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viernes, 8 de junio de 2012

Relato 7 de Antonio Hernández Espinal


AMIGOS

Eran las siete de la tarde de un domingo de junio. Miguel y Luis llevaban todo el día repasando la lista de afiliados a la agrupación de su partido. El despacho tenía poca luz, apenas un flexo que iluminaba la multitud de papeles desordenados que descansaban sobre la mesa. Un portátil de última generación, con un módem de conexión inalámbrica a Internet proyectaba una luz blanquecina sobre el rostro de Miguel. Luis repasaba unos listados con rotulador fosforescente amarillo, visiblemente cansado.

—Miguel, estoy hasta los cojones de repasar la lista. Si todo el mundo ha dicho la verdad ganamos la asamblea, y punto —Soltó los papeles, se recostó sobre la silla azul, cogió la lata de Nestea que había sobre uno de los montones de papeles y le dio un largo buche. Sobre los folios se había quedado la marca circular de la lata.

—Estos cabrones no le dicen la verdad ni al médico, y a mi no me salen los números ni a hostias —le dio la vuelta al portátil en el que tenía la mirada fija para que Luis pudiera verlo desde su asiento.

»Mira. En la columna de la derecha están los número de todos los grupos. En rojo, los que dicen que nos van a votar y, en azul, los que van a votar a los otros cabrones —Se hizo una silenciosa pausa, mientras Luis miraba en dirección a la pantalla del portátil, achinando los ojos para ver mejor.

—¿Y los amarillos?

—Los amarillos son de los que tengo dudas.

—Hijoputa, en los amarillos has puesto a Ramón Parrado y a toda su familia. Yo he hablado con él esta mañana. Ramón es muy amigo de Manu pero su mujer trabaja en Diputación. ¿Les han dado el toque?

—Ayer estuve en la Diputación con Paco Martínez…

—¿Ese quien carajo es?

—Hijoputa, el Jefe de Gabinete del viejo. ¡Me cago en los muertos! Se supone que tu estás aquí, no por lo guapo que eres (porque eres feo de cojones), ni por lo bien que hablas por teléfono. Se supone que tú controlas.

—No te pongas así cabrón —Luis aparta la mirada inquisitorial de Miguel y la vuelve hacia el listado de militantes como si estuviera buscando a alguien— ¡No lo pagues conmigo cojones! —sin dejar de mirar fijamente los papeles que tiene en la mano— ¿Y que te dijo Paco Martínez?

—Que ya habló con la tipa esta. Que le dijo lo de siempre, que mañana es la Asamblea y que no se fuera a equivocar, que hablara con Camacho antes de que empezara la asamblea y que él le darías el voto en mano para que no se equivocara.

—Bien ¿no? —Luis le echó otro buche largo al Nestea, sin apartar la mirada del papel.

—Bien, no. La tipa le dijo “ya veré lo que hago”, “yo al Luis ese no lo conozco de nada y con Carlos Camacho no voy ni a coger billetes de quinientos euros”

Miguel se echó hacia atrás en el asiento. Sacó un paquete de Chesterfield, extrajo un cigarrillo y se lo puso en la boca.

»¿Tú no decías que controlabas a esta gente? —dijo con una sonrisa burlona, al mismo tiempo que ladeaba ligeramente la cabeza para encender el cigarrillo, pero manteniendo la mirada de reojo sobre Luis.

Una trenza de humo azulado inundó el aire recargado del despacho. Los papeles que Luis tenía en la mano empezaron a temblar ligeramente y los dejó lentamente sobre la mesa.

—Dale un toque —Miguel arrojó una nube de humo sobre Luis, que se rascó los ojos. Con la otra mano, le acercó un teléfono móvil que tenía junto a él, sobre la mesa, tapado por algunos papeles. Luis no lo cogió. Se rascó los ojos y miró hacia donde se encontraba Miguel, envuelto en una enorme nube de humo.

—Mira tío, como empecemos con las desconfianzas entre nosotros, vamos mal. Yo me estoy jugando mucho…

—Todos —interrumpió Miguel.

—Sí, pero yo más. El marido de está tía me hace caso porque nunca he tenido que amenazarle ¿Qué más quieres que haga?

—Dale un toque y así nos quedamos tranquilos —Y volvió a empujar con la mano del cigarrillo el móvil, que aterrizó sobre los papeles de Luis.

Luis cogió su teléfono, buscó unos segundos en él con el dedo, pulsó en uno de los contactos y se llevó el móvil a la oreja.

—No lo coge —esperó unos segundos—

»La verdad es que el otro día estuve tomando café con Manu. Me llevó al sitio ese de copas que han abierto al lado del Ayuntamiento…

—¿Capitol?

—Sí Capitol, y nos pedimos dos gintonics, como hacemos siempre que vamos allí. Me dijo “Luis, tú sabes que voy a ganar la asamblea. Da igual que aprieten de la Diputación. La gente no quiere a Camacho ni en pintura”. Al cabrón se le veía bastante seguro de lo que decía, la verdad. Yo iba a decirle que estaba con vosotros, pero me dio apuro, la verdad. Te en cuenta que Manu y yo nos conocemos desde que eramos pequeños. Él fue el que me metió en la Diputación y siempre ha confiado en mí.

Miguel, serio, mantuvo la mirada fija en Luis, mientras apagaba el cigarrillo en un abarrotado cenicero de latón.

»Total, que nos pedimos otra copa, mientras me hablaba de que por fin había llegado el momento que habíamos estado esperando siempre. “Luis, tenemos que cambiar la forma en que se hace política en nuestro Partido”, me dijo. Se bebía los gintonics como si fueran agua, el hijoputa. “Esta asamblea es decisiva de cara al Congreso Provincial. Si ganamos en tu Distrito tendremos mayoría en el Congreso y podremos apartar a tíos como Camacho, que son el cáncer de este Partido. Gente como él son los que meten al Partido en los líos de corrupción y tenemos que acabar con ellos. Es lo que hemos soñado desde que estábamos en Juventudes y por fin podemos conseguirlo”. Y me dijo eso de que “a lo mejor no ganamos, pero este es el principio del fin. El juez va a imputar muy pronto a Camacho y nosotros tenemos que estar ahí.”

»Se le veía bastante excitado, la verdad. Tú no conoces a Manu como yo, pero es que no puede ni ver a Camacho. Lo ve como si fuera, yo que sé, el anticristo o algo de eso.

Miguel miraba a Luis, frunciendo cada vez más el ceño, apoyando el codo sobre la silla y echándose hacia atrás.

»No es lo que yo pienso. Te digo lo que piensa Manu.

»El caso es que así nos pegamos toda la tarde. Nos tomamos seis o siete gintonics y yo llegué a mi casa dando más bandazos que un paso de palio.

»El caso es que, cuando nos despedíamos, aunque los dos teníamos una papa considerable, me dijo que él iba a llamar a alguno de los nuestros para asegurarse de que nos iban a votar, no fuera a ser que los apretaran de la Diputación, así que no me extrañaría nada que Manu huebiera llamado a esta tía.

—¿Pero, entonces esta gente son de Manu o son tuyos?

Luis cogió la lata de Nestea, la agitó para ver si quedaba algo y le dio un último buche.

—Son míos. Míos, míos —repitió, afirmando con la acabeza— pero…

—¡Pero qué, cojones! —dijo Miguel, visiblemente enfadado.

—Yo no me había acordado porque ya te he dicho que iba muy perjudicado, pero Manu me contó que se estaba follando a la mujer de Ramón Parrado

—¡No jodas! —Miguel se echó hacia delante en la silla como para escuchar mejor lo que le contaba su compañero y empezó a sacar otro cigarrillo.

—¡No te agaches! —Luis esbozó una sonrisilla— Como te lo cuento. Me dijo que llevaba cuatro meses follando con ella. Que se la trincó la noche de la campaña electoral y que se la llevó a un hotel que el conoce en un pueblo en las afueras. Que la tía tiene una edad, pero que es una auténtica máquina de follar y que, desde entonces, cuando tiene ganas de echar un casquete, la llama y ella hace como que tiene que tiene que salir y se ven en el mismo hotel. ¿Te acuerdas la otra noche en la reunión de Comité, que salió pitando sin decir nada? Pues me juego el cuello a que le entró un calentón y se fue con ella. Manu es muy buena gente, pero es un caliente. Lo ha sido desde que lo conozco.

Miguel, que todavía aguantaba inmóvil, con los ojos muy abiertos y el cigarro apagado en sus manos, buscó el mechero sin apartar la mirada de su interlocutor.

—Luis, esto que me estás contando es un pelotazo. Me cago en mis muertos. Esto hay que contarselo al Camacho enseguida. —y encendió el  cigarrillo.

—Pero es que Manu es mi amigo.

—Y una mierda. ¿Tú estas en esto o no estás en esto? Ramón Parrado tiene por lo menos veinte votos, cabrón. Y, por mis muertos, que nos hacen falta —dijo moviendo la pantalla del portátil con ambas manos y llenando de ceniza la mesa.

En ese momento, sonó el móvil de Luis y ambos quedaron congelados. Sobre la pantalla se veía parpadear un nombre: “Ramón Parrado”

Miguel se volvió a recostar en la silla. Giró el portátil envuelto en una nueva bocanada de humo.

— Luis, si no estás en esto te vamos a joder para siempre.

Luis cogió el teléfono. Se secó el sudor y carraspeó, antes de pulsar en la pantalla.

—¿Sí, Ramón? —escuchó unos segundos la voz, de fondo, venía del aparato— Ramón, te he llamado porque tengo que contarte una cosa muy fuerte.

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