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viernes, 1 de junio de 2012

Relato 6. Pablo Martínez Otín.


EL CHINO ES MEJOR QUE EL INGLÉS.



Cuando el teléfono sonó, Clara no levantó la vista de su papel. Estaba tendida boca abajo en el suelo del salón, ataviada con un pequeño vestido de rayas azules y un sombrerito de paja en la cabeza. Tenía los pies descalzos. Había a su lado una caja de rotuladores abierta en uno de los extremos y los rotuladores yacían sobre la alfombra junto a ella. Nilo le miraba desde el jardín por la cristalera del salón, estaba atado y no podía entrar, le observaba con la cabeza ladeada y la enorme lengua por fuera de la boca.
El caso es que la primera vez que sonó el teléfono, Clara no movió ni un dedo por atender la llamada. Cuando sonó por segunda vez tampoco. Al tercer ring ring, la niña levantó la cabeza y miró a su alrededor en la casa; no se oía ningún ruido a parte de los jadeos de Nilo y ninguna otra persona parecía llegar para hacerse cargo del aparato. Entonces Clara se incorporó y se dirigió hacia la mesita supletoria dónde estaba el teléfono. Lo descolgó.
—Hola —dijo ella.
—Eh, hola… ¿Está Carmen en casa? Por favor… —contestó una voz madura de hombre. —Necesito hablar con Carmen.
—Espera.
Clara dejó calmadamente el teléfono sobre la mesa y a continuación alzó la voz todo lo que pudo.
—¡Maaamaaa!
Como no hubo respuesta audible, Clara gritó de nuevo.
—¡Maaaaaama! ¡Mamá! — Finalmente se dirigió al interlocutor ya con el teléfono de vuelta en sus manos—Mi madre no está.
—Ya. Entiendo. Pero yo… necesito hablar con ella de alguna forma. ¿Dónde está tu madre ahora? Soy… un amigo suyo, tengo algo que decirle.
—No sé dónde está. A mí me dijo que esperase aquí a mí padre, porque me tiene que poner el castigo por lo que pasó en clase de lengua. Hasta que venga no puedo salir de casa ni encender la tele, ni tampoco dejar que entre Nilo a jugar dentro.
—Ya pero… ¿no sabes…? ¿Sabes cuándo volverá tu madre? —La voz del hombre se entrecortaba con una respiración acelerada, tensa. —Necesito decirle una cosa urgente.
—Es que ahora no hay nadie —Dijo Clara. — Pero… nosotros cuándo tenemos algo importante que decir y no queremos que se nos olvide, ponemos un papel con imán en la nevera. Y escribimos el mensaje ahí. Luego el otro, cuando va a la nevera a coger agua o un yogurt, lo ve. Clara miró tras su espalda y observó como Nilo rascaba la cristalera con la pata. Seguía jadeando con su lengua y soltando babas por el suelo.
—¡Nilo! ¡Nilo no! ¡Para! —Gritó Clara. —¡Nilo malo!
Cuando Nilo se detuvo, Clara volvió a atender su llamada.
—¿Pongo un papel con imán en la nevera?
Al otro lado de la línea, un suspiro prolongado del hombre llenó la conversación.
—Mira,… no sé muy bien como decirlo. Tú debes de ser Clara ¿verdad? He oído hablar de ti bastante.
—Sí. ¿Tú cómo te llamas?
—Bueno, yo prefiero no decirlo.
—Pero para hablar contigo tengo que saber tu nombre. Si no, eres un extraño.
—Sí, pero, la verdad que…
—Yo a los extraños les cuelgo.
—Bien, vale, de acuerdo. Me llamo Jesús. ¿Vale Clara? Soy Jesús.
—Vale.
La voz del hombre parecía sosegarse un poco al otro lado de la línea.
—Mira Clara, necesito tu ayuda ¿vale? Necesito que le digas algo muy importante a tu madre de mi parte. Pero no quiero que lo escribas en ningún sitio ni que se lo digas a nadie más que a tu madre ¿me escuchas?
—Sí.
—Mira, tienes que decirle que me voy, dile que lo siento. Que he intentado contactar con ella en su móvil pero que ya no tengo más tiempo. Mi vuelo sale a las cinco y tengo que salir ahora para el aeropuerto.
Clara inmediatamente subió las cejas hasta lo alto de su frente.
—¿Vas a viajar en avión?
—Efectivamente
—¡Vaya! En avión. ¿Y mamá va contigo?
—No. Tu madre no viene. Por eso tengo que despedirme de ella, pero no consigo localizarla.
—¿Y por qué te despides? ¿Te vas y ya no vuelves más?
—Eso es. Ya no vuelvo más.
Clara, aún con el teléfono pegado en la oreja, se giró y empezó a caminar por el salón. Comenzó a pegar grandes zancadas en el suelo con sus pies descalzos, como jugando a dar pasos de gigante.
—Pues yo creo —Dijo ella. —Que si te vas, no pasa nada. No hace falta que te despidas ahora.
—¿Cómo?
—Verás, yo tengo un amigo que se llama Jorge. Antes iba a mi cole y a veces se sentaba conmigo en clase, también venía a los campamentos. Luego se mudó a otra ciudad lejos con su madre, pero tenemos una dirección de correo electrónico y, cuando mi padre me deja su ordenador, le escribo. No es como el teléfono. Escribir un correo es gratis y no hay que poner sello ni sobre ni nada. Le puedo decir a mi madre que se haga uno. Es un poco torpe con el ordenador, pero si yo le enseño, se lo hace. Habláis por correo y os contáis cosas.
—Bueno pero no se trata…
—Aunque espera. Tú tienes que tener un correo también, porque si no ¿a dónde te va a escribir mi madre?
—Clara de verdad que…
—Tú no te preocupes, es gratis. Si eres un poco torpe como mi madre, te puedo ayudar a hacerlo. Necesitas un ordenador y…
—Clara. —La voz del hombre cortó la explicación de la niña. —De verdad, gracias Clara de verdad. Pero no necesito un e-mail.
—Un e-mail no, un correo electrónico.
—Vale, de acuerdo. Pero no lo necesito. Yo solo quiero despedirme de tu madre, porque ella no sabe que me voy y ya no creo que volvamos a hablar.
Ahora Clara se había detenido enfrente de la cristalera. Nilo estaba al fin tumbado recibiendo los rayos de sol, aburrido de que nadie le hiciese caso. Clara detuvo su mirada en el algún punto.
—¿Y por qué no? ¿No eras su amigo? Los amigos se escriben.
—Si… pero, yo…
—No lo entiendo. Seguro que mi madre se pone muy triste si pierde a un amigo. Siempre se queja de que desde que se casó apenas ve a sus amigos de antes.
—Lo sé.
—¿Tú veías mucho a mi madre?
—Sí. Mucho. Bueno, bastante.
—¿Sí? Pues entonces se pondrá muy triste. 
 —Yo también estoy triste, de veras que sí.
—Pues le tenías que haber dicho que te ibas por lo menos. Ahora ya es tarde porque no está y tú no le quieres escribir un correo.
La voz del hombre se escuchaba más clara y sosegada. Callaba cuando Clara hablaba y tomaba la palabra tras ella tranquilamente.
—Bueno sí, sí que tienes razón. Estoy avergonzado. Pero ni siquiera yo sabía que me iba. Ha sido una decisión de último momento. Me ofrecieron irme hace tiempo, es un trabajo en el extranjero que empieza el mes que viene y hace mucho que me ofrecieron un billete para hoy.  Pero en esa época tu madre y yo, bueno, éramos muy amigos y nunca pensé que me iría. Decidimos que yo me quedaría por aquí. Pero luego las cosas se chafaron un poco…
—¿Y ya no sois amigos?
—Bueno verás, tuvimos una pelea hace ya un tiempo. Entonces yo decidí que era el momento de irme, pero no quise decírselo. Y ahora me arrepiento y quisiera hablar con ella antes de marcharme. Solo necesito explicárselo y decirle que aunque me voy, no estoy enfadado.
 —Y si ya no estás enfadado ¿por qué te vas? —Dijo Clara al tiempo que hurgaba su nariz.
—Pues, bueno, tu madre tiene cosas mejores aquí, supongo. Te tiene a ti, a tú padre. No sé. Es lo mejor que yo me vaya. No creo que tenga mucho tiempo para mí. Pero de todas formas, no me gustaría que se llevase un mal recuerdo, después de tanto.
—Ahá
—Irme sin despedirme… no sé. No estaría bien al fin y al cabo. Ella piensa que yo sigo decidido en no marcharme hoy y claro, ahora todo es diferente.
Clara cambiaba de vez en cuando el teléfono de una oreja a otra. Miró el salón y sus rotuladores seguían tirados en el suelo.
—Tengo una idea —Dijo. —¿Por qué no vuelves por vacaciones? Seguro que en tu nuevo trabajo te dan vacaciones.
—Yo no creo que…
—Yo tengo vacaciones dentro de poco. Tengo casi tres meses sin cole, pero tengo que ir a un curso de inglés que me ha apuntado mi padre. Y yo le he dicho que el inglés no me gusta. Quiero aprender chino y cuando sea mayor vivir en China. ¿A que el chino es mejor que el inglés?
—El chino es mejor que el inglés.
—En verano se pueden hacer muchas cosas. Seguro que puedes venir a visitar a mi madre. Para este verano, mi madre ha comprado una barbacoa y todos los sábados vamos a cocinar  en el jardín. Si vienes, mi madre estará haciendo verduras y carne a la brasa y luego preparará helado cómo lo hacía mi abuela. Además, entre los dos podéis convencer a mi padre de que me deje ir a clases de chino en vez de inglés.
—¿Realmente quieres ir a China?
—Sí
—Pero ¿y no crees que será difícil la vida en China? Sin conocer nada de allí.
—¡Qué va! Si son súper simpáticos. Y la comida no tiene nada que ver con los chinos que hay aquí. Yo estoy segura de que es genial.
El hombre volvió a guardar silencio. Luego dijo:
—Clara, mi vuelo sale a las cinco. Tengo que recoger y llevar mi equipaje al aeropuerto. ¿No sabes dónde puedo encontrar a tu madre a estas horas? Me queda poco tiempo.
—No lo sé. A veces cuando discute con mi padre se va a casa de la vecina a dormir. Pero no puedo salir a preguntar porque estoy castigada.
—¿Estás castigada?
—Sí.
—¿Por qué?
—Me han echado esta mañana de la clase de lengua.
—¿Qué has hecho?
—Pintar una mesa.
—Eso está muy mal.
—Eso dijo mi profesora. Pero pinté algo muy bonito.
—Clara, tengo que irme. Hazme un favor, cuando llegue tu madre, dile que la he llamado. Dile que me llame a mi móvil lo antes posible. Si no me llama antes de las cinco, no voy a poder responderle.
—Voy a ponerlo en el imán de la nevera.
—De acuerdo. Clara me alegro de haber hablado contigo.
Clara colgó el teléfono y viendo que ninguno de sus padres llegaba a casa, dejó entrar a Nilo. Éste seguía tumbado sin percatarse de que la puerta del jardín había sido abierta. Cuando Clara lo llamó, giró la cabeza súbitamente y se incorporó de un salto. Entró en casa moviendo el rabo y ladrando. Clara recogió sus rotuladores y los metió todos en su caja, menos el de color verde claro. Tomó en sus manos la hoja de papel y escribió: Mamá: Jesús quiere hablar contigo, pero si son más de las cinco se ha ido ya.
Extendió el papel en la nevera y colocó encima de él un imán con forma de lata de coca-cola.




Según los paneles del aeropuerto, ahora son las cuatro y quince minutos de la tarde. Un hombre vestido con chaqueta negra y pantalones beige, camina entre otros tantos individuos que cómo él, cargan maletas con ruedecitas a modo de equipaje de mano. El hombre lleva gafas de pasta negra, tiene una nariz rechoncha y una boca grande con labios carnosos. Camina con la cabeza mirando al frente. Atraviesa un pasillo repleto de tiendas y stands de perfumería y licores. No se para a escuchar los avisos de megafonía que suenan en todo el edificio. Tras el pasillo, se detiene y con él aparca su maleta. Contempla ahora el arco de seguridad custodiado por dos policías, que indican a las demás personas las instrucciones a seguir para pasar el arco. El hombre aguarda su turno. Deja su móvil, su cartera y sus llaves sobre una bandeja de plástico que le ofrecen. Se quita el cinturón con algo de esfuerzo y también lo deposita en la bandeja. Coloca la bandeja encima de una cinta con movimiento y él pasa por el hueco del arco. Cómo el arco no emite ningún pitido, el policía de su lado no ve motivo para cachearle y le deja continuar. El hombre avanza y recoge la bandeja con sus pertenencias. Recoge el móvil, la cartera y las llaves y se coloca de nuevo el cinturón. Continúa caminando ahora hacia la puerta de embarque. Cuando observa un cartel encima de una puerta con la inscripción “A4”, vuelve a detenerse. Entonces rebusca en uno de los compartimentos de su maleta. Finalmente saca un billete de avión. El hombre lo observa con detenimiento unos instantes y luego vuelve a guardar el billete en el mismo compartimento. Ahora mete su mano en el bolsillo derecho de su pantalón y saca el móvil, mira la pantalla un par de segundos y lo vuelve a cerrar. Lo mete en el bolsillo y entra por la puerta del cartel.
Aparece ahora en una sala llena de personas. Algunas de ellas parecen excitadas. Miran por las ventanas y ven acercarse el avión que avanza cercano en las pistas de fuera. El avión se coloca junto a otros aviones. Algunas otras personas hablan por teléfono y dan gritos en otro idioma. De entre toda la muchedumbre, el hombre mira a un punto fijo que le llama la atención de repente. Es otra persona. Se acerca a ella. La otra persona también se acerca y el hombre se  lleva una mano a la boca. Es una mujer.
—Ya pensé que no vendrías y tendría que irme yo sola, después de todo —Dice ella.
—Pero Carmen ¿Qué haces aquí? ¿Y esta locura?
—Yo sabía que tu billete…. Yo me imaginé que… —Ella rompe a llorar. —Tenía que venir contigo, lo siento. Sabía que lo habías decidido y yo también he decidido irme. Te quiero. Compré el mismo billete hace casi una semana.
—Pero y ¿toda tu vida? ¿Qué pasa con…? No entiendo cómo no me has dicho nada. Pero ¿qué llevas en esa maleta tan enorme?
—No lo sé, no lo sé —Dice ella apresuradamente, aún con lágrimas pero sonriendo. —No tengo ni idea del tiempo que hace allí ¿qué coño llevan los chinos en verano?
—Pues sandalias supongo, como todo el mundo.
—Esto es una locura ¿verdad? Pero sabía que no podía quedarme más. Me da igual si te vas, yo voy contigo. Ya lo he decidido. El tiempo que haga falta.
Los dos se abrazan y se besan. La multitud empieza a formar una fila entorno a la puerta del fondo. Dos azafatas revisan los billetes de los pasajeros.
—Pero ¿qué pasa con Andrés?
—Se lo tiene que estar imaginando.
—¿Y con Clara?
—La traeremos con nosotros. Ahora estoy muy nerviosa. Pero la acabaremos trayendo.
—Las vacaciones están cerca.
Los dos se hacen parte de la fila.
—Necesito un cigarrillo —Dice ella.
—No te van a dejar fumar dentro —Dice él sin dejar de abrazarla.
—¿Cómo será la vida allí? Llevo toda la vida hablando de la china, viendo fotos, pero no sé nada de ellos.
—Pues creo que nos costará un poco acostumbrarnos, pero supongo que la gente será simpática y la creo que la comida no tiene nada que ver con los chinos que hay aquí.
—Tengo que llamar a Clara y explicárselo.
—No habrá problema.
Cuando llegan al final de la cola, enseñan sus billetes a las azafatas y pasan la puerta. Dentro de la sala todavía sigue habiendo gente con maletas y guardando su turno para entrar. Fuera, el avión sigue parado y esperando a que todos los pasajeros estén abordo. Las azafatas sonríen cuando los últimos de la cola les enseñan sus billetes. Luego, cierran las puertas y la sala queda vacía.

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