La Cita
Salgo de la ducha, me seco con la
toalla y me miro al espejo. Está lleno de vaho, así que abro una ventana
redonda en el espejo, apartando el vaho con la palma de mi mano.
Me echo un poco de gomina en el
pelo, todavía mojado.
Me peino con el pelo hacia atrás.
Los deshago y me peino hacia
adelante, levantando el flequillo con un leve tupé.
Echo el flequillo hacia abajo,
dejándolo pegado en la frente.
Me quedo mirándome al espejo.
Me hago una cresta al estilo tintín.
Me despeino con la mano.
Me vuelvo a peinar con el pelo
hacia atrás.
Me hecho desodorante en los
sobacos y colonia detrás de las orejas.
Voy a mi habitación y me pongo el
reloj. Son las 20:46.
Me pongo una camisa de lino verde
pistacho y unos vaqueros negros.
Salgo de casa a las 20:58.
Camino hasta la parada del 26,
que tarda cinco minutos en llegar. Después de doce minutos, me bajo en la
parada de Pasarela.
A las 21:27 llego a la puerta de
la taberna del Gato Verde, después de caminar a paso ligero.
Miro a los alrededores, para ver
si la veo, pero nada.
Me asomo al interior del local,
para ver si ha entrado. Pero nada.
Salgo fuera, miro el reloj: las
21:29. Miro hacia los dos lados de la calle.
Saco el móvil de bolsillo y lo
miro: no hay llamadas ni mensajes. Son las 21:30.
Apoyo la espalda en la pared del
edificio, y voy mirando simultáneamente a ambos lados.
Vuelvo a mirar el reloj: 21:32.
Vuelvo a mirar el reloj: 21:34.
21:35.
21:36.
21:37.
21:37.
21:38.
Miro el móvil. No hay mensajes ni
llamadas: 21:40.
Suspiro hondo y dejo escapar
lentamente el aire.
21:42.
Comienzo a pasear a un lado y a
otro de la calle, sin alejarme más de 10 metros de la puerta del gato verde.
Un bip y una vibración llegan
desde el bolsillo del pantalón. Saco el móvil, tiene un mensaje: “Orange Publi:
Esta primavera podrás llamar a …”.
—Hijos de puta— susurro mientras
borro el mensaje.
21:45.
Saco un cigarrillo del paquete de
Chester y me lo coloco en los labios. Saco el mechero, pero no enciendo el
cigarrillo, sino que lo vuelvo a guardar en el paquete.
21:46.
Miro hacia ambos lados. Nadie.
21:47. Nadie.
21:48. Ella aparece al doblar una
esquina, con paso apresurado, con una camiseta a rayas horizontales, naranjas y
marrones, y unos pantalones negros.
—Hola—me dice en tono jovial.
—Hola.
Un beso en cada mejilla (ella se
tiene que poner de puntillas y yo me agacho levemente).
—Siento llegar tarde, es que han
terminado más tarde las clases de inglés.
—No te preocupes, yo acabo de
llegar. Pero vamos a entrar cuanto antes, que la reserva era para las nueve y
media
Nos hacen esperar cinco minutos
antes de sentarnos en una mesita en el rincón de la taberna. Un poco pequeña
pero acogedora.
—¿Qué desean de beber?— pregunta
el camarero mientras nos deja las carta del menú.
—Una cerveza— contesto.
—Una coca light— contesta ella.
El camarero se aleja y nos
quedamos mirando el menú, en silencio. Pedimos una tabla de quesos fundidos con
distintas salsas, una ensalada templada y carrillada a las cinco pimientas.
Todo para compartir.
Después de pedir, vuelve a
hacerse el silencio.
—¿Qué tal las clases de inglés?—
pregunto rompiendo el silencio.
—Bien, el nivel es un poco alto
para mí, pero así me obliga a esforzarme— me responde, y continua—trato de
sacar algo de tiempo para estudiar, pero es difícil, entre el trabajo y el
balonmano…ya sabes, me falta tiempo.
—Me imagino, hace falta mucha
fuerza de voluntad para llevarlo todo para adelante— le digo.
—Sí, y yo no tengo demasiada—me
sonríe.
—Pues anda que yo… prácticamente
lo único que hago es trabajar… y los partidos de futbol de los miércoles—replico.
—Todo es culpa del trabajo— me
dice en tono irónico.
—Sí sí, puto trabajo, nos va a
arruinar la juventud— le digo medio riendo.
Traen la comida. Son las 22:04. Pasamos
la cena intercalando silencio con conversaciones intrascendentes.
—¿Quieres postre?— le pregunto.
—Me da igual. ¿Y tú?
—No soy mucho de dulces. Prefiero
una copa.
Levanto la mano mirando al
camarero. Cuando me devuelve la llamada, le hago el gesto con la mano para
pedir la cuenta. Él asiente con un guiño y un gesto de la mano.
Son 22,35 €.
Saco la cartera del bolsillo.
Ella saca la suya del bolso.
—No no, te invito yo—le digo
mientras le sujeto con suavidad la mano de la cartera. Ella tiene la piel
suave, pero a mí me sudan un poco las manos.
—No seas antiguo— me dice ella sonriendo
y abriendo la cartera, tras soltarse de mi mano.
—Por favor, déjame que te invite,
¿o es que eso me convierte en un machista?— le digo en tono irónico guiñándole
un ojo.
—Te apuntaré en mi lista de tíos
machistas a los que no coger el teléfono— me devuelve en tono más irónico aún.
—¿Qué tal si tu invitas a las
copas?—contraataco.
—OK.
—Conozco un sitio aquí cerca
donde ponen unos mojitos estupendos.
Una hora y media y 4 mojitos
después trato de besarla. Me retira la cara. Me sonríe.
—Ya era hora, ¿no? ¡Eres tela de
pavo!—me dice antes de devolverme el beso.
Me río.
—Sin un par de copas soy un
cobarde— le contesto, y pido otros dos mojitos.
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