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jueves, 13 de septiembre de 2012

-Relato 9 de Diego A. Mejía


Harían un par de meses desde que Teresa acabara de perder a nuestro hijo no nacido, cerca a la sexta semana de gestación, llevábamos algún tiempo intentándolo y esta última vez había sangrado mucho nuestra relación y nuestra cuenta bancaria, para cuando empecé a tener una relación fuera de casa había pasado recién el primer intento, éste era el tercero. Habíamos hablado de la paternidad hacía mucho y ya no recordaba por qué seguíamos intentándolo, aunque fuimos lo más metódicos que pudimos. “Es lo mejor” dijimos al unísono cuando, dejando de vivir juntos lo intentamos por segunda vez, no porque esperáramos que la relación terminase -como sucedió la vez primera-, sino como una forma de convivencia más civilizada.
Así estuvimos algún tiempo.
Teresa se había quedado en nuestra casa en las afueras y yo había optado por un apartamento diminuto en el centro, cerca del trabajo, para no tener que coger el coche y dejárselo. Solíamos dormir juntos los fines de semana, como una tregua, nos mostrábamos amables y sensibles, como visitantes o parientes lejanos. Algunos días entre semana salíamos a comer o al cine, en esas ocasiones cada uno volvía a su propia cama, como dos colegiales. “Es nuestra manera de parecer enamorados” Teresa intentaba ser graciosa con los amigos más cercanos. Aquella noche era viernes, cenamos fuera y vimos una película mala, terminada la función ambos estábamos callados, mirando hacia la calle en la puerta del cine. Empezamos a caminar automáticamente.
                -¿Cuándo volveremos a hacerlo? -preguntó.
                -No estrenan nada hasta el próximo viernes –contesté. Teresa bajó la mirada, había mucha gente a la salida del cine, ahora, caminábamos hacia el coche- Pero podemos cenar el martes…
                -¿Me refiero a nosotros? Quizá ya es tiempo, después de todo llevamos ya unos meses sin hacerlo…
                -¿No crees que es pronto para volver vivir juntos? –Contesté- lo que digo es que esto está funcionando, cada uno tiene su espacio ¿no es lo que nos hacía falta? Si nos apresuramos quizá después no podamos recuperarlo. “Es lo mejor”–Esa había sido la mejor forma de terminar una frase los últimos meses- ¿recuerdas?
-No hablo de eso… lo del niño… ¿cuándo volveremos a intentarlo? -Era invierno y el abrigo la cubría hasta los tobillos- si empezáramos a hacerlo, en primavera… quizá por estas fechas… sabes cómo me gusta el frío… -cuando terminó de decirlo nos acercábamos al coche. Empezaba a llover y corrimos.
Teresa subió al coche deprisa, yo entreabrí la puerta un poco.
-Te veo en tu casa mañana, tú no te preocupes por nada yo llevo la cena… –dije. Y cerré la puerta, corrí un poco para alejarme del cielo abierto y el coche partió.
No vi el rostro de Teresa al decirle adiós con la mano y tampoco recuerdo escucharla o verla responder. Tomé un rodeo para llegar a casa, aún era temprano y había mucho tráfico a pesar de la hora, a pie bajo el aguacero los zapatos empezaron a chapotear sin necesidad de charcos accesorios, apresuré el paso. Me esperaba una cama caliente y el café de costumbre, llegaba temprano.
-¿Qué tal la película? –preguntó Cecilia desde la cama. Cecilia siempre sabía la respuesta, buena parte de las veces la habríamos visto antes, en una de esas funciones de medianoche, donde la gente se preocupa de que nadie le vea el rostro, ésta como algunas otras terminaba volviéndola a ver con Teresa- Hoy acabó pronto… ¡Estás empapado!
-Tan mala como la primera vez… –me senté en la cama para desvestirme, Cecilia olía a café y rastros de comida italiana, me besó, sólo sabía a café amargo.
Cecilia y yo trabajábamos juntos, en la oficina o la intimidad Cecilia discutía sus ideas con ahínco, aunque prefería mantenerse al margen de las mías, como tampoco era capaz de hablar acerca de su: “Tabaquismo afrancesado” Como llamaba al torcimiento de labios que producía el humo perenne del cigarro en su boca. Solía ser capaz de decir las cosas más inauditas sin sonar inocente o demasiado maquiavélica, todo sonaba nuevo en sus labios, lo único invariable eran sus manos. “Azuleaban de frío” aún en verano. Hablábamos sobre mareas y ritmos circadianos, sobre constelaciones y fases lunares, pero nunca pudo creer habían colores fríos o cálidos. Como nunca preguntó por mi mujer, hasta ese día.
-Por qué no le dijiste que vieran otra película –preguntó Cecilia. Ahora caminaba descalza de aquí a allá, buscando el café.
-Porque le dije que eligiera ella –grité hacia la sala, a la par que empecé a estornudar -, tendrá tus mismos gustos, supongo.
-¿Es así? –Cecilia asomaba la cabeza a la habitación- ¿Me parezco a tu mujer?
-No quise decir eso…
-Nunca me hablas de ella; no es que me parezca mal, es vuestra vida, pero… -me pasó una toalla y una taza de café caliente- A veces me pregunto como es… aquí esperando sola toda la noche en tu cama, no tienes ni una foto suya o de ambos, juntos; y sin embargo parece que vivieras con alguien… -Estornudé.
-¡Genial! -Volví a estornudar- sólo eso me faltaba… resfriarme… -Cecilia se quedó mirándome a los ojos. “Yo estoy consciente que sólo soy la otra” me dijo alguna vez. “Es un cliché lo sé… pero es cierto” concretó después con un beso- Creí que habíamos superado eso, para qué complicar las cosas, ¿estamos bien así, no?
-Anoche, me llamaste por su nombre ¿no te diste cuenta o pensaste que yo no lo hice?
-Lo siento, no sé qué estoy pensando… […] Hoy Teresa me preguntó “Cuando volveríamos a intentarlo”, estábamos intentando tener un niño, sabes… o una niña, bueno el caso es ése. “¡Cuando volveremos a intentarlo!” Ni siquiera estoy seguro si quiero volver a vivir con ella, y quiere volver a intentarlo, no la entiendo. ¡Está loca! Creo que tengo fiebre, estoy diciendo tonterías… no me hagas caso…
Una noche Cecilia intentaba pintarme algo en el pecho con su lápiz de ojos. “He descubierto que no sé escribir con la mano izquierda, no lo sabía… ahora quiero saber” dijo. Y así lo hizo, se enseño durante semanas, aquella caligrafía siniestra y titubeante; así, firmaba los papeles de trabajo con la mano derecha; pero escribía las cartas de amor con la izquierda.
-No sabía que quisieras tener hijos –añadió ella.
-Tampoco lo sé, antes de separarnos creí que era el curso natural, no sé como las corrientes marinas, ¿te acuerdas?, sólo me dejaba guiar por el ritmo, debo sonar como un lunático… -La tomé de la mano- Todo va tan rápido últimamente… apenas tiene uno tiempo de pensarlo y ya está uno metido en un remolino, ¿nunca te ha pasado? –Un acceso de tos me detuvo un instante- Pero contigo no tengo que preocuparme por eso, nuestros ritmos son diferentes…
-Nos llevan a distintos puertos ¿no es así? –Soltó mis manos y se metió en la cama- Es inútil… mejor métete en la cama que vas a coger una pulmonía… -Cama adentro su cuerpo ardía, pero eso no impidió que me resfriase ni tampoco que agotáramos las reservas de profilácticos de la mesilla de noche.
Tanto ardor y no podía evitar que las manos le dolieran de frío.
La cena y el cine de la noche anterior fueron una especie de reconciliación. La semana pasada improvisé una pelea con Teresa, quería pasar la noche conmigo entre semana, era tarde y tuvo que conducir todo ese camino a su casa sola, con el bolso de ropa limpia para el día siguiente en el maletero, porque no había forma de avisar a Cecilia, era la segunda vez que ocurría algo así, pero era la primera vez que pasaba con Cecilia y por supuesto no quería que se enterase ninguna de las dos. De vuelta a casa Cecilia me esperaba con una gran sonrisa detrás de la puerta. “¡Ganaste!” dijo bien atravesé la puertecilla perplejo. “Ganar algo esta noche, eso estaría bien, ¿y cuál es el premio?” de pronto me había sacado también una sonrisa. “Le ganaste al tabaco, te prefiero a ti” y dejó de fumar. Sin más explicaciones había mudado de vicio y yo había sido el ganador.
A la mañana siguiente, apenas podía moverme, Cecilia cuidó de mí toda la mañana, compró comida, fue a la farmacia y me dio calor, a medio día empezaba a sentirme mejor, dopado de antigripales; después de la sopa caliente quiso que nos sintiéramos más cerca. En el devaneo casi olvido el detalle de la mesilla de noche.
-¿Por qué paras, te sientes mal otra vez? –preguntó.
-Un poco, pero no es eso –le mostré un paquete vacío sobre la mesilla con la mirada-, se acabaron, se me olvidó pedirte que también trajeras algunos de la farmacia.
-Tú sigue no te preocupes –se había tumbado encima y me hablaba cogiéndome el rostro con ambas manos.
-¿Qué no me preocupe?
                -Sí, no te preocupes, lo tengo solucionado.
                -¿Qué se supone que significa eso?
                -Significa que no hay problema –Empezó a besarme el rostro-, supuse que sería el paso natural ¿no?, ya llevamos un tiempo juntos y empecé a tomar pastillas hace unas semanas –Me besó apasionadamente en los labios- sólo quiero estar contigo –Otra vez, más aun-, es lo mejor, además así ya no tenemos que preocuparnos por nada.
                Siguió besándome por el cuello y siguió hacia el pecho, el aire de la habitación estaba helado, yo sólo miraba el vacío, sin pronunciar palabra. Por primera vez hicimos el amor, juntos, pero el frío pudo conmigo, me puse peor, subió la fiebre e incluso me hizo vomitar, Cecilia no se apartó de mi lado en todo el día, a las ocho ya de noche, seguía la lluvia de la noche anterior, tras varios reclamos accedió a acompañarme a comprar comida.
                -Estás muy mal debiste quedarte en casa, yo podía comprar la comida…
                -Dije que lo haría yo, era mi turno, además me siento mejor –Tenía escalofríos y evitaba toser.
                -No tienes por qué ir, dile que estás enfermo, podríamos pasar el fin de semana juntos, yo te cuidaré, sería nuestro primer fin de semana sólo para nosotros.
                -Dije que iría, sino Teresa empezará a pensar algo que no es –El rostro de Cecilia enrareció de pronto.
Cecilia me acompañó hasta la estación de trenes; esperando en el andén cogidos de las manos, ambos las traíamos azules. No pronunciamos palabra alguna. El tren entraba al andén como una oleada.
-Es lo mejor… -dije, y me esquivó un beso –El tren nos arrastró como la resaca.
El lunes siguiente Cecilia pidió un cambio de sección, tardó unos días y sólo la movieron un par de plantas más abajo, pero no volví a verla, como tampoco me mudé con Teresa de nuevo. Algunas noches, solo en la habitación, encuentro cosas suyas en los armarios o la mesilla de noche. “Sin embargo parece que vivieras con alguien…” hace unos días la vi por la calle, confundía al viento con su cabello lleno de humo afrancesado, yo iba de la mano de Teresa, aunque ella no nos vio. Iba a su ritmo. Nosotros a nuestro cuarto intento.

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