La Noche más Corta
La voz de mi tío sonaba más
apagada de lo acostumbrado al otro lado del teléfono. En los últimos años se
había consolidado la tradición de visitarle por esas fechas a su pequeña casa
de campo, con el fin de celebrar el día más largo, la noche más corta, las
hogueras de San Juan.
Solía ir con unos cuantos amigos
a pasar toda la noche al raso, alrededor de la hoguera, contando historias,
tarareando viejas canciones, mirando las estrellas… y mi tío nos obligaba a
hacer un pequeño sortilegio, en el que apuntábamos nuestros deseos para el
próximo año en un papel, y lo quemábamos en la hoguera junto con alguna vieja
pertenencia de la que deshacerse. Sin duda era una noche especial, en la que
uno podía sentir cierto misticismo en el aire después de 4 ó 5 vasos de
sangría.
Extrañado de no haber recibido la
entusiasta invitación de mi tío, me decidí a llamarle dos días antes, pensando
que su despistada y ajetreada cabeza asumía mi presencia al evento. Pero me
encontré con una voz cargada de pesadumbre, agobiada, como si se hubiera
olvidado por completo de la noche de San Juan, incluso de mí, su sobrino
favorito. Era obvio que mi tío no estaba con ánimo de fiesta, y vacilé sobre si
debía ir o no.
Finalmente decidí ir en ”petit
comité”, con mi viejo amigo Fran y mi prima María, que no se habían perdido una
sola hoguera de San Juan en años. Mientras conducía mi viejo Polo por las
carreteras del Campo de Gibraltar, no paraba de darle vueltas en mi mente a la
conversación con mi tío… y cada vez veía más claro que él no quería que
fuésemos, de ninguna manera… y que solo mi cabezonería nos llevaba hasta su
casa…
—¡Jorge!—El grito horrorizado de
mi prima me sacó de mi ensimismamiento, y pisé el freno con todas mis fuerzas …
mientras veía como los metros que nos separaban de dos coches destrozados en
medio de la carretera descendían vertiginosamente. El coche se detuvo a escasos
50 cm de uno de los coches, sobre el asfalto bañado de cristales rotos…
Puse, las luces de emergencia y
salimos enseguida del coche, y mientras Fran caminaba una distancia prudencial
para colocar los triángulos de seguridad, María y yo nos dirigimos a asistir a
los accidentados. Por fortuna, no había heridos de gravedad: solo algunos
cortes y contusiones, pero ambos coches habían quedado destrozados. Por lo
visto, unos de los conductores, que se dirigía con su mujer y sus hijos a pasar
el fin de semana en la playa, había perdido el conocimiento repentinamente,
provocando la colisión.
Esperamos a que llegase la
guardia civil y los servicios médicos, y Fran se puso al volante, porque yo
estaba demasiado nervioso para seguir conduciendo. Tras este percance, llegamos
a la Casa de mi tío, en las cercanías de Zahara de los Atunes, en un pinar que
contaba con viejas casas diseminadas de piedra encalada. Sin duda la más
descuidada de todas ellas era la de mi tío, y este año se veía más salvaje aún,
con la maleza del jardín que llegaba a la altura de nuestras cinturas.
Toc Toc Toc, golpeé con fuerza el
aldabón contra la puerta. Silencio. Toc toc toc, golpeé con más fuerza aún.
Nuevamente el silencio como respuesta. Con rabia volví a golpear, y finalmente
escuchamos unos pasos acercarse a la puerta. La cara de mi tío apareció al otro
lado, con los ojos cegados por la luz del sol… antes de que sus ojos le
permitiesen ver nada, María y yo lo abrazábamos con efusividad; y él nos
devolvió esa efusividad en cuanto sus ojos le respondieron y su cabeza se puso
en orden.
Parecía que un tornado hubiese
entrado en el salón de mi tío, a juzgar por el desorden reinante: el sofá, los
dos sillones, la mesa del comedor, todos llenos de libros y papeles
desperdigados
—Tito Juan, deberías contratar
una mujer de la limpieza – bromeó mi prima.
—Es que he estado ocupado con
mucho trabajo- replicó mi tío.
—¿En qué estás trabajando ahora?
– Inquirió Fran.
—Estoy preparando un artículo
sobre la historia de Mali – recibió por respuesta.
Mi tío Juan estaba enredando en
la cocina, tratando de preparar algo para el almuerzo, y María se dedicaba a
subir todas las persianas del salón y abrir las ventanas de par en par: hacía
demasiados días que el aire fresco no entraba en aquella casa. Mientras tanto,
Fran se había hecho un sitio en el sofá, y ojeaba uno de tantos libros
desparramados, y yo deambulaba por la casa, asomándome en el estudio. El flexo
aún estaba encendido, e iluminaba un
mapa manuscrito, que llamó mi atención. No tardé en reconocer la letra de mi
tío, por algunas anotaciones casi ininteligibles que acompañaban al plano, pero
no fui capaz de reconocer el lugar que representaba.
Espaguetis con tomate frito y
atún, era lo que mi tío había preparado para comer. Una comida consistente,
pero muy por debajo de lo que nos tenía acostumbrado, especialmente para el día
de San Juan, en que solía cocinar gran variedad de platos exóticos y
elaborados. El almuerzo, acompañado de algunas latas de cerveza casi fría,
resultó un tanto incómodo, ya que mi tío estaba abstraído en sus pensamientos,
y se limitaba a contestar con monosílabos, mostrando además cierta desgana de
sentirse interrumpido en sus cavilaciones.
En este punto, creo que es
conveniente hablaros un poco de mi tío, para que entendáis cuán extraño era su
comportamiento. Solía ser una persona jovial, alegre pero tranquila, increíblemente
polifacética, apasionado en todo lo que hacía, y con una profunda
espiritualidad propia. Historiador de profesión, había dedicado su vida a
estudiar, como solía decir él, la Historia fuera de la Historia, aquella que
había pasado inadvertida y no se había registrado en libros ni periódicos:
civilizaciones extintas, sucesos silenciados por algún poder político, militar
o religioso; creencias minoritarias, guerras desde el punto de vista de los
derrotados, … Estas investigaciones solían ser tan polémicas, que acabó
perdiendo su plaza de profesor en la Universidad, pero a cambio obtuvo cierto
reconocimiento en foros más sensacionalistas, que le permitía malvivir de sus
trabajos.
Sin embargo, aquel día, mi tío se
mostraba nervioso, introvertido y áspero.
Puesto que él decía estar
ocupado, y en especial, mostraba sus ganas de estar solo, decidimos ir tras la
comida a pasar un rato en la playa. El Sol irradiaba un calor abrasador, a la
vez que el viento de levante arrastraba millones de pequeños y desagradables
granos de arena que golpeaban en la piel. Así, la playa estaba casi vacía, y
poco tiempo duramos en ella.
Fuimos al supermercado, a comprar
algo de comida y bebida para pasar la noche: lo básico para hacer una ensalada
de pasta y una sangría, así como precocinados, pan y cerveza. Estábamos en la
cola de la caja, y aunque solo dos personas estaban por delante nuestra, la
espera se hacía insoportable, con aquella cajera escuálida de pelos violeta que
no paraba de charlar con la clientela, mientras marcaba los productos sin
ningún tipo de interés o prisa. El sudor emanaba por cada poro de mi piel en
aquel calor sofocante, mientras que aquel hombre, delante nuestra en la cola,
con sus 110 kilos de grasa, desprendía una pestilencia que se clavaba en las pituitarias
y apenas dejaba respirar.
Ya
estábamos pagando cuando a mi prima se le cerraron los párpados lentamente, … y
con la misma suavidad, comenzaron a relajársele todos los músculos, para caer
violentamente sobre las losetas. Solo Fran había reaccionado a tiempo,
amortiguando con las manos el golpe en la cabeza; pero yo había quedado inmóvil
durante unos segundos, estupefacto, y apenas pude balbucear cuando María ya
estaba en el suelo.
Cuando
mi prima despertó, la historia que nos contó nos dejó asustado “Lo último que
recuerdo es un horrible calor. Después mi mente entró en un estado de
relajación total, y enseguida me vi paseando por un prado verde. Bueno, mejor
dicho, lo viví con mis 5 sentidos: escuchaba mis pulmones hincharse por la
brisa marina, y el olor de la lavanda se quedaba fresco en la nariz, el césped
cosquilleaba en mis pies descalzos, y paladeaba aún una infusión de hierbas y
flores. Un cielo nuboso salpicado de gaviotas se divisaba sobre el acantilado,
al final del prado, y hacia allí me dirigía”. Después de eso, nos asustamos, y
no fuimos a las hogueras de San Juan.
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