Invisible
Miro a través del cristal del autobús que nos lleva al
aeropuerto, mi hermana y mi cuñado han permanecido en silencio durante todo el viaje. El autobús se detiene y alguien con una maleta entra, viaja solo. Es muy temprano, vuelvo a mirar y veo a dos mujeres de piel oscura andar por la calle, van cargadas con bultos y llevan faldas largas, no tienen aspecto limpio. Me acurruco en mi asiento esperando mi turno y cierro los ojos. "Ellas también son invisibles y quizás no lo saben". No he sabido el significado de la palabra invisible hasta que
llegué a este país hace seis años, desde ese momento me hice uno de ellos. Hoy
abandono el país, no puedo enviar más dinero a mi patria porque no lo gano y
ellos, los de extranjería, me han aconsejado que vuelva a mi tierra. “A cambio
tendrás el billete gratis” me dijeron y yo les hice caso. Sin embargo, mi hermana,
con la que me vine a este país, ha decidido quedarse porque no ha perdido su
empleo. Ella dice que no es como yo, muchas veces me ha dicho que por mucho que
lo intente yo seguiré siendo invisible, me dice que durante seis años me he
comportado como un invisible y que ya seguiré siendo invisible hasta que me muera. Tomo mi bolsa, la beso y me alejo por la puerta de embarque.
“Ya te llamaré cuando llegue, hermana”, le digo. Ella y su marido permanecen inmóviles, sólo mueven sus manos con la repetición de las marionetas que solíamos ver de
pequeños en la plaza de Cumbayá. Cuando en las noches de verano los cómicos venían
de Quito y visitaban con su furgoneta nuestro pueblo, entonces las marionetas
me hacían reír, sí, reía mucho. Ahora agito la mano y me seco las mejillas, respiro
hondo porque la congoja me oprime el pecho. Hace tan solo un par de horas
estaba con mi hermana recogiendo mis cosas y terminando de hacer las maletas. Ella
ha estado toda la tarde sin hablar y suspirando como lo hacía nuestra madre.
-No
olvides darle el sobre a Juanito -me recuerda mi hermana mientras me ayuda a
guardar una bolsa de plástico con suvenires para sus hijos, últimamente tiene
los surcos bajo los ojos más acentuados- y dale muchos besos a nuestra madre de mi
parte.
Me
siento en la cama y miro el sobre, su marido pasa por delante de la puerta y
señala su reloj con el índice. “Es tarde”. Vuelvo a incorporarme y cierro la
maleta.
-¿Quién
diría que te marcharías después de seis años, Victoria? –la voz de mi hermana
suena a lamento, se parece a la voz de mi madre. Siempre le he dicho que cada
día me recuerda más a nuestra madre.
-¿Y
qué quieres que te diga, hermana? –le insisto-. Ya no merece la pena seguir
viviendo aquí, no gano lo suficiente.
-Te
dije que esperaras unos meses más –mi hermana ahora se sienta en la cama y me
sigue con la mirada mientras yo recojo mi neceser y termino de cerrar la
maleta.
-No,
no. Es hora de marcharse. Tú puedes
quedarte, tu marido consigue una buena paga y a ti te siguen llamando para
trabajar en las casas.
-Si
hubieras aguantado un poco más…
-Era
inútil, hermana.
-Ahora
seguirás con la misma vida que llevabas antes, antes de venir, ¿es que no te
das cuenta?
-Al
menos estaré con mis niñas, ellas aún son muy jóvenes para estar solas.
-¿Y crees
que los míos no lo son? ¿Crees que yo no les echo de menos, Victoria?
-
Yo no he dicho eso –la voz apenas me sale cuando hablamos de los niños, la miro
ahora sin decir nada.
-Seguirás
siendo una invisible, te lo he dicho muchas veces –esas palabras se repiten en
mi cabeza mientras entro en el avión, la pantalla de las televisiones están
encendidas “Aerolíneas Argentinas” “Viaje con Aerolíneas Argentinas”. Desde mi
asiento veo una parte pequeñita de la pista, la primera vez que pisé este aeropuerto
llovía, hoy hace sol. Me echo sobre el respaldo.
-Disculpe,
creo que ese es mi asiento -reviso
la tarjeta de embarque. La mujer espera con una bolsa de plástico en la mano.
-Lo
siento me he confundido, disculpe –me levanto. La señora que parece amable me dice que no me
preocupe. Le dejo paso. Ella es alta y elegante, su ropa es
bonita. Quizás sea de mi edad. Me vuelvo a recostar sobre el asiento.
-¿Qué, de vacaciones?
Abro
los ojos. Está observando mi ropa, me está observando.
-Vuelvo a mi casa.
-¿Está trabajando
en España, no?
-No,
ya no.
-¿Se
vuelve para siempre? –parece extrañada. Yo asiento sin decir nada más.
-¿Ya
no hay trabajo aquí, verdad?
Niego
con un gesto de cabeza.
-Nosotros,
mi familia, somos de Madrid pero nos trasladamos a Quito por motivos de trabajo.
-¡Ah,
viven en Quito!
-Sí,
¿usted es de allí?
-Cerca
de Quito, soy de Cumbayá.
-Lo
siento, no sé donde está.
Las
palabras de mi hermana suenan en mi cabeza.
-Al
sur, a unos veinte kilómetros al norte de Quito –le digo.
-¡Ya!... nosotros llevamos viviendo en Quito hace quince años. Y usted, ¿cuánto tiempo
ha estado viviendo en Madrid?
-Seis
años.
-¿Seis
años? –parece extrañada-, pero me imagino que habrá ido a su país antes,¿verdad?
Asiento.
-¿Sí?
-Una
vez más.
-¿Una
vez más tan sólo?
-El
precio del viaje no me permitía viajar.
-¿Ha
estado seis años en España y sólo ha ido una vez a ver a su familia?
Asiento
mientras noto que me vuelve a observar la ropa.
-¿Pero
tenía familia en su país?
-Claro,
mis dos hijas.
-Y
si no es mucho preguntar ¿qué edad tienen sus hijas?
-¿Mis
hijas? –miro a mi alrededor, la voz de la señora se oye con fuerza, prosigo-. Mis
hijas tienen doce y catorce años.
-¿Me
está diciendo que dejó a sus hijas con seis y…ocho años? Pero…imagino que las
dejaría con alguien de su familia, ¿no?
-Claro,
con mi madre –le digo bajando la voz. Tomo una revista y la pongo sobre mis
muslos, la aliso y le sonrío mecánicamente-. Ella ha cuidado de mis hijas, yo le
mandaba el dinero para que pudieran comer y estudiar y…para la nueva casa.
-Vaya,
una historia sorprendente –la señora ahora recuesta la espalda sobre el asiento
y cuando doy por finalizada la charla, vuelve su cabeza y me pregunta que de
qué voy a vivir ahora que no tengo trabajo.
-Voy
a hacer lo que hacía antes.
La
señora espera una respuesta.
-Era
costurera.
-Costurera
–repite ella en voz baja. Tuerce los labios y se queda callada, vuelve la
cabeza hacia delante, colocándose las gafas. Yo pienso en mi hermana y pronto
me duermo. Me despierta la azafata, me vuelvo a dormir, paso las hojas a las
revistas. La señora a veces me habla, duerme también y escucha música con
auriculares. Su ropa es de color naranja, sus pantalones son anchos y muy hermosos.
Tiene una buena figura, yo no.
La
azafata avisa que descendemos y quedan cinco minutos para
aterrizar en Quito. Me abrocho el cinturón. Cierro los ojos y espero la bajada,
miro a la señora y hace lo mismo, los demás también.
Mientras espero a que mi maleta salga por la cinta
veo que la señora de naranja se acerca, me mira con rapidez y vuelve a
enderezar su cuello hacia el frente, busca su equipaje. Las palabras de mi
hermana resuenan en mi cabeza. Aparto con fuerza mi maleta y la coloco en el
suelo, consigo sacar fuera el tirador y al volverme oigo que la mujer de
naranja resopla, no tiene fuerzas para
empujar su maleta fuera de la cinta, tiro de mi maleta y me desplazo unos
metros. A mi espalda oigo a la mujer quejarse, no hay nadie, sólo ella. Se
queja otra vez. Me giro y la veo que espera a que la maleta de nuevo pase
frente a ella, vuelve a tirar pero no puede sacarla de la cinta.
-Espere
–le digo mientras le ayudo a sacar su equipaje, pesa mucho, más que la mía. La
maleta es de piel, huele a piel. Le sonrío y me vuelvo para seguir arrastrando
mi equipaje.
-Un
momento –me grita en medio de la sala vacía, dos policías que están lejos se vuelven. Yo la miro, no sé lo que quiere.
-Me
dijiste que eres costurera y que vives cerca de Quito.
Dejo
reposar mi maleta.
-¿Querrías
trabajar para mí en la tienda que tengo en la ciudad?
Hace
un mes que trabajo para Doña Luisa, ella es amable conmigo. Me cuenta cosas de
su familia, de su hija que estudia en Madrid. Me presentó a su marido, es un
hombre de negocios importante en la ciudad que siempre está fuera, es un hombre muy ocupado, dice ella. Dona Luisa me invita a comer a veces en un bar que hay cerca de la boutique, yo al principio
me negaba pero me dijo una vez que no quería comer sola y desde entonces acepto
y voy con ella. Mis hijas vienen a la tienda y ella sonriendo les dice que
cuando sean mayores podrán trabajar aquí también porque hay mucho que coser.
Ellas se ríen y quieren hacerse mayores. Yo coso y charlo con Doña Luisa mientras
miro por el escaparate y veo a la gente elegante del barrio pasar, detenerse y mirar los hermosos vestidos del escaparate. Las clientas
entran y me dicen buenos días, sigo cosiendo y miro a través del cristal, ahora
pasa una furgoneta anunciando un circo. "El Gran Circo mundial", "El Gran Circo Mundial", "Vengan todos al Gran Circo Mundial". La furgoneta es de color amarillo con unos altavoces ruidosos que dejan escapar una bonita música, sonrío porque hay marionetas de colores
alegres dibujadas en el cartel del circo. Y las palabras de mi hermana ya no se
repiten en mi cabeza, no se repiten desde hace mucho, mucho tiempo y... otra vez vuelvo a sonreír.
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