Corrían vientos extraños. Marítimos, pero no del todo cálidos. Por las
calles la gente comenzaba la rutina estival del cortejo y la lubricación
social. David, intentaba vender sucesos a los tabloides locales en sus tiempos
de sequía literaria, y la llegada del calor traía montones de ellos. Martín,
que solía pasarle los soplos “anónimos” desde el cuartel de policía le
invitaba: “La última”, de cinco copas.
—David, ¿para cuándo la novela? —Por las calles
había cada vez menos sombras y más cervezas frías, como en una publicidad
veraniega, aunque con menos sonrisas y jugueteo tonto, más cierto tufo
indefinible, certidumbre de la llegada de los calores humanos. David miraba la
gente a través del vaso y el líquido despejaba sus dudas acerca de la vida bajo
el mar atado a los bloques de concreto que le figuraban los cubitos de hielo,
en su recorrido terminaba en Martín con una mueca de satisfacción— ¡Venga, no
puede ser tan difícil!, ¿No?
—Mira Martín, las novelas no son como las declaraciones
de la renta… —Martín, que había intentado leer los libros de su amigo sonreía
maliciosamente, más como policía sobrado de copas que como ácido crítico
literario, se había quedado en la lectura de un poema que describía las
relaciones amorosas como un: “Proceso burocrático”—, no puedes terminar una,
así, hasta el treinta de junio si te pones a escribir cuando entra el calorcito
y te quitas la morriña.
En realidad la sonrisa socarrona de Martín no
estaba tan mal encaminada. “Pero las novelas son otra cosa”. Muchas veces David
había descrito su experiencia con las mujeres en términos de política exterior,
la poesía se le figuraba como un trámite legal donde él era una de las partes,
la defensa y, cuando hiciese falta: el Estado. Pero la novela escapaba a su
habilidad de rellenar formularios y concertar citas, de hacer reclamaciones y
rectificaciones. No había nada de poético en una serie de papeles rellenados a
mano, con rectificaciones, firmas al pie y alusiones a terceros, después de todo: “Acaso no es eso un poema”
decía siempre que alguien le encaraba su falta de romanticismo.
El problema con la novela radicaba en su dificultad de tramitarla en una
sola noche sin firmar un compromiso de permanencia.
—¡Bueno, tampoco te pongas así David! —David contemplaba
la copa vacía, la callosidad de su dedo corazón disminuyendo por la falta de
escritura— Lo que pasa es que a ti te sienta mal el calor, ya te dije que
arreglaras el aire acondicionado, un hombre normal no puede vivir así…
—Sí… —dijo David sin convencimiento inclinándose
sobre el espaldar. Apuntó con el índice a la copa en alto que tintineaba al son
de un bloque concreto esperando la aprobación del camarero, observó a Martín
haciendo lo mismo, volviéndose de lado a lado con los dos brazos en alto en un
aparatoso grand plié— Debe ser
eso…
* * *
Las últimas semanas la sequía se había extendido a otros líquidos aparte
del agua y la escritura. “Debe ser culpa del tránsito de Venus”, se decía David
por lo bajo, leyendo uno de los periódicos para los que trabajaba como freelancer. La sangre parecía negarse a
correr; como un galgo temeroso de encontrar a su entrenador en la meta. La apuesta
por el trabajo facilón de los sucesos no estaba a la altura de estadísticas pasadas y, a diferencia de las
expectativas su cuenta bancaria sangraba más que el galgo acalorado que dejaba
escapar la oportunidad de saciar su sed a costa de algunas vidas.
—Martín.
Sí, David… Ajá… Sin novedades… vale, sí, sí ya lo sé… vale, gracias, no… no
tengo dinero para arreglarlo Martín… bueno vale, no… no lo necesito, gracias…
sí, sí yo te aviso, vale… gracias… gracias… chao… chao… —David, guardó el móvil
en el bolsillo. Terminó de atarse el pelo, había intentado cortárselo como
pretexto para ligarse a una amiga peluquera. “Es por el calor tu sabes” le
había dicho al teléfono minutos. “Antes no lo soporto”. El viento dejaba una
sensación de calor y hastío parecida a un sofoco a través de la camisa, a pesar
de ello la desabotonó una vez más. Suspiraba— Debe ser la luna.
La luna recién estaba en cuarto creciente, y el
tiempo del bacanal hervía la sangre de mujeres núbiles, ardorosos iniciados y sicóticos
homicidas por igual. En los tiempos de la abundancia escrita y el vino, David
se había apasionado con la idea Báquica del verano y dedicado horas al estudio
concienciado de ciertas tesis acerca de los ríos de sangre que corrían por estas
fechas, cuando la escritura fue menguando, aprovechó los mismos estudios para sacarle
algún dinero al verano, vendiendo estrafalarias noticias de sucesos producto de
las olas de calor y la luna llena, a periódicos de segunda. Rendía su propio
culto a Baco con modernas hecatombes editoriales. El tránsito de Venus tampoco
parecía colaborar con la causa, el periódico reportaba más accidentes de tráfico,
pero menos homicidios y reyertas. -Gastos de desplazamiento… -le dijo David a
los titulares que mostraban las estadísticas de muertes en carretera, eso no
era trabajo.
* * *
Pasaron
algunos días desde la última llamada, Martín optó por pasarle a David el
teléfono de un conocido suyo. “Un fotógrafo de sucesos exprés”. Como mejor supo
describirlo al teléfono. En el bar de siempre David aligeraba una cerveza fría,
ya tuvo que dar los rodeos de costumbre que acompañaban las citas con Martín y
su obsesión con la nueva novela de David que tampoco leerá.
-¡Es una especie de paparazzi
del suceso! -Martin sonaba extasiado, como si en ése instante fotografiara para
una portada de revista, gesticulando con las manos fotografiando a David.
-Paparazzo Martín, paparazzi es el plural.
-¡Y qué más da, es uno de esos locos que se ganan la vida
persiguiendo delitos, como un turista asiático cazando pinturas en el Louvre!
-No sé, en principio no me atrae la idea –David había visto a los
cazadores de pinturas asiáticos, eran temerarios y nunca hacían reparos a la
hora de apretar el gatillo. “¡Incluso con vigilancia encima!”. Los había visto
correr a la caza del próximo Van Gogh
en sus museos favoritos, eran rápidos, furtivos y nunca andaban solos…-, nunca
han terminado de gustarme tus amigos…
-Mira que estás para andar haciéndole ascos al trabajo David… -Martín
puso una cara de asco indefinible y, por el cristal empañado de su copa, se
diría que acababa de tomar la cerveza más caliente del bar- Querías trabajo, te
doy su teléfono y se acabó.
-Vale, vale, lo siento dame el número… –David detuvo un segundo la
búsqueda en el bolsillo y volvió con más ímpetu-. Sólo quiero saber una cosa…
si es tan bueno como dices… ¿por qué se interesa en trabajar conmigo?, si ni me
conoce, ni nada… -David sólo ha roto su regla de no mezclar amistad y trabajo
con Martin y saltarse la de: “No conocer a los amigos de los amigos” ya le ha
costado caro en otras ocasiones- ¿Qué le has dicho de mí?
-Hombre más desconfiado… no le dije nada, sólo que eres escritor y
que estas en una mala racha, ya está –con los brazos en alto Martin se asemejaba
a una imagen de santo pecaminoso-, le dije la verdad y punto…
-Pero eso no responde a mi pregunta –La mano aún en el bolsillo
del pantalón-, ¿por qué trabajaría conmigo si le va tan bien?
-¡Porque no sabe escribir David! El hombre tiene muchas luces,
pero lo de escribir las noticias que fotografía… no es lo suyo… ni hablar con
testigos o con cualquier otra gente para el caso… es rarito… -durante su
respuesta Martin a puesto tantas poses de santo, que al final apoyado en su
asiento y levantando la copa, le recordaba a David la última cena. “Esto no pinta bien” pensaba David reprobando con
la cabeza, liberado por fin el móvil de su prisión de lino en el bolsillo derecho
del pantalón, la camisa le olía amargo y después de todo no le habían invitado
las cervezas- apunta, el número es el: 654….
* * *
Pasaron pocos días y, a modo de ampliar la página de sucesos, uno
de los periódicos locales propuso a sus lectores -a falta de noticias decentes-
un “¡Concurso!, ¡con premio en metálico por una noticia de portada!” así, con
signos de admiración y tipografía de marquesina. “Para aficionados” podía
leerse más abajo como justificando una película por su presupuesto y echando
por tierra a los guionistas, nunca antes David se había sentido más guionista
que entonces. Esto no era lo suyo, debía decidirse de una vez si quería que la
novela saliese adelante, hasta pensó en liarse con una funcionaria para ver si
se le pegaba eso de estar sentado tantas horas y no tener nada mejor que hacer
que rellenar papel tras papel. “Como si no me faltara competencia” repitió
David al espejo mientras cepillaba sus dientes después de leer la noticia hecho
una furia, blandió el cepillo de un modo tal que llenó el lavabo de sangre, tintinearon
las monedas de sus bolsillos y mirándose al espejo, invitó a Baco a empezar.
David se preparaba para salir al encuentro de Tomás el amigo
furtivo de Martín, todo por culpa de la escasez de decencia en los sucesos del
verano. Concertó la cita en el lugar de costumbre a la hora de la siesta, así
David no correría el riesgo de que lo vieran con Tomás, en la hora esa en la
que quien no está durmiendo está cobrando menos del mínimo.
-Sólo por si acaso- le dijo al teléfono en confianza, después de
colgar con Tomás. David lo imaginaba armado de pies a cabeza, destilando un
aire a detective de cómic, a tabaco barato y sorna mezclada con aftershave; a modo de sobaquera portaría
una Réflex, el cinturón cubierto de
tarjetas y baterías extra, su arma de apoyo sería una cámara digital compacta
en el bolsillo del pantalón, la de emergencia -otra también digital- que
guardaría en un bolsillo del chaleco típico, sería diminuta y -aunque ya no
podría verse- traería en otro tiempo impreso un letrerito. “Mi primera cámara
espía”. Comprada en una juguetería respondiendo al dependiente: “Sí, para
regalo”.
Sólo lo aliviaba haber leído también en la portada el reporte de la
entrada de la nueva fase lunar. Baco le había respondido con la señal más
antigua conocida por el hombre. “Luna Llena”.
Camino del bar la calle se le figuraba a Venus con su tránsito sin
hora punta, las ganas de hablar con el “rarito”
amigo de Martin competían en escasez, con las posibilidades de que un
funcionario público pudiese enseñarle el camino de la novela.
-Por lo menos me queda Kafka –suspiró la intención de desandar el
camino, pero en este momento volver a casa hubiese sido más costoso que llegar
al bar, habría sido hasta peligroso, sólo un golpe de calor y David habría pasado a formar parte de las
estadísticas del verano, ni siquiera aparecería su nombre en la noticia, tan
sólo sería el número correlativo correspondiente a los muertos por la ola de
calor del año en curso, sería un número en el papeleo de la seguridad social,
en el de hacienda, en el del banco dejaría de serlo pronto pero gracias a los
intereses y mantenimientos de cuentas pronto sería un número rojo; cuando David
empezaba a buscar lo poético de los números rojos, cayó en cuenta de la
necesidad de salir con una economista, se limpió el sudor de la frente con la
mano y buscó un pañuelo en el bolsillo.
-No es tan fresca después de todo… -La camisa de verano lo ahogaba
con su tejido tupido, respiraba un aire viciado parecido al estupor después de
un “trámite burocrático”.
David llegó al bar, habían dejado las sillas fuera pero aún no
volvían del descanso, tomó asiento y empezó un poema: “Transacción bursátil”,
hizo memoria agitando la camisa y sintiendo su propio aroma, era imposible, no
recordaba haber salido con ninguna economista. Comprobó si traía el móvil y el
dinero que le quedaba en las monedas del bolsillo, último recurso antes de
pedir prestado.
Corría un viento familiar. Fluvial, pero cálido. Tres sombras
atravesaban la calle de enfrente, sombras
indiferentes al viento cálido que se había llevado al resto de la ciudad a un
paraíso tropical, o al menos a uno con climatización controlada, David creyó
que su entrevista empezaría pronto y levantó la mano haciendo señas como
pidiendo una copa para aligerar el paso, pero ninguna de las sombras lo vio,
como tampoco vio ninguna que la seguía otra a una distancia prudente, la
segunda sombra no vio a la tercera, como tampoco la primera vio venir a la
segunda, ni vio el reflejo parpadeante que atravesó su espalda dejándola caer
en seco, ni las manos que revisaron su oscuridad y su cartera, ni la vio
alejarse como la vio David con la serenidad de un jubilado a la misma velocidad
que antes, sin parpadeos, ni reflejos o contratiempos mayores que el viento
cálido que soplaba su espalda y lo volvía un espejismo urbano, una figura
imaginaria.
-Estamos todos locos… -Apenas musitó David, que seguía atónito
viendo desaparecer la sombra difuminándose en el asfalto, cuando la tercera se
acercó a la que yacía en el suelo, otro parpadeo brillante en las manos, la
misma calma con la que se había ido la anterior, otra vez vio la calle el parpadeo.
Una, dos, tres veces más y tanteó luego el ahora charco oscuro en el suelo,
entonces, empezó a correr hacia David y el erizamiento en la espalda que lo
clavaba al asiento.
–¿David, verdad? –Dijo y dejó enseguida de ser una sombra, se
convirtió en uno de esos espejismos peligrosos que nos hacen creer que llegamos
a un oasis internándonos más en el desierto- ¿Cuándo empezamos?
-¿No deberíamos llamar una ambulancia –El calor creaba una
atmósfera gaseosa y candente sobre la ahora mancha oscura que entorpecía el
tráfico en la acera de enfrente, más como un cuerpo inerte que como ente sin
vida-, a la policía?
-No hay prisa, esa no va a ningún sitio –Las puertas del bar se
abrieron y de pronto una oleada de veraneantes citadinos empezó a llenar la
terraza y las calles, algunas arrastraban perros y otras se dejaban guiar por
niños llorosos o cotilleos de barrio, un camarero desfilaba al punto con copas
relucientes y falta de comunicación. “Un momento”. Decía sin miramientos, Tomás
levantaba la mano-. ¿Ya pediste? -David miraba al vacío, al fondo una multitud
de sombras celestes cruzaban en todas direcciones, hacia el centro el tránsito
de Venus ni siquiera provocaba un atasco, los cuerpos seguían sus órbitas
inopinadamente, sólo un Can Mayor se detuvo ante ella, y bebió del pequeño
agujero que dejó la luz cuando todo comenzó- ¿tienes cambio para tabaco?
-Sí –dijo David mientras buscaba en el bolsillo, sin dejar de
mirar al vacío. Cuando depositó las monedas en manos de Tomás cayó en cuenta de
lo que hacía- ¡Empezamos ahora mismo! –dijo y salió del trance.
-¡Genial! –En ese momento, David se vio así mismo en la acera del
frente como una mancha estorbosa y, al mirar hacia la terraza del bar y ver su
cuerpo con la mano levantada pidiendo una cerveza sin que el camarero le
prestara atención, sintió que de todos modos estando ahí, en ese lugar, no le
importaría esperar aunque sólo fuera para aparecer en noticia de portada. “Sólo
lo que tome redactarla”, pensó David para sí, al fin Tomás conseguía captar la
atención del camarero -¿¡No te dijo Martin que era “un cazador de sucesos”!?,
¡éste verano nos vamos a hartar!
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