Concha Núñez.
EL
ASCENSOR
Julio cierra la puerta con dos vueltas de llave y la guarda en
el bolsillo de la chaqueta. Lleva un portafolio en la otra mano. Pulsa el botón
del ascensor y cuando llega entra en él, se mira en el espejo que ocupa el
frontal, se coloca derecha la corbata y pulsa la planta sótano. El ascensor se
para un piso más abajo. Julio mira su reloj. Se abre la puerta y entra Raúl, un
joven con vaqueros y camiseta que lleva un maletín de viaje y una cazadora de
algodón en la mano.
-Buenos días.
-Buenos días –contesta Julio.
Raúl mira los botones del ascensor, donde aparece encendido el
del sótano y pulsa el bajo.
-¿Es usted un nuevo vecino? –pregunta Julio.
-No, no soy vecino. Soy hermano de Adela, del quinto A. He
pasado unos días a verla y ya voy de vuelta.
-Ah, de Adela. Una chica muy simpática, y su marido también. Hace
poco coincidí con ella y me presentó a su padre; luego la vi un día de lejos
con él y una señora, que supongo será su madre.
-Sí, han estado aquí hasta anteayer.
De momento se apaga la luz y el ascensor se para en seco. Quedan
los dos dentro y a oscuras.
-Vaya, otro apagón. Las
Compañías eléctricas cada vez invierten menos en el mantenimiento de las líneas
y no será porque no siguen subiendo las tarifas –dice Julio, que mete la mano
en el bolsillo de su chaqueta, saca un encendedor, lo enciende y empieza a tocar
con los nudillos en la puerta.
-Espero que dure poco, tengo que coger el tren a las ocho y
cuarto –Añade Raúl.
El encendedor en la mano de Julio apenas ilumina el recinto, sólo
permite apreciar los bultos.
-Pues esperemos que no sea como el del sábado pasado; duró más
de dos horas. Menos mal que no cogió a nadie dentro del ascensor.
>>¡Vaya, que me quemo! El encendedor ya está ardiendo
–dice Julio que se ve obligado a soltar la lengüeta que permite la salida del
gas, y sigue dando con los nudillos en la puerta- ¿No tendría usted otro?
-No, lo siento, pero no fumo,
Con el encendedor apagado, los dos desconocidos comparten un
pequeño habitáculo a oscuras en el que apenas pueden moverse. Julio empieza a
mover los pies a derecha e izquierda, en el escasísimo espacio que le permite
el ancho del ascensor y su respiración se escucha cada vez más agitada.
-¡Esté tranquilo! –Dice Raúl.
-Bueno, me desagrada la oscuridad.
-No se preocupe. No pasa nada. Respire hondo por la nariz y
suelte el aire despacio por la boca.
Al ruido de los nudillos en la puerta metálica en el ascensor
sale un vecino del tercer piso con una linterna en la mano:
-¿Qué ocurre? –Pregunta acercándose al ascensor.
-Hola, soy Julio, del sexto, nos hemos quedado dos personas
encerradas.
-Hola Julio, soy Diego. Estaba terminando de vestirme cuando se
ha ido la luz. Menos mal que siempre tengo una linterna a mano.
De pronto los fluorescentes que están en el techo del ascensor
se encienden y apagan durante unos segundos y al momento vuelve la luz.
Julio respira hondo y pulsa los botones del sótano y el bajo. Se
encienden, pero el ascensor no obedece la orden. Pulsa todos los demás, pero
tampoco da resultado.
-Parece que se ha quedado bloqueado –dice Raúl.
-¡Diego! –Grita Julio- Avisa, por favor, a Fernando, ya debe
haber llegado.
La voz de Julio es trémula. La luz blanca de los fluorescentes proyectada
desde arriba en su rostro cerúleo y sudoroso le confiere un aspecto cadavérico.
-¿Se encuentra bien? –Pregunta Raúl.
-Algo mejor –Contesta Julio aflojándose la corbata- Espero que
ya haya llegado el portero. Él tiene una llave palanca de esas para abrirlo
desde fuera.
-No se preocupe no hay peligro ninguno. Siga respirando hondo.
Raúl saca de su maletín un pequeño bloc y empieza a escribir.
Julio lo mira.
-¿Se va a poner a escribir ahora?
-No escribo, tomo nota. Se me acaba de ocurrir una idea para la
novela que estoy escribiendo –Dice, mientras se sienta sobre su maletín de
viaje y estira las piernas lo que le permite el espacio.
Desde fuera se escucha a Diego hablar con Fernando, el portero,
y el sonido metálico de la llave palanca chocando contra el ascensor.
-¡Tranquilos, que ya estoy intentando abrir! Se ha quedado parado
entre el tercero y el segundo –dice Fernando.
-¡Gracias! –Contesta Julio.
-Pues la novela trata sobre un delincuente. Verá, un pobre
diablo. Nacido en una familia marginal, en un barrio marginal….-Continúa Raúl.
-¡Qué calor! –dice Julio, que se quita la corbata, la dobla, la guarda
en un bolsillo de la chaqueta, se
desabrocha el primer botón de la camisa y mira su reloj.
-Pues desde que nació estaba predeterminado que iba a ser
delincuente. Antes de nacer su padre abandonó a su madre, había vivido siempre
en un barrio marginal, en una familia mutilada, con una madre más que permisiva…
En fin, es el resultado de la influencia del medio en el individuo.
-¿Cree que tiene más influencia el medio que la genética?
–Pregunta Julio.
-Pues la genética tiene su importancia para muchas cosas, pero desde
luego yo diría que el medio influye más, sobre todo en los casos de
delincuencia.
>>Vaya, debería usted quitarse la chaqueta. Está empapado.
-Sí, bueno.
Julio se quita la chaqueta, la dobla y la pone sobre el portafolio
que está en el suelo del ascensor.
-Pues, de niño apenas va al colegio. La escuela que tiene es la
calle; los amigos, futuros delincuentes también, y ya desde la infancia empieza
a robar en los supermercados; luego carteras en el metro, después descubre las
grandes superficies comerciales, etc. etc. De vez en cuando lo cogen y llaman a
la policía. Pero claro, como es menor lo sueltan y sigue delinquiendo.
-Desde luego es que la ley del menor habría que cambiarla. Esto
se ha convertido en el paraíso de los delincuentes –Argumenta Julio.
-No consigo abrirlo, se ha bloqueado. Tendré que llamar a
Mantenimiento –Grita Fernando desde fuera.
-¿Y cuánto tiempo pueden tardar? –Pregunta Julio
-Pues no lo sé, pero como está el tráfico a esta hora… treinta,
cuarenta minutos….
-¡Oiga Fernando! Soy Raúl, hermano de Adela, del quinto. Ahí en
la puerta debe haber un taxi que yo he llamado. Dígale por favor que se vaya –dice
Raúl subiendo la voz.
-De acuerdo –Contesta Fernando- ahora mismo bajo.
-Pues parece que voy a perder el tren. Intentaré coger el
siguiente.
>>Y ahora sí que tengo tiempo de contarle mi novela, si no
le aburre.
-No, yo tendría que estar ya en la oficina, pero visto lo visto,
por lo menos se nos hará el tiempo más corto.
-Entonces continúo:
>>Ya de mayor, se dedica a asaltar viviendas cuando no hay
gente dentro, buscando dinero, joyas y objetos pequeños de valor; los que pueda
llevar en una mochila, por si tiene que salir corriendo. Una noche entra en un
chalé en una urbanización de las afueras pensando que no hay nadie pero dentro hay
un matrimonio durmiendo. Ella se despierta.
“-¿Juan, has oído algo?”
Juan está en el primer sueño y le cuesta despertar.
“-Juan, despiértate –le dice ella zarandeándolo- que creo que ha
entrado alguien en casa”
Juan se levanta de un salto, se dirige a la puerta del
dormitorio y oye unos pasos fuera.
“-¿Quién anda ahí?“ –Pregunta.
-Ya he avisado a la empresa de Mantenimiento y también he
despedido el taxi. Tengan un poco de paciencia –Dice Fernando desde afuera,
dando antes varias veces con los nudillos en la puerta del ascensor.
-Muchas gracias, luego le pago lo que le haya cobrado por el
desplazamiento.
Fernando se va para la portería.
-¿Y qué paso? –Pregunta Julio que ahora respira algo más
relajado.
-Pues que el joven intenta escapar. El propietario sale del
dormitorio y su mujer detrás de él. Ven al joven corriendo escaleras abajo, él hombre
corre tras él
“-¡Ladrón, ladrón, Luisa, llama a la policía!” –Le dice a su
mujer- Pero se le dobla un pie en un escalón y cae por las escaleras, con tan
mala fortuna que se golpea en la cabeza y se mata.
-¿Quién?
-El hombre. Pero su mujer ha visto la cara del delincuente y lo
reconoce, ya que está fichado por la policía, por lo que poco después lo cogen
y lo meten en la cárcel, y allí es donde
aprende todo lo que le faltaba saber para ser un auténtico profesional.
>>Cuando sale, continúa asaltando casas, y empieza a robar
coches y, a medida que se van amontonando los delitos contra él, parece que va
perdiendo el miedo y ya le da igual asaltar una casa vacía o con gente dentro
y, aunque no ha cometido ningún delito de sangre, va armado con una navaja de
gran tamaño.
-Si, empiezan por poco y nunca se sabe dónde pueden llegar;
parece que intentan echar un pulso a la sociedad, o a la autoridad, a ver quién
puede más –Argumenta Julio mirando su reloj.
Por las escaleras del edificio se oye el jaleo de algunas
personas bajando y subiendo.
Raúl continúa con su relato y la respiración de Fernando suena
bastante menos agitada.
-Pues otro día se va a otra urbanización de chalés, no la
primera donde falleció aquel hombre. Va vestido con un mono azul y un maletín
en la mano y empieza a investigar las distintas parcelas, las personas que
salen y entran de ella…
>>Sale un matrimonio de unos sesenta años de un chalé, andan
calle abajo y el joven va detrás. Ve que van hablando un lenguaje gestual,
moviendo las manos y mirándose. Entonces les dice por la espalda:
“-¡Buenos días!”
El hombre se vuelve:
“¡Buenos días!”
“¿Saben dónde está el periquito ese que me han dicho que no
corta el agua? Vengo a arreglarlo”.
“-¿Un periquito?”-Pregunta el hombre.
“-Sí, soy de mantenimiento y me han dicho que había un periquito
de riego por aquí que no cortaba el agua”
“-Pues en esta calle no. Mire en la de detrás”.
“-Gracias”.
La pareja sigue andando y hablando ese lenguaje gestual. Sale
otro vecino de al lado, luego llegan unos muchachos al chalé de la esquina… y
el joven, el delincuente, se queda dando
vueltas por la urbanización.
Fernando sube otra vez desde la portería y les pregunta:
-¿Están bien? No desesperen que ya no pueden tardar.
-Eso espero –Contesta Julio- Aquí hace un calor tremendo.
Luego se desabrocha los botones de los puños de la camisa y se
la remanga hasta el codo.
-Relájese, hombre, que no pasa nada y además ya ha dicho el
portero que no tardan.
-Es que me parece que falta ya aire en la cabina.
-¡Qué va! Esto no es una lata de sardinas. Mire -Raúl se pone de
pie, arranca una hoja de su bloc, la coge por una esquina con el pulgar y el
índice y la acerca a la puerta del ascensor. La hoja se mueve- ¿Ve? –Dice-
desde el sótano a la azotea, el hueco funciona como el tiro de una chimenea y
el aire entra, las puertas no son herméticas.
-Aún así, ya me parece que me falta aire –Repite Julio, al que
le han aparecido unas manchas blancas de saliva espesa en la comisura de los
labios.
-Siga respirando hondo y eche el aire despacio por la boca.
>>Pues como le decía, el joven sigue por allí dando
vueltas. Al rato vuelve la pareja con unos paquetes y el joven los sigue –Continúa
Raúl- Llegan a la casa y antes de entrar el hombre saca una llave del bolsillo,
se dirige al coche que lo tiene aparcado cerca de la puerta, abre el
portaequipaje y los mete. La mujer le hace unos gestos con las manos y se va
para dentro de la casa.
Julio quita la chaqueta de encima del portafolio, lo abre, saca
unas hojas de papel escritas que pliega a la mitad y empieza a abanicarse con
ellas. Luego vuelve a colocar la chaqueta donde estaba.
-Hace un calor tremendo –Dice.
Raúl no contesta y sigue con su historia:
- El joven está escondido en el costado de la casa. Una vez que el
hombre ha soltado los paquetes, entra en la casa y al momento vuelve a salir
con una maleta de viaje y deja la puerta abierta; circunstancia que el joven
aprovecha para escurrirse dentro de la casa. El hombre coloca la maleta en el portaequipaje
y vuelve a entrar.
-Encima se lo están poniendo fácil –dice Julio.
-Luego sale la pareja con otra maleta y cierran la puerta. En
ese momento pasa un vecino paseando un perro.
“-¿Qué, de vacaciones?” –Pregunta.
“-Se puede decir que sí. Mi hija vive en la costa y nos ha
insistido para que pasemos allí el verano, a mi mujer le viene muy mal el calor
–Responde el hombre- Así que por lo menos dos meses estaremos fuera, hasta que
afloje”
“-Pues nada, que tengan buen viaje y buen verano”
“-Gracias, contesta el hombre, mientras su mujer le dice adiós
al vecino con la mano.”
Colocan el resto del equipaje en el coche, se meten dentro y
arrancan. Pero al momento se para el coche, sale la mujer de él y vuelve a
entrar en la casa.
-Vaya, y ahora ve al delincuente ¿no?
-No, no lo ve.
Se oye el ruido de varias personas hablando fuera.
-Oiga, don Julio –Grita Fernando desde fuera- Si oyen un golpe fuerte
no se asusten, que es que tienen que saltar al techo del ascensor para
arreglarlo.
-¿Saltar? –pregunta Julio.
-Sí, no puede ser de otra manera, tienen que maniobrar desde allí.
Suena el golpe de los pies del operario que ha saltado sobre el
techo, el ascensor vibra u8n poco y también los fluorescentes y la luz en el
interior. El corazón de Julio se acelera y la saliva espesa en la comisura de
sus labios se hace más abundante.
Raúl ha vuelto a anotar algo en su bloc.
-Ya mismo estamos fuera –Dice.
-¡Esperemos! Creo que llevo aquí una eternidad – Contesta Julio.
-Bueno, no ha sido tanto tiempo.
-Pues, se me ha hecho interminable.
En ese momento el ascensor se mueve hacia abajo, llega a la
planta segunda y se abre la puerta. Julio sale y respira hondo. Raúl lo sigue.
Dos operarios de mantenimiento están allí fuera.
-¿Qué tal? –pregunta uno de los operarios.
-No es demasiado agradable quedarse encerrado en esa caja
metálica, y menos a oscuras ¿no cree? –Contesta Julio.
-Pues, ya está arreglado, pero estos ascensores es que ya están
muy viejos.
-Ya, ya lo sé. Bueno, muchas gracias –dice Julio.
-Sí, muchas gracias –Añade también Raúl.
Bajan los dos por la escalera y cuando llegan a la planta baja
Raúl se dirige a la portería para devolver a Fernando lo que ha pagado al
taxista. Julio lo sigue y lo espera.
-Al final me voy a quedar sin conocer cómo termina la novela.
-¿De verdad le interesa?
-Bueno, la verdad es que esa historia del asalto a la casa y que
el propietario se mató al caer por la escalera se parece mucho a la de José
María Salguero, “El chicle” ¿verdad?.
Han hablado de él en la tele varias veces.
-Efectivamente, es él.
Y últimamente dijeron que estaba desaparecido ¿no?
-Pue sí, pero apareció hace dos días.
-¿Y usted está escribiendo una novela sobre él?
-Realmente no, sólo he intentado distraerle para que no sufriera
usted una crisis de ansiedad en el ascensor. Soy psicólogo y cuando “El chicle”
estuvo en la cárcel intervine en su informe psicológico, por eso conozco su
historia.
-¿Y entonces, las notas que escribía en su bloc?
-Perdóneme, pero estoy haciendo una tesis sobre la ansiedad y
anotaba su reacción ante esa situación.
-¡Vaya! Y ¿la segunda parte de la historia es verdad o no?
-También es real.
- ¿Entonces, le hace algo a la mujer cuando entra en la casa?
-No, no le hace nada. La pareja del chalé son mis padres y Adela
es la hija con la que se vinieron a pasar el verano. Yo llevo seis meses viviendo
en Londres y hace tres días llegué aquí aprovechando que estaba aquí toda la
familia para verlos.
-¡Qué casualidad! ¿Entonces qué ocurrió cuando su madre entró en
la casa con el delincuente allí?
- Pues ella mete la llave en la cerradura y el joven que está en
la planta baja la escucha abrir la puerta.
La casa tiene un ascensor interior para subir a las dos plantas altas. El
ascensor estaba en la planta baja y el joven, “El Chicle”, se esconde dentro.
Pero la puerta del ascensor se queda abierta y si mi madre hubiera cruzado el
salón podría haberlo visto allí. Él, sabiendo que no iba a poder oír el ruido
del ascensor, pulsa la planta alta para
que se cierre. El ascensor se cierra y sube y en ese momento, mi madre hace lo
que ha entrado a hacer y vuelve a salir de la casa. Se mete en el coche y
emprenden el viaje hasta aquí, donde pasan todo el verano, hasta hace dos días
que volvieron a casa.
-¿Y qué es lo que había ido a hacer su madre en la casa?
-Pues había olvidado cortar la palanca general de la
electricidad.
Un escalofrío sacude a Julio.
-Agradezco que no me lo contara ahí dentro –Dice.
-Descuide, me habría inventado otro final.
>>Cuando llegaron mis padres, además de llamar a la
policía, llamaron a casa de Adela y nos lo contaron todo. Ayer la policía lo
identificó y yo me voy hoy para pasar unos días con ellos antes de volver a
Londres. Ha debido ser un shock.
Los dos hombres se despiden, Raúl sale a la calle y Julio se
dirige al garaje. Mira el ascensor que ya funciona, pero se va hacia las
escaleras. Baja los escalones despacio, entra en su coche y lo arranca. Pone la
radio y están dando la noticia.
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