha- que tienes
aquí dentro. Si esta criatura no es mi hijo, y mucho menos un monstruo, ¿porqué
no puede ser el hijo de la deidad de la montaña?
-¿Cómo? –la
muchacha se incorpora exclamando.
-Estoy
seguro de que va a nacer el hijo del dios –el sacerdote también se incorpora.
-Pero, no
puede ser, si soy una mujer cualquiera. No puede ser –la muchacha se pone
nerviosa.
-Hija mía, escúchame.
Yo creo que es lógico que pensemos en esta manera. El dios de la montaña,
agradecido por mi devoto servicio, me regaló un hijo. Más bien, me encargó un
hijo suyo. Primero, llegaste tú a este humilde templo como un obsequio del
cielo, luego pasó lo que pasó por la divina voluntad de todas las deidades de
todas las tierras, y ahora, él me otorga un hijo.
-Entonces,
-a la muchacha se le ha quitado la ansiedad y ahora brillan los ojos con
emoción- ¿yo voy a ser la madre de un
dios?
-Mmm, -tras
pensar unos segundos apoyando la cabeza en la mano izquierda, el sacerdote contesta-,
si seguimos esta lógica divina y providencial, tú podrías ser la madre del hijo
del dios.
-¿De verdad?
¿Es verdad, sacerdote?
-Podría ser,
en teoría –aun su rostro no se ve muy convencido.
-Oiga, sacerdote,
pero entonces, ¿a usted le parece bien que la madre de un dios se vista tan
pobremente? ¿No cree que es mejor ponerme kimono de seda y una peineta de
marfil?
-Hija, mejor
ya durmamos hoy. Mañana tendremos que madrugar como siempre -al decirlo, él
apaga la vela con un soplo. Se acuesta de nuevo al suelo y cierra los ojos.
-Oiga,
sacerdote –susurra la muchacha al oído del sacerdote, pero él no contesta, haciéndose
el dormido.
-Buenas
tardes, Kuma.
-Buenas
tardes Hachi. ¿Qué tal el día?
-Aquí, ya
sabes, a trabajar.
En la senda
que atraviesa la aldea, la cual se encuentra al pie de la sagrada montaña, se
saludan dos campesinos.
-Oye, por
cierto, ya te enteraste del monstruo –dice Kuma a Hachi.
-¿Cuál
monstruo? –Hachi pone su laya al suelo. Kuma hace lo mismo.
-El
monstruo del templo. La jorobada dice que la muchacha del templo pronto va a
dar a luz a un monstruo, hijo de un ogro de la montaña.
-Deja de
decir babosadas, pendejo. No hay ningún ogro en la montaña. ¿De verdad, crees
lo que dice esa vieja chiflada? –Hachi se sienta en la sombra de un árbol que
está al lado de la senda. Kuma también se sienta en la misma sombra.
-Oye, pero
la muchacha del templo es una doncella. Y se embarazó. Si no es un ogro, ¿quién puede ser? –dice Kuma.
-Mmm, quién
sabe. Solo sé que no hay ogro en la montaña –Hachi cierra los ojos muy
significativamente-. A lo mejor, es el dios de la montaña.
-¿Qué pasa
con el dios de la montaña? –pregunta Kuma.
-Tal vez, es
el dios de la montaña el que embarazó a la muchacha.
-¡Cómo! –grita
Kuma- ¿Te volviste loco o qué?
-Otro día le
oí a la anciana cara de tejón y ella decía algo así.
-Pero si
todo el pueblo sabe que la tejona es una mentirosa, ¿cómo puedes creer esas
babosadas? ¿No te acuerdas que una vez ella dijo que su abuelo, que en paz
descanse, curó un enfermo solo por tocarlo con su mano?
-Mira, Kuma
-Hachi trata de poner una cara seria-. Tú dices que un ogro puede embarazar a
una doncella. Yo digo que un dios puede hacer lo mismo. Ahora, ¿cuál crees que es
más poderoso, un ogro o el dios de la sagrada montaña?
-Mmm, es difícil
–Kuma se pone pensativo.
-¡Cómo que “mmm,
es difícil”, pendejo! Claro que el dios de la montaña es más poderoso. Si él
desea, hasta puede embarazarte a ti, Kuma. Así que anda con mucho cuidado.
Nunca dudes el sagrado poder del dios de la montaña.
-¿Tú crees?
–pregunta Kuma.
-Claro que
sí –contesta Hachi-. Para él, embarazarte a ti, a la jorobada, a la anciana cara
de tejón y a todas las mujeres del pueblo de una vez es más fácil que despertarse
por la mañana.
-Pero, ¿el
dios de la montaña duerme? –pregunta Kuma.
-Mmm, muy
buena pregunta. Como no he visto al dios de la montaña ni despierto ni dormido,
no puedo contestar a tu pregunta. A lo mejor, el dios no duerme.
-¿Y dormirá
el hijo del dios de la montaña?, si es hijo del dios de verdad–Pregunta Kuma.
-Ya lo
veremos, -contesta Hachi- creo que falta poco para que nazca.
Cuando ha
pasado más de media hora charlando los dos campesinos, les viene corriendo una
niña, nieta de la jorobada, y grita;
-¡Es una
niña!
-Qué pasa,
chiquilina. Tú sí que eres una niña –le dice Hachi a la niña.
La niña
trata de decir algo, pero se queda sin aliento durante un instante, resollando
por haber corrido a más no poder.
-Tranquila,
pequeñina –dice Kuma-. A ver, ¿qué pasa con una niña?
Por fin,
dice la niña, luciendo sus ojos;
-Es una
niña.
-Pero, ¿de
quién estás hablando? –pregunta Hachi.
-La hija
del sacerdote –contesta la niña-. La hija de la muchacha del templo, ya sabéis.
Es una niña, no fue un niño.
-Vaya –Kuma,
sonriendo, ve la cara de Hachi de reojo.
-Oye chiquilina,
-Hachi, también muy sonriente, empieza a hablar a la niña- hay cosas que no se
pronuncian, aunque sí. Yo no creo que sea la hija del sacerdote. Ese muchacho
es un santo.
-Hachi, yo solo
vine a deciros que esta noche hay una fiesta en mi casa, no para que me des un sermón.
La está preparando mi abuela para festejar el nacimiento del bebé. Tengo que
avisarles a toda la aldea, estoy muy ocupada. Nos vemos más tarde –al decirlo,
la niña se echa a correr hacia el molino por donde hay más jacales.
Pero al
correr unos veinte metros, la niña se detiene, voltea y grita;
-¡Oye, ya
voy a cumplir doce años y yo estoy segura de que es hija del sacerdote!
Los dos
campesinos se rompen a reír.
-Oye –dice Hachi
a Kuma-. Así que ya nació el hijo del dios.
-Así es,
Hachi. Ya nació el hijo del ogro –contesta Kuma-. Pero, a lo mejor es hijo del
sacerdote.
-Quizá sí,
quizá no. De todos modos, es un motivo para festejar. Nació una niña en nuestra
aldea –se levanta Hach y sacude la parte trasera con las manos. Kuma hace lo
mismo.
-Así que
hoy tenemos una fiesta –dice Kuma.
-Así es –contesta
Hachi.
Los dos
campesinos cogen las layas y juntos se ponen a caminar hacia el campo.
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