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miércoles, 12 de septiembre de 2012

-Relato 8 de Diego A. Mejía


Corrían vientos extraños. Marítimos, pero no del todo cálidos. Por las calles la gente comenzaba la rutina estival del cortejo y la lubricación social. David, intentaba vender sucesos a los tabloides locales en sus tiempos de sequía literaria, y la llegada del calor traía montones de ellos. Martín, que solía pasarle los soplos “anónimos” desde el cuartel de policía le invitaba: “La última”, de cinco copas.
—David, ¿para cuándo la novela? —Por las calles había cada vez menos sombras y más cervezas frías, como en una publicidad veraniega, aunque con menos sonrisas y jugueteo tonto, más cierto tufo indefinible, certidumbre de la llegada de los calores humanos. David miraba la gente a través del vaso y el líquido despejaba sus dudas acerca de la vida bajo el mar atado a los bloques de concreto que le figuraban los cubitos de hielo, en su recorrido terminaba en Martín con una mueca de satisfacción— ¡Venga, no puede ser tan difícil!, ¿No?
—Mira Martín, las novelas no son como las declaraciones de la renta… —Martín, que había intentado leer los libros de su amigo sonreía maliciosamente, más como policía sobrado de copas que como ácido crítico literario, se había quedado en la lectura de un poema que describía las relaciones amorosas como un: “Proceso burocrático”—, no puedes terminar una, así, hasta el treinta de junio si te pones a escribir cuando entra el calorcito y te quitas la morriña.
En realidad la sonrisa socarrona de Martín no estaba tan mal encaminada. “Pero las novelas son otra cosa”. Muchas veces David había descrito su experiencia con las mujeres en términos de política exterior, la poesía se le figuraba como un trámite legal donde él era una de las partes, la defensa y, cuando hiciese falta: el Estado. Pero la novela escapaba a su habilidad de rellenar formularios y concertar citas, de hacer reclamaciones y rectificaciones. No había nada de poético en una serie de papeles rellenados a mano, con rectificaciones, firmas al pie y alusiones a terceros,  después de todo: “Acaso no es eso un poema” decía siempre que alguien le encaraba su falta de romanticismo.
El problema con la novela radicaba en su dificultad de tramitarla en una sola noche sin firmar un compromiso de permanencia.
—¡Bueno, tampoco te pongas así David! —David contemplaba la copa vacía, la callosidad de su dedo corazón disminuyendo por la falta de escritura— Lo que pasa es que a ti te sienta mal el calor, ya te dije que arreglaras el aire acondicionado, un hombre normal no puede vivir así…
—Sí… —dijo David sin convencimiento inclinándose sobre el espaldar. Apuntó con el índice a la copa en alto que tintineaba al son de un bloque concreto esperando la aprobación del camarero, observó a Martín haciendo lo mismo, volviéndose de lado a lado con los dos brazos en alto en un aparatoso grand plié—  Debe ser eso…
*          *          *
Las últimas semanas la sequía se había extendido a otros líquidos aparte del agua y la escritura. “Debe ser culpa del tránsito de Venus”, se decía David por lo bajo, leyendo uno de los periódicos para los que trabajaba como freelancer. La sangre parecía negarse a correr; como un galgo temeroso de encontrar a su entrenador en la meta. La apuesta por el trabajo facilón de los sucesos no estaba a la altura de  estadísticas pasadas y, a diferencia de las expectativas su cuenta bancaria sangraba más que el galgo acalorado que dejaba escapar la oportunidad de saciar su sed a costa de algunas vidas.
            —Martín. Sí, David… Ajá… Sin novedades… vale, sí, sí ya lo sé… vale, gracias, no… no tengo dinero para arreglarlo Martín… bueno vale, no… no lo necesito, gracias… sí, sí yo te aviso, vale… gracias… gracias… chao… chao… —David, guardó el móvil en el bolsillo. Terminó de atarse el pelo, había intentado cortárselo como pretexto para ligarse a una amiga peluquera. “Es por el calor tu sabes” le había dicho al teléfono minutos. “Antes no lo soporto”. El viento dejaba una sensación de calor y hastío parecida a un sofoco a través de la camisa, a pesar de ello la desabotonó una vez más. Suspiraba— Debe ser la luna.
La luna recién estaba en cuarto creciente, y el tiempo del bacanal hervía la sangre de mujeres núbiles, ardorosos iniciados y sicóticos homicidas por igual. En los tiempos de la abundancia escrita y el vino, David se había apasionado con la idea Báquica del verano y dedicado horas al estudio concienciado de ciertas tesis acerca de los ríos de sangre que corrían por estas fechas, cuando la escritura fue menguando, aprovechó los mismos estudios para sacarle algún dinero al verano, vendiendo estrafalarias noticias de sucesos producto de las olas de calor y la luna llena, a periódicos de segunda. Rendía su propio culto a Baco con modernas hecatombes editoriales. El tránsito de Venus tampoco parecía colaborar con la causa, el periódico reportaba más accidentes de tráfico, pero menos homicidios y reyertas. -Gastos de desplazamiento… -le dijo David a los titulares que mostraban las estadísticas de muertes en carretera, eso no era trabajo.
*          *          *
Pasaron algunos días desde la última llamada, Martín optó por pasarle a David el teléfono de un conocido suyo. “Un fotógrafo de sucesos exprés”. Como mejor supo describirlo al teléfono. En el bar de siempre David aligeraba una cerveza fría, ya tuvo que dar los rodeos de costumbre que acompañaban las citas con Martín y su obsesión con la nueva novela de David que tampoco leerá.
-¡Es una especie de paparazzi del suceso! -Martin sonaba extasiado, como si en ése instante fotografiara para una portada de revista, gesticulando con las manos fotografiando a David.
-Paparazzo Martín, paparazzi es el plural.
-¡Y qué más da, es uno de esos locos que se ganan la vida persiguiendo delitos, como un turista asiático cazando pinturas en el Louvre!
-No sé, en principio no me atrae la idea –David había visto a los cazadores de pinturas asiáticos, eran temerarios y nunca hacían reparos a la hora de apretar el gatillo. “¡Incluso con vigilancia encima!”. Los había visto correr a la caza del próximo Van Gogh en sus museos favoritos, eran rápidos, furtivos y nunca andaban solos…-, nunca han terminado de gustarme tus amigos…
-Mira que estás para andar haciéndole ascos al trabajo David… -Martín puso una cara de asco indefinible y, por el cristal empañado de su copa, se diría que acababa de tomar la cerveza más caliente del bar- Querías trabajo, te doy su teléfono y se acabó.
-Vale, vale, lo siento dame el número… –David detuvo un segundo la búsqueda en el bolsillo y volvió con más ímpetu-. Sólo quiero saber una cosa… si es tan bueno como dices… ¿por qué se interesa en trabajar conmigo?, si ni me conoce, ni nada… -David sólo ha roto su regla de no mezclar amistad y trabajo con Martin y saltarse la de: “No conocer a los amigos de los amigos” ya le ha costado caro en otras ocasiones- ¿Qué le has dicho de mí?
-Hombre más desconfiado… no le dije nada, sólo que eres escritor y que estas en una mala racha, ya está –con los brazos en alto Martin se asemejaba a una imagen de santo pecaminoso-, le dije la verdad y punto…
-Pero eso no responde a mi pregunta –La mano aún en el bolsillo del pantalón-, ¿por qué trabajaría conmigo si le va tan bien?
-¡Porque no sabe escribir David! El hombre tiene muchas luces, pero lo de escribir las noticias que fotografía… no es lo suyo… ni hablar con testigos o con cualquier otra gente para el caso… es rarito… -durante su respuesta Martin a puesto tantas poses de santo, que al final apoyado en su asiento y levantando la copa, le recordaba a David la última cena. “Esto no pinta bien” pensaba David reprobando con la cabeza, liberado por fin el móvil de su prisión de lino en el bolsillo derecho del pantalón, la camisa le olía amargo y después de todo no le habían invitado las cervezas- apunta, el número es el: 654….
*          *          *
Pasaron pocos días y, a modo de ampliar la página de sucesos, uno de los periódicos locales propuso a sus lectores -a falta de noticias decentes- un “¡Concurso!, ¡con premio en metálico por una noticia de portada!” así, con signos de admiración y tipografía de marquesina. “Para aficionados” podía leerse más abajo como justificando una película por su presupuesto y echando por tierra a los guionistas, nunca antes David se había sentido más guionista que entonces. Esto no era lo suyo, debía decidirse de una vez si quería que la novela saliese adelante, hasta pensó en liarse con una funcionaria para ver si se le pegaba eso de estar sentado tantas horas y no tener nada mejor que hacer que rellenar papel tras papel. “Como si no me faltara competencia” repitió David al espejo mientras cepillaba sus dientes después de leer la noticia hecho una furia, blandió el cepillo de un modo tal que llenó el lavabo de sangre, tintinearon las monedas de sus bolsillos y mirándose al espejo, invitó a Baco a empezar.
David se preparaba para salir al encuentro de Tomás el amigo furtivo de Martín, todo por culpa de la escasez de decencia en los sucesos del verano. Concertó la cita en el lugar de costumbre a la hora de la siesta, así David no correría el riesgo de que lo vieran con Tomás, en la hora esa en la que quien no está durmiendo está cobrando menos del mínimo.
-Sólo por si acaso- le dijo al teléfono en confianza, después de colgar con Tomás. David lo imaginaba armado de pies a cabeza, destilando un aire a detective de cómic, a tabaco barato y sorna mezclada con aftershave; a modo de sobaquera portaría una Réflex, el cinturón cubierto de tarjetas y baterías extra, su arma de apoyo sería una cámara digital compacta en el bolsillo del pantalón, la de emergencia -otra también digital- que guardaría en un bolsillo del chaleco típico, sería diminuta y -aunque ya no podría verse- traería en otro tiempo impreso un letrerito. “Mi primera cámara espía”. Comprada en una juguetería respondiendo al dependiente: “Sí, para regalo”.
Sólo lo aliviaba haber leído también en la portada el reporte de la entrada de la nueva fase lunar. Baco le había respondido con la señal más antigua conocida por el hombre. “Luna Llena”.
Camino del bar la calle se le figuraba a Venus con su tránsito sin hora punta, las ganas de hablar con el “rarito” amigo de Martin competían en escasez, con las posibilidades de que un funcionario público pudiese enseñarle el camino de la novela.
-Por lo menos me queda Kafka –suspiró la intención de desandar el camino, pero en este momento volver a casa hubiese sido más costoso que llegar al bar, habría sido hasta peligroso, sólo un golpe de calor y David habría pasado a formar parte de las estadísticas del verano, ni siquiera aparecería su nombre en la noticia, tan sólo sería el número correlativo correspondiente a los muertos por la ola de calor del año en curso, sería un número en el papeleo de la seguridad social, en el de hacienda, en el del banco dejaría de serlo pronto pero gracias a los intereses y mantenimientos de cuentas pronto sería un número rojo; cuando David empezaba a buscar lo poético de los números rojos, cayó en cuenta de la necesidad de salir con una economista, se limpió el sudor de la frente con la mano y buscó un pañuelo en el bolsillo.
-No es tan fresca después de todo… -La camisa de verano lo ahogaba con su tejido tupido, respiraba un aire viciado parecido al estupor después de un “trámite burocrático”.
David llegó al bar, habían dejado las sillas fuera pero aún no volvían del descanso, tomó asiento y empezó un poema: “Transacción bursátil”, hizo memoria agitando la camisa y sintiendo su propio aroma, era imposible, no recordaba haber salido con ninguna economista. Comprobó si traía el móvil y el dinero que le quedaba en las monedas del bolsillo, último recurso antes de pedir prestado.
Corría un viento familiar. Fluvial, pero cálido. Tres sombras atravesaban la calle de  enfrente, sombras indiferentes al viento cálido que se había llevado al resto de la ciudad a un paraíso tropical, o al menos a uno con climatización controlada, David creyó que su entrevista empezaría pronto y levantó la mano haciendo señas como pidiendo una copa para aligerar el paso, pero ninguna de las sombras lo vio, como tampoco vio ninguna que la seguía otra a una distancia prudente, la segunda sombra no vio a la tercera, como tampoco la primera vio venir a la segunda, ni vio el reflejo parpadeante que atravesó su espalda dejándola caer en seco, ni las manos que revisaron su oscuridad y su cartera, ni la vio alejarse como la vio David con la serenidad de un jubilado a la misma velocidad que antes, sin parpadeos, ni reflejos o contratiempos mayores que el viento cálido que soplaba su espalda y lo volvía un espejismo urbano, una figura imaginaria.
-Estamos todos locos… -Apenas musitó David, que seguía atónito viendo desaparecer la sombra difuminándose en el asfalto, cuando la tercera se acercó a la que yacía en el suelo, otro parpadeo brillante en las manos, la misma calma con la que se había ido la anterior, otra vez vio la calle el parpadeo. Una, dos, tres veces más y tanteó luego el ahora charco oscuro en el suelo, entonces, empezó a correr hacia David y el erizamiento en la espalda que lo clavaba al asiento.
–¿David, verdad? –Dijo y dejó enseguida de ser una sombra, se convirtió en uno de esos espejismos peligrosos que nos hacen creer que llegamos a un oasis internándonos más en el desierto- ¿Cuándo empezamos?
-¿No deberíamos llamar una ambulancia –El calor creaba una atmósfera gaseosa y candente sobre la ahora mancha oscura que entorpecía el tráfico en la acera de enfrente, más como un cuerpo inerte que como ente sin vida-, a la policía?
-No hay prisa, esa no va a ningún sitio –Las puertas del bar se abrieron y de pronto una oleada de veraneantes citadinos empezó a llenar la terraza y las calles, algunas arrastraban perros y otras se dejaban guiar por niños llorosos o cotilleos de barrio, un camarero desfilaba al punto con copas relucientes y falta de comunicación. “Un momento”. Decía sin miramientos, Tomás levantaba la mano-. ¿Ya pediste? -David miraba al vacío, al fondo una multitud de sombras celestes cruzaban en todas direcciones, hacia el centro el tránsito de Venus ni siquiera provocaba un atasco, los cuerpos seguían sus órbitas inopinadamente, sólo un Can Mayor se detuvo ante ella, y bebió del pequeño agujero que dejó la luz cuando todo comenzó- ¿tienes cambio para tabaco?
-Sí –dijo David mientras buscaba en el bolsillo, sin dejar de mirar al vacío. Cuando depositó las monedas en manos de Tomás cayó en cuenta de lo que hacía- ¡Empezamos ahora mismo! –dijo y salió del trance.
-¡Genial! –En ese momento, David se vio así mismo en la acera del frente como una mancha estorbosa y, al mirar hacia la terraza del bar y ver su cuerpo con la mano levantada pidiendo una cerveza sin que el camarero le prestara atención, sintió que de todos modos estando ahí, en ese lugar, no le importaría esperar aunque sólo fuera para aparecer en noticia de portada. “Sólo lo que tome redactarla”, pensó David para sí, al fin Tomás conseguía captar la atención del camarero -¿¡No te dijo Martin que era “un cazador de sucesos”!?, ¡éste verano nos vamos a hartar!

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