De etiqueta
La casa estaba sumida en el caos de
maquillaje y tacones que precede a cualquier fiesta a la que va a
tener que asistir una mujer. Con las cremalleras de los vestidos a
medio subir y el estuche de maquillaje en equilibrio sobre el lavabo,
Max y su hermana se disputaban el espejo del servicio. Marilyn juntó
los labios recién pintados y le lanza un beso a su reflejo.
— ¿No decías que la boda de la
prima te daba igual? — Marilyn cogió un trozo de papel higiénico
del rollo y lo usó para difuminar el color del lápiz de labios.
Había nacido cuando sus padres estaban teniendo una obsesión
pasajera con Marilyn Monroe. Todos sus intentos porque sus amigos y
familiares acortaran su nombre a "Mari" habían sido
infructuosos.
— Y me da igual. Pero si haga lo que
haga me voy a pasar cuatro horas sentada, mientras familiares a los
que no he visto en la vida me juzgan, ¿para qué ir hecha un
adefesio? — Max volvió a retocarse el contorno de los ojos con el
delineador para hacer la línea más gruesa. Ella había tenido la
desgracia de haber sido bautizada 'Maximiliana'.
Marilyn no podía sentirse resentida con ella por haber conseguido
que a ella sí le acortaran el nombre.
— Yo, personalmente, me alegro de que
vayas a hacer un esfuerzo por integrarte — Marilyn guardó sus
cosas en el neceser —. ¿Cuántas oportunidades tenemos de ver a
toda la familia unida?
— Pocas, afortunadamente.
— Vamos, no seas así — Marilyn le
pasó un brazo por los hombros —. ¿Te acuerdas de esos veranos en
el camping con los primos?
— Sí. Sí que me acuerdo — admitió
Max con reticencia.
— Esas tardes en la piscina. Esas
partidas de burro — Marilyn suspiró, su mente llena de recuerdos.
— Esas peleas cuando perdías.
— Serás mala — dijo Marilyn,
riendo —. ¿Me subes la cremallera?
— Date la vuelta — Max le puso la
tapa al delineador y lo dejó sobre el lavabo. Luego comenzó a
subirle la cremallera al vestido de su hermana.
— Oye, hazme un favor. Intenta hablar
con la gente, ¿vale? — le pidió —. Algunas de esas personas
tienen ochenta años. Puede que sea la última oportunidad que tengas
de verlos.
— Vale, vale. Lo intentaré. Pero no
prometo nada. — se apresuró a añadir, antes de que su hermana
mayor pudiera pensar que era simpática. Terminó de subirle la
cremallera y retrocedió un paso.
— Muchas gracias — su hermana le
pellizcó la mejilla.
— Quita, que me estropeas el
maquillaje.
Max se preguntaba si su hermana había
sabido algo que ella, no. Tras una larga ceremonia y un viaje de una
hora en el coche de sus padres, hasta el lugar donde se celebraría
el convite, había llegado a la sala donde se realizaría la comida,
para descubrir que su mesa tenía la edad media más alta de todo el
salón. La habían sentado con las tía abuelas del novio, en vez de
con su familia. Había pedido ayuda a su hermana. "Marilyn,
tienes que sacarme de aquí," había dicho. Sólo había
obtenido un abrazo del que se había zafado inmediatamente, y la
promesa de que en cuanto acabara la comida saldrían de allí.
— Que estropicio — doña Concha
miró tristemente a la mesa principal.
— ¿Y dices que la madre ha sido la
que le ha arreglado el pelo? — doña Aurora acercó más su silla a
la de Concha, pero esto no hizo que la otra bajara el volumen de su
voz.
— Eso he oído. Mucho cóctel de
gambas y mucho grupo de música, pero la familia está sin un duro.
— ¡Uy, no me digas!
— ¿Y las gambas? — doña Concha
esperó a estar segura de tener la atención de la mesa —.
Congeladas.
— Qué vergüenza.
— ¿Estás comiendo, niña? — dijo
doña Joaquina, que era consciente de que a sus noventa y dos años
podía permitirse llamar niña a una mujer de veinticuatro.
— Sí, sí — Max hizo como si
masticara.
— Anda, cómete eso también, que
estás muy flaca — Doña Joaquina cogió su propio plato y con un
tenedor empujó su ensalada hasta al plato de Max.
— No, no, no se preocupe, estoy bien.
Quiero dejar sitio para el segundo plato — Max se forzó a sonreír.
— Tonterías, estás creciendo.
— Pues ya le podría crecer la falda
— Concha se aseguró de susurrar lo bastante alto como para que Max
la oyera desde el otro lado de la mesa.
— Estoy bien, gracias — repitió
Max, más alto.
— Pues yo he oído que los padres de
ella han pedido una hipoteca para pagar la boda — dijo Aurora,
desplegando un abanico.
— No me extraña. Dicen que el padre
tiene una frutería, fíjate tú — doña Concha soltó una risita
aguda. Tenía opiniones muy duras sobre las personas que tenían
tiendas de barrio. Había sido hija y esposa de banqueros, y tenía
la secreta sospecha de que los tenderos eran tenderos porque no eran
lo bastante inteligentes para hacer un trabajo más difícil y que
les reportara más dinero.
— No me extraña. Menudos pobretones.
Si lo que me sorprende es que no vendan fruta desde una furgoneta —
doña Aurora le guiñó un ojo a la otra.
— No te estás comiendo la ensalada —
insistió Joaquina.
— Es que... no me siento muy bien —
mintió Max.
— ¿Qué tienes? ¿Te duele el
estómago? Te voy a pedir una manzanilla — Joaquina estaba
convencida de que todas las enfermedades podrían curarse con una
infusión de manzanilla —. ¡Camarero! ¡Camarero!
— Y dime, chica — dijo Concha,
dirgiéndose a Max. La chica mira a su alrededor, con la esperanza de
que en realidad estuviera hablándole a alguien que estaba detrás
suya —. Sí, sí, te hablo a ti. ¿Tú sabes lo que ganan tus tíos
al año?
— No ha surgido en ninguna
conversación — Max deseó con todas sus fuerzas que las miradas
mataran.
— No debe ser más de unos quince mil
euros al año — Aurora se relamía de gusto de sólo pensarlo.
— Ya, pero como es todo en negro... —
doña Concha sonrió maliciosamente —. Y además, ya sabes como son
los de las fruterías. Que si te truco la balanza, que si te meto
cualquier porquería de mala calidad en la bolsa...
Max se levantó de golpe y golpeó la
mano con el puño. El ruido quedó disimulado por el estrépito de
doscientas personas en distintos grados de embriaguez celebrando una
boda familiar, pero fue suficiente para hacer que sus compañeras de
mesa le prestaran atención.
— No le permito que hable así de mi
familia.
— ¿Disculpa? — Concha la miró de
arriba a abajo.
— Puede que mi familia sea más
pobre. Puede que veraneemos en campings en vez de en hoteles, y puede
que a veces nos peleemos, y puede no seamos perfectos, pero lo que sí
somos es una cosa — con las palmas de las manos en la mesa, echó
el cuerpo adelante y miró acusadora a las mujeres —. Honrados —
Max recogió su bolso y se lo colgó de un hombro —.Muchas gracias
por todo, doña Joaquina, pero mi familia me reclama.
Y con esas palabras, Max cogió su
silla, la levantó como pudo y se fue a buscar un hueco libre en una
de las mesas de su familia.
— ¿Y a esa que le pasa? — doña
Aurora se subió las gafas por el puente de la nariz.
— Déjalo, Aurora — dijo doña
Concha — Con algunas personas, es mejor no hablar.
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