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martes, 4 de septiembre de 2012

- Relato nº 4 de María Marín Álvarez




  "(...) I touch your cheeks, like flowers. You bruise   
against me. We unlearn. I am a shore   
rocking you off. You break from me. I choose   
your only way, my small inheritor
and hand you off, trembling the selves we lose.   
Go child, who is my sin and nothing more. 
Go child, who is my sin and nothing more."
Anne Sexton, “Unknown Girl in the Maternity Ward”




            Carola llegó al centro casi por sorpresa. La directora había encargado preparar una de las habitaciones libres porque una chica llegaría pronto, pero tanta prisa tenía por dejar el lugar donde estaba, que llegó mucho antes de que la noticia de la nueva inquilina se propagara entre las chicas. Carola era una chica panameña, pequeñita y con la piel morena. Tenía la mirada un tanto ausente pero una sonrisa muy amplia. Estaba embarazada de 32 semanas, tenía 29 años. Llegó a casa pasadas las nueve de la noche, cuando los niños estaban terminando de cenar y el pasillo de abajo era un drama de pequeños que no querían marchar a la cama.

Laura se presentó con una cálida sonrisa y dos besos, a los que Carola respondió sinceramente. Mientras caminaban a su habitación, Laura intentó sacar conversación empezando por las típicas preguntas que suelen hacerse a todas las embarazadas. Al ver que Carola las respondía de manera escueta, supuso que no le agradaba mucho el tema. Decidió ser prudente y desviar la conversación, gesto que Carola agradeció teniendo una conversación más animada. Ya en el comedor, conoció al resto de las chicas y todas empezaron a preguntarle por su embarazo. Ella contestaba con poco ánimo, prácticamente con monosílabos. A Laura le pareció un poco rara la reticencia a hablar de su embarazo así que después de la cena de las chicas subió al despacho con la directora.

-¿Qué tal las chicas?- preguntó la directora mientras colgaba el teléfono y se giraba en la silla de su escritorio. Tenía el semblante serio.
-Bien, han cenado bien, haciendo muchas preguntas ya sabes lo cotillas que son-, dijo Laura mientras se sentaba en uno de los asientos del despacho.
-¿Y la chica nueva? ¿Ha estado bien?- La directora se quitó las gafas y empezó a limpiarlas. Siempre hacía lo mismo cuando iba a decir algo importante. Limpiar las gafas le daba un par de segundos extras para organizar los pensamientos.
-Bien, ha comido mucho. Se ve que venía con hambre. ¿Hay algo que deba saber, así para empezar? – preguntó Laura, deseando saber algo más, como cada vez que venía una chica nueva.
-Mira, Carola estará poco tiempo en casa. Como sabes, es panameña. – Laura miraba con atención a la directora.- Tiene dos hijos más allí, que están cuidados por su madre. Vino a España con otros planes pero al final acabó metiéndose en la prostitución.
Laura se levantó de la silla para asegurarse de que había cerrado bien la puerta del despacho y de que no había nadie detrás. No sería la primera vez que alguna chica, siempre sin darse cuenta, se hubiera quedado parada justo detrás de la puerta, justo cuando en el despacho se cuece algo importante.
-Vaya…quién lo diría.- Pensó Laura en voz alta. Pero se arrepintió. Como si las prostitutas tuvieran que ir por ahí con zapatos de plataforma y pelucas de colores.
- La verdad es que tiene una historia bastante fuerte detrás. - continuó la directora, - y, de momento, tiene decidido dejar en adopción al bebé. – Lo dijo sin rodeos, directa. Estaba deseando compartir aquella historia con alguien.
Laura se quedó clavada en el sillón. Nunca había conocido a ninguna mujer que hubiera dado a su hijo en adopción. La directora la miraba, esperando su reacción, pero ella era incapaz de decir nada.
- Necesitaba ayuda porque estaban a punto de echarla del club. Claro, en su estado, no podía…- hizo una pausa - trabajar. – Le costó mucho usar aquel verbo y no lo ocultó.- La conocí hace dos semanas, me llamó por teléfono y me pidió por favor una cita. Dijo que prefería que fuera lejos del local, en un sitio recogido, porque no quería que ningún cliente de la zona la pudiera reconocer. ¡Te puedes imaginar! - La directora hablaba con resignación. – Cuando nos conocimos ella fue directa al grano y me contó cosas sobre su trabajo – de nuevo se atraganto con el verbo -que yo hubiera preferido no saber.- La directora repasó en unos segundos todo lo que Carola le contó y cerró los ojos con rabia. Suspiró y siguió. - Esta chica no quería abortar, eso también lo tenía claro, pero me decía que no podía quedárselo. Ella dice que no puede llegar a su país con otro hijo y sin pareja. – Laura intentaba hacerse una idea de todo lo que estaría sufriendo aquella chica. Mientras la directora hablaba, ella asentía en silencio, jugando con los anillos de su mano izquierda. - Intentaremos en el tiempo que esté aquí, ayudarla en todo, escucharla e intentar comprenderla. Ojalá consigamos hacer que cambie de opinión, pero lo dudo. No quiere que ninguna chica sepa nada, de momento.
- Entiendo. Por eso no me ha dicho a penas nada del embarazo.- Laura se sintió idiota por haberle hecho tantas preguntas, ¿pero qué podría haber hecho? – Bueno, pues nada. A ver qué pasa. – Realmente no sabía qué decir.
- Si, a ver qué pasa. Esta chica lo tiene muy claro. A mi me impresiona, pero es así. Ya he conocido otros casos de madres que querían dejar a los niños en adopción, alguna lo dejó al final, pero desde luego…tanta rotundidad, nunca la vi. – La directora miró a Laura durante unos segundos en los que le quiso decir lo complicado que le resultaba a veces su trabajo. – ¿Te marchas ya?
-Si, bueno, voy a la sala de la tele a charlar un rato con las chicas, a ver qué se cuentan hoy porque creo que han tenido un altercadillo hoy a la hora de las duchas y ya me voy. – Laura estaba todavía un poco impresionada.- ¿Necesitas algo?
- No, no, nada. Vete cuando termines.
- Vale, pasaré a despedirme. – Laura salió del despacho sintiéndose culpable por irse a casa, pero ya eran más de las once de la noche. Su turno había terminado a las nueve y ella no era monja. Necesitaba no perder contacto con su vida, no perder su identidad. Después de cinco años trabajando allí, no había conseguido dejar los problemas de las chicas en el centro. Pero ¿como, después de escuchar otra historia más, otra vida rota más, podía irse a tomar cervezas con su novio? Le parecía una frivolidad, pero sabía que tenía que hacerlo.
La directora se quedó mirando a la puerta cuando Laura se fue. Estaba cansada. Eran ya 30 años trabajando con mujeres, treinta años viendo como llegaban chicas que parecían casos perdidos y que, finalmente, salían a delante. Pero treinta años pesan mucho y a veces, tenía miedo de perder las fuerzas.

                                                                        oOo
  
- Buenas tardes, ¿qué pasa? – la voz de la administrativa de admisiones sonó como si la acabaran de despertar de la siesta. La chica no se levantó de su silla y a penas sí levantó la mirada. Intentó esconder el sudoku, pero no tuvo éxito.
- ¡Estamos de parto!- dijo Laura, con un tono ridículo. La administrativa, con un bronceado demasiado intenso para  ser diciembre, las miró con cara de pocos amigos y les dedicó una pompa de su chicle verde.
- Ya. ¿Usted es familiar, amiga o qué? - La chica había perdido por completo la capacidad de emocionarse ante cualquier tipo de noticia. Eran muchos años atendiendo en la ventanilla de urgencias, con lo que había normalizado todo tipo de noticia.
- Mi amiga, mi amiga. Se llama Carola Silas Diaz-Rico. <Y tú debes llamarte idiota de primer apellido, no?> - Carola le apretaba la mano fuerte porque en ese momento estaba teniendo una contracción. Un suspirito se le escapó al final.
- Vaya apellido, ¿no? Ni que fuera de los Borbones.- La chica de admisiones soltó una de las risas más desagradables del catálogo de las risas. Al menos, Laura, puso cara de haber escuchado una risa de esas.
-Ay, perdone, es que las contracciones cada vez son más de seguido.- Dijo Carola pidiendo perdón con la mirada.- Es un apellido compuesto, si, pero es muy típico en mi región.
- Ya. Pues venga, deme ya los papeles, que no tenemos toda la mañana.- La chica miraba de reojo su sudoku mientras Laura se preguntaba si realmente era capaz de solucionar uno de esos.
-No te preocupes.- Dijo, Laura, como si la que mandara fuera ella.- Tómate tu tiempo.
-Si, pero dese prisa. – Apostilló la chica de admisiones, deseando volver a su sudoku. - A ver si lo va a tener aquí. Además, ya ha creado cola. Hay que venir con los papeles preparados. 
-  Si, si, ya vamos.  Un poco de amabilidad no viene mal en estos casos, ¿no cree? ¿O ya también hay que pagar por eso? – Laura no pudo aguantarse. No soportaba el humor de la gente de allí. No quería generalizar porque tenía muy buenos amigos charros pero tenía la batalla perdida con casi todo el personal sanitario de la ciudad.
La del moreno insultante no se tomó la molestia de contestar a Laura. Simplemente hizo una pompa con su chile y las mandó a la segunda planta con los papeles para ingresar y una ristra larguísima de pegatinas con los datos de Carola. Cuando llegaron a la consulta de paritorios, Laura conocía a la matrona que estaba de turno y ella tardó a penas unos minutos en reconocerla.
- Chica, es que ese acento, no es común por aquí, ¡y me da una alegría! – Dijo la matrona. Realmente se alegraba de verla ¿Cómo estás, Laura?                                     --
- Muy bien, Sofía, aquí con una chica de las nuestras. Se llama Carola. – A Laura le caía muy bien Sofía. Ya habían coincidido en otros partos y siempre era un gustazo estar con ella, lo hacía todo muy fácil.
 Estuvieron hablando del último parto en el que coincidieron mientras que Sofía preparaba a Carola para una eco. Apareció entonces otra matrona, Concha que, además, colaboraba mucho con el centro, dando talleres de  educación sexual o cuidados del bebé. Laura estaba feliz porque, con ellas dos, sabía que las tratarían bien.
-¿Qué tal os va por el centro? – preguntó  Concha mientras se sentaba delante del escritorio. - Hace ya unos meses que no paso a veros
- Bueno, ya sabes, con los recortes, estamos con la lengua fuera. Pero estamos bien, haciendo todo lo posible por sacar a las chicas adelante. Este septiembre se nos independizan unas cuantas, así que estamos muy contentas.
- Me alegro mucho.- dijo Sofía, poniéndose un guante de látex.- Bueno Carola, preciosa, vamos a ver cómo está el bebé. ¿Qué será, niño o niña? – preguntó, intentando tranquilizar a la mamá.
- No lo sé.- dijo Carola mientras terminaba de acomodar sus piernas en el potro. 
- Vaya, ¿y eso? -  Sofía ya tenia las manos metidas dentro de Carola y hurgaba con ellas mientras cerraba su ojo derecho.
- Bueno…es que…he querido que sea una sorpresa. – dijo Carola con un hilo de voz. Quería sonar convincente.
Empezaron la exploración mientras Laura no paraba de contestar mensajes de las chicas, que insistían en saber todos los detalles. Habían pasado tres semanas desde que Carola había llegado a casa y había hecho muy buenas migas con todas. Las matronas seguían haciendo preguntas a Carola sobre el bebé, sobre su padre, sobre las anteriores consultas y sobre sus planes futuros. La matrona más joven tomaba nota de todo.  
- Carola, ¿quieres que cuente un poco como va la cosa? – Laura no quería adelantarse, ni parecer cotilla, pero estaba sufriendo con aquella situación y se preguntaba cuándo iba Carola a decirlo.
- Si, por favor.- Su voz salió débil desde el otro lado de la cortina. Le estaban haciendo daño en la exploración y que Laura se decidiera a contarlo por ella la alivió bastante.
- El niño va a ser dado en adopción.- Dijo mirando fijamente a Concha que  abrió la boca como si acabara de ver a un perro volando. Se hizo un silencio tan incómodo que buscó la puerta con mi mirada por si podía salir corriendo.
-Ah, bueno, vale. Está bien. Entonces…ah, no recuerdo el protocolo para estos casos. No, no son muy frecuentes.- Concha se puso más que nerviosa. Con la mirada, le reprochó a Laura que no se lo hubiera dicho antes, nada más llegar. Estaba descolocada. Pero Laura agachó la cabeza.
- El teléfono de servicios sociales está colgado a tu derecha, Concha, en la pared.- Dijo Sofía desde detrás de la cortina, intentando seguir con su exploración como si nada hubiera pasado.
-Vale, vale. Eh…bueno, vale. Si. Ahora los llamaremos y ya nos informarán de todo.- Laura y Concha se quedaron un rato mirándose e intentaron mantener una conversación telepática pero, de nuevo,  no tuvieron mucho éxito. 
  
                                                                        oOo
  
- La pediatra me ha preguntado que qué nombre le pondré.-  Carola estaba dando-
paseos por la habitación cargando con un gotero que parecía impuesto a modo de penitencia. De vez en cuando se colocaba la mano debajo de la barriga, se paraba, cerraba los ojos y tras un minuto, suspiraba y seguía hablando y caminando como si nada. Laura estaba alucinando. Carola parecía de hielo. Parecía que nada de lo que estaba pasando iba con ella. Laura sentía ganas de abofetearla y recordarle que estaban en un hospital a punto de dar a luz a un niño que iba a ser dado en adopción. Pero Carola era muy consciente de lo que estaba pasando.  Ella, simplemente, había decidido crear una barrera entre ella y el niño que llevaba dentro. En ningún momento había descuidado su salud, pero jamás, jamás le había dedicado unas palabras al bebé, jamás había acariciado su barriga imaginando su carita.
- ¿Y tú qué le has dicho? - La bata verde que exigían para entrar en dilatación y en
paritorios la estaba afiliando. La potencia de la calefacción era insoportable. Pensó en lo frío de la conversación, en lo fría que parecía Carola al hablar del bebé. Pensó también que tanto calor era impropio de una escena como aquella.
- Pues que no he pensado en nada. No he querido saber ni el sexo. No he querido
crear ningún vínculo con este bebé, Laura. ¿Cómo voy a pensar en un nombre? – Carola la miraba buscando comprensión, no aprobación, simplemente comprensión.
- Pues si te piden un nombre, habrá que darles uno. Bueno dos: uno por si es chica 
y otro por si es chico. – dijo Laura, intentando no darle al tema la importancia que tenía.  
- Ay, Laura. Yo no quiero pensar en un nombre. ¿Dime, qué nombres son tus
favoritos?
Laura se incorporó en aquel sillón de piel barata que la hacía resbalar todo el tiempo. Se  subió las gafas y pensó en lo poco que realmente la atraía la maternidad.
- Para una niña me gustan África, Abril, Jimena, Azahar. Este último es el que
más me gusta. Me recuerda al olor que hay en Sevilla cuando llega la primavera y, aunque no me guste mucho dejar el invierno atrás, tengo que reconocer que despertarse por la mañana y respirar ese aroma, para mí, es increíble. Es una manera de empezar bien el día. Así que creo que le pondría Azahar. – Por un segundo se dejó llevar y se vió en su antigua casa, en su antigua calle del centro de Sevilla, bajando al mercado o tomando una cerveza en el bar de la esquina, sin preocupaciones, sin historias más complicadas que las de preparar una clase o cualquier lío con el grupo de teatro. Abrió los ojos y se vio en aquella sala de dilatación, con una chica con dolores de parto que, horas más tarde y después de un proceso que sería complicado, daría a su hijo en adopción. Se sintió infantil e inmadura.
- Azahar.- Carola sonrió. - Es precioso. Es una flor, ¿verdad?
- Si, es la flor del naranjo. Sevilla está llenita de estos árboles.- Laura intentó recordar el olor del azahar en su calle, pero el olor del hospital le ganó la partida.  
- Ya. Me gusta. -  Carola también cerró los ojos, intentando traer a su mente el olor de esa flor, una flor que no había visto nunca. - Si es chica, le pondremos Azahar. – Dijo convencida. - ¿Y si es chico?
Otra contracción. Carola volvió a repetir el proceso y pasados unos segundos volvió a pasear.
- Ay Laura, ya son más de seguido. Me arrepiento de no haber pedido epidural. Pero
con mis otros partos todo fue tan rápido. – Carola se quedó pensativa. Hubiera preferido que la durmieran por completo, que le sacaran al niño y despertar de nuevo vacía, como si no hubiera pasado nada. Aquello estaba siendo más complicado de lo que ella pensaba.
- ¿Cómo se llaman tus hijos?-  Laura se arrepintió rápidamente de haber hecho
aquella pregunta, pero no sabía por qué.
- El mayor, el de diez años, se llama Alberto Juan. El segundo, el de siete, Iván José.
Odio los nombres compuestos, pero ya sabes, es como una obligación en mi país. –Sonrió melancólica. – Vamos Laura, y si es chico, ¿qué hacemos?
- No hay nombres de chico que me gusten, la verdad. Pero hay nombres que suenan
muy bien, si los pronuncias bien, por ejemplo Isaac o Abraham. No sé, no soy mucho de nombres bíblicos, pero esos dos me gustan. También me gusta mucho Gael. ¡Gael suena tan elegante! – Laura volvió a sentirse culpable por hablar demasiado. Estaba tan nerviosa que no podía evitar enrollarse con cualquier excusa.
- Gael es bonito. – Carola miraba por la única ventana de la habitación. Pensaba en sus dos hijos, en su madre que los cuidaba, que no tenía ni idea de este nuevo embarazo. En su hermano mayor, que era militar y que la mataria de un solo golpe si se enteraba de la profesión de su hermanita pequeña, la que se fue a Europa, a la que todos envidiaban en su casa. - Pero me gusta más Isaac. Isaac, pronunciando bien las dos aes del final,
¿verdad? – Sonrió mirándola y noté cómo las lágrimas subían a sus ojos.
- Si, Isaac, - dije exagerando las aes. Es un nombre con personalidad. – Laura también estaba a punto de llorar.
- Pues así se llamará. – Carola empezó a caminar hacia Laura, lentamente. Pensó
que iba hacia el baño pero al llegar a la altura del sillón, le puso la mano en el hombro y le dijo, tragándose las lágrimas:
-Gracias, Laura, muchas gracias. No sé qué estaría siendo de mí ahora si no
estuvieras conmigo. Los pensamientos me habrían matado. – De verdad estaba agradecida. Una nueva contracción hizo que apretara el hombro de Laura con fuerza. Cerró fuertemente los ojos y una lágrima rebelde se escapó de sus ojos.
- Vaya, parece que Isaac se está animando. – Dijo cuando la contracción ya se fue.


                                                                       oOo


-¿Le ha puesto Isaac? – preguntó Nuria, sorprendida.
- Si, lo hemos elegido entre las dos. – le pareció ridícula aquella reclamación. Como si importara mucho quién había puesto el nombre. – Bueno, ella me preguntó y yo le di mi opinión. ¿Ya la has visto?
-No, estoy en el pasillo porque cuando he llegado estaban los trabajadores sociales del hospital dentro y ha salido una de ellas hablando por teléfono diciendo que estaban entrevistándose con la madre de Isaac preparando todo el papeleo para la adopción. He supuesto que hablaban de Carola, claro. - Nuria estaba molesta por no haber participado en el nombre del bebé. Estaba molesta también porque Carola hubiera pedido a Laura que la acompañara al hospital el día que se puso de parto. Siempre quería estar en todo.
- Joder. No va a cambiar de opinión- dijo Laura, como si acaso no se lo hubiera dejado lo suficientemente claro el día anterior.
- Eso parece. – Nuria también tenía esperanzas de verla volver a casa con el bebé. – Me quedaré aquí hasta la hora de la comida. Patricia, la de prácticas, vendrá luego, a las cuatro. – Disfrutaba organizando las cosas, dando órdenes, sintiéndose la jefa.
- Lo sé, se lo dije yo esta mañana.- Laura estaba ya cansada de que Nuria quisiera siempre saberlo todo. Era como si no la tomara en serio. Le molestaba que, porque ella llevara más tiempo trabajando allí, creyera saberlo todo. Siempre la trataba como si acabara de llegar, como si no supiera manejarse sola.
            Cuando colgó el teléfono tenía la boca seca, igual que cuando salí del parto. El corazón le palpitaba con violencia, sentía una mezcla de culpa y dolor que nunca conseguiría entender.


                                                          oOo

- Cuando llegue a casa las chicas me harán muchas preguntas. Y cuando llegues
tú, sin el bebé, no sabrán cómo reaccionar. - Habían pasado ya tres horas desde el ingreso de Carola en la sala de dilatación. Solo había delatado cuatro centímetros.
- Creo que tú sabrás explicarles bien cómo es la cosa, Laura. Te he visto hablar con ellas y sabes cómo hacer las cosas difíciles, sencillas. Además, ellas te quieren mucho y siempre te explicas con mucha claridad. - Se le puso un nudo en la garganta que no intentó disimular. - Te doy permiso para que les cuentes lo que ha pasado. Confío en ti, sé que las harás entender que a veces la vida no te da chance. Tengo frío. ¿Puedes taparme un poco las piernas? – Laura sintió un poco de agobio al recibir aquella responsabilidad. En cambio, Carola, se quitó un peso de encima sabiendo que sería Laura la encargada de dar la noticia. Sabía que las chicas le preguntarían muchas cosas, que querrían saber, que no entenderían su decisión. Ya vería cómo las despistaba. No podía dar muchas explicaciones. No quería que las chicas supieran su historia verdadera. No podían saber que era prostituta, que se había quedado embarazada de un cliente del que se había enamorado y que, como en cualquier película barata, le había prometido dejarlo todo por ella pero que, cuando se enteró del embarazo, le pegó una paliza para hacerla abortar, ante la negativa de hacerlo “por las buenas”. Carola buscó auxilio en diferentes asociaciones y por eso llegó donde estaba ahora. Quería volver a Panamá, de hecho lo tenía pensado antes de quedarse embarazada. Quería olvidarse de todo, retomar su antigua vida. Afrontar su viudez, pues se marchó de su país nada más morir su marido, con la excusa de mandar dinero para mantener a sus hijos, una excusa que escondía miedo y rechazo a la muerte de Alfredo, el amor de sui vida. – Las chicas no pueden saber mi historia, no quiero que la sepan. Pero si tú quieres saber, pregúntame lo que quieras.
- No necesito saber nada, Carola. No te preocupes. – Laura se moría por saber. Pensaba que si conocía la historia de Carola con pelos y señales, podría llegar a entender el por qué de su decisión. Pero comprendió que ella no era nadie para juzgar a nadie. Allí no había nada que entender. -  Durante los cinco años que llevo trabajando en el centro, he conocido a mucha gente, Carola, muchas historias, vidas rotas, pesadillas. Pero no he conocido a ninguna mujer que haya dado a su bebé en adopción. Todas las madres dicen que sus hijos son la razón para vivir, lo único que las motiva. por eso, sinceramente, me cuesta entenderte. No sé qué puede llevarte a hacerlo pero entiendo que, si estás decidida a ello, tendrás razones más que de peso para hacerlo. – Laura no sabía qué decir exactamente, No se sentía en condiciones para hacerlo. No tenía hijos y no tenía el más mínimo interés en tenerlos. Era tres años más joven que Carola, que ya tenía dos hijos en Panamá. ¿Qué podía decir ella?


                                                           oOo

Cuando salió del hospital sentía que le faltaba el aire. Rebuscó nerviosa el tabaco en la mochila llena de libros que no había podido ni abrir. A veces los partos no duraban nada pero otras, pasaban horas, incluso días antes de que la criatura se decidiera a salir. A la vez que buscaba el tabaco, intentaba abrir la botella de agua porque la garganta le ardía, la tenía tan seca que sentía que podría partirse en mil pedazos en cualquier instante. El teléfono no paraba de vibrar. Suponía que eran las chicas que esperaban ansiosas las noticias del nacimiento del nuevo inquilino. Tuvo que pararse en seco porque no era capaz de hacer ni ninguna de las cosas que tenía entre manos. Vació la mochila por completo, con lo que pudo encontrar la cartera del tabaco de liar. Abrió la botella de agua y bebió, bebió como si estuviera en una de esas competiciones americanas en las que te ponen por delante una tarta de frambuesa, y otra, y otra y solo tienes que preocuparte por comer. Así bebió. Se limpió la boca con la muñeca. Apagó el teléfono y lo volvió a meter todo en la mochila. Solo entonces se sentó en el suelo y empezó a liar un cigarrillo mientras que, sin poderlo evitar, empezó a llorar muy despacio, como sin querer molestar a nadie. Como si llorar en la puerta de un hospital fuera lo más descabellado del mundo, hundió su cabeza entre las rodillas y allí se dejó ir. Allí recordó cada minuto desde que había entrado por urgencias con Carola. Por fin lloró un rato, encendió el cigarro y de nuevo el teléfono. Seguía allí sentada en el suelo, con un frío impresionante a pesar de que habían sudado la gota gorda aquella tarde. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba contarle a alguien lo mal que se sentía, lo que había vivido hacía a penas quince minutos. 

De repente, se sintió fatal. Se sintió culpable por querer tener un protagonismo en aquella historia. ¿Y qué si ella se sentía mal? No era ella la que tenía que estar llorando en la puerta, ni contarle a nadie el vacío que había sentido al ver que una matrona se llevaba al recién nacido sin que éste hubiera podido descansar un segundo en el pecho de su madre. No se le iba de la cabeza la idea de que, nunca jamás, jamás en la vida, ese niño iba a poder sentir el calor de su madre. Todos los niños al nacer necesitan esa conexión en el pecho de su madre para seguir escuchando su corazón, el corazón que les ha protegido durante casi nueve meses. Y ese momento primero es único e irrepetible. Y ese bebé, Isaac, nunca lo tendría.

Llegó al centro del hospital a las once de la noche para cenar algo y ducharse. En la puerta, las chicas esperaban nerviosas. Habían hecho miles de suposiciones sobre el sexo de la criatura. Cada una, dependiendo de su país de origen y de su propia experiencia, hablaba del tamaño y la forma de la barriga como indicativo del sexo del niño por venir. No habían llegado a un acuerdo. No sabían nada de la decisión de Carola.

- ¿Qué tal está Carola?- Escuchó a Cassandra gritar antes de que le hubiera dado tiempo a salir del coche.
-¿Podemos ir a verla?- Era Jazmina. Carola y ella se habían hecho muy amigas. En parte quizás porque Jazmina tenía un bebé de tres meses, Carola se había pegado mucho a ella para echarle una mano. Jazmina tenía problemillas, era un poco lenta en sus razonamientos y Carola tenía mucha paciencia con ella. La trataba como a una hermana pequeña. Siguieron montones de preguntas de todas las chicas que se habían quedado despiertas esperando a Laura, que aquella noche también tenía guardia.
-¿Ha gritado mucho?- Andrea siempre hacía preguntas relacionadas con el sufrimiento.
-¿Qué coño importa eso? ¡Joder, qué morbosa que eres, mija.- Bárbara la regañó con razón. -¿Y a ti qué coño te importa si ha gritado o no?
-¿Y a vosotras qué más os da lo que pregunte yo, cojones? Cada una pregunta lo que
quiera, que os tenéis que meter en todo.- Andrea era un poco violenta y enseguida
saltaba.
La abogada defensora de todos los casos perdidos, Cassandra, intentó calmar a Andrea
con quién a penas un mes antes había protagonizado una de las peleas más violentas que
jamás se habían visto en el centro.- Venga, tía. Ya sabes cómo es la cubana, que ella es
muy “suavesita” ja, ja. Venga Laura, ¡cuéntanos todo! Seguro que ha sido una niña,
porque la barriga que tenía era de niña, vamos.
- Es que tía, haces unas preguntas.- Terminó Jazmina, que siempre saltaba a deshora.
- Déjame, gilipollas.- Andrea se giró, intentando dejar fuera a Jazmina del corro que habían hecho a mi alrededor.
- Eh, sin insultar.- Pobre Jazmina, le costaba defenderse. Era como un gatito en una jaula de tigres.
- Chicas, chicas, por favor, estoy reventada y lo que menos me apetece es una bronca ahora.- De nuevo yo, su dolor, su cansancio. ¿Qué le estaba pasando?- Carola está bien, ha sido niño, por parto natural sin epidural, no sé cuantos puntos le han puesto pero ha perdido mucha sangre antes y durante el parto. Carola ha sido una campeona y no se ha quejado nada.
-Yo tampoco me quejé nada, vamos, es que un parto tampoco es para tanto. –Interrumpió, cómo no, Verónica. Cuando quería hablar de manera categórica, su coleta se movía en el aire, como si tuviera vida propia.
-Joder tía, cállate ya. Ya sabemos que Iker te salió disparado. – Increpó Diana. No soportaba cómo verónica se hacía la graciosa con  la historia de su parto.
- Ay, por favor, de verdad. Me voy a cenar. – Laura fingió marcharse.
- No, no, porfa, sigue contándonos.- Todas a la vez, mirándola, le pidieron que se quedara con ellas, así que salieron al porche a fumar un cigarro.
- A ver, - respiró hondo e intentó retomar el hilo- el niño se llamará Isaac y ha pesado 3 kilos 300 gramos. Ha medido 56 cm y es muy moreno. Carola está bien y esta noche no podréis ir a verla. Me quedaré a dormir con ella y mañana ya os llevaremos.- Tomó aire.- ¿Alguna pregunta más?
- ¿Cuándo van a venir?- Jazmina estaba deseando volver a ver a Carola. Estaba muy ilusionada pensando que las dos serían las mamás de los bebés de la casa. Ella con una niña rubia, con unos ojos azules impresionantes y Carola, de un morenazo panameño. Laura pensó que aquel era el mejor momento para contarles la verdad. Estaba con las más pequeñas de la casa, las más cotillas también, así que decidió que fueran ellas las primeras.
Lo dijo sin rodeos: - Carola va a dar al niño en adopción.

  
                                                               oOo

- Te vamos a llevar a paritorio ya, ¿vale bonita? Ya estás de ocho centímetros y el cuello del útero está totalmente borrado. – Concha y Sofía seguían de turno y tenían mucho interés en el caso de Carola.- Mira, antes no te hemos preguntado nada, pero necesitamos saberlo.- Concha tenía miedo a hacer aquella pregunta, así que fue Sofía la que remató.
- ¿Quieres ver al bebé? Quiero decir, cuando nazca, tienes la opción de cogerlo, de mirarlo, antes de que, bueno, antes de que – a pesar de su decisión al empezar la pregunta, le costó terminarla-  antes de que se lo lleven.
Carola  lanzó a Laura una mirada de auxilio, como si su opinión fuera realmente relevante pero ella no supo qué decir. Se miraron durante un segundo y Laura cambió de tema.
- Meteré tus cosas en tu bolso, ¿vale? Lo dejaremos todo aquí, en la cama. Luego te lo subirán a la habitación.- Estaba más nerviosa que la parturienta. Las lágrimas empezaban ya a asomar por sus ojos verdes. Le resultaba casi imposible disimular pero tenía que hacerlo.
- Carola, mi niña, - Sofía, incómoda pero preocupada – es muy importante que nos digas si quieres o no ver al bebé.
- No, no. No quiero verlo.- La frialdad de Carola dejó a toda su audiencia paralizada. – No quiero. No quiero.
Se hizo un silencio en el que Carola tuvo otra contracción, en medio del pasillo, agarrada por las dos matronas y observada por Laura desde atrás.
- Pues venga, mi niña, vamos a paritorios que este bebé ya está a punto de salir.- dijo Concha, mientras disimulaba la lágrima que ya corría por su mejilla.
- Laura, vendrás conmigo, ¿verdad?- Laura había estado ya en muchos partos y había visto reacciones de todo tipo, pero nunca había visto en ninguna parturienta la cara de Carola.- Tengo miedo.
-Claro, claro que voy a entrar contigo, - contestó Laura, rápidamente – después de las horitas que he pasado ahí dentro esperando, como para perderme el concierto.- Laura intentó quitarle peso a la cosa y lo consiguió.
-¡Pues vámonos al rock ‘n’  Roll! – contestó Concha mientras nos guiñaba un ojo.

            Cuando colocaron a Carola en la cama, casi no alcanzaba a colocar las piernas en el potro, de tan cortas que las tenía. El protocolo fue el mismo que Laura recordaba de los partos a los que había asistido, más de diez, salvo que le cubrieron las piernas con una especie de gasa para que no pudiera ver al bebé salir. Cocha se preparó y se sentó justo delante de sus piernas abiertas.
- Carola, mi niña, sé fuerte. Ya verás como la vida te da otras oportunidades.- dijo Sofía, después de besar a Carola en la frente y antes de salir del paritorio.
-Venga Carola, ahora viene lo gordo, ¿si? – Concha hablaba con una tranquilidad y un cariño asombrosos. Laura volvió a pensar en sus generalizaciones sobre el carácter salmantino. - Ahora vas a apretar como si te hicieras caca, ¿vale? Vamos a esperar a que venga la próxima contracción y entonces, vas a empujar mucho, mucho y muy fuerte. Sin miedo. Agárrate donde estés más cómoda.
-Laura, por favor, no me sueltes.- Carola estaba aterrorizada, como si fuera una madre primeriza. No recordaba haber tenido tanto miedo con sus dos partos anteriores.
- Claro que no, mi niña, no te voy a soltar hasta que no me lo pidas, ¿vale? – Laura apretaba su mano izquierda la mano de Carola y con la otra sostenía una gasa húmeda que de vez en cuando ponía en los labios y en la frente de la parturienta, que lo agradecía en silencio. – Vamos a empujar cuando estés preparada, ¿Vale?
Unos segundos más tarde, llegó otra contracción.
- ¡Ahora! Venga Carola, empuja mi vida, vamos, un poco más, que ya está fuera, vamos, vamos, vamos.- La matrona repetía incansable las mismas palabras.
-¡No puedo! – Contestó Carola. Sonó tan convincente que parecia realmente que iba a tirar la toalla.-  Laura, no puedo. No me sueltes por favor, no me sueltes. Tengo frío.
- No te suelto, chiquilla, venga, un poco más. – Laura decidió desistir en su esfuerzo de esconder sus lágrimas y las dejó caer por su cara. Siempre lloraba en los partos y tenía problemas para limpiarse los mocos que caían de su nariz, porque tenía las manos ocupadas. - Venga, solo un poco más.- Se sentía culpable por decir aquello, porque ella no tenía hijos, y no sabía lo que era estar allí sentada, empujando. Cada vez que asistía a un parto le pasaba lo mismo, no se sentía libre para dar ánimos. Lo suyo era más estar, estar allí para escuchar, apretar manos,  besar frentes y humedecer labios.
-Ya le veo la cabeza, ¿vale? En la próxima tiene que salir entero o vamos a tener problemas así que, Carola, en la próxima contracción, vamos a empujar como si fuera la última cosa que vamos a hacer en nuestra vida, ¿vale? Tú, hazte caca, tranquilamente.
Concha se involucraba mucho en los partos. Le gustaba hablar en plural y siempre intentaba quedarse hasta el final, aunque ello supusiera salir horas más tardes de su turno, como estaba siendo ocurriendo aquel día. Carola tuvo otra contracción de la que avisó tres segundos antes con un gran suspiro. La matrona se estiró uno de sus guantes, Laura puso la gasa en su frente después de besarla y le cogió bien fuerte la mano.
- Ahora sí, Carola, esta es la que va a sacar al bebé.- Aquella mujer disfrutaba con su trabajo. – Vamos, mi niña, vamos, vamos, empuja, ¡no dejes de empujar! ¡Vamos, vamos, vamos, vamos!
Un suspiro y un grito por parte de madre e hijo terminaron con el sufrimiento de ambos.  Por fin el bebé estaba fuera. Concha sostuvo al niño en alto con una mano y se lo pasó a una de las enfermeras. Fue una torpeza, una torpeza, repetiría Laura una y otra vez después de que todo aquello hubiera ya pasado. La enfermera, embelesada con el recién nacido, lo mantuvo allí, suspendido encima de Carola durante los segundos suficientes para que Laura le viera su cara redonda y morena y para que Carola saliera del éxtasis en la que le había dejado la salida del bebé y lo viera allí, envuelto en una gasa blanca, sucio todavía, llorando.
-Es mi bebé, mi bebé. – Carola empezó a manotear en el aire. Quería quitarle la gasa pero no alcanzaba. -  Quiero saber el sexo.- Aquellas palabras parecieron pronunciadas por otra persona. No era la voz de una mujer débil, recién parida. Sonaron contundentes y claras.
Laura no supo que decir. Estaba también embobada en el bebé. Concha, que seguía urgando entre las piernas y el vientre de Carola intentando sacar la placenta, levantó la cabeza, me miró y después miró a la enfermera.
-¿Pero qué hace este bebé aquí todavía? ¡Pensé que había quedado claro que la madre no quería verlo!- Estaba mucho más que enfurecida. Como madre, le costaba mucho entender lo que Carola estaba haciendo y sabía que si le veía la cara, sería aún más doloroso, sería la peor tortura que podría sufrir aquella mujer. La enfermera que sostenía al bebé se quedó paralizada.
-Lo siento, no sabía que era este el caso del bebé en adopción.- Quería morirse en aquel preciso momento. Sabía que aquel error le traeria problemas.
- ¡Por el amor de dios, Paula! – suspiró Concha, que no daba crédito a la ineptitud de aquella mujer que seguía todavía allí parada mientras que Carola insistía en querer saber el sexo de su bebé- ¿Esto es una cámara oculta o qué? ¿Qué clase de profesionales tengo aquí?- Hubiera seguido calentándose de no ser por Carola, que la interrumpió.
- Está bien, está bien. –dijo conciliadora.- Solo quiero saber el sexo.
- ¿Estás segura? – Laura y la matrona lo preguntaron casi a la vez.
- Si, claro que si.- Carola asustó a todos los presentes con su decisión y con su frialdad. - Es un niño.- dijo la enfermera con un hilo de voz. Todavía estaba pensando en la bronca que le tocaría aguantar nada más salir de allí.
Carola se incorporó un poco.
- Adiós, Isaac. Perdóname, mi niño, perdóname, perdóname, perdóname. Ahora si, llévenselo. -  Con aquellas palabras se despidió de su hijo, sin haberlo tocado, sin haberlo mirado a la cara. Había perdido mucha sangre y el dolor había podido con ella. Siguió pidiendo perdón por dentro durante mucho tiempo. La vida  de Isaac sin ella pasó delante de sus ojos. Dijo aquello y se volvió a recostar en la cama, cerrando los ojos y apretando con fuerza la mano de Laura, que hacía rato que había dado rienda suelta a su llanto, a la que no había soltado ni un solo segundo. La sala de partos se llenó de silencio, solo interrumpido por el resoplar de Laura y de la matrona, que frotó mucho sus manos en el fregadero antes de decidirse a salir de allí.  

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