Lucía no para quieta en su silla. No puede trabajar. Es incapaz de
concentrarse. Mira el reloj de la pantalla. Todavía no es la hora. Abre su
correo de nuevo para hacer tiempo. Nada. Mira hacia atrás por si se acerca
alguien. Nadie. Se decide a mirar sus páginas favoritas, pero parece que
ninguna de las blogueras ha escrito nada nuevo, ni de moda ni de maquillaje.
Revisa su Facebook pero no tiene ningún mensaje nuevo. Busca entre las
actualizaciones de sus amigos alguna novedad interesante, pero no encuentra
nada. Acaba pulsando a “me gusta” en un par de ellas, más por hacer
algo, que porque verdaderamente le guste. Mira de nuevo el reloj de la
pantalla. “¿Cómo es posible que tan sólo hayan pasado tres minutos?” Comprueba
la hora en el móvil. La misma. No puede esperar más. “No pasa nada por llegar
un poco antes ¿verdad?” se dice así misma.
Se levanta y se dirige al ascensor. Al llegar abajo espera en el vestíbulo,
pero no sabe que hacer. Empieza a sentirse observada por la gente que entra y
sale del edificio. “Ojala fumara. Si fumase podría salir y esperar
tranquilamente. Incluso transmitiría cierto glamour. ¿Por qué hizo caso a sus
padres y no aceptó un cigarrillo de sus compañeras? Mirándolo con perspectiva
fue una decisión realmente estúpida. Maldita naturaleza obediente.” Ve
a Inma a lo lejos y se adelanta hacia ella.
¾ Es la hora
¾ Sí, vamos.
Comienzan a caminar.
¾ ¿Sabes qué? No tengo hambre. Mejor lo dejamos.
¾ ¿Qué?
¾ Que no tengo hambre.
¾ Así, de repente.
¾ ¿Qué pasa? ¿No se me puede quitar el hambre?
¾ Por supuesto, es lo que te ha pasado en los últimos dos intentos.
¾ ¿Has visto? Será algo crónico. Lo mejor será dejarlo para otro día e ir hoy
al médico.
¾ No creo que la hipocondría sea curable.
¾ Tal vez lo sea. Vayamos a mi despacho y lo miramos en el ordenador. De
camino podemos comprar unos bocadillos y comer allí.
¾ No me he hecho media hora de viaje en un autobús lleno de críos gritones
para comer en un despacho. Vamos a entrar en el restaurante. No puedes traerme
tantas veces a la puerta y no dejarme entrar. Me está empezando a obsesionar
como será por dentro el sitio.
¾ Yo te lo describo si quieres.
¾ Quiero entrar y no hay más que hablar.
¾ Está bien entramos, comemos rápido y nos vamos.
¾ No pienso comer rápido. Podría atragantarme.
¾ Bueno comeremos a una velocidad media y entonces nos largamos.
¾ Claro. Después de que hables con él.
¾ Lo siento, eso no está programado. Habrá que dejarlo para otro día.
¾ Claro que está programado. Es el único asunto programado. Incluso podríamos
entrar, hablar con él chico del sueter amarillo e irnos y cumpliríamos nuestra
misión.
¾ Es que no puedo. No puedo hacerlo.
¾ Claro que sí.
¾ Argh. –Grita Lucía llevándose las manos a la cabeza.
¾ ¿Argh? Gran argumento.
¾ Pero…es que yo…me trabaré y… buff.
¾ Con esta elocuencia ni tendrás ningún problema en hablar.
¾ Claro como no estoy nerviosa, encima métete conmigo.
¾ Camina.
Ambas caminan hacia el restaurante de la esquina. Le duele el estómago. Los
nervios. Malditos nervios. Suelen comparar esta sensación con mariposas en el
estómago. Es imposible que sean mariposas. Se parece más a la sensación de
tener cocodrilos. Cocodrilos que juegan a los bolos y hacen picnics en su
esófago.
Ya han llegado. ¿Qué? ¿Cómo es posible? ¿Si miras el ordenador el tiempo
decide estancarse, pero si piensas en cocodrilos con cestitas de mimbre y
sombreritos blancos acelera?
Tal vez si se da la vuelta rápido
pueda despistar a Inma. Ella es más bajita y rápida. Claro que conociéndola, se
tropezará y caerá al suelo, con lo que no solo tendrá que entrar sino que lo
hará con un aspecto espantoso.
Al fin entran. Las manos de Lucía
tiemblan, o por lo menos eso le parece. Agarra el bolso fuertemente con ambas
manos intentando disimularlo.
¾ Mira, ahí
está.
¾ Pero disimula
que te puede ver.
¾ Claro, eso
es lo que pretendemos, que te vea.
¾ Pero así no.
Podría pensar que estoy acosándolo.
¾ Es que un
poquito si estás haciéndolo. Pero no te preocupes hace setenta años era así
como se ligaba. Mi abuelo esperó durante días a la puerta de la casa de mis
bisabuelos para ver a la que sería su mujer. Y todavía hay quien piensa que eso
es romántico.
¾ ¿Y esa es la
historia que le explicarás cuando saque el móvil para llamar a la policía?
¾
Anda.
Vamos a sentarnos.
¾
¿A
dónde vas?
¾
A
que les preguntes si podemos sentarnos con ellos.
¾
Esa
no era la idea.
¾
Ahora
lo es.
Inma
se dirige a una mesa donde hay sentados un grupo de oficinistas.
¾
Vuelve
aquí –susurra Lucía.
Su
amiga finge no oírla. La distancia se hace más grande. Siente que allí parada en
medio del restaurante parece una idiota y da dos zancadas y la alcanza. Su
amiga la empuja para que hable. Los de la mesa levantan la vista hacia ellas
dos y el tiempo comienza de nuevo a pasar lentamente.
¾
Perdonad.
¿Podemos sentarnos con vosotros?
Lucía
desea desaparecer ¿Cómo ha podido preguntarles eso? Los chicos se miran. Seguro
que se están preguntando como librarse de esas locas, piensa. Ellos sonríen.
¾
Claro,
sentaos.
No
es una gran victoria. No es un hecho que pasará a la historia, y ni siquiera es
relevante. Pero Inma sabe que para una chica tímida como su amiga supone un
gran triunfo y lo va a recordar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario