El terciopelo y la seda
no combinan bien
Realmente hacía un día estupendo. ¡Un maldito día perfecto de primavera!
Resultaba odioso que hasta aquello le saliese mal. Incluso el clima estaba en
contra suya. La gente estaba feliz, paseaban con sus hijos, reían...
¾
Como vea a alguien cantar juro que le golpeo -murmuró para sí misma.
Torció varias veces hasta encontrar una serie de callejuelas. A pesar de
estar limpias, las estrechas calles poseían un continuo aspecto de suciedad,
como si el espíritu de siglos enteros en los cuales se arrojaban desperdicios
por las ventanas se hubiese impregnado en ellas y estas lo hubiesen asumido.
Al ver una pequeña taberna paró en seco. Ya estaba lo suficientemente
cerca. No había necesidad de regodearse en aquello. Lo mejor sería esperar allí
mismo tomando algo. Para asegurarse decidió preguntar al camarero.
¾
Disculpe ¿desde aquí se oyen las campanadas de la iglesia?
¾
¿Por qué? ¿Le molestan?
¾
No. Simplemente quiero saber si se oyen.
¾
¡Ah! Menos mal porque a nosotros nos encanta que suenen. Así me ahorro el
dinero en relojes. Pero el lado malo es que el jefe siempre puede saber si uno
llega tarde…
Por primera vez en su vida no tenía ganas de charlar, así que dejó que el
camarero continuase la conversación él solo hasta que se hartase.
¡Vaya! Diez minutos y seguía hablando. ¿Qué estaba diciendo ahora?
“…distancia…dudosa…caballos…nervios…Los Diez Mandamientos…” No podía
concentrarse en la conversación de este hombre, su tono monocorde le aburría, y
su plan de dejarle hablar hasta que se hartase tenía una laguna. No había
contado con que el odioso camarero era una de esas personas que no exigía
necesariamente un interlocutor para una conversación. Ahora comenzaba a
comprender a sus amigos y sus instintos homicidas cuando ella no paraba de
hablar.
¾ …Por lo que se
están extinguiendo.
¾ El Tráigame
una cerveza negra. –interrumpió de manera cortante. El camarero la miro unos
instantes sin comprender a que se refería, como si de repente la taberna no
fuese una taberna sino que a lo largo de la conversación se hubiese
transformado en el salón de su casa y ella en su prima la del pueblo a la que
hacia meses que no veía. Tardó unos instantes en recuperarse, pero al fin se
marchó.
¿Quien en su sano juicio hacia caso a una vidente? Era ridículo. Ella era
una escéptica convencida desde niña, no creía en rituales ni en el destino.
Pero claro, cuando aquella mujer se giró hacia ella tras la consulta de su
amiga…
¾ El pozo en el que te
encuentras es hondo. Pero no te preocupes una parte de tu pasado te
está localizando.
¾ ¿Qué dice? ¿Me está
amenazando? Ya le he dicho que no lo he roto queriendo. Pero una “vidente” debe
suponer que si pone un objeto delicado al lado de una ventana, hay muchas
posibilidades de que alguien lo tire cuando la vaya a abrir.
¾ No es eso. Te está haciendo
una predicción.
¾ Pues no le pienso pagar
para que me diga esas cosas. Parece que habla un GPS.
¾ Debes dejar de intentar
tener el control. Cuando aceptes el destino, al oír sus campanadas, es posible
que el pasado que te ha estado esperando pueda por fin alcanzarte.
No había entendido nada, pero después de darle muchas vueltas su amiga
dedujo que debía ir a la iglesia y ver por ella misma como se casaba aquella
maldita rata. Ella no lo veía claro, así que lo reinterpretó. En verdad tan
sólo debía oír las campanas, así que no hacia falta que fuese hasta allí. Era
trampa y lo sabía, pero llevaba toda la vida haciéndose trampa a ella misma y
este hecho no iba a cambiar ahora. Además, fue él quien le enseñó a encontrar
el ardid adecuado para cada situación.
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Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Los negocios no iban bien últimamente,
y sabía que el único culpable de ello era él mismo. Era demasiada la presión
que tenía en ese momento y los preparativos de la boda no es que ayudasen
demasiado. Su novia era encantadora, pero cada vez más a menudo parecía que en
medio de sus conversaciones él empezará a hablar en otro idioma. Ella sonreía
de esa forma que parecía decir “voy por un bozal para que no muerdas las
paredes que las acaban de pintar”. Pero hoy terminaría todo. Tendría que
aguantar a la familia y demás, pero al final del día todo habría terminado y
podría volver a la normalidad. O por lo menos eso esperaba.
Maldita cría. Todo era culpa suya. Se había largado sin decir nada. Simplemente
había desaparecido, y un tiempo después se había enterado de que había
transferido su parte del negocio a su socio convirtiendo así a este, en el
mayor accionista. No es que la relación con su socio hubiese cambiado en
absoluto, pero no le gustaba sentirse bajo el yugo de nadie. Atado. Tener que
someterse a otras voluntades. En la práctica seguía siendo él quien decidía
cuando, como y qué vender, pero... saber que existía la más mínima posibilidad
de que le dijeran que no a algo que él había decidido, le había impedido
durante meses poder concentrarse. Por qué era eso ¿verdad? ¿No había otro
motivo? No. Debía ser eso.
Curiosamente para no gustarle sentirse atado, en menos de una hora iba a
estarlo de por vida. Otra vez ese nudo en la boca. Necesitaba beber algo.
No tenía ganas de ver en ese
momento a nadie, por lo que decidió ir por la parte del servicio del hotel. Paso
la puerta blanca que había medio oculta al final del pasillo de los huéspedes,
y comenzó a andar. El problema era que por allí era difícil encontrar el camino
hasta el bar. Continuó caminando y pasó por delante de una puerta abierta que
daba a un gran salón. Al oír voces retrocedió.
¾
Me debes pasta.
¾
Todavía no se ha casado. La apuesta termina
cuando el viejo les suelte el sermón.
¾
Ya no falta nada. En nos minutos iremos a la
iglesia. Si me das ya el dinero podremos emborracharnos antes de la ceremonia y
así nos libraremos de ese tostón.
¾
Seguro que tu mujer e hijas estarán
encantadas de ver el hilillo de babas que se te cae por la barba durante la
ceremonia.
Eran sus amigos. Hablaban de
una apuesta. ¿Una apuesta sobre él? Que curioso él era siempre el que hacía
apuestas sobre cualquier tema. Decidió escuchar. Siempre había tiempo para
obtener información que podría resultar útil. Y en verdad, a él, toda la
información acababa resultándole útil.
¾
Es increíble que lo vaya a hacer.
¾
Yo no lo veo tan raro.
¾
¿Cómo que no? Si cuando te prometiste
organizó un velatorio. Cada vez que pasábamos delante de una iglesia le salía
una erupción, y aquella vez …
¾
Ya. Ya lo sé, pero creía que acabaría cayendo.
Aunque no imaginaba que sería por la rubia.
¾
¡Ah! Sé lo que dices. Yo también pensé que si
alguien le liaba alguna vez sería la niña.
¾
No es porque sea como mi hermana, pero desde
que nos conocimos no se había separado de él. Al principio por desconfianza.
Recuerdo como decía que no le gustaba nada su cara de rata y su manera de mover
tanto las manos, siempre andaba a hurtadillas vigilándole no fuese a robarnos
algo.
¾
Creía que después de tantos años estaba todo
aclarado. Hace quince años que no han estado separados más de una semana.
¾
Parece ser que estábamos todos confundidos.
Siempre pensé que era más listo.
Un ruido sonó en el pasillo.
Un extraño sonido, como de un gato al que le han pisado la cola. ¿De donde vendría?
Era él. Él mismo lo había hecho. No sabía que era peor, haber cometido un error
tan infantil que ponía en entredicho sus dotes de espía, que sus amigos opinasen
eso o…
¾
¿Eso es lo que pensáis? ¿Lo que pensáis todos?
¾
Pues la verdad es que sí. ¡Oye! ¿A dónde vas?
¾
Yo…lo siento, pero no puedo decepcionarla.
Otra vez no.
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Era ridículo. Debería irse.
Miró la jarra de cerveza que el odioso camarero había tardado tanto en servirle.
Cerveza negra. La espuma no se había inmutado desde que se había asentado. Era
lo bueno de la cerveza negra. Le gustaba la isla de espuma que formaba después
de reposar. No era como la voluble cerveza rubia, cuya espuma iba perdiendo intensidad
y grosor con el tiempo. No. La cerveza negra era estable. La gente debería
clasificarse de esa manera, en segura
cerveza negra o frívola cerveza rubia. Durante esta reflexión no había visto como
un hombre se había acercado hasta su mesa. Cuando se dio cuenta y el extraño
individuo de gafas ya estaba lo suficientemente cerca para notar su peste a
alcohol y sudor.
¾
Hola gatita ¿quieres compañía?
¾
No.
¾
Vamos no te hagas la dura, soy muy cariñoso.
¾
Mire, suelo ser muy amable. Generalmente
encontraría alguna manera de librarme de usted sin recurrir a la violencia
física o verbal, pero no estoy teniendo un buen dia, así que por su propia
seguridad, aléjese.
¾
Yo puedo mejorar tu día.
¾
Sólo si un camión le atropella.
¾
Te gusta hacerte la dura ¿verdad?
¾
Es la última vez que se lo advierto. Déjeme
en paz. –Algo en su mirada debió indicarle que hablaba en serio porque se
alejó.
Al quedarse de nuevo sola, enterró
su cabeza entre sus brazos en el mismo gesto infantil que hacía cuando era
niña, esperando a que alguien le preguntase que le ocurría. Sintió como alguien
arrastraba la silla frente a ella y se sentaba.
¾
Le he dicho que me deje en paz. –No levantó
la cabeza al hablar para intentar contener su creciente ira.
¾
¡Vaya! Veo que estás de buen humor –le respondió
el hombre frente a ella. Esa voz…Conocía esa voz, y no era la del borracho.
Cuando esa voz se emborrachaba era igual de clara que ahora. Era difícil distinguir
que había bebido. A ella le había costado años hacerlo. Por fin levantó la
cabeza y miró a quien se encontraba frente a ella. La ropa de este individuo desentonaba
en aquel lugar- Seguro que es porque tienes hambre. Siempre te pones de mal
humor cuando no comes.
¾
¿Qué narices haces tú aquí?
¾
Voy a pedir algo. ¿Qué te apetece?
¾
No quiero nada. Me duele el estomago.
¾
¿Otra vez? Deberías mirártelo, se está
convirtiendo en algo crónico.
¾
Es la primera vez desde hace meses que me
pasa. Y tras esa interesante conversación sobre mi salud, deberías irte. Vas a
llegar tarde.
¾
En realidad ya llego muy tarde. Pero no creo
que se enfaden por eso.
¾
¿Por qué no? ¡Ah! Claro, porque eres
maravilloso y nadie puede enfadarse contigo.
¾
No. Más bien porque creo que se enfadarán más
cuando vean que no aparezco.
¾
¿Qué? ¿Co…como que no apareces? ¿No vas air?
¾
No.
¾
Pero…¿por qué?
¾
Bueno es que me he dado cuenta de que no me gustan
las calas
¾
¿Las calas?
¾
Son unas flores.
¾
Sé lo que son las calas ¿Has venido a decirme
que no te gustan las calas?
¾
Si. No me gustan. Son unas flores estiradas.
Tampoco me gusta el terciopelo. Ni la gente. No me gusta la mayoría de la
gente. Ni llevar siempre la razón. Bueno, si me gusta llevar la razón, pero no
que me la den porque si. Es raro y probablemente insano.
¾
Sí, lo es.
¾
Lo sé, pero me da igual porque me encanta. Me
gusta discutir por todo, y sobretodo me encanta discutir con gente inteligente.
Y tú eres la persona más inteligente que conozco.
¾
¿Y ahora te das cuenta? No eres tan listo
como te crees.
¾
Bueno, nadie lo es.
Las campanas de la iglesia
sonaron en ese momento acallando su conversación. Con cada campanada un
recuerdo doloroso desaparecía de la mente de la chica. El primero en irse apenas
llevaba unos instantes, escapó en forma de una lágrima aislada. Al ver que no sucedía
nada. Que ahora podían escapar, el resto de recuerdos también se aventuraron a irse.
Cada vez con más valor se iban antes y empezaron a acumularse. Saltaban desde
sus oídos o se deslizaban por su pelo. Cualquier medio era valido para huir. El
último en abandonar aquel largo cautiverio fue el más doloroso. El que había
conseguido penetrar más profundamente, pero lentamente y coincidiendo con la
última campanada desapareció. La evasión había concluido.
¾
Deberíamos irnos. Llamas la atención en un
antro como este así vestido.
¾
A mi no me importa. Siempre he sido un hombre
elegante y sabes que me encanta llamar la atención –replicó con su media sonrisa,
haciéndola sonreir.
¾
¡Vaya! La veo más animada señorita –señaló el
camarero acercándose alegre - ¿Les sirvo algo más?
¾
Lo mejor será que nos traiga la carta, me
muero de hambre.
¾
Enseguida vuelvo.
¾
No sabía que frecuentases tanto este sitio.
¾
No lo hago. Simplemente, es un camarero muy
simpático.
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