Javi
Javi está arrodillado en el suelo,
frente a la mesita del salón, y está dibujando con un lápiz de
cera de color azul marino. Javi tiene cinco años. Dibuja en una hoja
de papel un animal parecido a un dinosaurio, cubierto de escamas
azules. Sus padres están sentados en el sofá.
— ¿Has llamado al dentista? — dice
su madre. Tiene un periódico en las manos abierto por una página en
la que hablan de que han tenido que retirar unos cereales del mercado
porque contenían sustancias tóxicas.
— Sí. Le he llamado — su padre
tiene los pies en la mesa y sostiene en sus manos una lata abierta de
cerveza.
— ¿Y qué? — ella pasa una página
en el periódico —. ¿Qué ha dicho?
— Me dijeron que el único hueco que
tenían era dentro de un mes.
— Entonces, ¿Has cogido cita?
— No, no he cogido cita — su padre
no deja de mirar la televisión —. Dije que llamarías tú para
comprobarlo.
— ¿Qué te costaba coger cita tú? —
la madre de Javi cierra el periódico y lo deja sobre su regazo — A
lo mejor para cuando yo llame esa cita ya la han cogido.
Su padre pone los ojos en blanco.
— Bueno, pues lo llevamos dentro de
un mes — dice.
— No podemos llevarlo dentro de un
mes — la madre de Javi alza la voz —.Ya oíste a la doctora.
Tiene una caries. Si esperamos para mayo, puede que se le infecte.
— Vamos al dentista una vez al año y
siempre le encuentran caries. No será la primera vez que tendrá la
caries durante unos días antes de que se la empasten — su padre se
acomoda en el asiento —.Tranquilízate.
— ¡Eso es lo que quiero hacer!
Quiero tranquilizarme, pero no puedo, porque en cuanto bajo la
guardia haces algo como esto — ella se cruza de brazos.
— Tampoco es para tanto — le pega
un sorbo a su lata de cerveza.
— No lo sería si esto no fuera lo
que pasa cada vez que te pido algo. Javi también es tu hijo, pero a
veces parece que no te importara.
— ¡Por supuesto que me importa!¡Es
mi hijo! — su padre deja de mirar la televisión.
— Pues, a veces no se nota.
— ¿Qué insinúas? — él baja los
pies de la mesa —. ¿Que no lo quiero?
— Yo no he dicho eso — levanta las
manos delante de ella —. Lo único que digo es que necesito ayuda.
Estoy agotada y necesito que me eches una mano.
— Ya te lo estoy echando.
— Sí, claro — su madre niega con
la cabeza —. Y por eso llamas para no coger cita.
— ¿Y si la hubiera cogido y tuvieras
planes para ese día?
— Habría hecho tiempo. O podrías
llevarlo tú, por una vez.
— Ya sabes que a mí no me gustan los
dentistas — él se rasca el codo
— ¿Y te crees que a él sí? —
ella señala a Javi con la mano —. ¿Cómo piensas que se siente
cuando va al dentista sabiendo que a su padre le da demasiado miedo
ir?
Javi suelta el lápiz en la mesa y coge
un rotulador amarillo. Dibuja un círculo rodeado de líneas encima
del animal y lo colorea.
— Dios, no empieces con eso — él
vuelve a poner los pies en la mesa.
— Sólo digo que podrías ir al
dentista de vez en cuando — dice la madre, cogiendo el cojín que
tiene detrás de la espalda y colocándolo a su lado. Lo golpea con
la mano hasta que está mullido y lo vuelve a colocar detrás suya —.
Dar ejemplo.
— ¿Y por qué no en vez de echarme
la bronca coges y llamas al dentista, a ver?
— Pues, mira. Eso es lo que pienso
hacer
La madre de Javi se levanta y sale del
salón. Javi coge un lápiz gris y dibuja nubes encima del animal. Al
rato, su madre vuelve con una agenda. Descuelga el teléfono
inalámbrico y marca un número. Se sienta en el sofá, donde estaba
hacía unos minutos. Tras unos segundos, dice:
— Hola, llamaba para pedir una cita —
sujeta el teléfono con el hombro y abre la agenda por una página —.
Sí. Es para un empaste.
Javi se echa hacia atrás y apoya la
espalda en las piernas de su madre. Sube la cabeza como si quisiera
mirarla.
— Mamá — la llama.
— Un segundo, cariño, estoy hablando
por teléfono — su madre le acaricia el pelo sin apartar la cara de
la agenda — Sí. ¿En qué día cae? De acuerdo — ella pasa las
páginas de su agenda —. Necesito algo con lo que apuntar. Javi,
¿Tienes un lápiz?
Javi le da un lápiz de cera. Su madre
lo coge y comienza a escribir un número en la agenda. Se detiene.
— Este no me vale — le devuelve el
lápiz a su hijo —. ¿No tienes un boli?
Javi niega con la cabeza.
— Un segundo — dice ella, cogiendo
el teléfono con una mano y la agenda con la otra, y vuelve a salir
de la habitación.
Javi sigue dibujando. Coge un lápiz de
grafito y dibuja una serie de líneas angulosas saliendo de la boca
del animal.
— Tenían una cita para el veintiuno
— dice, volviendo a sentarse —. La he cogido.
— Bien, me alegro — el padre de
Javi coge el mando y sube el volumen del televisor,
— ¿Sabes? Nos podríamos haber
ahorrado esta discusión si la hubieras cogido tú — ella vuelve a
abrir el periódico y comienza a pasar las páginas. Algunas de las
páginas se doblan.
— Déjalo estar, ¿Vale? — él
gesticula con la cerveza en la mano —. Déjalo estar.
— Vale. De acuerdo.
— De acuerdo.
Javi le dibuja una cola al animal,
cubierta de espinas negras. Algo después, su padre se levanta y sale
de la habitación.
— ¿Has visto mi cartera? — dice
desde el dormitorio algo después.
— Está en la mesita de noche —
ella pasa una página del periódico —. ¿Para qué la quieres?
— He quedado con Paco — él regresa
al salón, todavía metiéndose la cartera en el bolsillo trasero de
los pantalones —. Voy a ayudarle con la mudanza.
— ¿Ahora? — la madre de Javi
suelta el periódico en el sofá.
— Sí, ahora. ¿Por qué crees que
cojo la cartera? — se rebusca en los bolsillos —. ¿Qué pasa?
¿Por qué me miras así?
— Tenemos cita con el pedagogo del
niño en una hora. Se supone que tenemos que ir los dos.
— Mierda — se rasca el cuello —.
Se me había olvidado.
— ¿Lo ves? Esto es precisamente a lo
que me refiero — ella hace un gesto con la mano, como señalando a
la totalidad de su marido.
— Bueno, no pasa nada. Ya iré a la
siguiente.
— Ah, pero, ¿Que no vas a ir? —
ella se levanta y pone los brazos en jarras.
— He quedado con él. No pretenderás
que le dé un plantón — él se dirige hacia la entrada, su mujer
detrás de él.
— ¡También has quedado conmigo, con
tu hijo y con el pedagogo, pero por lo visto a eso no vas a ir!
Javi colorea de negro las garras del
animal. Aprieta el lápiz muy fuerte. La punta se rompe. Javi rebusca
en su estuche.
— No es lo mismo — el padre de Javi
descuelga las llaves del coche de su gancho y se las mete en el
bolsillo.
— No, no es lo mismo, porque es tu
hijo al que le quieres dar plantón — ella se apoya en el marco de
la puerta.
Javi le da la vuelta al estuche hasta
que todos los lápices y rotuladores están sobre la mesa. Luego
busca en el estuche vacío.
— Tiene todo metido en cajas, tengo
que ir a ayudarle.
— ¡Pues ve después del pedagogo!
— ¿Qué quieres, que esté hasta la
una de la mañana cargando cajas? — el coge la chaqueta de la
percha y casi la tira al suelo.
Javi se levanta y va hacia la entrada
llevando consigo el lápiz roto.
— Mamá, papá, necesito un
sacapuntas — levanta el lápiz —. Mira, se ha roto.
— Ahora, no, cielo — su madre lo
aparta hacia un lado.
Javi se coge de la cintura del pantalón
de su madre y tira.
— Mamá, mamá — repite.
— ¡He dicho que ahora no!¿Por qué
nadie me escucha nunca? — grita su madre.
Javi se suelta. Le tiembla el labio
inferior. Se da la vuelta y sale corriendo hacia su cuarto.
— ¡Hala! Mira lo que has hecho. Le
has hecho llorar.
— ¡A lo mejor, si tú no me hubieras
puesto histérica no le habría gritado!
— Eso, tú cúlpame a mí. Todo es
siempre culpa mía.
Javi llega a su dormitorio y cierra la
puerta. Se hace un ovillo debajo del escritorio y se abraza a sus
rodillas. De la entrada llega el sonido de gente gritando.
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