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sábado, 8 de septiembre de 2012

-Relato 7 de Cristóbal Ruiz Cuadra


NYC
por C. Ruiz




Susana llega al atardecer a la puerta de su casa. Lleva la mochila colgando de un único tirante, caída hacia atrás. Parece que le pesa. Con un gesto mecánico gira la mochila y se la cuelga por delante, en el pecho. Abre un bolsillo con cremallera, rebusca por unos instantes y extrae un manojo de llaves, agarrado por la que seguidamente introduce en la cerradura. Sólo está echado el resbalón. Entra en casa.

¿Hay alguien en casa? Nadie le responde.

Suspira. Se dirige a su habitación, un pequeño cuarto junto a la cocina, en el que difícilmente cabe una cama, una mesa de estudio y un armarito para ropa. Le da a una tecla de un aparato de música, y se sigue reproduciendo una antigua cinta por el lugar en el que la había dejado:

“There's a pale winter moon in the sky coming through my window
And the park is laid out like a bed below”

De improviso suena el teléfono. Susana se sobresalta como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Pausa la música y va hacia la cocina, dónde se encuentra el aparato. Lo descuelga como si se tratara de un animal peligroso.

¿Dígame? Le hablan al otro lado de la línea. Si, señor Quesada, soy Susana, su hija. Una pausa; de nuevo escucha. No, señor Quesada, no está aquí. Acabo de llegar de la facultad y no había nadie en casa. No sé qué puede haber pasado. Un nuevo discurso del interlocutor, que hace que Susana arrugue el ceño. Entiendo, señor. No se preocupe; en cuanto esté por aquí le llama, no volverá a suceder. Le ruego lo perdone. Muchas gracias, señor Quesada. hasta luego.

Cuelga el teléfono y vuelve a suspirar. Regresa a su cuarto; apaga definitivamente el reproductor, coge el abrigo, las llaves y sale a la calle, tras dar dos vueltas a la cerradura. Hace frío fuera y avanza deprisa. Ha levantado el cuello del abrigo, y las manos en los bolsillos le hacen correr más. Nubes de vaho salen de su boca. Afortunadamente son sólo tres manzanas. En la que hace cuatro, en un lateral a la izquierda, y sólo señalado por un luminoso de cerveza, Susana se para. Saca las manos de los bolsillos y entre con determinación. El ambiente está lleno de humo pese a la prohibición, pero se está caliente. Todos los ocupantes son hombres. Un viejo mira embobado una vieja televisión, sin sonido, mientras que otro hombre, de apenas treinta años, echa dinero compulsivamente en una tragaperras. Tras completar la visual localiza su objetivo, al final de la barra de acero.

El hombre no la ve llegar, concentrado en su botellín de cerveza. Susana le toca en el hombro.

Papá.El hombre se vuelve y cuando la reconoce se le ilumina la cara.
¡Hija! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo has sabido que estaría por aquí?
Anda, deja eso y vamos a casa y dirigiéndose al camarero que observaba la escena desde el otro extremo de la barra le pregunta: ¿Qué se le debe por aquí?
Nada, guapa, está todo pagado. Y si te quieres tomar algo estás invitada.
No, muchas gracias. Y dirigiéndose al padre le indica: Venga, papá. Abrígate que nos vamos ya.

Con gesto resuelto le empuja hacia la puerta, una vez que se ha cerciorado que se ha subido bien la cremallera del abrigo. Una vez en la calle el padre, de andar vacilante, se apoya en ella, y así, con pequeños parones, llegan a casa. Susana le quita el abrigo, y le ayuda a sentarse en el sofá de la habitación que hace las veces de salón, cuarto de estar, comedor…

No te muevas de aquí, voy a hacer algo de cena caliente. Y ahora me explicas por qué no has ido al trabajo. Mientras iba hacia la cocina le seguía hablando Llamó el señor Quesada, ¿sabes?. Tenemos que llamarlo de nuevo, y a ver que excusa nos inventamos. Estaba muy, muy cabreado. Y no nos podemos permitir perder ese trabajo, papá.
Me da igual el señor Quesada. Lo del lavadero es un trabajo de esclavos.

Mientras, en la cocina, Susana calienta una taza de caldo del día anterior, y le añade un poco de pasta para hacerla más consistente. Le coloca un plato debajo, y con el conjunto humeante vuelve al salón.

Toma, ten cuidado que está muy caliente.
Ven aquí, Susana, siéntate a mi lado mientras me lo tomo. Así lo hace Susana. No te imaginas lo que te pareces a tu madre; cada día más.
Ja,ja,ja, papá, siempre me lo dices. Pero no me gusta cuando me lo dices triste y pasado de cerveza.
Es que es la verdad. Era la chica más guapa del pueblo. Aún vivíamos allí, en el pueblo de tus abuelos. ¿No te lo he contado nunca?
No, papá. Ya sabes que desde lo de mamá no hablamos mucho de ella. Yo apenas os veía, y tú, entre el hospital y el trabajo en la fábrica…
¡En la fábrica! ¡Valientes hijosdeputa! ¡Después de dejarme media vida por ellos, sin atender nunca a horarios!
Si, eso es cierto, no se portaron nada bien. De repente Susana se echa hacia atrás y se relaja en el sillón. Tal vez haya asumido que esta noche no va a estudiar mucho, y prefiere aprovechar el tiempo junto a su padre. O sencillamente está cansada Pues cuéntame eso que no me llegaste a contar nunca, anda.
Bueno, pues como te decía, ocurrió en el pueblo de tus abuelos, los padres de tu madre. Yo apenas hacía unos meses que la conocía, casi por casualidad, y en ese momento deja la taza sin acabar en la mesa, a medio acabar.
»Nos habíamos conocido por casualidad. Yo acababa de entrar en la fábrica como aprendiz, con apenas dieciséis años recién cumplidos, y me habían enviado al pueblo acompañando a un oficial mayor a recoger una pieza para una de las máquinas, que era tan vieja que no se encontraba en ningún almacén.
»Allí estaba, montado en la furgoneta en la puerta de la chatarrería, cuando pasó por allí tu madre. Luego me contó que no llevaba más de un par de días en el pueblo, que había terminado el curso en la capital y que acababa de llegar; pero eso aún yo no lo sabía. Como te decía, tu madre pasó por delante, creo que de vuelta a casa, y no pude resistir la tentación de meterme con ella y le dije algo así como “Vaya, parece que han salido las señoritas de la Sección Femenina a dar un paseo”. Llevaba una falda de tablas, totalmente de colegiala, y usaba gafas de montura de pasta oscura; parecía una profesora de esas que van de vez en cuando por las barriadas enseñando catecismo a las niñas.
Jolines, papá, vaya plan. Creo que tenemos por algún sitio una foto de ella de más o menos esos años. Ahora voy a mirar si la encuentro…
Espera, espera, que te vas a reír con la historia. Imagina entonces la escena: yo, con pinta de golfillo lleno de granos, un mono manchado de grasa, diciéndole tonterías a una niña mona con pinta de universitaria.
»Ella, en esa tesitura, en lugar de soltarme cuatro frescas, que es lo que me merecía, se me acercó, me miró de arriba abajo y sin alterarse lo más mínimo me dijo sencillamente “Perdona, ¿nos conocemos de algo?” y claro, yo no me esperaba esa reacción; me aturullé y no fui capaz de pronunciar una frase coherente. Entonces ella, muy digna, se dio la vuelta, con sus libretas junto al pecho y siguió calle abajo, sin volver la vista ni un momento.
Bueno, ¿y la dejaste irse así, sin más? –Susana se incorpora, como si el relato no le dejara sentarse cómoda en el sillón.
Pues no. Ahí reaccioné bien. Salí de la furgoneta y me lancé tras ella, y a dos pasos de alcanzarla le dije “Perdona, espera un segundo”. Se paró, se dio la vuelta y me atendió, y ahí me di cuenta que no estaba todo perdido, porque no estaba enfadada, sino divertida. “¿Sí?” “Mira, que lo de antes ha sido sólo una broma, que no quería que te marcharas con la sensación de que soy un idiota. Me llamo Armando.”
»”Tranquilo, Armando, no pasa nada. Me llamo Susana” y me tendió la mano con elegancia masculina. Se la di, y me la estrechó con firmeza. “Trabajo en la fábrica de coches, ya sabes, la de la ciudad, y he venido con un compañero a por una pieza que se nos ha roto.” “Sí, ya sabía que no eras del pueblo…”
Parece mentira como de una conversación tan tonta puede surgir todo lo que vino después –Susana se levanta en ese momento, y se dirige a una estantería. Coge una caja y comienza a buscar entre antiguas fotos. –Voy a ver si encuentro esa foto en la que está mamá.
Vale, hija, pero ¿te sigo contando la historia?
¡Sí! ¡Ahora que has pillado carrerilla ni se te ocurra parar!
Pues lo que te iba diciendo, que no estaba para nada tu madre enfadada, sino divertida. Yo creo que el verme tan apurado por si se había molestado es lo que le hizo gracia. Por otro lado, aunque yo deseaba que la tierra me tragase, no estaba dispuesto a soltar mi presa.
»Buscando una excusa para prolongar la conversación, no se me ocurrió más que emplear los dos datos que conocía de ella: que vivían tus abuelos en el pueblo y que había estudiado en la capital, y me ofrecí a hacerle de mensajero por si necesitaba algo de allí, aunque yo no tenía ni vehículo ni carnet de conducir por aquella época. Así que le dije “Mira, Susana, si necesitas algo de la ciudad estos meses de verano, yo voy y vengo mucho de allí, porque nos van a hacer falta bastantes piezas de estas, así que no tienes más que decírmelo.” Mientras hablaba me estaba preguntando como lo iba a arreglar en el caso de que me pidiera algo, porque me las iba a ver canutas para ir y venir. Sorprendentemente aceptó la oferta:
»”Mira, pues ahora que lo dices me podrías hacer un gran favor.” “Lo que quieras”, le dije.”Necesito devolver un libro de la biblioteca, y retirar otro. ¿Podrías hacerlo?” “Por supuesto, eso no es problema.” “Pues mira, espera aquí un minuto, me doy un salto a casa, lo recojo y te lo traigo”. “Vale, te espero en la furgoneta.”
Bueno, papá, pues la cosa no pintaba mal del todo, ¿no? –Susana seguía pasando fotos antiguas, pero esa que buscaba no aparecía.
No, pero ahora tenía un problema. –El padre sí se había recostado en el sillón y hablaba mirando al techo ahora. Mi compañero ya había salido de la chatarrería y me esperaba al volante. Al verme llegar puso el vehículo en marcha, pues urgía que la pieza llegara lo antes posible a la fábrica. Yo permanecí en el lado del copiloto, sin subir, y diciéndole a través del cristal que parase.
» “¿Qué cojones te pasa?” me dijo. “Teníamos que estar en la fábrica hace una hora, y ya sabes cómo se pone el capataz cuando se retrasa uno.” Yo no sabía que decirle, y opté por la verdad: “Mira, José, acabo de conocer a la chica de mi vida; va a venir ahora a que le devuelva un libro y no me pienso mover de aquí hasta que llegue, te pongas como te pongas.” Se rió sorprendido. “Joder, chaval, que serio te pones por una pava.” Pero en el fondo era buen tipo, y lo entendió.
»Y en esas que llega tu madre con su libro. Mi compañero, que se había bajado de la furgoneta y estaba en pie, apoyado en la puerta, que la ve, me mira y se parte de la risa.
¿Qué pasaba, papá?¿Tan estrambótica iba? –Susana había detenido su búsqueda de la foto, interesadísima en la historia
¡Qué va! Espera, espera, que ahora viene lo bueno. Como te decía, en es momento llegaba tu madre, con el libro bajo el brazo. Se acercó dónde estaba yo, al lado de la furgoneta, y me saludó como si me conociera de toda la vida: “Hola, Armando, gracias por esperar”, me dijo.
»Y en ese momento, mi compañero, que no había salido de la furgoneta, se bajó y desde el otro lado del vehículo dice: “¡Hola, Susana! Parece mentira lo mucho que has crecido en un año. ¿Cómo están tus padres?”
»Tu madre, sorprendida al oir que alguien que no la conocía la llamaba por su nombre, se giró hacia donde estaba mi compañero. Y casi se le escapó un grito. “¡Tío José! ¿Pero qué haces tú por aquí?”. Y mi compañero, socarrón, le dijo: “Pues ya ves, tenía que venir acompañado de Romeo para que encontrara a Julieta”.
¡Jolines, papá, qué casualidades! Mira, aquí está la foto que andaba buscando. –Y pasándole la fotografía se pone en pie. –Voy a buscar un marco; no sé por qué la teníamos guardada en una caja.
Buena idea, hija.
Y mira, mientras vemos que decirle a ese negrero de Quesada voy a poner un poco de música, de esa que me regaló Jorge; dice que es un nuevo artista que romperá moldes, un tal Josh Groban… y se dirige a su cuarto, a conectar de nuevo el equipo.
¡No me has contado quién es ese Jorge, hija! –el padre le grita desde el salón.
Ahora mismo, papá, dame un segundo –Y pulsa el botón de “play” con decisión.

“It’s always this time of year that my thoughts 
undo me with the ghosts of many lifetimes all abound but from these mad heights 
I can always hear the sound of the bells of New York City singing all around”

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