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jueves, 13 de septiembre de 2012

Relato 2 de VALME PEREA

EN BUSCA DE LA VERDAD

Hugo era un chico de veinticinco años cuando yo lo conocí. Era muy inteligente, y le gustaba estar con personas mayores que él, según me dijo, porque le aportaban muchas más cosas que las personas de su edad. Vivía solo en un pueblo de Sevilla. Era de Málaga. Se había venido por amor, al menos eso fue lo que me dijo. Como un año antes había venido a la boda de un familiar, conoció a una chica y pidió traslado en su trabajo. Era funcionario y tenía toda la vida por delante.
Por aquel entonces, la noche que nos conocimos, me dijo que estaba soltero. Que hacía poco había terminado con su relación que le trajo hasta aquí, y que no podía pedir otra vez traslado a su ciudad tan pronto, por lo que decidió buscar sus orígenes familiares, que estaban aquí en Sevilla.
En muy poco tiempo ya me había contado su infancia, y prácticamente casi su vida entera. Y casi sin darnos cuenta, al mes, empezamos a salir.
Por su apariencia física, trabajo e independencia, se podía decir de él, que venía de una familia de bien. Era un chico inteligente, educado, culto y muy cariñoso. Venía en su Audi A3 deportivo último modelo, eso sí, no le faltaba detalle a nada. Presumía de su trabajo y de casi todo lo que tenía. Pero precisamente, no era lo que aparentaba ser.
Sus padres estaban separados casi desde que el nació. Hugo fue fruto de una relación de adolescentes. Sus padres casi niños fueron obligados a casarse por ambas familias cuando su madre quedó embarazada. Cuando Hugo nació sus padres ya casados, estuvieron juntos muy poco tiempo, y su madre denunció a su padre por malos tratos y se divorciaron. Su padre se quedó en Sevilla y su madre se fue a Málaga con Hugo. En todos esos años Hugo solo conoció a su padre por fotos y de lo que le contó su madre.
A los pocos años, su madre se volvió a casar. Tenía Hugo unos diez años. Su padrastro lo maltrata. Le daba palizas con el cinturón, lo castigaba injustamente, le hacía chantajes emocionales para que no hablara con su madre, lo encerraba en su habitación o a veces lo dejaba en la calle con prohibición de subir a la casa hasta que el se lo ordenara. Así pasaron dos años más. Nació su hermano. Su padrastro seguía dándole palizas y Hugo me contó que se sentía muy solo, y que, cuando su padrastro le hacía esto, se encerraba en su habitación a llorar. Es más, su madre cuando lo escuchaba llorar  le decía que no tenía por qué, y que no se le iban a acabar las lágrimas.  Me decía que siempre quiso reencontrarse con su padre, para que este le dijera la verdad, de por qué no se había interesado en verlo en todos esos años.
Dos años más tarde, su madre se divorció de su padrastro. Por malos tratos. Hugo tenía por entonces trece años.
Su familia paterna contactó con su madre. Invitaron a Hugo a que pasase un fin de semana en Sevilla con la familia. Y asi fue. Hugo se reencontró con su padre. El era todavía un niño y no se atrevía a preguntarle a su padre el por qué de todo. Tímidamente estuvo ese fin de semana allí, y después volvió a Málaga. Desde entonces no volvió a ver a esa familia.
A parte de nunca tener el calor de una madre, ni la figura de un padre, Hugo salió adelante como buenamente pudo, siempre solo.
Cuando llegó la adolescencia, su madre no le compraba los libros para ir a la escuela. Y me decía que siempre iba con el mismo jersey, y que estaba un poco gordito, y que los compañeros se reían de el.
Hugo estudió. Pidió prestado los libros, y se conformó con el único jersey que tenía. Hacía trapichuelas como podía para conseguir algo de dinero, y más adelante empezó a trabajar como cocinero en algunos restaurantes de la costa, pero sin contrato. Aún no era mayor de edad.
Se matriculó en la universidad. Pero ese mismo año entró en el ejército. Dejó la universidad. Se trasladó a Córdoba, y allí siguió su carrera de militar unos años más. Me dijo que el quería prosperar en la vida, y por eso opositó para ser funcionario. Y aprobó.
Me contó que nunca tuvo mucha suerte con las chicas. Y, entonces me contó su última historia amorosa. Historia que no me interesa ni me interesó en aquel momento. Y más aún porque estábamos ya saliendo.
Hugo siempre me comentaba las ganas que tenía de reencontrarse con su padre de nuevo, después de casi diez años sin verlo. Había contactado por teléfono con sus abuelos paternos, que eran dueños de un restaurante muy conocido en Sevilla.
Aquel día quedamos para almorzar. Hugo vino a recogerme a casa. Y nos fuimos. Nos fuimos al restaurante de sus abuelos, a los que tampoco veía desde hacia más de diez años.
Llegamos al restaurante. Sus abuelos estaban allí. En la barra estaba el marido de su tía, trabajando de camarero. Un recibimiento un tanto frío diría yo, por parte de sus familiares. Pero nada, nos sentamos a comer en una mesa, y el, un poco tímido, me empezó a contar más cosas sobre su vida y su familia. Sus abuelos se quedaron sentados en la barra.
Cuando llegó la hora de irnos, sus abuelos lo esperaron a que saliera en la puerta. Estaba invitado a comer. No tuvimos que pagar. Y su abuela le regaló doscientos cincuenta euros. Le dijo que su padre vivía en Rota.
Nos fuimos. Daniel me dijo que ahora pretendía sacarle todo el dinero posible a esa familia, porque no se habían preocupado de el en veinticinco años. Yo le dije que mirara siempre el lado positivo, que era poder recuperar el contacto que nunca tuvo con su padre y nada más.
Durante las siguientes semanas estuvo en contacto con esta familia. Su abuela lo invitaba a comer ocasionalmente. En algunas de estas veces, lo acompañé. Se veía una buena familia. Humilde y muy trabajadora. Su abuelo era muy bueno. Su abuela dijo que su padre venía a Sevilla en unos días y que ya quedaríamos en su casa todos juntos para comer.
Llegó ese día. Llegó el gran esperado reencuentro con su padre. El día de saber toda la verdad.  Su padre nos contó qué hacía con su vida. No había estado con otra mujer desde que lo dejó con su madre. Su abuela nos contó el resto de la historia. Que vivía sumido en una gran depresión. Enfermo. Tomando pastillas. Y dado de baja por invalidez. Con solo cuarenta y tres años. A decir verdad una pena.
Después de esperar tanto para ese reencuentro y para saber la verdad, encontró que su padre, padeciendo esa grave enfermedad, lo único que pudo contarle fueron recuerdos de cuando estaba feliz con su madre y el era pequeño. Nunca pudo salir de ahí, se quedó atrapado en el tiempo. Hugo me dijo que nunca imaginó que su padre estuviera tan mal.  Vi mucha ternura entre ambos.
 Cuando llegó el momento de despedirnos, el padre nos acompañó hasta abajo. El coche de Hugo estaba aparcado en la puerta. Llovía. Nos despedimos rápido.
Nos subimos en el coche, y unos doscientos metros más adelante, Hugo dio un volantazo y se echó a un lado de la calzada. Echó el freno de manos, puso los cuatro intermitentes y empezó a llorar desconsolado como un niño de dos años. A pleno llanto, tiritando, angustiado. Me abracé a el. No creo que hayan palabras o gestos que ayuden más en ese momento que un abrazo.
A día de hoy, no se sabe cómo ni por qué, no existe contacto alguno con sus familiares paternos ni con su padre. Hugo vuelve a estar solo. Han  pasado dos años desde la última vez que se vieron. Nunca pudo saber la verdad.

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