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viernes, 14 de septiembre de 2012

Relato 6 de Nunila Rabadán


 La Diosa


Estaba a punto de amanecer. Todavía era ese instante donde el sol no se ha atrevido a salir, pero el mundo ya se ha preparado para que lo haga. En la pequeña cala la marea había bajado, dejando al descubierto un sendero de blanca arena que conducía hasta el alto edificio que se alzaba en medio del agua. El día era gris y frio. El acantilado que rodeaba la cala poseía el aspecto de un antiguo fuerte abandonado hace ya mucho tiempo. Una niebla baja cubría el ambiente. Parecía que en el mundo únicamente existiesen tres colores. Incluso el musgo de las rocas que solían reposar debajo del mar, era gris.

El vestido de la niña también parecía gris, un sencillo vestido sin mangas donde no se distinguían las costuras. La niña avanzaba decidida con los blancos pies descalzos, dejando tras de sí una estela de pequeñas huellas sobre la arena mojada. Su largo pelo negro caía en cascadas por su infantil figura andrógina, más allá de la cintura.

Al subir la escalinata que solía ocultar el mar, su pequeña cara no reflejaba ninguna emoción. Sus ojos rasgados, del mismo color que el vestido, permanecían fijos en la aldaba de la gran puerta. Al llegar frente a esta e inclinarse para hacerla, la puerta se entreabrió.
Nadie salió a recibirla. La pequeña entró con paso firme.
El interior guardaba aun menos parecido con un faro que el exterior. Observó una sala grande con una escalera que comenzaba a su derecha y comenzó a ascender.


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Una gran habitación ocupaba toda la parte alta del edificio. No había puertas. Las escaleras daban paso directamente a una gran habitación abovedada llena de pinturas y libros.
Sin previo aviso un hombre salió al paso de la niña. Su aspecto era desordenado, iba limpio y olía bien, pero su pelo estaba alborotado, su barba de días salvaje le ocultaba la parte inferior de la cara, llegando a parecer cuando estaba en silencio que no tenía boca. Vestía una túnica roja con símbolos astronómicos y matemáticos que estaba realmente arrugada


¾    ¡Ah! Ya has llegado –la interceptó- Podrías haber llegado hace media hora si hubieses venido cruzando el puente. Pero hubieses tardado dos días completos si no llegas a salir de noche. Después de que cruzases. Y menos mal que te decidiste a no venir en barca o no hubieses llegado …..
¾    Ha venido por la montaña, y andando como te dije –La voz procedía de un sillón. El hombre allí sentado se levanto y se colocó delante de ella justo al lado del otro. Eran idénticos. La misma cara, el mismo pelo, los mismos ojos verdes y brillantes, incluso llevaba barba. Pero a diferencia del otro, una pulcritud revestía su apariencia. El pelo cortado y peinado perfectamente. La barba arreglada
¾    Esa sólo era una de las posibilidades.
¾    Pero es la que dije que ocurriría y la que ha pasado.
¾    No puedes descartar continuamente el resto de las opciones y quedarte únicamente con la que te parezca más probable.
¾    Yo uso la lógica y mi conocimiento de la mente humana para desentrañar los misterios y saber que seguridad cual es la opción correcta.
¾    El ser humano no es el único factor decisivo en los hechos que van a ocurrir.
¾    Pero en la mayor parte de los casos es el más relevante. Sus actos son más impulsivos y rápidos y por ello su repercusión es más pronta. Una roca tarda siglos en decidir si va a romperse o no, y una vez decidido tarda el doble en llevarlo a cabo.
¾    Es inútil tratar de hablar contigo. Se cree que siempre tiene razón y descarta las opciones menos probables –indicó a la niña con gesto desdeñoso el hombre desastrado.
¾    No le hagas perder más el tiempo. Has venido a consultarnos ¿verdad?

La niña asintió a la pregunta.

¾    Quieres saber si debes convertirte en la Diosa de tu gente.

La niña volvió a asentir.

¾    Muy bien te diremos lo que el destino puede prever.

Los hombres se dirigieron a varias mesas que había por la habitación. Usaron extraños aparatos y midieron una y otra vez mapas de constelaciones con movimientos frenéticos, uno de ellos seguro y el otro torpe y tropezando. Cuando acabaron volvieron a dirigirse a la pequeña, que no se había movido de su sitio.

¾    Si aceptas el cargo como diosa serás venerada durante años. Joyas y manjares te cubrirán. Y no habrá más voluntad que la tuya.
¾    Pero puedes perderlo todo si un extranjero se presenta en tu tierra.
¾    Si viene del Este traerá consigo una enfermedad que te debilitará y hará que pierdas tu condición de Diosa
¾    Si viene del Norte, desconociendo las costumbres intentará tocarte, convirtiéndote así de nuevo en un ser mortal e impuro, puesto que una vez se ha sido poderoso, si se pierde ese don, nada bueno puede quedar en ti. Traerás mala suerte allá donde vayas y todos te despreciarán.
¾    Pero si viene del Sur, se dará a conocer que eres la gran rencarnación de la Diosa y tu pueblo obtendrá el conocimiento y la fuerza necesaria para lograr todo aquello que ambiciona.

Las diversas posibilidades continúan manando por las voces de ambos hombres. La niña les oye sin mostrar el más mínimo atisbo de sentimientos. Pacientemente y en silencio continua escuchando todas las posibilidades del universo que los dos sabios vaticinan, para poder así tomar una decisión.


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Al salir de aquel alto edificio ya había amanecido. La marea había comenzado a subir cubriendo el camino. Avanzó decidida. Con el paso firme. Sin tropezar. Como una verdadera diosa.

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