-No
me arrepiento de lo que hice. Tuve que hacerlo. Tenía que detener a epidemia de
amantes contagiados por su veneno. Tuve que hacerlo para mantenerla por siempre
junto a mí. Tuve que hacerlo porque no atendía a razones. Juana era libre. Pero
eso no podía ser. Y ella no lo entendía.
Cuando
Pedro empezó a hablar, Rocío aún no se había despertado del todo. En la
habitación, restos de comida, polvo blanco y botellas vacías daban fe de una
noche de locura y diversión.
-¡Oh!
¡Qué dolor de cabeza! –Rocío le daba la espalda a Pedro, hecha un ovillo en la
cama.
-Juana
era incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de
nacimiento. Hoy hace un año. Un año. “Creo que te estás pasando, Pedro.” No
paraba de decirme eso. “Me haces daño, me haces daño”. Pero yo no quería
hacerle daño. No quería, Rocío. –Se cayó por un momento, mirando al frente,
ensimismado, negando con la cabeza-. Así funcionaba su cerebro. Los cerebros
son hondamente complejos.
Era
un piso de diseño, amplio, luminoso en cualquier esquina y blanco,
completamente blanco, salvo el cuadro que presidía el dormitorio donde habían
pasado tantas noches juntos. Pedro,
sentado en el borde de la cama, comenzó su discurso de manera pausada,
tranquila, sin dejar de mirar algún punto en el único cuadro que rompía el
blanco inmaculado que los envolvía. Eran las doce de la mañana. La luz entraba
atropellada por las grandes ventanas de la habitación. Pedro continuó hablando
sin mirar a Rocío, que había empezado a acariciarle la espalda.
Rocío,
se incorporó.
-Hmmm…¿qué
dices Pedro? -Se desperezó en la cama- ¿Estás soñando despierto o qué?
-Era
bastante duro presentarse ante ella, una mujer como pocas, de esas que, sin ser
especialmente guapas te hacen enmudecer en su presencia y que, antes de
terminar de pronunciar tu nombre de pila, ella cerrara los ojos fuertemente
para abrirlos rápidamente después, de par en par -Pedro cerró sus ojos
fuertemente y los abrió, escenificando su propio relato, a pesar de que Rocío
no podía verlo-, mostrando sus pupilas marrones en todo su esplendor: “¿Qué día
naciste?” preguntaría Juana. “El ocho de diciembre”, contestaría cualquier
imbécil. “Perfecto. Soy Juana. Encantada de conocerte, Javier.”
Rocío
salió de la cama a duras penas, desnuda, quedando su piel totalmente expuesta a
la luz que entraba a raudales por la ventana. En ese momento Pedro se giró y
clavó su mirada por unos segundos en el ombligo de ella. Rocío le guiñó un ojo
y se dirigió al baño.
-Me
estoy haciendo pis desde hace un rato y es mejor que alguno de los dos se
espabile. Rocío tiró de la cadena. Salió del baño, se dirigió al escritorio y
rebuscó entre la ropa y los papeles un paquete de tabaco. Luego, con mucha
calma, hizo lo propio con el mechero. Encendió el cigarrillo y, picarona, se
acercó a él por detrás. Chupándole la oreja, le dijo: -Se que odias el tabaco
por la mañana, pero…un día es un día, ¿no? - Pedro a penas se giró. Siguió mirando
al frente.
-Desde
que la conocí, había visto reacciones tan dispares que ya nada me sorprendía.
En ese instante de confusión, cuando el interlocutor estaba a punto de
marcharse con la autoestima por los suelos y la erección buscando a Dante,
aparecía yo, quitándole peso a la cosa, riéndome, unas veces más incómodo que
otras, y explicándolo todo. –Pedro se estremeció y empezó a rascarse
compulsivamente, desde la nuca hasta el tobillo, repasando su cuerpo
frenéticamente con las uñas.
>>Aunque
pocos, siempre eran hombres los que se atrevían a mantener un cara a cara con
ella. Ninguna mujer querría nunca presentarse, de forma voluntaria, ante Juana.
Era un pulso difícil de ganar. “Es curioso, pero Juana no puede recordar ningún
nombre si antes no sabe la fecha de nacimiento,”- decía yo, entre risas nerviosas,
para aclarar un poco la cosa.
-Vaya
tela con esa Juana…sí que te ha calado hondo ese sueño, ¿eh? Aunque con el
nombre…ja, ja, ja, ja, con el nombre se lucieron. ¿Quién coño sueña con una tía
buenorra que se llama Juana?
Pedro
giró bruscamente su cabeza hacia Rocío y le apretó el brazo derecho con su
mano, grande y robusta.
-Joder
Pedro, no me mires así, sabes que me da miedo cuando lo haces. Y suéltame, que
me haces daño, joder.
-Pues
deja de decir gilipolleces. -Dijo Pedro, soltándola mientras un dedo acusador
la señalaba justo en medio de las cejas.
-Mira
Pedro, estoy hasta las narices de tus delirios de grandeza, ¿sabes? Me encantan
tus cuentos, lo sabes, me encantan tus cuadros, me encanta todo lo que haces,
pero tío, no te lo tomes tan en serio. No soporto cuando te pones en ese papel
de artista herido e incomprendido, de verdad. -Cambió el tono de voz y se puso
cariñosa- Anda, dame un beso, que mira como estoy, aquí sola, desnuda…¿ No te
doy pena? -Rocío intentó juguetear con el pene de Pedro desde su situación,
pero él se volvió a girar y la apartó bruscamente. Se levantó y se dirigió al
equipo de música. Una vez lo hubo encendido, volvió a su postura original.
-Siempre
que nos acostábamos, dos o tres veces por semana, o una vez cada dos meses,
amanecía con una resaca descomunal, como si hubiera bebido wisky recién salido
de una refinería. Y solo. Siempre amanecía solo. Juana se escondía,
desaparecía, no sé dónde, ni como, ni por qué y tampoco quería saberlo, porque
eso hubiera significado mendigarle un segundo más de su cuerpo, un segundo más
de su boca, un segundo más de sus ojos marrones.
La
música empezó a sonar. Era el Bolero de Ravel.
-Lo
que me faltaba. Mira Pedro, me voy. Hace un día precioso para estar aquí
escuchando tus paridas. Además, sabes que odio esa música y me duele la cabeza.
-Rocío hizo ademán de levantarse pero no pudo. Pedro se giró ágil como un
guepardo y la tumbó en la cama, situándose justo encima de ella, como el león
que atrapa a su víctima.
-Tú
no te vas a ningún sitio, ¿te enteras?- Pedro la miró con dureza.
-Vaya,
¿ahora tienes ganas de jugar? Pues yo no, lo siento, has perdido tu
oportunidad. Déjame salir.
-Te
he dicho que tú no vas a ningún sitio. -Ahora sonreía- Me vas a escuchar.
-Pedro,
déjame salir de aquí, por favor. No te pongas pesado.
-Mi
relación con Juana no fue ningún sueño. Fue verdad. -Pedro suspiró
profundamente.- Estar con ella era como cuando escuchas el Bolero de Ravel.
Rocío
intentó zafarse de Pedro, hombre corpulento y fuerte. Pedro siguió como si nada-
Una melodía peligrosamente obsesiva encuadrada en un tempo invariable.
Obsesivamente obsesiva. Enfermedad.- Cerró los ojos.- El do mayor del maestro
Maurice se convierte con Juana en un Si.- Rocío empezó a revolverse debajo de Pedro-
Ante Juana, cualquier tentativa de hacer tu voluntad quedaba descartada…
-Déjame
Pedro, no tiene gracia.
-…Solo
se puede asentir y sucumbir a sus deseos. -La erección de Pedro era notable.-Y
dejarse enloquecer guiado por los oboes de sus piernas que tan sensualmente dan
paso al saxofón que guarda celosa entre ellas. -Pedro besó a Rocío que
respiraba violentamente, harta de luchar contra el gigante que la cubría, y fue
bajando su cuerpo que hasta entonces se había mantenido paralelo al suyo,
buscando su sexo con el suyo. Rocío apretó sus piernas en un intento vano por evitar
la penetración.- Agudos y sobreagudos. Maderas y trombones.
Rocío
gritó: -Pedro, por favor, no quiero hacerlo ahora, ¡déjame! Pedro, le dio una
bofetada que la hizo sangrar.
-Por
favor Pedro…-Rocío lloraba como un niño pequeño.- Me has partido el labio.
Déjame, por favor, déjame.
-Shhhhh…Suave,
suave, suave…- Pedro consiguió abrirse paso entre sus piernas hasta que la penetró
con violencia. Una y otra vez. Rocío empezó a llorar con desconsuelo.-Siempre
in crescendo, la melodía envolvente de Juana me subía hasta el éxtasis más
doloroso, ponía en la punta de mis dedos toda la belleza del universo para
luego apartarme de ella, dejándome destrozado, cansado y solo, poniendo fin a
mi locura transitoria y efímera, escuchando solo una coda estruendosa a modo de
portazo, ya en mi desvencijado coche.
Los
gemidos de placer de Pedro contrastaban con los sollozos de Rocío, que se había
abandonado al instinto de él. -Juana era incapaz de recordar el nombre de una
persona si antes no sabía su fecha de nacimiento, Rocío, ¿no lo entiendes?
-Pedro cayó exhausto sobre ella. La
sangre se había secado ya en la almohada. Rocío seguía llorando, ya sin
fuerzas.
-¿Por
qué lo has hecho Pedro? ¿Qué coño te pasa?- Estaba histérica, pataleaba sin
parar.
Pedro
le tapó la boca con una mano mientras con la otra empezó a buscar a tientas
algo hasta que se topó con la mesita de noche, abrió el primer cajón y sacó un
lazo largo, de satén verde. Seguía sobre ella, con lo que la tenía inmovilizada
así que no le resultó difícil atarle las manos al cabecero. Mientras tanto,
Rocío pataleaba y gritaba palabras sin sentido que se mezclaban con el llanto
que iba y venía.
-Yo
ya había pasado por eso. Yo ya sabía la respuesta a todas mis peticiones,
¿sabes, Rocío? Y oírlas una y otra vez era más duro aún que amanecer solo en su
cama. Entonces, sopesadas las posibilidades inexistentes, me duchaba,
desayunaba y me vestía. Solo. Siempre en ese orden. –Pedro se levantó y se
dirigió al armario.- Me duchaba para hacer desaparecer su olor de mi cuerpo en
una despedida que se hacía tan dolorosa como si me estuvieran arrancando la
piel a tiras. Tiras de la piel de Juana en mi piel.- Empezó a tocarse los
brazos primero y siguió pellizcándose el cuerpo.- Su piel en la mía. Su sudor,
que ya no era suyo, formaba cráteres en mi piel como si fuera ácido. – Pedro
estaba enloqueciendo y Rocío, cansada de forcejear, seguía llorando. - Intentar
ocultar su rastro era casi imposible. Desayunaba vestido con la esperanza de
que apareciera detrás de mí, de que me abrazara con su cuerpo desnudo y me
llevara de nuevo a ese sitio en el que solo estoy cuando me acuesto con ella.
Pedro sacó del armario una mochila.
Buscaba algo, mientras seguía con su relato. -Luego, cuando comprendía que eso
nunca pasaría, me
vestía e intentaba calmar mi ansiedad comiéndome uno de los bollos que siempre
tenía en su despensa. Cuando me metía en el coche recibía un mensaje de ella: “10
de Agosto de 1976. Pedro”. Pero esa no era mi fecha de nacimiento. Juana era
incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de
nacimiento. ¡Esa no es mi fecha de nacimiento, Rocío, ¿lo entiendes?¡Esa no es
mi fecha de nacimiento!
Cuando encontró lo que quería, una
cuerda, se volvió hacia la cama. Ató los pies de Rocío y con un pañuelo la
amordazó después de chuparle la sangre seca de los labios. Cuando hubo
terminado, cogió un cigarrillo del escritorio y se sentó en el sillón blanco de
delante de la cama.
-Entre
Juana y yo no había nada. Pero lo había todo, ¿comprendes?- Rocío no se inmutó.
Pedro volvió a repetir la pregunta, en un tono más violento. -¿Me entiendes o
no?- Rocío asintió.- Bien, no quiero que te pierdas ningún detalle. “Juana, por
favor, tienes que darme una oportunidad” –se lo pedí por favor aquel día. “Una
oportunidad para qué?” –me dijo ella- “La vida está llena de oportunidades.
Solo tienes que salir y coger la tuya. No soy yo quien tiene que dártela. No
soy tan poderosa”. “Quiero estar contigo, Juana. Tienes que entender que soy yo
el hombre que necesitas para ser feliz. Ya no tendrás que seguir buscando en
camas anónimas esa felicidad que tanto ansías.” “Ja, ja, ja”.- su risa sonó más
diabólica que nunca. “Eres un pobre infeliz”.
>>Tienes
que entenderlo todo muy bien, Rocío. No me importaban los nombres de aquellos
que disfrutaban de Juana cuando no era yo quién lo hacía y a pesar de que ella
insistía en querer compartir conmigo ciertas confesiones, yo me sentía incapaz
de escucharlas. Creo que era mi forma de protegerme porque en el fondo, y no
tanto, me temblaban las piernas con solo imaginar el sonido de otro nombre en
uno de sus suspiros. Pregúntame cómo la conocí.
Rocío
hizo un esfuerzo por hablar alto y claro.
-
¿Cómo la conociste?
-
¿Qué cómo la conocí? Cómo la conocí no importa ya. De hecho, han sido muchas
las veces en las que he maldecido mi suerte por haberme cruzado con ella. Yo
era feliz contigo. ¡Oh Rocío!, cuántas noches he llorado desconsolado ante la
idea hecha realidad de sentirme loco, necesitado, enganchado a ella. Pero no,
no era amor. Si al menos hubiera sido amor. Nadie sabía de mi turbación. Nadie.
Ni si quiera Juana. Ni si quiera tú. Tú estabas muy ocupada con tus tonterías,
con la boda, con este estúpido piso.
Rocío
había vuelto a llorar desconsoladamente pero él seguía hablando.
-Para
ella yo no era más que Pedro. “Pedro, mi amigo.”- así me llamaba delante de todos.- “Pedro, el que me
lleva a la cama cuando el alcohol y las drogas ya han cumplido su misión”. “Pedro,
el que se come mis bollos.” Pedro. Yo solo era Pedro.
Dió
una calada profunda que consumió el cigarro, que tiró sin miramientos sobre la
alfombra.- Confidente. Amigo. Padre. Hijo. Mascota. Mi vida transcurría
discreta a la sombra de Juana. Ciertamente, a ojos de todos, no era más que su
agenda, su secretario. Me enfermaba que todos me vieran como su perrito
faldero. Ira. Resentimiento. Odio. Inquina. Muchas veces apretaba los puños.
Muchas veces me quemaba los dedos fumando; caladas hondas de nicotina y
alquitrán que frenaban mis deseos de cogerla por el cuello y someterla a mis
pasiones, a mis deseos más perversos de una vez por todas. Luego me sentía mal.
Tan mal que vomitaba. Culpa. Enfermedad. Juana. Juana era una enfermedad. Juana
era belleza. Desorden. Locura. Grosería. Impertinencia. Juana me tenía bien
cogido por los cojones y, como si de un teatro de máscaras y enredo se tratara,
ella no sabía nada. ¿Me estás escuchando, pequeña?
Rocío
asintió, con los ojos cuajados de lágrimas. Pedro sonrió y se levantó. Empezó a
andar por la habitación, mientras paseaba su dedo índice por las paredes. Al
llegar al cuadro rojo que la presidía, se paró en seco.
-¿Me
torturaba a propósito o era realmente inocente? ¿Tú qué crees, Rocío? –se giró
hacia ella- ¿Por qué ella, una persona
que según me había hecho creer, no era capaz de memorizar el nombre de nadie si
antes no sabía su fecha de nacimiento no era capaz de recordar la mía? ¿Era a
caso una manera de mostrarme que aquello no era más que una farsa, que solo lo
hacía para hacerse le interesante? -el tono de voz subió de repente hasta
convertirse en un grito- ¿O era acaso que le importaba tan poco, que me
aborrecía de tal manera, que me lo hacía saber de aquel modo tan sutil, sin
testigos, pero tan hiriente, mediante un mensaje de texto, justo después de
haber pasado la noche juntos? ¡Contéstame! –Subió aún más el tono de voz- ¡He
dicho que me contestes, coño!
Pero
Rocío estaba amordazada y solo sabía llorar. No hacía ya ningún movimiento.
Solo lloraba. Pedro se acercó y le quitó el pañuelo de la boca.
-No
lo sé, Pedro, no sé quién era esa mujer pero ahora no importa, estoy aquí,
contigo, y te quiero. –Dijo bajito.- Yo te quiero.
Pedro
empezó a reírse, cada vez más fuerte. Se sentó en la cama y se cubrió la cara
con las manos. Empezó a llorar.
-Juana
no quería a nadie. No. Le daba lo mismo follar conmigo que follar con el
portero o con el que se estuviera tomando un café a su lado. Y ella lo sabía.
-
Qué más da, ¿Pedro? Eso es pasado, mira al presente. Estamos aquí, ahora. Por
favor, suéltame y olvidemos esto. –Rocío estaba tranquila ahora pero Pedro no
la escuchó.
-Cada
vez que el ruido iba disminuyendo en el bar y a medida que las luces se iban
encendiendo, ella sabía exactamente que eran pocos pasos los que la separaban
de ver retorcerse de dolor a su propia víctima. En ese momento en el que su
interlocutor empezaba a ponerse nervioso y decidía juguetear con las llaves de
su coche mientras intentaba disimular su erección y su cerebro buscaba la
combinación de palabras perfecta para la ocasión, Juana podría llamar a un
taxi, podría sentenciar la noche con cualquier frase hecha de falsa cortesía.
Pero no. Juana llegaría hasta el final cada noche, Juana coleccionaba amantes. Y
yo, tan frágil, coleccionaba sueños cargados de violencia y sexo en los que la
única protagonista era Juana. No me arrepiento de lo que pasó, ¿sabes Rocío? No
me arrepiento de lo que hice. Ya no la echo de menos. Ya no.
-No
me importa lo que hicieras, no me importa, cariño, de verdad. Solo suéltame y
déjame abrazarte. Estás muy nervioso, ayer nos colocamos más de la cuenta. -Rocío
empezó a forcejear intentando desatarse, sin éxito.
-Cuántas
veces he intentado dibujarla, cuantas veces la extrañaba tanto que no podía
resistir el placer que me producía volver a ella mentalmente y recorrer cada
uno de los milímetros de esa piel blanca y cuajada de pecas. Soñaba que mordía
su barriga con el ansia de un bebé que busca el pezón de su madre. Soñaba que mojaba
mis dedos en su saliva. Soñaba que besaba mi entrepierna como solo ella sabía
hacerlo, mirándome como el verdugo que incompasivamente levanta el hacha que
acabará sin remedio cortándole el cuello. Y un grito se escapaba de mi boca. Y
su nombre apedreaba mi conciencia. Entonces cogía los pinceles y pintaba,
pintaba desenfrenadamente y el caos se apoderaba de la paleta de colores, y el
lienzo se manchaba de formas que solo me recordaban más a ella. Y vomitaba. Y
lloraba. Y la ira se plasmaba en mi arte. Pero claro, “el arte no existe, lo
que existe es el artista, Pedro. Y tú no eres artista”-me decía ella.
-Yo
no pienso eso, Pedro. Yo conozco tu arte, sé que eres un artista de verdad y
pronto empezarás a vender tus cuadros como rosquillas y…
-¡Cállate,
zorra!- Pedro la interrumpió con la misma violencia con la que la abofeteó de nuevo.- Si no vas a
dejar de interrumpirme, tendré que amordazarte de nuevo. Estoy intentando
desahogarme y no paras de decir gilipolleces.
-Lo
siento, lo siento, lo siento, lo…
-¡Que
te calles, cojones!
Rocío
cerró los ojos fuertemente.
-Le
encantaba hundirme, humillarme frente a cualquiera. Pero era verdad. Aquellos
cuadros no reflejaban más que el asco que mi situación me hacía sentir.
Aquellos dibujos no eran Juana. Nunca fui capaz de hacer ni un solo retrato en
el que apareciera ella tal y como yo la veía. Yo no hacía arte…cuántas veces
deseé matarla tras escucharla hablar así de mis cuadros. “Pedro, cariño, no
insistas. El arte se te escapa de las manos. No tienes esa delicadeza. Eres
rudo, tosco, original si, vale, pero no podrás ser nunca un artista, corazón.
Tú no puedes captar mi alma, así que empieza a dibujar otras cosas. Vuelve a la
arquitectura”. –Me dijo el mismo día que le pedí por favor que me hiciera caso,
la última vez que intenté convencerla al menos para que subiera al estudio a
ver los retratos que le había hecho.- “Pero Juana, ¿por qué me dices eso? ¿No
eres capaz de tomarme en serio o qué?”- pregunté, buscando una
explicación.-“Pedro, vuelve a la arquitectura. Anda, vamos a tomarnos la
última, ¿sí?”
Pedro
empezó a llorar.
-Juana
era arte en sí misma y por eso no existía. Por eso nada de lo que ella
representaba, hacía, decía, era real. Porque era efímera, porque no
permanecía…Juana necesitaba al artista que la hiciera realidad, que la hiciera
estar, ser, permanecer. Y ese, ese solo podía ser yo, por mucho que ella se
negara a concederme ese privilegio. Juana sería mi obra maestra, yo conseguiría
plasmar su esencia real, la que solo yo conocía, porque era el único que la
quería, el único que la conocía de verdad.
Hubo
un silencio en la habitación interrumpido por el teléfono, que empezó a sonar.
Rocío lo miró con los ojos bien abiertos pero Pedro no descolgó y continuó con
su relato.
-Ahora
Juana siempre estará conmigo. Ahora, mientras la miro desde esta misma cama
desde la que tantas veces la añoré, la siento más real que nunca. Ahora Juana
es, porque está.
Pedro volvió a levantarse. Caminó hasta el cuadro y se arrodilló ante él.
-¿Qué
quieres decir? –Rocío se arrepintió de su pregunta nada más formularla, pero aún
así, insistió gritando:- ¿Qué quieres decir?
-Juana
está aquí. Siempre ha estado. No podía ser de otra manera. Cada vez que nos
hemos acostado, me excitaba porque miraba al cuadro. ¿O acaso creías que era
por ti?- Pedro empezó a reírse. Sus carcajadas eran graves y pausadas.-
¡Pensabas que era por ti!
-Pedro,
suéltame, por favor. Yo creía que…yo sé que estás pasando por un mal momento,
las drogas de ayer, quizás. No puedo creer lo que me estás diciendo. No
entiendo nada en absoluto. Por favor, suéltame. –Las palabras de Rocío se
transformaron en llanto.
Pedro dejó de reírse. Se levantó.
-Un
día decidí dejar de acostarme con ella. A lo mejor así encontraba la solución. Ni
una semana había pasado de eso cuando Juana accedió a subir, pero me engañó. “Ya
nunca me pides que suba, Pedro, no me invitas a cenar, ni a una copa, ni a nada”.
“Es que ya me he cansado de ti, Juana. Nada es eterno”, mentí. Aquello le sentó
mal, muy mal. Tanto, que me dijo: “Venga, subiré al estudio. Creo que no pasará
nada por echar un vistazo a tus cuadros”. –Me dijo después de besarme antes de
subirse en mi coche.- “No hace falta, Juana. Ya he encontrado a otra persona
que está interesada en mi arte. Y por favor, no me beses más, ya no”.
-¿Y
qué pasó? – Sorprendentemente, Rocío había cambiado su actitud y decidió ser
partícipe de la conversación pensando quizás en que así Pedro accedería a
soltarla.
-Juana
se puso como loca por dentro. Lo sé porque la conocía. Pero intentó disimular. “Nadie
me rechaza un beso, Pedro, ya lo sabes. Y menos tú. ¿Qué pasa? Has encontrado a
otra? Acaso Rocío de repente está a mi altura”. Yo no le contesté. Era la
primera vez que Juana estaba celosa, la primera vez que la veía sufrir. “Ya
sabes como funciona esto. No podrás resistirte durante mucho tiempo más”. Juana
iba a marcharse cuando la detuve: “Espera Juana, tengo el coche detrás de la
galería”
>>Yo estaba ilusionado, me sentía como
un niño pequeño antes de su fiesta de cumpleaños y me costaba disimularlo.
Durante el trayecto Juana habló sin parar con esa altanería que la
caracterizaba.- “Hoy he ido a la nueva exposición de Chez-Romance. No entiendo
qué clase de nombre artístico es ese. ¿Qué quiere decir?”- preguntó tan ácida
como siempre.- “Además, ¿qué es eso de que
quiere resucitar el Art Decó? Es que después de veinte años pintando aún no ha
encntrado su estilo?”. Se cayó por un momento que intenté aprovechar para hablar,
pero fue inútil. “Bueno, a lo mejor lo que ha querido hacer es usar el idioma…”-no
me dejó terminar.- “Ay Pedro, que Roberto no tiene ni idea de francés. Seguro
que ha sido su amiguita, Arantxa, la que lo ha convencido para que se ponga un
nombre así. Menuda estupidez.” -Juana fumaba sin parar y de vez en cuando me
apretaba la entrepierna con la mano que sostenía el cigarrilo.- “Me vas a
quemar, Juana, ten cuidado. Además, te agradecería que me dejaras en paz cuando
estoy conduciendo.” -me estaba provocando, siempre lo hacía.- “Vaya, vaya…con
que esas tenemos, ¿no?” -Juana me apagó el cigarrillo en el pantalón. Casi
tenemos un accidente porque la colilla traspasó la tela de mis pantalones
vaqueros. Pero no pude decirle nada. La miré, me besó y enmudecí. Si hubieras
sido tú, desde luego, te hubiera partido la boca, pero con Juana…con ella no
podía.- “Venga Pedro, no seas aguafiestas”.- Eso fue todo lo que dijo a modo de
disculpa.
>>Llegamos
a casa y Juana se quitó el abrigo, dejándolo caer en el suelo. Yo fui al baño y
cuando volví, ya no estaba allí. “Venga, artista, píntame ahora. Mírame, ¿no
estoy bonita?” -Claro que lo estaba. Juana se había metido en la habitación, en
esta habitación y me estaba vacilando. Yo contesté como pude. –“Estás preciosa,
Juana. Ya lo sabes. Siempre lo estás, pero te encanta oírmelo decir, ¿a que
si?”- dije, todavía desde el marco de la puerta.- “Y a ti te encanta decírmelo”.-
Juana se abrió de piernas.- “Ven, ven, acércate aquí y moja tu pincel en mi.
Estoy segura de que saldrán colores preciosos”. –Juana empezó a tocarse y yo
perdí la razón por un momento. La cabeza empezó a darme vueltas. No podía creer
que, otra vez, fuera a pasar lo mismo. Aunque de repente me di cuenta: no era
lo mismo. Esta vez estábamos en mi casa, no en la suya. Esta vez no
desaparecería porque estábamos en mi territorio. Decidí salir de la habitación
para cerrar la puerta con llave. Volví con dos copas de vino y le di uno a
Juana.
>>Te
aseguro, Rocío, que yo no quería llegar hasta donde llegué. No quería. ¿Tú me
crees, verdad? ¿Me crees? – Pedro estaba sudando por todo el cuerpo. Tenía las
venas del cuello señaladas y respiraba rápidamente. Rocío, por su parte, había
empezado a llorar de nuevo.
-Te
creo, Pedro, claro que te creo. Suéltame por favor y olvidemos esto.
-No
pude evitarlo. Y tengo que contártelo. -Pedro se dirigió a la ventana que hacía
las veces de cabecero y clavó la mirada en algún punto del horizonte. “Vaya,
veo que vas a hacerte el remolón. Pues no quiero vino. Te quiero a ti”.- Juana
lanzó la copa hacia mí pero pude esquivarla. La pared quedó cubierta de vino.
Roja. Como la sangre. Empezó a reírse a carcajadas como solo ella sabía hacer.-
“No te quedes ahí parado. Mañana mandaré a alguien a pintar esa pared”. “No te
preocupes”.- respondí ya sin ser yo.- “Tengo un cuadro perfecto para esa
pared.” -Algo me estaba pasando por dentro. Me dirigí al armario y saqué mi
mochila, esa que ves ahí, la de la escalada. Ella, pensando que era un juego
sexual más, se dejó atar, no como tú, que te has resistido. Rocío tenía los
ojos abiertos, tanto, que parecía que se iban a salir de las órbitas.
-Sangre
sobre lienzo. Formato 40F .
200x100cm. Bastidor con entelado posterior. Humedad de la madera controlado por
un proceso de secado. Algodón cien por cien. Imprimación Universal. Espesor de 5.5 cm . Y mi fecha de
nacimiento: 13 de noviembre de 1974. Pedro. Soy Pedro Montalbán Suárez. Y ella
es Juana. Ahora sí.
-No
quiero que sigas, Pedro, no quiero saber más, por favor,¡para ya, por favor! Para ya, para, para... -dijo, Rocío, casi implorándolo.
-No pequeña, ahora no, solo te falta el final. Aguanta un
poco más. Dentro de nada, también tú tendrás un cuadro precioso y quiero que
sepas cómo lo haré. -Pedro se puso de pié y se giró hacia ella.- ¿Sabes? Juana era incapaz de recordar el nombre de una persona si
antes no sabía su fecha de nacimiento. Pero nunca supo recordar la mía. Y nunca
se lo perdonaré.
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