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jueves, 13 de septiembre de 2012

Relato 5 de VALME PEREA


TODAVÍA ME ACUERDO DE TI

Berta era una chica de veintiocho años, aparentemente feliz. Era profesora de música y tocaba el piano. Como no había conseguido plaza en ningún colegio, daba clases particulares de piano, y trabajaba en una discoteca de la ciudad los fines de semana sirviendo copas. Tenía que ganarse la vida como pudiera. Vivía sola.
Vivía en las afueras de una gran ciudad, en un tercer piso. Le gustaba el deporte y cuidarse, con lo que siempre que podía iba al gimnasio para mantener su figura. También asistía dos veces por semana al coro de la ciudad.
Conocía de vista del gimnasio a un chico. Varias veces se habían encontrado en diferentes centros comerciales.
-¡Hola! ¿Qué tal? Varias veces nos hemos encontrado en centros comerciales –dijo Berta.
-¡Hola! ¡Cierto!, y siempre vamos solos –dijo el chico.
-Pues nada la próxima vez quedamos para ir de compras juntos –añadió Berta.
-Pues eso haremos –dijo el sonriendo-. Suelo ir de compras para despejarme un poco. Llevo todo el día corrigiendo exámenes.
Berta sonríe.
-¿Eres profesor? –dijo Berta.
-Si. Soy profesor de la Universidad –respondió el chico.
-¡Qué bien! Yo soy maestra –dijo Berta-. Ya tenemos dos cosas en común. Bueno, no, tres. Somos profesores, vamos al gimnasio, y nos gusta ir de tiendas.
-¡Si!, es verdad –dijo el, con una sonrisa de oreja a oreja.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? –preguntó Berta.
-Manuel. Encantado de conocerte –dijo Manuel.
-Berta, encantada –dijo ella.
Se dieron la mano y dos besos. Se despidieron y se dijeron que ya se verían en el gimnasio, o quizás en algún otro centro comercial. Sonrieron y cada uno tomó una dirección diferente.
Berta parecía muy feliz de vuelta a casa. Iba conduciendo su Alfa Romeo y no se le quito la sonrisa de su cara en todo el trayecto. Al entrar en casa encendió el equipo de música y se puso a cantar y a bailar, dando saltos de alegría.

Pasó el fin de semana, y al lunes siguiente se vieron en el gimnasio. Siempre iban a última hora. Siempre se habían saludado con un “hola” o un “adiós”, pero ahora ya se conocían. Al salir del gimnasio se pararon a charlar. Así durante semanas, se podían parar una media hora charlando, y porque era a última hora de la noche.
Un día se dieron el teléfono mutuamente.
-Pues mejor podríamos quedar otro día en una cafetería o a tomar unas tapas, porque siempre nos quedamos charlando hasta las tantas, al menos, que podamos estar tranquilamente –dijo Berta.

Y así fue, quedaron un mediodía a tomar unas tapas.
-Nunca te he preguntado la edad –dijo Berta -. ¿Cuántos años tienes?
-Cuarenta y seis –respondió Manuel.
-¡¿Cuarenta y seis?! –exclamó sorprendida-. Yo te echaba treinta y seis o treinta y siete como mucho.
-Gracias. Bueno a parte de cuidarme, creo que también influye la genética.
Se echan a reir. El “feeling” que se percibe entre ambos es inevitable.
Durante meses estuvieron citándose para echar el día en la sierra, para tomar copas, para tapear a mediodía, para ir al cine. Aunque curiosamente, no quedaron para ir de compras ningún día.
Quedaron para ir a varios conciertos e incluso cenaron una noche en casa de Berta.
A pesar de la buena relación que pudieran tener, no existió ningún beso, ni cogida de manos, ni nada de nada. A esa relación si que se le podía llamar relación de amistad pura y dura. Ninguno de los dos se sobrepasa. Si sentían o no algo el uno por el otro, no se lo hicieron saber. Pero el tiempo corría en su contra.

La hermana de Berta fue a visitarla un día a su casa.
-¿Recuerdas que te hablé de Manuel? –dijo Berta.
-Si –respondió su hermana.
-Pues no se. Es raro pero creo que nos gustamos mutuamente y ninguno de los dos da el paso. Es la primera vez que me pasa esto con un chico. La verdad que hoy en día cualquier chico en su situación me estaría echando la soga al cuello –dijo Berta-. Es más, creo que puede que le retenga la edad, o que se considere muy mayor para estar conmigo, o quizás tenga miedo si piensa que yo pueda pensar que soy demasiado joven para el –añadió-. No obstante, me gusta mucho, pero yo no me atrevo.
-Bueno, tu deja que el tiempo pase. A ver como vais –respondió su hermana.


Pero los días pasaron y la relación se fue distanciando. Por cualquier motivo, dejaron de verse no tanto como lo habían hecho los meses anteriores.

Una noche de sábado, Berta salió con una amiga de la facultad. Conoció a otro chico. Este chico era mucho más joven que ella.
-Me llamo Daniel, encantado –dijo.
Y esa misma noche se dieron los teléfonos sin más ni más. Bueno eso sí, se pasaron toda la noche charlando.
-Pero, tía, ¿vas a quedar con este chico? –dijo Paula, la amiga de la facultad.
-Si. Mi relación con Manuel se ha enfriado, y además no creo que haya nada entre nosotros, si antes no lo ha habido. Somos amigos y ya está. Además no creo que vaya a tener nada con Daniel. Lo acabo de conocer, y es cinco años menor que yo.

Pero un día no muy lejano, Berta y Daniel,  quedaron. Este si era de los que meten la soga al cuello y muy pronto empezaron a salir.
Era el mes de septiembre. Y, fue un mes de puro ajetreo para Berta. Entradas y salidas con Daniel. Sin parar.
En Octubre, igual. Era el cumpleaños de Berta. Berta y Daniel habían quedado a las ocho en casa de Berta. Eran las siete y media. Llaman al portero.
-Debe ser Daniel –dijo Berta-. ¿Si?
-¡Hola, Berta! ¡Soy Manuel!, ¡felicidades! –dijo.
Berta se quedó paralizada del asombro.
-¡Ehhh! ¡Es que justo ahora iba a salir…! Ya nos vemos otro día, ¿vale? –dijo Berta, ruborizada, o más bien avergonzada.
Pero Manuel, no se dio por vencido. Parece que aquella excusa no era suficiente para dejar de llamarla o contactar con ella. Y le escribe el siguiente mensaje pasados unos días:
“Berta, parece que andas liada estas últimas semanas. Me gustaría que nos siguiéramos viendo como hacíamos antes. Además tengo tu regalo de cumpleaños. Espero verte pronto. Besos.”
Berta le contestó:
“Manuel, nos distanciamos un poco hace meses. Y…yo conocí a otro chico con el que ahora estoy saliendo. No me gustaría que perdiésemos la amistad, pero tengo que decir que si antes tenía poco tiempo, ahora menos. Espero que te vaya bien. Ya nos veremos. Cuídate. Un beso.”

Pues el tiempo pasó. Pasaron dos años desde entonces. Berta y Daniel lo habían dejado.
-Demasiado inmaduro para mi –dijo Berta a su hermana, mientras tomaban café.
-Ya te lo decía yo. Te estaba haciendo sufrir demasiado –dijo la hermana.
-¿Sabes? No he dejado de pensar en Manuel en todo este tiempo. Se que lo nuestro si hubiera funcionado. Me da pena cómo lo eché de mi vida. Así sin más. Creo que nos hubiéramos merecido una oportunidad como pareja –añadió Berta.
-Nunca es tarde –dijo su hermana.

Así que esa misma tarde, Berta se decidió a llamar a Manuel.
-¡¿Manuel?! –exclamó Berta.
-¡Berta! ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo! –dijo Manuel.
-Muy bien, como hacía tiempo que no sabía nada de ti, pues me he decidido a llamarte –dijo Berta.
-Pues muy bien. Me alegra mucho que me llames –añadió Manuel.
La conversación fue larga y distendida. Y, Manuel, tenía pareja.
A veces si puede llegar a ser tarde.

Berta, llamó a su hermana tras la conversación con Manuel.
-Tiene novia. Igual de joven que yo. Se le nota muy feliz. Seguro que ella le metió cuello a el –dijo Berta-. No se cómo pude ser tan estúpida.

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