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lunes, 10 de septiembre de 2012

Relato 5 de Teresa Salazar

Javi

Javi está arrodillado en el suelo, frente a la mesita del salón, y está dibujando con un lápiz de cera de color azul marino. Javi tiene cinco años. Dibuja en una hoja de papel un animal parecido a un dinosaurio, cubierto de escamas azules. Sus padres están sentados en el sofá.

— ¿Has llamado al dentista? — dice su madre. Tiene un periódico en las manos abierto por una página en la que hablan de que han tenido que retirar unos cereales del mercado porque contenían sustancias tóxicas.
— Sí. Le he llamado — su padre tiene los pies en la mesa y sostiene en sus manos una lata abierta de cerveza.
— ¿Y qué? — ella pasa una página en el periódico —. ¿Qué ha dicho?
— Me dijeron que el único hueco que tenían era dentro de un mes.
— Entonces, ¿Has cogido cita?
— No, no he cogido cita — su padre no deja de mirar la televisión —. Dije que llamarías tú para comprobarlo.
— ¿Qué te costaba coger cita tú? — la madre de Javi cierra el periódico y lo deja sobre su regazo — A lo mejor para cuando yo llame esa cita ya la han cogido.

Su padre pone los ojos en blanco.

— Bueno, pues lo llevamos dentro de un mes — dice.
— No podemos llevarlo dentro de un mes — la madre de Javi alza la voz —.Ya oíste a la doctora. Tiene una caries. Si esperamos para mayo, puede que se le infecte.
— Vamos al dentista una vez al año y siempre le encuentran caries. No será la primera vez que tendrá la caries durante unos días antes de que se la empasten — su padre se acomoda en el asiento —.Tranquilízate.
— ¡Eso es lo que quiero hacer! Quiero tranquilizarme, pero no puedo, porque en cuanto bajo la guardia haces algo como esto — ella se cruza de brazos.
— Tampoco es para tanto — le pega un sorbo a su lata de cerveza.
— No lo sería si esto no fuera lo que pasa cada vez que te pido algo. Javi también es tu hijo, pero a veces parece que no te importara.
— ¡Por supuesto que me importa!¡Es mi hijo! — su padre deja de mirar la televisión.
— Pues, a veces no se nota.
— ¿Qué insinúas? — él baja los pies de la mesa —. ¿Que no lo quiero?
— Yo no he dicho eso — levanta las manos delante de ella —. Lo único que digo es que necesito ayuda. Estoy agotada y necesito que me eches una mano.
— Ya te lo estoy echando.
— Sí, claro — su madre niega con la cabeza —. Y por eso llamas para no coger cita.
— ¿Y si la hubiera cogido y tuvieras planes para ese día?
— Habría hecho tiempo. O podrías llevarlo tú, por una vez.
— Ya sabes que a mí no me gustan los dentistas — él se rasca el codo
— ¿Y te crees que a él sí? — ella señala a Javi con la mano —. ¿Cómo piensas que se siente cuando va al dentista sabiendo que a su padre le da demasiado miedo ir?

Javi suelta el lápiz en la mesa y coge un rotulador amarillo. Dibuja un círculo rodeado de líneas encima del animal y lo colorea.

— Dios, no empieces con eso — él vuelve a poner los pies en la mesa.
— Sólo digo que podrías ir al dentista de vez en cuando — dice la madre, cogiendo el cojín que tiene detrás de la espalda y colocándolo a su lado. Lo golpea con la mano hasta que está mullido y lo vuelve a colocar detrás suya —. Dar ejemplo.
— ¿Y por qué no en vez de echarme la bronca coges y llamas al dentista, a ver?
— Pues, mira. Eso es lo que pienso hacer

La madre de Javi se levanta y sale del salón. Javi coge un lápiz gris y dibuja nubes encima del animal. Al rato, su madre vuelve con una agenda. Descuelga el teléfono inalámbrico y marca un número. Se sienta en el sofá, donde estaba hacía unos minutos. Tras unos segundos, dice:

— Hola, llamaba para pedir una cita — sujeta el teléfono con el hombro y abre la agenda por una página —. Sí. Es para un empaste.

Javi se echa hacia atrás y apoya la espalda en las piernas de su madre. Sube la cabeza como si quisiera mirarla.

— Mamá — la llama.
— Un segundo, cariño, estoy hablando por teléfono — su madre le acaricia el pelo sin apartar la cara de la agenda — Sí. ¿En qué día cae? De acuerdo — ella pasa las páginas de su agenda —. Necesito algo con lo que apuntar. Javi, ¿Tienes un lápiz?

Javi le da un lápiz de cera. Su madre lo coge y comienza a escribir un número en la agenda. Se detiene.

— Este no me vale — le devuelve el lápiz a su hijo —. ¿No tienes un boli?

Javi niega con la cabeza.

— Un segundo — dice ella, cogiendo el teléfono con una mano y la agenda con la otra, y vuelve a salir de la habitación.

Javi sigue dibujando. Coge un lápiz de grafito y dibuja una serie de líneas angulosas saliendo de la boca del animal.

— Tenían una cita para el veintiuno — dice, volviendo a sentarse —. La he cogido.
— Bien, me alegro — el padre de Javi coge el mando y sube el volumen del televisor,
— ¿Sabes? Nos podríamos haber ahorrado esta discusión si la hubieras cogido tú — ella vuelve a abrir el periódico y comienza a pasar las páginas. Algunas de las páginas se doblan.
— Déjalo estar, ¿Vale? — él gesticula con la cerveza en la mano —. Déjalo estar.
— Vale. De acuerdo.
— De acuerdo.

Javi le dibuja una cola al animal, cubierta de espinas negras. Algo después, su padre se levanta y sale de la habitación.

— ¿Has visto mi cartera? — dice desde el dormitorio algo después.
— Está en la mesita de noche — ella pasa una página del periódico —. ¿Para qué la quieres?
— He quedado con Paco — él regresa al salón, todavía metiéndose la cartera en el bolsillo trasero de los pantalones —. Voy a ayudarle con la mudanza.
— ¿Ahora? — la madre de Javi suelta el periódico en el sofá.
— Sí, ahora. ¿Por qué crees que cojo la cartera? — se rebusca en los bolsillos —. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
— Tenemos cita con el pedagogo del niño en una hora. Se supone que tenemos que ir los dos.
— Mierda — se rasca el cuello —. Se me había olvidado.
— ¿Lo ves? Esto es precisamente a lo que me refiero — ella hace un gesto con la mano, como señalando a la totalidad de su marido.
— Bueno, no pasa nada. Ya iré a la siguiente.
— Ah, pero, ¿Que no vas a ir? — ella se levanta y pone los brazos en jarras.
— He quedado con él. No pretenderás que le dé un plantón — él se dirige hacia la entrada, su mujer detrás de él.
— ¡También has quedado conmigo, con tu hijo y con el pedagogo, pero por lo visto a eso no vas a ir!

Javi colorea de negro las garras del animal. Aprieta el lápiz muy fuerte. La punta se rompe. Javi rebusca en su estuche.

— No es lo mismo — el padre de Javi descuelga las llaves del coche de su gancho y se las mete en el bolsillo.
— No, no es lo mismo, porque es tu hijo al que le quieres dar plantón — ella se apoya en el marco de la puerta.

Javi le da la vuelta al estuche hasta que todos los lápices y rotuladores están sobre la mesa. Luego busca en el estuche vacío.

— Tiene todo metido en cajas, tengo que ir a ayudarle.
— ¡Pues ve después del pedagogo!
— ¿Qué quieres, que esté hasta la una de la mañana cargando cajas? — el coge la chaqueta de la percha y casi la tira al suelo.

Javi se levanta y va hacia la entrada llevando consigo el lápiz roto.

— Mamá, papá, necesito un sacapuntas — levanta el lápiz —. Mira, se ha roto.
— Ahora, no, cielo — su madre lo aparta hacia un lado.

Javi se coge de la cintura del pantalón de su madre y tira.

— Mamá, mamá — repite.
— ¡He dicho que ahora no!¿Por qué nadie me escucha nunca? — grita su madre.

Javi se suelta. Le tiembla el labio inferior. Se da la vuelta y sale corriendo hacia su cuarto.

— ¡Hala! Mira lo que has hecho. Le has hecho llorar.
— ¡A lo mejor, si tú no me hubieras puesto histérica no le habría gritado!
— Eso, tú cúlpame a mí. Todo es siempre culpa mía.

Javi llega a su dormitorio y cierra la puerta. Se hace un ovillo debajo del escritorio y se abraza a sus rodillas. De la entrada llega el sonido de gente gritando.

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