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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Relato nº 7 de María Marín



-No me arrepiento de lo que hice. Tuve que hacerlo. Tenía que detener a epidemia de amantes contagiados por su veneno. Tuve que hacerlo para mantenerla por siempre junto a mí. Tuve que hacerlo porque no atendía a razones. Juana era libre. Pero eso no podía ser. Y ella no lo entendía.
Cuando Pedro empezó a hablar, Rocío aún no se había despertado del todo. En la habitación, restos de comida, polvo blanco y botellas vacías daban fe de una noche de locura y diversión.   
-¡Oh! ¡Qué dolor de cabeza! –Rocío le daba la espalda a Pedro, hecha un ovillo en la cama.
-Juana era incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de nacimiento. Hoy hace un año. Un año. “Creo que te estás pasando, Pedro.” No paraba de decirme eso. “Me haces daño, me haces daño”. Pero yo no quería hacerle daño. No quería, Rocío. –Se cayó por un momento, mirando al frente, ensimismado, negando con la cabeza-. Así funcionaba su cerebro. Los cerebros son hondamente complejos.
Era un piso de diseño, amplio, luminoso en cualquier esquina y blanco, completamente blanco, salvo el cuadro que presidía el dormitorio donde habían pasado tantas noches juntos.  Pedro, sentado en el borde de la cama, comenzó su discurso de manera pausada, tranquila, sin dejar de mirar algún punto en el único cuadro que rompía el blanco inmaculado que los envolvía. Eran las doce de la mañana. La luz entraba atropellada por las grandes ventanas de la habitación. Pedro continuó hablando sin mirar a Rocío, que había empezado a acariciarle la espalda.
Rocío, se incorporó.
-Hmmm…¿qué dices Pedro? -Se desperezó en la cama- ¿Estás soñando despierto o qué?  
-Era bastante duro presentarse ante ella, una mujer como pocas, de esas que, sin ser especialmente guapas te hacen enmudecer en su presencia y que, antes de terminar de pronunciar tu nombre de pila, ella cerrara los ojos fuertemente para abrirlos rápidamente después, de par en par -Pedro cerró sus ojos fuertemente y los abrió, escenificando su propio relato, a pesar de que Rocío no podía verlo-, mostrando sus pupilas marrones en todo su esplendor: “¿Qué día naciste?” preguntaría Juana. “El ocho de diciembre”, contestaría cualquier imbécil. “Perfecto. Soy Juana. Encantada de conocerte, Javier.”
Rocío salió de la cama a duras penas, desnuda, quedando su piel totalmente expuesta a la luz que entraba a raudales por la ventana. En ese momento Pedro se giró y clavó su mirada por unos segundos en el ombligo de ella. Rocío le guiñó un ojo y se dirigió al baño.
-Me estoy haciendo pis desde hace un rato y es mejor que alguno de los dos se espabile. Rocío tiró de la cadena. Salió del baño, se dirigió al escritorio y rebuscó entre la ropa y los papeles un paquete de tabaco. Luego, con mucha calma, hizo lo propio con el mechero. Encendió el cigarrillo y, picarona, se acercó a él por detrás. Chupándole la oreja, le dijo: -Se que odias el tabaco por la mañana, pero…un día es un día, ¿no? - Pedro a penas se giró. Siguió mirando al frente.
-Desde que la conocí, había visto reacciones tan dispares que ya nada me sorprendía. En ese instante de confusión, cuando el interlocutor estaba a punto de marcharse con la autoestima por los suelos y la erección buscando a Dante, aparecía yo, quitándole peso a la cosa, riéndome, unas veces más incómodo que otras, y explicándolo todo. –Pedro se estremeció y empezó a rascarse compulsivamente, desde la nuca hasta el tobillo, repasando su cuerpo frenéticamente con las uñas.
>>Aunque pocos, siempre eran hombres los que se atrevían a mantener un cara a cara con ella. Ninguna mujer querría nunca presentarse, de forma voluntaria, ante Juana. Era un pulso difícil de ganar. “Es curioso, pero Juana no puede recordar ningún nombre si antes no sabe la fecha de nacimiento,”- decía yo, entre risas nerviosas, para aclarar un poco la cosa.
-Vaya tela con esa Juana…sí que te ha calado hondo ese sueño, ¿eh? Aunque con el nombre…ja, ja, ja, ja, con el nombre se lucieron. ¿Quién coño sueña con una tía buenorra que se llama Juana?
Pedro giró bruscamente su cabeza hacia Rocío y le apretó el brazo derecho con su mano, grande y robusta.
-Joder Pedro, no me mires así, sabes que me da miedo cuando lo haces. Y suéltame, que me haces daño, joder.
-Pues deja de decir gilipolleces. -Dijo Pedro, soltándola mientras un dedo acusador la señalaba justo en medio de las cejas.
-Mira Pedro, estoy hasta las narices de tus delirios de grandeza, ¿sabes? Me encantan tus cuentos, lo sabes, me encantan tus cuadros, me encanta todo lo que haces, pero tío, no te lo tomes tan en serio. No soporto cuando te pones en ese papel de artista herido e incomprendido, de verdad. -Cambió el tono de voz y se puso cariñosa- Anda, dame un beso, que mira como estoy, aquí sola, desnuda…¿ No te doy pena? -Rocío intentó juguetear con el pene de Pedro desde su situación, pero él se volvió a girar y la apartó bruscamente. Se levantó y se dirigió al equipo de música. Una vez lo hubo encendido, volvió a su postura original.
-Siempre que nos acostábamos, dos o tres veces por semana, o una vez cada dos meses, amanecía con una resaca descomunal, como si hubiera bebido wisky recién salido de una refinería. Y solo. Siempre amanecía solo. Juana se escondía, desaparecía, no sé dónde, ni como, ni por qué y tampoco quería saberlo, porque eso hubiera significado mendigarle un segundo más de su cuerpo, un segundo más de su boca, un segundo más de sus ojos marrones.
La música empezó a sonar. Era el Bolero de Ravel.
-Lo que me faltaba. Mira Pedro, me voy. Hace un día precioso para estar aquí escuchando tus paridas. Además, sabes que odio esa música y me duele la cabeza. -Rocío hizo ademán de levantarse pero no pudo. Pedro se giró ágil como un guepardo y la tumbó en la cama, situándose justo encima de ella, como el león que atrapa a su víctima.
-Tú no te vas a ningún sitio, ¿te enteras?- Pedro la miró con dureza.
-Vaya, ¿ahora tienes ganas de jugar? Pues yo no, lo siento, has perdido tu oportunidad. Déjame salir.
-Te he dicho que tú no vas a ningún sitio. -Ahora sonreía- Me vas a escuchar.
-Pedro, déjame salir de aquí, por favor. No te pongas pesado.
-Mi relación con Juana no fue ningún sueño. Fue verdad. -Pedro suspiró profundamente.- Estar con ella era como cuando escuchas el Bolero de Ravel.
Rocío intentó zafarse de Pedro, hombre corpulento y fuerte. Pedro siguió como si nada- Una melodía peligrosamente obsesiva encuadrada en un tempo invariable. Obsesivamente obsesiva. Enfermedad.- Cerró los ojos.- El do mayor del maestro Maurice se convierte con Juana en un Si.- Rocío empezó a revolverse debajo de Pedro- Ante Juana, cualquier tentativa de hacer tu voluntad quedaba descartada…
-Déjame Pedro, no tiene gracia.
-…Solo se puede asentir y sucumbir a sus deseos. -La erección de Pedro era notable.-Y dejarse enloquecer guiado por los oboes de sus piernas que tan sensualmente dan paso al saxofón que guarda celosa entre ellas. -Pedro besó a Rocío que respiraba violentamente, harta de luchar contra el gigante que la cubría, y fue bajando su cuerpo que hasta entonces se había mantenido paralelo al suyo, buscando su sexo con el suyo. Rocío apretó sus piernas en un intento vano por evitar la penetración.- Agudos y sobreagudos. Maderas y trombones.
Rocío gritó: -Pedro, por favor, no quiero hacerlo ahora, ¡déjame! Pedro, le dio una bofetada que la hizo sangrar.
-Por favor Pedro…-Rocío lloraba como un niño pequeño.- Me has partido el labio. Déjame, por favor, déjame.
-Shhhhh…Suave, suave, suave…- Pedro consiguió abrirse paso entre sus piernas hasta que la penetró con violencia. Una y otra vez. Rocío empezó a llorar con desconsuelo.-Siempre in crescendo, la melodía envolvente de Juana me subía hasta el éxtasis más doloroso, ponía en la punta de mis dedos toda la belleza del universo para luego apartarme de ella, dejándome destrozado, cansado y solo, poniendo fin a mi locura transitoria y efímera, escuchando solo una coda estruendosa a modo de portazo, ya en mi desvencijado coche.
Los gemidos de placer de Pedro contrastaban con los sollozos de Rocío, que se había abandonado al instinto de él. -Juana era incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de nacimiento, Rocío, ¿no lo entiendes? -Pedro cayó exhausto sobre  ella. La sangre se había secado ya en la almohada. Rocío seguía llorando, ya sin fuerzas.
-¿Por qué lo has hecho Pedro? ¿Qué coño te pasa?- Estaba histérica, pataleaba sin parar.
Pedro le tapó la boca con una mano mientras con la otra empezó a buscar a tientas algo hasta que se topó con la mesita de noche, abrió el primer cajón y sacó un lazo largo, de satén verde. Seguía sobre ella, con lo que la tenía inmovilizada así que no le resultó difícil atarle las manos al cabecero. Mientras tanto, Rocío pataleaba y gritaba palabras sin sentido que se mezclaban con el llanto que iba y venía.
-Yo ya había pasado por eso. Yo ya sabía la respuesta a todas mis peticiones, ¿sabes, Rocío? Y oírlas una y otra vez era más duro aún que amanecer solo en su cama. Entonces, sopesadas las posibilidades inexistentes, me duchaba, desayunaba y me vestía. Solo. Siempre en ese orden. –Pedro se levantó y se dirigió al armario.- Me duchaba para hacer desaparecer su olor de mi cuerpo en una despedida que se hacía tan dolorosa como si me estuvieran arrancando la piel a tiras. Tiras de la piel de Juana en mi piel.- Empezó a tocarse los brazos primero y siguió pellizcándose el cuerpo.- Su piel en la mía. Su sudor, que ya no era suyo, formaba cráteres en mi piel como si fuera ácido. – Pedro estaba enloqueciendo y Rocío, cansada de forcejear, seguía llorando. - Intentar ocultar su rastro era casi imposible. Desayunaba vestido con la esperanza de que apareciera detrás de mí, de que me abrazara con su cuerpo desnudo y me llevara de nuevo a ese sitio en el que solo estoy cuando me acuesto con ella.
            Pedro sacó del armario una mochila. Buscaba algo, mientras seguía con su relato. -Luego, cuando comprendía que eso nunca pasaría,  me vestía e intentaba calmar mi ansiedad comiéndome uno de los bollos que siempre tenía en su despensa. Cuando me metía en el coche recibía un mensaje de ella: “10 de Agosto de 1976. Pedro”. Pero esa no era mi fecha de nacimiento. Juana era incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de nacimiento. ¡Esa no es mi fecha de nacimiento, Rocío, ¿lo entiendes?¡Esa no es mi fecha de nacimiento!
            Cuando encontró lo que quería, una cuerda, se volvió hacia la cama. Ató los pies de Rocío y con un pañuelo la amordazó después de chuparle la sangre seca de los labios. Cuando hubo terminado, cogió un cigarrillo del escritorio y se sentó en el sillón blanco de delante de la cama.
-Entre Juana y yo no había nada. Pero lo había todo, ¿comprendes?- Rocío no se inmutó. Pedro volvió a repetir la pregunta, en un tono más violento. -¿Me entiendes o no?- Rocío asintió.- Bien, no quiero que te pierdas ningún detalle. “Juana, por favor, tienes que darme una oportunidad” –se lo pedí por favor aquel día. “Una oportunidad para qué?” –me dijo ella- “La vida está llena de oportunidades. Solo tienes que salir y coger la tuya. No soy yo quien tiene que dártela. No soy tan poderosa”. “Quiero estar contigo, Juana. Tienes que entender que soy yo el hombre que necesitas para ser feliz. Ya no tendrás que seguir buscando en camas anónimas esa felicidad que tanto ansías.” “Ja, ja, ja”.- su risa sonó más diabólica que nunca. “Eres un pobre infeliz”.
>>Tienes que entenderlo todo muy bien, Rocío. No me importaban los nombres de aquellos que disfrutaban de Juana cuando no era yo quién lo hacía y a pesar de que ella insistía en querer compartir conmigo ciertas confesiones, yo me sentía incapaz de escucharlas. Creo que era mi forma de protegerme porque en el fondo, y no tanto, me temblaban las piernas con solo imaginar el sonido de otro nombre en uno de sus suspiros. Pregúntame cómo la conocí.
Rocío hizo un esfuerzo por hablar alto y claro.
- ¿Cómo la conociste?
- ¿Qué cómo la conocí? Cómo la conocí no importa ya. De hecho, han sido muchas las veces en las que he maldecido mi suerte por haberme cruzado con ella. Yo era feliz contigo. ¡Oh Rocío!, cuántas noches he llorado desconsolado ante la idea hecha realidad de sentirme loco, necesitado, enganchado a ella. Pero no, no era amor. Si al menos hubiera sido amor. Nadie sabía de mi turbación. Nadie. Ni si quiera Juana. Ni si quiera tú. Tú estabas muy ocupada con tus tonterías, con la boda, con este estúpido piso.
Rocío había vuelto a llorar desconsoladamente pero él seguía hablando.
-Para ella yo no era más que Pedro. Pedro, mi amigo.”- así me llamaba delante de todos.- “Pedro, el que me lleva a la cama cuando el alcohol y las drogas ya han cumplido su misión”. “Pedro, el que se come mis bollos.” Pedro. Yo solo era Pedro.
Dió una calada profunda que consumió el cigarro, que tiró sin miramientos sobre la alfombra.- Confidente. Amigo. Padre. Hijo. Mascota. Mi vida transcurría discreta a la sombra de Juana. Ciertamente, a ojos de todos, no era más que su agenda, su secretario. Me enfermaba que todos me vieran como su perrito faldero. Ira. Resentimiento. Odio. Inquina. Muchas veces apretaba los puños. Muchas veces me quemaba los dedos fumando; caladas hondas de nicotina y alquitrán que frenaban mis deseos de cogerla por el cuello y someterla a mis pasiones, a mis deseos más perversos de una vez por todas. Luego me sentía mal. Tan mal que vomitaba. Culpa. Enfermedad. Juana. Juana era una enfermedad. Juana era belleza. Desorden. Locura. Grosería. Impertinencia. Juana me tenía bien cogido por los cojones y, como si de un teatro de máscaras y enredo se tratara, ella no sabía nada. ¿Me estás escuchando, pequeña?
Rocío asintió, con los ojos cuajados de lágrimas. Pedro sonrió y se levantó. Empezó a andar por la habitación, mientras paseaba su dedo índice por las paredes. Al llegar al cuadro rojo que la presidía, se paró en seco.
-¿Me torturaba a propósito o era realmente inocente? ¿Tú qué crees, Rocío? –se giró hacia ella-  ¿Por qué ella, una persona que según me había hecho creer, no era capaz de memorizar el nombre de nadie si antes no sabía su fecha de nacimiento no era capaz de recordar la mía? ¿Era a caso una manera de mostrarme que aquello no era más que una farsa, que solo lo hacía para hacerse le interesante? -el tono de voz subió de repente hasta convertirse en un grito- ¿O era acaso que le importaba tan poco, que me aborrecía de tal manera, que me lo hacía saber de aquel modo tan sutil, sin testigos, pero tan hiriente, mediante un mensaje de texto, justo después de haber pasado la noche juntos? ¡Contéstame! –Subió aún más el tono de voz- ¡He dicho que me contestes, coño!
Pero Rocío estaba amordazada y solo sabía llorar. No hacía ya ningún movimiento. Solo lloraba. Pedro se acercó y le quitó el pañuelo de la boca.
-No lo sé, Pedro, no sé quién era esa mujer pero ahora no importa, estoy aquí, contigo, y te quiero. –Dijo bajito.- Yo te quiero.
Pedro empezó a reírse, cada vez más fuerte. Se sentó en la cama y se cubrió la cara con las manos. Empezó a llorar.
-Juana no quería a nadie. No. Le daba lo mismo follar conmigo que follar con el portero o con el que se estuviera tomando un café a su lado. Y ella lo sabía.
- Qué más da, ¿Pedro? Eso es pasado, mira al presente. Estamos aquí, ahora. Por favor, suéltame y olvidemos esto. –Rocío estaba tranquila ahora pero Pedro no la escuchó.
-Cada vez que el ruido iba disminuyendo en el bar y a medida que las luces se iban encendiendo, ella sabía exactamente que eran pocos pasos los que la separaban de ver retorcerse de dolor a su propia víctima. En ese momento en el que su interlocutor empezaba a ponerse nervioso y decidía juguetear con las llaves de su coche mientras intentaba disimular su erección y su cerebro buscaba la combinación de palabras perfecta para la ocasión, Juana podría llamar a un taxi, podría sentenciar la noche con cualquier frase hecha de falsa cortesía. Pero no. Juana llegaría hasta el final cada noche, Juana coleccionaba amantes. Y yo, tan frágil, coleccionaba sueños cargados de violencia y sexo en los que la única protagonista era Juana. No me arrepiento de lo que pasó, ¿sabes Rocío? No me arrepiento de lo que hice. Ya no la echo de menos. Ya no.
-No me importa lo que hicieras, no me importa, cariño, de verdad. Solo suéltame y déjame abrazarte. Estás muy nervioso, ayer nos colocamos más de la cuenta. -Rocío empezó a forcejear intentando desatarse, sin éxito.
-Cuántas veces he intentado dibujarla, cuantas veces la extrañaba tanto que no podía resistir el placer que me producía volver a ella mentalmente y recorrer cada uno de los milímetros de esa piel blanca y cuajada de pecas. Soñaba que mordía su barriga con el ansia de un bebé que busca el pezón de su madre. Soñaba que mojaba mis dedos en su saliva. Soñaba que besaba mi entrepierna como solo ella sabía hacerlo, mirándome como el verdugo que incompasivamente levanta el hacha que acabará sin remedio cortándole el cuello. Y un grito se escapaba de mi boca. Y su nombre apedreaba mi conciencia. Entonces cogía los pinceles y pintaba, pintaba desenfrenadamente y el caos se apoderaba de la paleta de colores, y el lienzo se manchaba de formas que solo me recordaban más a ella. Y vomitaba. Y lloraba. Y la ira se plasmaba en mi arte. Pero claro, “el arte no existe, lo que existe es el artista, Pedro. Y tú no eres artista”-me decía ella.
-Yo no pienso eso, Pedro. Yo conozco tu arte, sé que eres un artista de verdad y pronto empezarás a vender tus cuadros como rosquillas y…
-¡Cállate, zorra!- Pedro la interrumpió con la misma violencia  con la que la abofeteó de nuevo.- Si no vas a dejar de interrumpirme, tendré que amordazarte de nuevo. Estoy intentando desahogarme y no paras de decir gilipolleces.
-Lo siento, lo siento, lo siento, lo…
-¡Que te calles, cojones!
Rocío cerró los ojos fuertemente.
-Le encantaba hundirme, humillarme frente a cualquiera. Pero era verdad. Aquellos cuadros no reflejaban más que el asco que mi situación me hacía sentir. Aquellos dibujos no eran Juana. Nunca fui capaz de hacer ni un solo retrato en el que apareciera ella tal y como yo la veía. Yo no hacía arte…cuántas veces deseé matarla tras escucharla hablar así de mis cuadros. “Pedro, cariño, no insistas. El arte se te escapa de las manos. No tienes esa delicadeza. Eres rudo, tosco, original si, vale, pero no podrás ser nunca un artista, corazón. Tú no puedes captar mi alma, así que empieza a dibujar otras cosas. Vuelve a la arquitectura”. –Me dijo el mismo día que le pedí por favor que me hiciera caso, la última vez que intenté convencerla al menos para que subiera al estudio a ver los retratos que le había hecho.- “Pero Juana, ¿por qué me dices eso? ¿No eres capaz de tomarme en serio o qué?”- pregunté, buscando una explicación.-“Pedro, vuelve a la arquitectura. Anda, vamos a tomarnos la última, ¿sí?”
Pedro empezó a llorar.
-Juana era arte en sí misma y por eso no existía. Por eso nada de lo que ella representaba, hacía, decía, era real. Porque era efímera, porque no permanecía…Juana necesitaba al artista que la hiciera realidad, que la hiciera estar, ser, permanecer. Y ese, ese solo podía ser yo, por mucho que ella se negara a concederme ese privilegio.  Juana sería mi obra maestra, yo conseguiría plasmar su esencia real, la que solo yo conocía, porque era el único que la quería, el único que la conocía de verdad.
Hubo un silencio en la habitación interrumpido por el teléfono, que empezó a sonar. Rocío lo miró con los ojos bien abiertos pero Pedro no descolgó y continuó con su relato.
-Ahora Juana siempre estará conmigo. Ahora, mientras la miro desde esta misma cama desde la que tantas veces la añoré, la siento más real que nunca. Ahora Juana es, porque está.
Pedro volvió a levantarse. Caminó hasta el cuadro y se arrodilló ante él.
-¿Qué quieres decir? –Rocío se arrepintió de su pregunta nada más formularla, pero aún así, insistió gritando:- ¿Qué quieres decir?
-Juana está aquí. Siempre ha estado. No podía ser de otra manera. Cada vez que nos hemos acostado, me excitaba porque miraba al cuadro. ¿O acaso creías que era por ti?- Pedro empezó a reírse. Sus carcajadas eran graves y pausadas.- ¡Pensabas que era por ti!
-Pedro, suéltame, por favor. Yo creía que…yo sé que estás pasando por un mal momento, las drogas de ayer, quizás. No puedo creer lo que me estás diciendo. No entiendo nada en absoluto. Por favor, suéltame. –Las palabras de Rocío se transformaron en llanto.
Pedro dejó de reírse. Se levantó.
-Un día decidí dejar de acostarme con ella. A lo mejor así encontraba la solución. Ni una semana había pasado de eso cuando Juana accedió a subir, pero me engañó. “Ya nunca me pides que suba, Pedro, no me invitas a cenar, ni a una copa, ni a nada”. “Es que ya me he cansado de ti, Juana. Nada es eterno”, mentí. Aquello le sentó mal, muy mal. Tanto, que me dijo: “Venga, subiré al estudio. Creo que no pasará nada por echar un vistazo a tus cuadros”. –Me dijo después de besarme antes de subirse en mi coche.- “No hace falta, Juana. Ya he encontrado a otra persona que está interesada en mi arte. Y por favor, no me beses más, ya no”.
-¿Y qué pasó? – Sorprendentemente, Rocío había cambiado su actitud y decidió ser partícipe de la conversación pensando quizás en que así Pedro accedería a soltarla.
-Juana se puso como loca por dentro. Lo sé porque la conocía. Pero intentó disimular. “Nadie me rechaza un beso, Pedro, ya lo sabes. Y menos tú. ¿Qué pasa? Has encontrado a otra? Acaso Rocío de repente está a mi altura”. Yo no le contesté. Era la primera vez que Juana estaba celosa, la primera vez que la veía sufrir. “Ya sabes como funciona esto. No podrás resistirte durante mucho tiempo más”. Juana iba a marcharse cuando la detuve: “Espera Juana, tengo el coche detrás de la galería”
 >>Yo estaba ilusionado, me sentía como un niño pequeño antes de su fiesta de cumpleaños y me costaba disimularlo. Durante el trayecto Juana habló sin parar con esa altanería que la caracterizaba.- “Hoy he ido a la nueva exposición de Chez-Romance. No entiendo qué clase de nombre artístico es ese. ¿Qué quiere decir?”- preguntó tan ácida como siempre.-  “Además, ¿qué es eso de que quiere resucitar el Art Decó? Es que después de veinte años pintando aún no ha encntrado su estilo?”. Se cayó por un momento que intenté aprovechar para hablar, pero fue inútil. “Bueno, a lo mejor lo que ha querido hacer es usar el idioma…”-no me dejó terminar.- “Ay Pedro, que Roberto no tiene ni idea de francés. Seguro que ha sido su amiguita, Arantxa, la que lo ha convencido para que se ponga un nombre así. Menuda estupidez.” -Juana fumaba sin parar y de vez en cuando me apretaba la entrepierna con la mano que sostenía el cigarrilo.- “Me vas a quemar, Juana, ten cuidado. Además, te agradecería que me dejaras en paz cuando estoy conduciendo.” -me estaba provocando, siempre lo hacía.- “Vaya, vaya…con que esas tenemos, ¿no?” -Juana me apagó el cigarrillo en el pantalón. Casi tenemos un accidente porque la colilla traspasó la tela de mis pantalones vaqueros. Pero no pude decirle nada. La miré, me besó y enmudecí. Si hubieras sido tú, desde luego, te hubiera partido la boca, pero con Juana…con ella no podía.- “Venga Pedro, no seas aguafiestas”.- Eso fue todo lo que dijo a modo de disculpa.
>>Llegamos a casa y Juana se quitó el abrigo, dejándolo caer en el suelo. Yo fui al baño y cuando volví, ya no estaba allí. “Venga, artista, píntame ahora. Mírame, ¿no estoy bonita?” -Claro que lo estaba. Juana se había metido en la habitación, en esta habitación y me estaba vacilando. Yo contesté como pude. –“Estás preciosa, Juana. Ya lo sabes. Siempre lo estás, pero te encanta oírmelo decir, ¿a que si?”- dije, todavía desde el marco de la puerta.- “Y a ti te encanta decírmelo”.- Juana se abrió de piernas.- “Ven, ven, acércate aquí y moja tu pincel en mi. Estoy segura de que saldrán colores preciosos”. –Juana empezó a tocarse y yo perdí la razón por un momento. La cabeza empezó a darme vueltas. No podía creer que, otra vez, fuera a pasar lo mismo. Aunque de repente me di cuenta: no era lo mismo. Esta vez estábamos en mi casa, no en la suya. Esta vez no desaparecería porque estábamos en mi territorio. Decidí salir de la habitación para cerrar la puerta con llave. Volví con dos copas de vino y le di uno a Juana.
>>Te aseguro, Rocío, que yo no quería llegar hasta donde llegué. No quería. ¿Tú me crees, verdad? ¿Me crees? – Pedro estaba sudando por todo el cuerpo. Tenía las venas del cuello señaladas y respiraba rápidamente. Rocío, por su parte, había empezado a llorar de nuevo.
-Te creo, Pedro, claro que te creo. Suéltame por favor y olvidemos esto.
-No pude evitarlo. Y tengo que contártelo. -Pedro se dirigió a la ventana que hacía las veces de cabecero y clavó la mirada en algún punto del horizonte. “Vaya, veo que vas a hacerte el remolón. Pues no quiero vino. Te quiero a ti”.- Juana lanzó la copa hacia mí pero pude esquivarla. La pared quedó cubierta de vino. Roja. Como la sangre. Empezó a reírse a carcajadas como solo ella sabía hacer.- “No te quedes ahí parado. Mañana mandaré a alguien a pintar esa pared”. “No te preocupes”.- respondí ya sin ser yo.- “Tengo un cuadro perfecto para esa pared.” -Algo me estaba pasando por dentro. Me dirigí al armario y saqué mi mochila, esa que ves ahí, la de la escalada. Ella, pensando que era un juego sexual más, se dejó atar, no como tú, que te has resistido. Rocío tenía los ojos abiertos, tanto, que parecía que se iban a salir de las órbitas.
­-Sangre sobre lienzo. Formato 40F. 200x100cm. Bastidor con entelado posterior. Humedad de la madera controlado por un proceso de secado. Algodón cien por cien. Imprimación Universal. Espesor de 5.5 cm. Y mi fecha de nacimiento: 13 de noviembre de 1974. Pedro. Soy Pedro Montalbán Suárez. Y ella es Juana. Ahora sí.
-No quiero que sigas, Pedro, no quiero saber más, por favor,¡para ya, por favor! Para ya, para, para... -dijo, Rocío, casi implorándolo.
-No pequeña, ahora no, solo te falta el final. Aguanta un poco más. Dentro de nada, también tú tendrás un cuadro precioso y quiero que sepas cómo lo haré. -Pedro se puso de pié y se giró hacia ella.- ¿Sabes? Juana era incapaz de recordar el nombre de una persona si antes no sabía su fecha de nacimiento. Pero nunca supo recordar la mía. Y nunca se lo perdonaré.



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